En la Navidad de 1999, mientras descansaba en su mansión inglesa de Friar Park, George Harrison recibió un llamado telefónico que lo inquietó. Una mujer joven había irrumpido en una de sus casas situada en Hawaii.
Cristin Keleher había forzado uno de los grandes ventanales para intrusar la propiedad. Se sintió muy desilusionada cuando no encontró al ex Beatle, pero se recuperó pronto. Prendió el lavarropas y lavó las prendas que traía puestas y otras que llevaba en su mochila, llamó por teléfono a su madre para contarle dónde estaba, abrió una cerveza y se calentó en el microondas una pizza que halló en el freezer.
La policía la encontró comiendo una porción en la cocina mientras la muzzarella chorreaba entre sus dedos. Cristin se sorprendió de que la acusaran de algún delito. Debía tratarse de un error. Adujo que entre ella y George había una innegable conexión psíquica.
Desde el 8 de diciembre de 1980, día del asesinato de John Lennon, George Harrison se mostró muy preocupado respecto a su seguridad. Temía ser atacado. Pero su mayor miedo era lo que le pudiera llegar a suceder a su esposa Olivia Arias y a su hijo Dhani.
En su residencia permanente de Friar Park puso alambrados, elevó los cercos, instaló alarmas y cámaras de seguridad. Sin embargo, a pesar de sus cuidados y de su escasa vida pública y social, debió pasar algunos malos momentos debido al peso de su fama. Amenazas, stalkeos, fans obsesionados con su persona, otro que amenazó con prender fuego el hogar de los Harrison y alguno que intentó traspasar las vallas de su casa. “Nos han usado a nosotros como excusa para volverse locos, pero el mundo está loco hace mucho. Y nos quisieron culpar a los Beatles” dijo con amargura en Anthology.
Harrison vivía en Friar Park una imponente mansión de 120 habitaciones y varias decenas de hectáreas de parque situado a menos de 40 kilómetros de Oxford. Tenía lago propio, cavernas subterráneas, cascadas y hasta un arroyo que pasaba por debajo de la propiedad. También varias piletas, cancha de tenis y un moderno estudio de grabación.
La compró en 1970 cuando todavía estaba casado con Pattie Boyd. Había pertenecido a un extravagante personaje llamado Frank Crisp. A él y a esa mansión, George Harrison le escribió su tema The ballad of Frankie Crisp (Let it roll) que es una especie de plano secuencia que recorre toda la propiedad.
Pasado el disgusto de lo sucedido en Hawaii -cada uno de estos episodios con fans desbocados retraía aún más a Harrison- George creyó que 1999 ya no tendría sorpresas para repararle. Se había recuperado de un cáncer de garganta y pasaba sus días con Olivia. Meditaba, bajaba a su estudio de vez en cuando y su principal ocupación era el cuidado del enorme jardín. A esas plantas y esos árboles le dedicaba sus mejores esfuerzos. Alguna vez, cuando empezaba el colegio, a Dhani y a sus compañeros de curso les pidieron que dijeran qué eran sus padres, de qué trabajaban. El hijo del Beatle respondió sin dudarlo: “Mi papá es jardinero”.
La última noche del milenio, mientras el resto de la humanidad preparaba los festejos y al mismo tiempo se preocupaba por los daños que podría provocar el efecto 2YK, George se acostó con su esposa y vieron una película por televisión. Apagaron la luz a la una de la mañana. Cerca de las 3.30 horas del 30 de diciembre de 1999, un estruendo despertó a Oliva Harrison. Vidrios rotos, algún mueble corriéndose, pasos apurados. La mayoría del personal de mantenimiento y doméstico de la casa estaba de vacaciones
Un hombre había ingresado a la propiedad atravesando una zona del alambrado que se encontraba rota. Luego tomó una estatua de Jorge y el Dragón que había en el jardín y la lanzó contra una abertura cubierta con un antiguo vitraux. De esa manera entró a la casa.
Olivia despertó a su marido. George se puso un abrigo sobre el pijama, buscó unas zapatillas y salió al pasillo. Volvió a escuchar ruidos provenientes de planta baja y divisó a un hombre moviéndose en la oscuridad. Le pidió a su esposa que se encerrara en el cuarto, avisara al escaso personal de la casa por el intercomunicador y llamara a la policía. Ella le pidió que no volviera a salir de su cuarto pero George no le hizo caso.
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El intruso se paró al pie de la escalera y miró fijo al Beatle. George pretendió tranquilizarlo. “Hare Krishna, Hare Krishna”, le dijo. De pronto el hombre estaba dando alaridos inentendibles, insoportables. Estaba aterrorizado. Comenzó a subir las escaleras corriendo, pasando los escalones de a dos en dos. El mantra del espiritual guitarrista había resultado contraproducente. El hombre enajenado tenía en una mano un cuchillo que había tomado de la cocina y en la otra la lanza de la estatua que había arrojado contra el vitraux.
En ese momento, George se dio cuenta de que entre ese loco y su familia -en la mansión también dormían su suegra y su hijo Dhani con un amigo- él era la última frontera. Decidió intentar taclearlo cuando llegara hasta él. Pero en el momento en que abalanzó contra su atacante, éste logró asestarle un puntazo en su abdomen.
Frenéticamente, con sus dos brazos, atacaba el torso del Beatle. La lanza de la estatua y el cuchillo de cocina chocaban (y muchas veces penetraban) contra el pecho del guitarrista. Harrison se defendía cómo podía pese al dolor de las cuchilladas recibidas.
Los dos rodaron escaleras abajo mientras forcejeaban. Una de las puñaladas ingresó más profundo, con más fuerza. “En ese momento sentí como la sangre entraba a mis pulmones. Sentí que mi pecho se desinflaba. La sangre inundaba mi boca y el aire se escapaba de mi tórax. Mis brazos cayeron al costado del cuerpo, no los podía levantar. Mis fuerzas se evaporaron. Estaba convencido de que me había herido de muerte”.
Esta situación hizo que el intruso pasara a dominar la lucha. Sentado encima de George lo atacaba sin orden y sin piedad. Olivia salió de su habitación y bajó las escaleras decidida a defender a su marido. Tomó lo primero que encontró, un atizador de la chimenea. Y le pegó en la espalda al atacante. Pero no logró hacer que dejara de atacar a George.
Había sangre por todas partes. “George trataba de detenerlo tomando de las muñecas. Estaba muy pálido. Nuestras miradas se cruzaron. Nunca le había visto esa mirada. Sus ojos estaban como vacíos”, declaró Olivia tiempo después.
El hombre reaccionó tarde, enceguecido como estaba. Pasado casi un minuto se percató de que ya no eran dos. Que una mujer le había pegado en la espalda. Se incorporó y fue tras ella. Le pegó algunos golpes y le tiró varios cuchillazos. George apeló a sus últimas fuerzas para levantarse y lanzarse otra vez encima del agresor. Debía proteger a su esposa.
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Ahora eran tres los que rodaban por el piso. En el enredo, ella había tenido tiempo de buscar un objeto más contundente. Y con una lámpara de metal que estaba sobre una mesas le asestó un certero golpe en la cabeza. Más sangre. El hombre cayó al piso. Y soltó el cuchillo que con velocidad recogió George. El otro intentó levantarse. Pero Olivia le pegó dos veces más en la cabeza (Tom Petty, al día siguiente, le mandó un telegrama a George en el que decía que “de pronto había entendido las ventajas de casarse con una mujer mexicana”) mientras gritaba: “¡Basta, pará!”.
“George estaba en muy mal estado, el agresor ya estaba herido y yo muy cansada: era momento de terminar esto”.
El invasor se arrastró como pudo hacia el jardín. En ese momento llegaron dos policías que lo inmovilizaron sin demasiado esfuerzo. El hombre sólo barboteaba: “Lo hice, lo hice”. Mientras tanto el matrimonio se tanteaba y evaluaban los daños que tenía el otro cuando llegaron las ambulancias.
Dos médicos estabilizaron a George Harrison antes de trasladarlo al hospital. Tenía múltiples cortes. Había recibido más de 40 cuchillazos, pero dos eran los más preocupantes. Uno había ingresado en la sección alta del pulmón derecho. El otro había amenazado una vena que conectaba los pulmones con el corazón.
Fue llevado al hospital local y luego trasladado a uno de mayor complejidad. Allí fue operado y tuvieron que seccionar una parte del pulmón. También recibió varios puntos de sutura en otras partes del cuerpo.
Los médicos dijeron que su corazón se salvó por menos de un centímetro de ser alcanzado por la punta del cuchillo: el choque con una costilla desvió la puñalada. Hubiera sido un puntazo mortal.
Olivia también fue hospitalizada; tenía varios golpes, moretones y algunos cortes.
La policía identificó al hombre. Michael Abram, de 33 años, también de Liverpool. Al principio no se conocían sus motivaciones. ¿Era un ladrón? ¿Se trataba de una venganza? ¿Un asesino a sueldo? ¿U otro loco que quería pasar a la posteridad por matar a un Beatle?
La policía debía contener la ansiedad y presión de los medios. Al principio debido a las heridas en su cabeza, fruto de los golpes propinados por Olivia, el acusado no pudo declarar. Los medios querían saber si se trataba de un fanático de los Beatles. "Los gustos musicales de un sospechoso de un intento de homicidio nunca es lo primero que nos ponemos a averiguar", respondió el jefe de policía.
Con el tiempo se supo que Abram creía que los Beatles estaban poseídos, que eran una especie de brujas que volaban por los aires sobre unas escobas. Abram creía que sólo estaba cumpliendo con una misión divina. Había sido enviado para acabar con Harrison, un brujo, un hechicero del mal, alguien que estaba poseído.
La madre de Abram declaró en el juicio posterior que su hijo padecía problemas mentales, que había sido un adicto a la heroína, veía cosas surgir de las paredes y escuchaba voces en su cabeza. Para apagar esas voces comenzó a escuchar música constantemente. Michael Abram tuvo una obsesión pasajera con Oasis pero reemplazó a los Gallagher por Los Beatles, e interpretaba sus letras literalmente.
Menos de un año después, Abram fue juzgado. Nadie dudaba de los hechos y de que él había sido el autor. Pero no lo encontraron penalmente responsable debido a su evidente insania. Al juicio asistieron Olivia y Dhani. George sólo envió una declaración por escrito.
Si bien las primeras declaraciones de George tuvieron un tinte humorístico y tratando de restarle importancia al suceso: “No sé quién era pero seguro no era un ladrón, ni estaba haciendo un casting para los Travelling Wilburys (el grupo de súper estrellas que integró una década antes con Bob Dylan, Tom Petty, Jeff Lyne y Roy Orbison)”, declaró.
También dijo que esos episodios debían a todos recordarle que tal como afirmaba su maestro espiritual hindú, “la vida es frágil como una gota de lluvia sobre una flor de loto”.
Su hijo sostuvo que ese ataque, haber estado tan cerca de la muerte, lo modificó completamente. Quedó atemorizado y sin energía. El cáncer reapareció en poco tiempo. En octubre del 2001 le descubrieron dos tumores en el cerebro.
La familia Harrison viajó a Los Ángeles y George con cuidados paliativos murió el 29 de noviembre de 2001 en una casa que pertenecía a su amigo Paul McCartney.
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