En 1936 hubo una importante subasta de cientos de papeles del científico inglés Isaac Newton. La sorpresa fue grande: cuando se esperaba hallar referencias a la gravedad, al estudio de la luz o la atracción de los astros, contabilizaron un millón de palabras dedicadas a la alquimia y al estudio de las profecías bíblicas, reflexiones y conclusiones que el propio científico mantuvo ocultos porque corría el riesgo de ser considerado hereje.
Había nacido el 25 de diciembre de 1642 -el mismo año en que murió Galileo Galilei- en Woolsthorpe-by-Colsterworth , un pueblo situado a 150 kilómetros al norte de Londres.
Tuvo una niñez enfermiza, por haber nacido antes de término. Su papá, labrador y criador de ovejas, murió cuando él era muy niño, su madre se volvió a casar e Isaac estuvo tres años en un internado en su pueblo. Reservado y reconcentrado, era tenido como mal alumno. Se distraía armando molinos que hacía funcionar con ratones.
Cuando su madre volvió a enviudar, lo llevó a vivir con ella en la granja familiar. En la biblioteca lo único que había para leer eran libros de matemáticas, que lo maravillaron. Entonces, al ver sus condiciones, lo enviaron al Trinity College de Cambridge.
Nunca se casó. Tuvo la mala suerte de haberse enamorado de una jovencita que conoció en la casa de Clarke, el boticario de su pueblo. De apellido Starey era dos años menor, pero ella se casó con otro y él sufrió una terrible desilusión. Fueron amigos toda la vida.
Llegó a ser titular de la prestigiosa cátedra de matemáticas en Cambridge, donde se destacó como docente, a la par que se dedicaba a la investigación. Halló la fórmula de lo que universalmente se conoce como el Binomio de Newton, estudió la luz blanca, el arco iris e inventó un telescopio de reflexión.
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En 1666 dejó Cambridge escapando de la peste y regresó a su pueblo natal, donde un día descansando bajo un árbol, tuvo el episodio de la caída de la manzana sobre su cabeza, que se acerca más a una leyenda que a un hecho real. De todas formas, sus estudios de la gravedad fueron importantísimos.
En 1672 fue nombrado miembro de la Royal Society de Londres. Tres años después dio a conocer sus trabajos sobre los colores y la constitución de la luz. Por 1675 se ocupó del estudio de la electricidad.
Una de sus obras más importantes es de 1683 y es sobre los principios matemáticos de la física.
Copérnico y Kepler habían estudiado antes que él la atracción de los astros, pero él estudió la intensidad de esa fuerza, cuya demostración terminó para siempre con la astronomía antigua.
En Londres vivió en el 85 de St Martin Street. Estuvo un año y medio sin hacer absolutamente nada, a raíz de una crisis de locura por exceso de trabajo. Además su perro Diamante, jugando, volcó accidentalmente una vela sobre sus papeles y un incendio transformó en cenizas años de trabajo.
De una entereza casi inhumana, en la permanente búsqueda de la verdad en la ciencia, se lo consideró un seguidor de Galileo. Lo que hizo Newton fue tomar lo que había hecho el astrónomo italiano y desarrollarlo, especialmente en lo referido a la física.
En 1689, se transformó en un político whig y fue miembro del parlamento por la universidad de Cambridge, al defender los derechos de esa casa de estudios contra los intentos reales de transformarla en una institución católica. Sin embargo, se dio cuenta de que no estaba hecho para eso, y casi no habló en el recinto. La vez que lo hizo fue para que cerrasen una ventana.
Por su amistad con Carlos Montagne, Lord Halifax, logró que lo emplearan como inspector en la Casa de Moneda, período en el que dejó de lado a la ciencia, salvo por el tiempo que le dedicó a la elaboración del tratado de óptica. Llegó a ser director de esa institución, lo que su sueldo de 1200 libras le aseguró un buen pasar económico, que era lo que buscaba.
Desde 1703 presidió hasta su muerte la Royal Society y dos años más tarde fue distinguido con el título de Sir. Su escudo de armas son dos huesos cruzados de oveja, que aún se conserva en la entrada de su casa natal.
Precursor del cálculo infinitesimal, tuvo una dura y larguísima polémica iniciada en 1699 con el alemán Gottfried Leibniz sobre quien había inventado el llamado cálculo de fluxiones (cálculo diferencial e integral).
Era de esos científicos que se jugaba la vida por lo que creía. Dedicó mucho tiempo a cuestiones prohibidas: la alquimia, una práctica milenaria que significa “mezcla de líquidos”, donde encontró el principio activo de la materia. También se ocupó de la cábala y de la interpretación de textos bíblicos. Son los llamados “estudios ocultos”. Es que se arriesgaba a ser considerado herético o blasfemo. Hubo gente que fue decapitada por ello.
Newton, que era protestante, no reconocía a la Santísima Trinidad. Sostenía que Jesús era divino pero no una deidad. Había un solo Dios y el Padre no era lo mismo que el Hijo.
El Dios de Newton era de dominio absoluto sobre el mundo y los seres vivientes. Según él, Dios creó el mundo a través de un plan divino, cuyos detalles están en la Biblia y en la naturaleza. Sostenía que se podía apreciar más la creación de Dios a medida que se aprendía más del mundo natural. Al estudiar el universo, llegó a la conclusión de que es producto de una inteligencia superior.
Investigó sobre una fórmula para alcanzar la inmortalidad a través de la Piedra Filosofal, que se sostenía que era una materia prima a partir de la cual se había creado todo el universo. Describió la elaboración de una sustancia mágica, a la que llamó “mercurio sófico”, para que los hombres fueran inmortales y para convertir los metales en oro. No fue el primero en ahondar en esta cuestión, sino que retomó estudios que venían de la Edad Media, cuando la alquimia se consideraba una ciencia oficial.
Era un obsesivo: cuando se dedicaba a algo, dejaba de lado todo lo demás. Una vez le preguntaron cómo había llevado adelante semejante obra, y respondió que pensando siempre.
Murió en Kensington el 20 de marzo de 1727. El siglo XVIII lo tomó como un actor importante, aún sin entenderlo. La Sociedad Real de Ciencias de Londres sufría un proceso de decadencia en investigación científica, faltaban ideas creativas y Newton les vino como anillo al dedo y su obra fue revalorizada en su conjunto.
Fue enterrado en la Abadía de Westminster. Su epitafio lo describe: “Aquí yace Sir Isaac Newton, caballero que por un vigor casi sobrenatural de su inteligencia demostró por vez primera los movimientos y las figuras”. Y todo por una manzana que cayó sobre su cabeza.
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