Edgar Jiménez viajaba en un jeep para reunirse con un millonario local, dueño de un inmenso campo en las afueras de Medellín que contaba con 30 lagos artificiales y animales exóticos traídos desde la sabana africana.
Eran los últimos días de 1980, se acercaban las fiestas de Fin de Año, y un amigo se había ofrecido a llevar a Jiménez, un fotógrafo de Medellín, a visitar la Hacienda Nápoles propiedad de Pablo Escobar Gaviria. Ese día arrancaría la nueva vida de Edgar, ligado a retratar la intimidad de uno de los narcos más poderosos de Colombia.
El encuentro con Pablo Escobar
Jiménez se acerca caminando al hombre de espeso bigote y se sorprende al notarlo familiar. Se trataba de un viejo conocido, ya que Escobar había sido su compañero de colegio secundario. No se habían visto en 15 años, pero el anfitrión de Jiménez lo reconoció de inmediato. “Ha pasado demasiado tiempo”, dijo Pablo mientras le daba la mano fuerte.
Jiménez conoció a Escobar en su primer año de bachillerato. Los chicos venían de mundos similares. Los dos tenían seis hermanos y vivían en barrios de clase trabajadora. El papá de Jiménez era taxista, su mamá costurera. El padre de Escobar era un agricultor que luego se convirtió en guardia de seguridad con un machete y un silbato. Su madre, maestra.
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Escobar no fue un buen estudiante. “En un momento, logró obtener una copia de una llave de la sala donde los maestros guardaban los exámenes. Antes de que fueran calificados”, recordó Jiménez. Escobar y sus amigos se colaban en la habitación y reemplazaban las pruebas por las corregidas. Algunos amigos de esos años ahora niegan haberlo conocido. No es el caso de Edgar.
“Tres años en el mismo salón. Pablo era un estudiante del montón. Ni bueno ni malo. Anodino. Se hizo notorio por su hermano Roberto Escobar, el Osito, quien era ciclista y participaba en la Vuelta a Colombia, cuando esta competencia despertaba fervor y convocaba”, recordó Jiménez mucho tiempo después.
Así contató Escobar a Edgar
El jefe del Cartel de Medellín le dijo a Jiménez que estaba buscando un fotógrafo para crear un registro de las jirafas, hipopótamos, elefantes y camellos que deambulaban por su zoológico privado. Jiménez accedió a ayudar y pasó largos años junto al narco más poderoso del mundo.
Jiménez descubrió la fotografía al final de la escuela secundaria, después de que su hermano le obsequiara una pequeña cámara Fuji. En la década de 1970, mientras Escobar construía su imperio narco, Jiménez comenzó a tomar fotos para campañas políticas asociadas con la Alianza Popular Nacional de izquierda.
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Edgar participó y tomó imágenes de primeras comuniones, casamientos, fiestas de cumpleaños, eventos de campaña, momentos tranquilos en la casa. Sería testigo del Escobar que pocos verían como el capo asesinaba políticos, aterrorizaba a Colombia, hacía volar aviones y se convertía en uno de los hombres más ricos del mundo.
Décadas más tarde, Jiménez todavía vive con su madre y su hermana en el mismo complejo de departamentos, en un barrio de clase trabajadora a cuadras de las antiguas casas de muchos de los hombres que trabajaron como sicarios de Escobar. Tiene toda una oficina dedicada a su vida junto al capo narco. Un hombre que controló toda la ciudad de Medellín en las décadas del 80 y 90, que causó fascinación y repulsión en partes iguales.
Ahora Jiménez recopiló todo el material y junto a un periodista local publicó un libro con sus imágenes junto con la historia de su vida como fotógrafo personal de Escobar.
Jiménez es un ejemplo de testigo excepcional, alguien cercano a Escobar pero nunca involucrado en su actividad delictiva. Es como si Pablo Escobar hubiera llevado un diario, a través de las imágenes, de lo que veía y callaba Edgar.
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¿Por qué Escobar contrató a un fotógrafo personal en primer lugar? “En parte debido a su propia vanidad -explicó Jiménez-. Y a su creencia de que sería recordado mucho después de su muerte como alguien importante en Colombia y el resto del mundo”.
Las fotos de la vida de Escobar, dijo Jiménez durante la presentación de su libro, ayudan a ilustrar cómo la guerra contra las drogas “logró convertir la cocaína en una industria rentable y violenta. Pese a que muchos en Colombia quieran olvidar esa historia”.
Desde la muerte de Escobar en un tiroteo con la policía en 1993, Medellín se convirtió en un imán para el narcoturismo, con guías que ofrecen a los extranjeros una mirada de cerca a los sitios de su vida. Los funcionarios de la ciudad han retrocedido, derribando la antigua casa de Escobar, reemplazándola con un monumento a sus víctimas y buscando promover otros aspectos de la historia y la cultura local. En el Museo Casa de la Memoria de Medellín, dedicado a comprender la historia local de la violencia, la única referencia a Escobar es una pequeña foto de él.
Medellín fue la capital mundial de los asesinatos en la cima del control del narcotráfico por parte de Escobar. La ciudad registró 6.000 homicidios solo en 1991.
Las dos caras de Escobar
El legado de Escobar es “desastroso”, dijo Jiménez, mientras mostraba su libro a la prensa colombiana. Edgar se crio en el barrio conocido como la “cuna de los sicarios”. Edgar los veía y se daba cuenta que acercarse al mundo narco era la única salida de esos jóvenes.
Jiménez recuerda el miedo que sentían casi todos los habitantes de Medellín al salir a la calle en una ciudad de tiroteos y coches bomba. Pero también recuerda los barrios que Escobar sacó de la pobreza, las casas que construyó para cientos de familias desesperadas en barrios marginales.
En su libro se puede ver la violencia narco, pero también las luces del estadio que Escobar instaló para canchas de fútbol en barrios populares. La escuela que Escobar donó a la ciudad de Puerto Triunfo, cerca de la mítica hacienda Nápoles.
Jiménez recuerda en su mente las miles de fotos que tomó para su patrón, Escobar. Desde los pavos reales, rinocerontes, canguros y los dos hipopótamos originales de Escobar, antes de que se multiplicaran y se convirtieran en la especie invasora más grande del planeta. Está también la primera comunión de la sobrina de Escobar, la fiesta de cumpleaños de uno de sus hijos. Ahí está la foto de grupo de los sicarios de Escobar. Las familiares en una casa que finalmente fue incendiada por “Los Pepes” (paramilitares colombianos que combatían a los narcos). Está el primo que luego fue asesinado, el cuñado que también fue asesinado. A veces Jiménez se pregunta cómo fue que se salvó de morir por las balas de los enemigos de Escobar.
Había tanta intimidad que Escobar lo invitaba a sentarse en la mesa principal de la Hacienda Nápoles. Algunos días, Jiménez también se sumaba a los partidos de fútbol del patrón.
El fotógrafo siempre cuenta que era de los pocos que le jugaban de igual a igual a Escobar. Mientras otros le hacían sombra y lo dejaban pasar al grito de “adelante, Patrón”. Una vez tras una entrada fuerte, el narco cayó al piso y quedó todo lleno de tierra. Jiménez recuerda que Escobar le dijo: “¡Tómatelo con calma!” y se rió entre dientes. Desde ese día, fue con más cuidado contra su jefe.
Más de una década después de la muerte de Escobar, los productores de documentales comenzaron a pedirle a Jiménez sus fotos y los guías locales comenzaron a invitarlo a hablar con los turistas.
Edgar nunca sacó beneficios económicos del tiempo que pasó junto a Escobar. Todavía trabaja en comuniones y bodas ocasionales para llegar a fin de mes. Pero en los lugares donde perdura la admiración por Escobar, es una especie de celebridad local.
Jiménez visitó por primera vez el barrio, donde Escobar estaba construyendo viviendas para cientos de familias pobres, para tomar fotos para una edición de un periódico mensual controlado por el capo narco. La foto de portada mostraba familias viviendo bajo pedazos de plástico y metal, rodeadas de basura en un área conocida como “el basurero”. “Aquí es donde viven”, decía el titular. En el reverso del periódico había una foto de las casas en construcción. “Aquí es donde vivirán”. Era la época en la que Escobar quería lanzar su carrera política rumbo a la presidencia de Colombia.
Escobar, el capo más buscado en el mundo en los años 80, se caracterizó por tener cerca a muy pocas personas. La paranoia del capo narco se basaba en que tenía tras el muchas personas que querían llevarlo tras las rejas o matarlo.
Su hombre de confianza más conocido fue Jairo Velásquez alias Popeye, el sicario que ejecutaba todos los planes. Jiménez compartía esa intimidad con el patrón, pese a no formar parte de su estructura delictiva.
Pese a que su relación fue buena con Pablo Escobar, señaló a los medios colombianos que cuando se enteró de su muerte tuvo emociones encontradas “Me dolió su fallecimiento, porque yo sabía que él no fue feliz. Lleno de dinero y sin poder disfrutar nada. Por otro lado, sentí alivio por la misma familia de él, por la sociedad. Trastocó todos los valores. El legado de él es muy malo”, dijo Jiménez.
Escobar fue el que le puso a Jiménez el apodo que lo haría tan famoso: el Chino. Le decían así porque tenía un defecto al hablar. La erre no le funcionaba. Nadie le entendía nada. Era como si hablar en Chino. Al ser amigo del capo siempre vio su lado bueno. El Pablo mamador de gallo que se tomaba muy de vez en cuando una Heineken porque eso de emborrachar la traba no era buen negocio. A Pablo lo que le gustaba era la marihuana. Lo hacía hablar, lo hacía pensar, le exacerbaba la creatividad.
Así duerme Pablo Escobar
La foto que lo hizo más famoso a el Chino es la de Escobar durmiendo plácidamente. Pablo cumple años y se queda dormido. Es 1981, nadie persigue a Escobar aún. Por ahora es un incipiente suplente en la Cámara de Representantes por el Partido Liberal cuyos rumores de que es un mafioso no logran comprobarse. Así que le dicen a Edgar que suba, que le tome una foto mientras duerme. Ligia, la cuñada del capo, se sienta a su lado. El resultado es este clásico de la fotografía narco.
Otra tarde no lo dejaban entrar a la Hacienda Nápoles. Hizo llamar al patrón que al saber que era él enseguida le abrió las puertas. Cuando llegó Edgar Jiménez a la casa principal vio cerca de 300 guardaespaldas que rodeaban la finca. Estaba la plana mayor del Cartel de Medellín reunido. El Mexicano, Lehder, los hermanos Galeano, Kiko Moncada. “Si tomás una foto te morís”, le sopló al oído uno de los guardaespaldas. Nunca sacó la cámara de su maletín.
En 1989 se distanció de Escobar. Le tomó una última foto, en la que ya no sonreía. Pablo ya estaba cercado por los paramilitares. Perdía la guerra.
El 2 de diciembre de 1993 Escobar Gaviria moriría en un tejado en Medellín y todos los amigos del capo serían asesinados en los meses siguientes a modo de venganza. El Chino se refugió en su vida discreta y en los bares cerca de su casa. Allí siempre aseguró que Popeye, el sicario del patrón jamás mató a 3.000 personas como decía, “apenas habrán sido 300″, lo escucharon decir a Edgar entre copa y copa.
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