“No era bueno en otra cosa, ni siquiera me iba bien en el colegio, así que decidí ser actor porque no se me ocurría otra cosa que hacer, y todo se dio de tal forma que me dejé arrastrar hacia este camino. Hace 50 años que transito así, dejándome llevar. Hago lo que sé hacer, nada más”, dijo este año después de ganar un nuevo Oscar y convertirse en el actor más longevo en conseguirlo.
Cuando habla de su oficio y de su carrera, Anthony Hopkins, que hoy cumple 85 años, suele desconcertar a quienes lo entrevistan.
Ganador de dos Oscar como mejor actor, candidato a otros tres, protagonista de películas como El silencio de los inocentes, Nixon, Lo que queda del día o la última, por la que fue nuevamente galardonado, El Padre, más de una vez le han preguntado sobre sus recursos para actuar a la espera de la revelación de algún secreto, pero sus respuestas resultan siempre sencillas y frustrantes.
“Siempre me hacen la misma pregunta: ‘¿Cómo se preparó para interpretar a tal personaje?’, y siempre contesto lo mismo: aprendo los diálogos, voy al set y hago mi trabajo. Parece extraño, pero es así. Como aprendo bien los diálogos, estoy relajado, puedo improvisar y disfrutar de la interpretación. Siempre me he fijado ese objetivo: aprender bien el texto. No puedo decir que sea un trabajo muy difícil, pero lleva muchas horas, y después estoy listo para ir a trabajar. Me siento en paz conmigo mismo, no tengo nervios ni inseguridades. Lo hago sin pensar”, le respondió el año pasado a una periodista de Selecciones que insistió sobre el asunto.
Un chico con problemas
Nacido en Port Talbot, Gales, el último día de 1937, Hopkins decidió ser actor cuando estaba en la secundaria. Eso también lo ha contado sin grandilocuencia, restándole importancia: “Yo era un niño muy solitario, no me iba bien en el colegio, estaba muy aislado, era casi un ermitaño. De manera que, cuando tenía alrededor de 17 años, decidí probar suerte con la actuación. Quería ser músico, pero se me ocurrió que podía actuar. Es raro, parece un sueño”.
Sus padres, Muriel y Richard, lo marcaron con su carácter. “Mi padre tenía una energía violenta, como su padre también. Creo que fue eso lo que mató a mi padre, era un tipo muy nervioso”, contó sobre Richard en The Guardian en 1998. “Y mi madre es una mujer muy fuerte, poderosa, muy posesiva, y yo era el hijo único”, dijo de Muriel para explicar su influencia.
En el colegio nunca se destacó, sino todo lo contrario. “Era patético en la escuela de Port Talbot, no sé si era dislexia o trastorno de atención, pero me sentaba en la parte de atrás del aula y no sabía de qué hablaba ninguno de los profesores que se paraban en el frente. Aprendía mal, lo que me dejaba expuesto al ridículo y me provocó un complejo de inferioridad. Crecí absolutamente convencido de que era estúpido. Yo era el peor de la clase, y me hacían sufrir por eso”, le confesó al Daily Mail.
Solamente le gustaban las actividades relacionadas con las disciplinas artísticas y por eso pidió a sus padres que lo inscribieran en el Cardiff College of Music and Drama. Ahí le fue bien aprendiendo a tocar el piano y a escribir música, trató de pintar y, fuera de horario, se sumó a un grupo de teatro de la Asociación Cristiana de Jóvenes.
“Probé, me gustó y seguí”, explicó. Y eso le cambió la vida.
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Richard Burton y Sir Laurence Olivier
Richard Burton había nacido, como Hopkins, en Port Talbot, y cada tanto solía volver allí. El joven Anthony, que había visto todas sus películas, lo convirtió en su ídolo. Cuando tenía 15 años, sabiendo que el gran actor estaba de visita en la ciudad, tomó coraje y le golpeó la puerta de su casa para pedirle un autógrafo.
La aventura empezó bien… pero terminó muy mal. El actor lo recibió con amabilidad y escuchó atentamente cuando Hopkins le contó que quería ser actor. Incluso lo animó. Después, cambiando de tema, lo llevó al deporte local y le preguntó a Hopkins si pensaba ver al próximo encuentro internacional de rugby en el estadio Cardiff Arms Park.
El joven Anthony no sabía de qué le hablaba Burton y cometió un grave error:
-¿Quién juega? – le preguntó con inocencia.
Hopkins nunca olvidó cómo se le transfiguró la cara a Burton al escuchar la respuesta.
-¡¿Cómo que quién juega?! ¡No sos un verdadero galés si no sabes quién juega! – lo increpó con el rostro enrojecido.
“Ahí terminó todo. Me fui sin el autógrafo porque prácticamente me echó”, recordó el protagonista de El silencio de los inocentes mucho después.
Después de su paso por el Cardiff College of Music and Drama, Hopkins se inscribió en el Royal Welsh College of Music & Drama, donde se graduó en 1957. Tenía 20 años y había llegado a un techo en Gales. Decidió viajar a Londres.
En la capital británica se inscribió en la Royal Academy of Dramatic Art, donde tuvo un encuentro que definiría su futuro cuando sir Laurence Olivier lo vio actuar en una obra.
Con Olivier a Hopkins le fue tan bien como mal le había ido con su ídolo Richard Burton. Después de verlo actuar, el actor y director se le acercó y lo invitó a sumarse al elenco del Royal National Theatre.
El joven Anthony tocó el cielo con las manos, no podía pedir más.
Del Rey Ricardo a Hannibal Lecter
Sus primeros papeles como protagonista en teatro fueron en Coriolano, en 1971 y Macbeth en 1972. Tres años más tarde debutaba en Broadway, en una obra que hizo historia, Equus, con la que recibió varios premios teatrales.
Para entonces ya había incursionado en el cine, con su debut en la olvidada The White Bus, en 1967, y su protagónico en el león en invierno, de 1968, donde encarnó a Ricardo corazón de León.
También por esos años debió luchar con el alcoholismo, al que logró superar después de más de diez años de idas y vueltas. Si se le pregunta hoy, todavía dice que es alcohólico, que es una enfermedad a la que nunca se supera del todo.
Trabajaba sin descanso, sumando papeles sobre las tablas y en los sets cinematográficos. Se lo consideraba un actor sólido, confiable, que conseguía todos los papeles secundarios a los que se presentaba en los castings, pero que nunca lograba un personaje que lo llevara a lo más alto.
Luego de varios papeles destacables, como en El hombre elefante o Magic, la oportunidad de oro le llegó cuando terminaba la década de los ‘80 y Gene Hackman rechazó protagonizar como Hannibal Lecter El silencio de los inocentes, una adaptación cinematográfica de la novela de Thomas Harris.
Cuando le llegó la propuesta, Hopkins se sorprendió. “En 1989 estaba en Londres, haciendo una obra llamada M. Butterfly. Mi agente me mandó el guion y después de leer apenas diez páginas lo llamé para preguntarle si era una oferta de verdad. No podía creer en la suerte que tenía. Acepté enseguida”, contó.
También le dio temor trabajar con una actriz a la que admiraba, Jodie Foster, su antagonista en la película. “Recuerdo que tenía miedo de hablar con vos”, le confesó en una entrevista que concedieron juntos a una cadena de televisión norteamericana.
La película tuvo un éxito espectacular en todo el mundo y su papel como el siniestro doctor Lecter le valió su primer Oscar.
“Hannibal es el símbolo de la huida de la mediocridad a la que nos ha llevado esta sociedad. Siempre es mejor sacar fuera lo que llevamos dentro, y Hannibal lo saca sin prejuicios”, dijo al tratar de explicar la fiebre que acompañó no sólo al filme original, sino también a sus secuelas.
Supo no quedar capturado por su personaje de mayor éxito y en los años siguientes eligió papeles diversos con lo que su carrera ganó una versatilidad que le evitó quedar encajonado. Se destacó como el escritor C.S. Lewis en Tierras de penumbra, y por sus trabajos en Lo que queda del día, Nixon, Sobrevivir a Picasso, Amistad, Los dos papas, donde encarnó a un muy creíble Joseph Ratzinger, y, por último, en El Padre, con la que ganó su segundo Oscar.
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Amores e intereses
Cuando estudiaba en el Cardiff College of Music and Drama, el joven Anthony Hopkins descubrió que, además de actuar, le gustaba pintar y componer música. Sin embargo, siempre mantuvo esas actividades en un segundo plano, sin casi hacerlas públicas.
Fue su tercera esposa, la colombiana Stella Arroyave, quien lo incitó a explorar esas otras dos vetas artísticas que estaba, de alguna manera, dejando de lado.
Hopkins conoció a Stella en 2003, cuando visitó su negocio de antigüedades en Malibú. El actor ya llevaba dos matrimonios fallidos a cuestas, primero con Petronella Barker, con quien tuvo una hija, Abigail, y luego con Jennifer Lynton, de quien acababa de separarse.
“Creo que ella sabe que me estoy haciendo viejo, que pienso mucho en mi pasado y que me doy cuenta de lo afortunado que soy, de la enorme suerte que tengo, porque he tenido una vida muy interesante. Espero que los años que me quedan también lo sean”, dijo Hopkins hace unos años en una entrevista a la revista Selecciones.
Stella lo incitó a volver a pintar, una actividad que había dejado a mediados de la década de los ‘70, y también a que le acercara al violinista y director de orquesta neerlandés André Rieu un vals que había compuesto en su juventud, titulado And the waltz goes on (Y el vals sigue).
Rieu quedó fascinado al escuchar la pieza. El estreno mundial del vals fue en Viena en julio de 2011 y Hopkins estuvo presente en la gala. Rieu incluyó el vals al repertorio de su álbum titulado bajo el mismo nombre y lanzado en octubre de 2011, por el que recibió un Disco de Platino.
En los últimos diez años, Anthoy Hopkins ha participado, muchas veces como protagonista, en 18 películas. El cumpleaños número 85 lo encuentra acompañado por Stella y padeciendo síndrome de Asperger. Dice que se siente tranquilo viviendo casi en soledad:
“No tengo mucho que decir, no tengo grandes pensamientos sobre nada. Lo que me gusta hacer es leer y tocar el piano. Soy una persona bastante tranquila, no me junto con otros actores ni tengo amigos que lo sean. Soy un poco solitario. Llevo una vida muy relajada”, contó el monstruo de la actuación en una de las últimas entrevistas que concedió.
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