Después de tres días terrestres de permanencia en el valle Taurus-Littrow y 22 horas netas de exploración en su superficie, uno de los dos astronautas, el más experimentado, se arrodilló y escribió con su mano derecha sobre el polvo lunar tres iniciales, TDC.
Minutos después, subió al módulo lunar, donde ya lo esperaba su compañero, y despegaron para acoplarse a la nave que aguardaba en órbita para traerlos de regreso a la Tierra.
En la Luna, se sabe, no hay selenitas que la habiten, ni tampoco una atmósfera con vientos y lluvias que puedan erosionar su superficie donde si alguna vez se registra un cambio es por obra pura y exclusiva de la caída de algún meteorito.
Por eso, exactamente medio siglo después de aquel 14 de diciembre de 1972, las tres iniciales siguen allí, impresas en la superficie lunar, intactas, tal como las dibujó el último hombre que, hasta hoy, puso sus pies sobre ella, el astronauta Eugene Andrew Cernan, comandante de la misión Apolo 17, la última tripulada que la NASA envió al satélite terrestre.
Mientras el módulo se alejaba, Eugene Cernan no sacó los ojos de las iniciales hasta que, empequeñeciéndose, dejaron de verse. Sabía que había hecho historia, pero no podía imaginar que cincuenta años después seguiría siendo el último hombre en haber viajado a la Luna.
“Estuve en la Luna, sentado en el porche de Dios. Ahí es donde se experimenta el momento más tranquilo que un ser humano puede experimentar en su vida”, diría después.
La misión Apolo 17, cumplida entre el 7 y el 19 de diciembre de 1972, fue la última del programa Apolo y batió varios récords: el alunizaje más largo, tuvo las actividades extra vehiculares más largas, trajo a la Tierra la muestra lunar más grande y completó el tiempo más largo en la órbita lunar.
Tres años y medio antes, el 20 de julio de 1969, Neil Armstrong había impreso la primera huella humana sobre la Luna y la había celebrado con una frase tan grandilocuente como cierta: “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”.
El 14 de diciembre de 1972 Eugene Cernan dejó la que hasta ahora sigue siendo la última huella con un gesto mínimo, personal y amoroso escrito para siempre sobre la superficie lunar.
De piloto a astronauta
Cuando llegó a la Luna, Cernan tenía 38 años y ya era un astronauta experimentado, con dos misiones anteriores, una de ellas vital, la Apolo 10, que por primera vez puso el módulo lunar en una órbita próxima a la Luna y realizó las maniobras necesarias para que la siguiente misión pudiera alunizar y llevar al primer ser humano a su superficie.
Hijo de una madre de origen checo y de un padre eslovaco, después de la secundaria estudió ingeniería eléctrica en la Universidad de Purdue, donde se graduó en 1956. Ese mismo año ingresó a la Marina, donde descubrió su pasión por volar. Como aviador naval llegó a hacer más de doscientos aterrizajes en portaviones, mientras –descubierta su vocación– hacía una maestría en ingeniería aeronáutica en la Escuela de Posgrado Naval.
Cuando se graduó en 1963 recibió una oferta imposible de rechazar: integrarse al grupo de astronautas de la NASA. Allí formó parte de un grupo muy selecto, el de los escasos seres humanos que irían al espacio.
Tres años después, en junio de 1966, hizo su primer viaje al espacio, junto al comandante Thomas Stafford, en la misión Géminis 9A, el decimoquinto vuelo tripulado del programa espacial estadounidense.
Entre los varios objetivos de la misión, que orbitó durante tres días alrededor de la Tierra, los dos más importantes eran realizar una caminata espacial y probar un módulo lunar para las futuras misiones Apolo, pero en la órbita terrestre.
Con la Géminis, Cernan también tuvo su primer gran susto en el espacio. Llevaba dos horas haciendo su caminata espacial cuando su traje empezó a fallar. Primero tuvo problemas de movilidad, seguidos de fallas en la comunicación y finalmente en la regulación del ambiente. Tuvo que volver rápidamente a la cápsula para salvar su vida.
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“¡Hijo de puta!”
No fue el único susto que tuvo Cernan en sus misiones y el segundo lo convirtió en el primer hombre que gritó una puteada en vivo y en directo a todo el mundo desde el espacio.
La misión Apolo 10 despegó el 18 de mayo de 1969 con el objetivo de realizar un ensayo general del alunizaje que realizaría meses después la Apolo 11. A bordo estaban Cernan, Thomas Stafford –su compañero en la misión Géminis– y John Young. La nave estaba compuesta por dos módulos: el de comando y servicio (CSM), bautizado como Charlie Brown, y el módulo lunar (LM) Snoopy.
Después de tres días de vuelo, Young quedó en el módulo de CSM, mientras Stafford y Cernan pasaron a Snoopy iniciando un descenso hacia la superficie lunar.
La misión indicaba que los dos astronautas debían descender a bordo de Snoopy desde los 110 kilómetros de altura hasta unos 15 kilómetros sobre la superficie de la Luna para después volver a ascender y acoplarse nuevamente con Charlie Brown.
El módulo no estaba preparado para alunizar, pero la prueba del ascenso y descenso era vital para la próxima misión, donde los astronautas posarían el módulo sobre la Luna.
Las conversaciones dentro de la nave y las comunicaciones con el comando terrestre de la NASA eran transmitidas en vivo y en directo, a disposición de los canales de televisión y las emisoras de radio que quisieran ponerlas al aire. Esa también eran una prueba con vistas a la transmisión satelital del alunizaje que debería hacer la Apolo 11.
Cuando el Snoopy se encontraba a unos 50 kilómetros de altitud, los astronautas comenzaron a efectuar las maniobras que les permitirían ascender después. En ese momento, la nave se desvió de su orientación y súbitamente comenzó a dar tumbos y giros sobre sí misma de una manera descontrolada.
En medio de los tumbos, Eugene Cernan gritó un “¡Hijo de puta!” (Son of a bitch!) que fue escuchado en todo el mundo.
El grito fue de asombro, pero no de desesperación. En pocos segundos, los astronautas recuperaron el control de la nave, encendieron sus motores y ascendieron sin problemas. Luego se sabría que, durante su descenso, los astronautas habían posicionado de manera incorrecta uno de los interruptores del ordenador de vuelo.
Al volver a Tierra, Cernan fue interrogado por su exabrupto y debió disculparse públicamente. Llegó a pensar que nunca más lo dejarían volver al espacio.
Se equivocaba, la NASA ya le tenía reservada una misión histórica: comandar el último vuelo tripulado a la Luna del programa Apolo.
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Teresa sobre la Luna
La Apolo 17, con Cernan como comandante, acompañado por el piloto del módulo de comando Ronald Evans y el piloto del módulo lunar Harrison “Jack” Schmitt, un geólogo entrenado para volar al espacio, despegó el 7 de diciembre de 1972.
Cuatro días después, el 11 de diciembre, Evans orbitaba la Luna, mientras Schmitt y Cernan aterrizaban el módulo lunar Challenger con gran pericia en un estrecho valle llamado Taurus-Littrow, a solo 100 metros del punto exacto previsto y sin ningún problema. Cernan comunicó a Houston que les quedaba poco combustible, pero era una falsa alarma: solo se había consumido la mitad del que disponían para el descenso.
El comandante Eugene Cernan fue el primero en bajar del módulo para iniciar la misión más prolongada sobre la superficie lunar. Durante tres días permanecieron con Schmitt en la Luna, haciendo jornadas de siete horas fuera del módulo a bordo de un rover especialmente acondicionado. Realizaron varios experimentos científicos y recogieron más de cien kilos de roca para que en la Tierra los científicos pudieran estudiarlas.
El tercer día, al terminar la misión, Cernan se arrodilló sobre la superficie y grabó en el polvo lunar tres iniciales.
TDC, esas iniciales que quizás sigan allí por los tiempos de los tiempos, son las de Teresa Dawn Cernan, la hija del astronauta, que las dibujó para que cada vez que la niña mirara la Luna supiera que su padre pensaba en ella cuando estaba allí.
Luego de ese gesto íntimo, al volver al módulo, dijo una frase que la NASA dio a conocer en todo el mundo: “El desafío de Estados Unidos de hoy ha forjado el destino del hombre del mañana. Cuando dejemos la Luna, nos iremos como vinimos y, si Dios quiere, como regresaremos, con paz y esperanza para toda la humanidad”.
El vuelo de regreso no tuvo inconvenientes y los tres astronautas amerizaron el 17 de diciembre. Misión cumplida.
Hasta hoy, Eugene Andrew Cernan –que murió en enero de 2017– es el último de los 12 seres humanos que han caminado sobre la Luna.
En una entrevista que concedió poco después de la misión le preguntaron por qué había escrito las iniciales del nombre de su hija en el polvo lunar.
“Esas iniciales siguen allí y seguirán durante siglos. Cada vez que Teresita mire la Luna, sabrá que ahí hay un mensaje de su padre para ella”, respondió.
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