Tal vez en la saga de Star Wars el destino de la Princesa Leia fuera morir en el espacio exterior, pero es algo que nunca se sabrá porque en la vida real Carrie Fisher –es decir, la princesa– sufrió la descompensación que la llevó a la muerte en el más de cabotaje cielo terrestre, durante un vuelo que la llevaba desde Londres a Los Ángeles.
Según el primer informe, la descompensación fue un infarto que sufrió dentro del avión el 23 de diciembre de 2016 y que terminaría con su vida cuatro días después, el 27, a los 60 años, en el Hospital Ronald Reagan de la capital mundial del cine.
Eso dijeron los medios al dar la noticia de su muerte, pero después la autopsia –cuyos resultados demoraron seis meses en ser difundidos– diría otra cosa: Carrie Fisher había muerto a causa de una “apnea del sueño”, es decir que no pudo respirar mientras dormía, y en su sangre se encontraron restos de cocaína y otras drogas.
Porque así como en la ficción su personaje luchaba contra los enemigos del “lado oscuro” de la galaxia, en la vida cotidiana la actriz enfrentaba a su propio lado oscuro, el de las adicciones.
Esa lucha también la llevaba a cabo como una princesa, porque para los parámetros de Hollywood, Carrie Fisher había nacido el 21 de octubre de 1956 como princesa, hija de dos de las estrellas más brillantes que reinaban en el cielo de Hollywood de la década de los ‘50.
Su madre, Debbie Reynolds era una actriz y cantante consagrada, que cuatro años antes del nacimiento de Carrie, había llegado al punto más alto de su carrera con su papel en Cantando bajo la lluvia.
Carrie dedicó gran parte de su vida a que el peso de la sombra –o del brillo– de Debbie la aplastara, en medio de una relación conflictiva que las llevó a no tratarse durante años, aunque finalmente se reconciliaran.
Su padre, el cantante Eddie Fisher, vendía millones de discos que siempre figuraban en el top ten y tenía su propio show televisivo, un éxito llamado Coke Time with Eddie Fisher, en la cadena NBC.
La relación de Carrie con Eddie tampoco había sido fácil desde bien temprano, cuando el cantante exitoso y millonario decidió abandonar a Debbie y a su pequeña hija de dos años para irse a vivir con Elisabeth Taylor, en una mansión hollywoodense ubicada a menos de quinientos metros pero que para Carrie estaba a años luz de distancia.
Para sobrevivir al peso de semejantes padres, además del lado oscuro de las adicciones en las que cayó desde temprano, Carrie tuvo también su lado luminoso: hizo su propia carrera como actriz, escribió novelas y libros autobiográficos sin anestesia y, sobre todo, se refugió en la ironía y el sarcasmo.
“Soy el resultado trágico del incesto de los Ángeles. Eso es lo que sucede cuando dos celebridades se reproducen. Voy a hacerme fumigar el ADN”, escribió alguna vez.
Al contar el romance de su padre con Elizabeth Taylor no fue menos mordaz: “Ella estaba desconsolada y él primero le dio un pañuelo, luego le regaló unas flores y al final la consoló con su pene”, dijo.
Contradicción estelar
Carrie Fisher dijo más de una vez que habría querido ser cualquier otra cosa antes que actriz, pero que no pudo escapar de la telaraña estelar en la que la atraparon sus padres. Por eso, casi como un desafío, a los 17 años, en 1973, se inscribió en la Central School of Speech and Drama de Londres.
Quería hacer teatro y no cine, pero su primer trabajo fue un videoclip de You’re sixteen, una canción del beatle Ringo Starr y siguió con pequeñas apariciones en un par de películas protagonizadas por su madre. También la acompañó –casi como un desafío– en Irene, un musical de Broadway encabezado por Debbie.
Su primera aparición cinematográfica de importancia la tuvo en 1975, como actriz secundaria en Shampoo, la película de Hal Ashby protagonizada por Warren Beatty, donde encarnó a la hija sexualmente liberada de uno de los clientes de la peluquería que termina seduciendo al peluquero.
Esa aparición de Carrie también fue un golpe para Debbie, que pretendía un papel estelar en la película y terminó encarnando a la hermana pelirroja de Warren Beatty. El papel estelar se lo dieron a Shirley Mac Laine.
En el set madre e hija casi no se hablaron y después Debbie descargó su frustración con su rival Shirley.
Cuando ese año, Mac Laine perdió el Oscar a la mejor actriz frente a Meryl Streep dijo en una entrevista: “Si yo hubiera hecho el papel me habrían dado el Oscar, ¡seguro! pero esos estúpidos se lo dieron a la vieja Shirley. ¡Que se jodan!”.
Y como al pasar le pegó también a Carrie: “Y jodete vos también, por desagradecida”, le dijo a través de la nota.
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La princesa Leia
A Carrie nadie le preguntó qué sintió al leer el mensaje que le enviaba su madre. Para entonces había decidido que no iba a poder escapar del cine y poco después se presentó al casting de George Lucas para Star Wars.
Lucas la eligió para el papel de la Princesa Leia Organa y siempre dijo que en esa decisión no influyó en absoluto el “linaje” de Carrie. “Actúa muy bien y tiene los rasgos de una verdadera princesa guerrera”, explicó.
Años después, al enterarse de la muerte de Carrie, contaría que el trato con ella siempre había sido difícil: “Carrie nunca fue fácil, nunca se portó bien y nunca mantuvo en secreto sus demonios. En vida fue polémica, ¿por qué no habría de serlo su muerte?”, dijo.
De la filmación de aquella primera entrega de La guerra de las galaxias, Carrie contó años después en uno de sus libros el diálogo que mantuvo con Lucas para la composición de su personaje.
“(Lucas) se acercó a mí echó un vistazo al vestido, y dijo: ‘No podés usar un corpiño debajo de ese vestido’. Entonces, yo le dije: ‘Está bien. Pero, ¿por qué?’. Y él me contestó: ‘Porque … no hay ropa interior en el espacio’”, contó Fisher. Y relató que el director le explicó que las galaxias lejanas son zonas libres de ropa interior: “Lo que pasa es que cuando vas al espacio y te volvés ingrávida. Hasta aquí todo bien, ¿no? Pero entonces tu cuerpo se expande, pero tu corpiño no lo hace, así que te estrangulás con tu corpiño”.
Poco antes de su muerte, Carrie volvió sobre aquel recuerdo y escribió, sarcástica: “Ahora pienso que esto quedaría fantástico en mi obituario, así que les digo a mis amigos más jóvenes, que no importa cómo me vaya, quiero que quede registrado que me ahogué a la luz de la luna, estrangulada por mi corpiño”.
Carrie no murió estrangulada por su corpiño, pero para no pocos críticos el personaje de Leia pudo haber estrangulado una carrera mucho más diversa, no tan capturada por esa princesa a la que ya no pudo abandonar.
Después de La guerra de las galaxias en 1977, Carrie volvió a interpretar a Leia en El Imperio contraataca (1980), El retorno del Jedi (1983) y, 32 años más tarde, en El Despertar de la Fuerza (2015), Los Últimos Jedi (2017) y la última de la saga El ascenso de Skywalker (2019), estas dos estrenadas póstumamente con escenas inéditas.
En el medio, Carrie participó solo en películas de poco éxito, salvo las excepciones de una aparición en The Blue Brothers y su participación en Hannah y sus hermanas, dirigida por Woody Allen.
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El lado oscuro
Con su papel en La guerra de las galaxias, Carrie Fisher ganó fama mundial. Prácticamente se la confundía con el personaje de la valiente princesa y tenía millones de seguidores.
Pero el éxito tuvo su contracara cuando le diagnosticaron un trastorno bipolar y la sometieron incluso a sesiones de electroshock. Para evitar esos saltos entre la manía y la depresión, Carrie empezó por automedicarse y luego reforzó el efecto de los medicamentos con un consumo desatado de alcohol.
Cuando estaba filmando El imperio contrataca descubrió la cocaína y poco más tarde el LSD. No es que cambiara una adicción por otra, sino que las iba sumando. Luchó contra ellas, pero jamás logró superarlas.
“Figuro en el manual de psicología anormal. Obviamente, mi familia está orgullosísima”, llegó a escribir.
Tal vez por el matrimonio frustrado de sus padres, tampoco pudo mantener relaciones amorosas duraderas.
Durante la filmación de La guerra de las galaxias tuvo un romance con Harrison Ford. Comenzó en la fiesta de cumpleaños de George Lucas, siguió esa misma noche en la casa de uno de ellos y duró poco.
Lo mantuvieron en secreto, pero Carrie lo terminaría contando en su último libro, El diario de la princesa, donde lo definió como “un encuentro de una noche que duró tres meses”.
No fue su único amorío durante ese rodaje, después de Ford vino Mark Hamil, otro de los protagonistas de la película.
Carrie tuvo dos matrimonios frustrados, el primero con el compositor y cantante Paul Simon, y el segundo con el agente artístico Bryan Lourd, con quien tuvo una hija, Billie. Todo terminó cuando Lourd le confesó que era homosexual.
Salvo el éxito de la princesa Leia, nada cerraba bien en la vida de Carrie Fisher.
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Madre e hija, hasta el final
Entre filmación y filmación, cuando las adicciones se lo permitían, Carrie Fisher escribía incansablemente. Su primer libro, Postales desde el filo, publicado en 1987, no sólo se convirtió en best seller sino que se transformó en una película que le valdría el Oscar a Meryll Streep.
Por entonces, en una entrevista, Debbie Reynolds dijo de manera muy poco generosa sobre su hija: “Primero Star Wars y ahora este libro… ¿Por qué consigue todo?”.
“Mami nunca soportó que fuera yo la protagonista”, le respondió Carrie, también utilizando una entrevista.
Y más tarde le dijo en público: “Yo llegué aquí de la nada y he hecho algo con mi vida, tú ya estabas aquí y sin embargo no has hecho nada con la tuya”.
Terminarían reconciliándose al final y lo contaron en un documental de la cadena HBO en 2015. “Ser mi hija fue difícil para Carrie porque, en la escuela, el profesor la llamaba Debbie. Pero supongo que no estaba tan mal porque ahora yo soy la madre de la princesa Leia en cualquier sitio al que voy. Ni siquiera son la de Cantando bajo la lluvia. Ella me ha dado mi identidad”, reconoció Debbie frente a la cámara.
Siguieron unidas hasta el final, que fue muy pronto. Debbie Reynolds murió el 28 de diciembre de 2016, apenas 24 horas después de la muerte de su hija.
Poco antes, en uno de sus libros, Carrie Fisher había intentado definir su paso por el mundo: “Mi vida se resume en una frase: si no fuera graciosa, simplemente sería real, y eso es inadmisible”.
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