Meredith Hunter, el joven de 18 años, mete la mano en el bolsillo de su saco y extrae una pistola. El forcejeo de la novia lo hace girar levemente y un motoquero de Los Ángeles del Infierno (The Hell’s Angels) le clava dos puñaladas en su espalda. Hunter cae al piso. Una decena de motoqueros con sus chalecos de cuero y anegados de cerveza y agresividad lo patean en el piso. Recibe varias puñaladas más. La chica rubia, su novia, con un sweater tejido grita su desesperación. A menos de cinco metros de distancia Mick Jagger termina de cantar Under My Thumb.
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El 6 de diciembre de 1969 se llevó a cabo el Festival de Altamont. La idea original era replicar el efecto Woodstock en la Costa Oeste; armar algo parecido cuatro meses después del “Fin de semana del amor”.
Esa idea había sido de los Grateful Dead. Invitaron a los Rolling Stones que estaban finalizando una muy exitosa gira por Estados Unidos. Ambos grupos serían las atracciones principales pero no cabía duda que quienes encabezan la cartelera eran los Stones. No parecía un proyecto descabellado. Dos antecedentes los seducían. Woodstock y el concierto de los Rolling Stones en Hyde Park, eventos multitudinarios y exitosos.
El primer sitio propuesta fue en el Golden Gate y su parque, pero las autoridades municipales negaron el permiso. Mick Jagger anunció que harían un gran festival de música durante el fin de semana del 6 y 7 de diciembre pero que ante la negativa se llevaría a cabo en un lugar sorpresa. Eso aumentó la expectativa de la gente. Se calculaba que varios cientos de miles de personas acudirían.
Los organizadores consiguieron una propiedad ideal. Con un amplísimo sector que oficiara de parking, un anfiteatro natural para que el público pudiera ver el escenario desde cualquier lado y otras ventajas. Pero a último momento el acuerdo se cayó. Algunos dicen que el propietario quiso parte de los derechos del documental que los Rolling Stones estaban filmando de su gira y otros que exigió un pago por adelantado de 100 mil dólares. Recién el día 4 de diciembre los organizadores lograron encontrar otra locación, Altamont.
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Se hizo el anuncio pese a que el tiempo de preparación era demasiado exiguo. Dos días. La gente comenzó a llegar desde todos los puntos de Estados Unidos para compartir otra experiencia como la de Woodstock. Ese mismo día arribó a las oficinas de la organización, Michael Lang, el joven que llevó adelante Woodstock. Su experiencia podía ser útil.
Lang en pocas horas se dio cuenta que faltaban demasiadas cosas para que algo saliera bien. No estaba terminado el escenario (diseñado para la locación anterior), no había sonido para cubrir esa extensión de tierra, nadie había pensado en cómo alimentar a esos cientos de miles de personas, ni cómo harían sus necesidades. Tampoco había lugar para los miles de autos que arribarían ni servicios médicos contratados. Aunque parezca increíble, el festival siguió adelante.
Además del elenco de artistas, casi lo único que estaba decidido era quienes oficiarían de seguridad. Los Ángeles del Infierno (The Hell’s Angels). Una banda de motoqueros con un historial conocido de violencia irracional, delitos, racismo y machismo.
Los Ángeles se ganaros el trabajo por diversos motivos. Por un lado eran amigos de los Grateful Dead, quienes los recomendaron para la labor. Además ya habían hecho esa tarea en varios conciertos aunque se limitaban a que la gente no se acercara a los caros equipos de música y eran ocasiones en que tanto la geografía del recital (por lo general estadios cerrados y teatros) como la cantidad de gente eran más controladas.
El tercer motivo es fruto de un gran malentendido. Los Ángeles del Infierno con su oposición al sistema, su fama de outsiders, sus conductas alejadas de lo tradicional sedujeron por un tiempo a la contracultura y a los hippies. No había ni un poco de paz ni de amor en sus conductas pero el discurso y las actitudes contra la sociedad establecida pareció que los hermanaba. Un grave error que suelen cometer este tipo de movimientos que toleran conductas totalitarias (o no las perciben hasta que es demasiado tarde) sólo porque enfrentan a un enemigo en común. Hay un último argumento que posibilitó que los motoqueros oficiaran de seguridad en un evento para 300 mil personas, la desidia y la soberbia de los Rolling Stones.
El 6 de diciembre de 1969, los autos quedaron varados a varios kilómetros de distancia. La gente los estacionaba en doble o triple fila en medio de la ruta y caminaba los últimos kilómetros. Hasta parecía un buen augurio. Así había sucedido en Woodstock. Se respiraba un clima de alegría y esperanza. La alineación del festival era impecable: Santana, Flying Burrito Brothers, Jefferson Airplane, Crosby, Stills, Nash and Young, Grateful Dead y los Rolling Stones.
Pero la música no importaba demasiado. La idea era compartir en comunidad. La experiencia. Parte de esa experiencia eran las drogas. El LSD corría como agua. Cientos de personas debieron ser atendidas.
Muy temprano por la tarde Santana y su banda subieron al escenario. El guitarrista desde su fulgurante aparición en Woodstock se había convertido en una sensación. Pero el sonido era muy deficiente y el escenario, muy bajo y angosto, no era apropiado para un show de estas características. Muchos de los concurrentes ni siquiera parecieron notarlo; su viaje iba por otro lado.
Luego tocaron los Flying Burritos y en tercer lugar subió Jefferson Airplane cuyo álbum Surrealistic Pillow ya era considerado una obra maestra. Eran uno de los grandes grupos de la Costa Oeste con la voz de Grace Slick
guiándolos. La gente se amontonaba cerca del escenario. Su poca altura hacía más tentador aproximarse a los artistas.
Los Ángeles de Infierno impedían que llegaran al escenario. Su violencia natural, las cervezas consumidas en esas horas y el fragor de la lucha, hicieron que la confrontación fuera mayor. En un momento mientras la banda ejecutaba White Rabbit entre 5 de los motoqueros le dieron una paliza feroz a un espectador. Martin Balin, cantante de Jefferson Airplane, saltó del escenario (un salto corto) y trató de separar a los agresores. Uno de los Ángeles le dijo que subiera a tocar de nuevo. Balin lo insultó. La respuesta fue un cross a la mandíbula.
Mientras esto pasaba la banda seguía tocando: Grace Slick cantaba “Calma, calma” y el baterista tocaba parado para ver lo que sucedía abajo. El guitarrista Paul Kantner detuvo la ejecución y dijo en el micrófono, con extrema serenidad: “Les quería contar que Los Ángeles del Infierno acaban de darle una trompada en la cara a nuestro cantante”. Cuando se disponía a iniciar otro tema, uno de sus líderes de los motoqueros, con una lata de cerveza en la mano, se paró frente a otro micrófono y lo prepoteó delante de la multitud. Total normalidad.
Al finalizar su actuación, y mientras el grupo se dirigía a su trailer a esperar que los sacaran de ese infierno, el agresor se acercó a pedir disculpas. Martin Balin lo recibió con el mismo insulto: “Fuck you”. También recibió similar respuesta. Otra vez terminó desparramado en el piso por una piña.
Más tarde fue el turno del cuarteto folk Corsby, Stills, Nash and Young. La actuación fue breve. Cerca del escenario se había desatado una batalla campal. Los Ángeles del Infierno revoleaban gente, pateaban cabezas y empujaban. La multitud presionaba hacia adelante.
Mientras tanto en el backstage, Jerry Garcia y los demás miembros de Grateful Dead decidieron no actuar. Creyeron que era una locura presentarse en ese ambiente y que cuanto antes tocaran los Stones mejor sería para todos. Esta decisión alejó a los Grateful Dead de las consecuencias nefastas de esa jornada.
Muchos olvidaron que fueron ellos los coorganizadores y quienes propusieron a Los Ángeles del Infierno como seguridad. Su relación con la banda de motoqueros no decreció en los años posteriores a Altamont. En 1970 realizaron un concierto a beneficio de ellos en Nueva York, por ejemplo.
Los Rolling Stones, mientras todo esto sucedía, estaban disfrutando de la pileta de su hotel. En el momento en que debieron subir al helicóptero que los acercaría se enteraron del clima imperante en Altamont. Quisieron desistir pero ya era tarde. Las consecuencias de una suspensión en una multitud de esa magnitud y en ese estado, sin ningún tipo de plan de seguridad, eran imprevisibles.
Comenzaron su set más de una hora y media después del número anterior. La intención de la espera era aplacar los ánimos. Pero sucedió todo lo contrario. Por ejemplo Meredith Hunter que había sido golpeado por uno de los Ángeles fue hasta su auto a buscar un arma. La banda inglesa tampoco quería competir contra el atardecer. Iban a tocar de noche.
Las luces y el sonido eran de una calidad pésima. Lo de vivir la experiencia ya no alcanzaba. Las peleas alrededor del escenario eran permanentes y recrudecían de una manera inverosímil. Jagger tuvo un anticipo: apenas bajo del helicóptero una chica salió corriendo y le pegó en la cara.
Al ver las imágenes resulta ridícula la cantidad de gente que hay sobre ese pequeño escenario. Parecen las fotos del fútbol de la década del 70 en a que allegados, curiosos, infiltrados, masajistas y fotógrafos ingresaban a la cancha con cada gol o penal.
Mick Jagger interrumpió varias veces el recital para aplacar los ánimos. Pedía que se tranquilizaran, que los espectadores se sentaran en el pasto, instaba a disfrutar del momento. Pero, ahí adelante, parecían no escucharlo.
Los hermanos Maysles grababan un documental que luego sería estrenado como Gimme Shelter. Allí en uno de los temas anteriores se lo ve a Meredith Hunter entre la multitud. Son 8 segundos. La siguiente aparición es la trágica. Todo quedó filmado. Los dos cuchillazos en la espalda, el linchamiento posterior, la cara de Jagger.
Luego de esas escenas (todavía se discute si de su arma sale un fogonazo naranja o no: imposible determinarlo por la baja calidad del material) vemos a su novia llorando desesperada, mientras lo ponen en una camilla para subirlo a un equipo. Alguien trata de consolar a la chica que le pide a los médicos que lo salven, le clama a Meredith que peleé por su vida. Pero el chico nunca fue subido al helicóptero. No hizo falta. Ya estaba muerto.
No fue el único muerto esa jornada. Hubo dos víctimas fatales tras ser atropelladas y uno por sobredosis. Cuatro muertos en unas pocas horas. El numero fue bajo teniendo en cuenta las condiciones en que se desarrolló el festival. Una especie de milagro. Los Ángeles del Infierno tenían un largo historial de violencia y delincuencia. Dónde ellos iban aparecían, de manera irremediable, las agresiones. Altamont no sólo no fue la excepción sino su clímax.
Los diarios de San Francisco hablaron de una fiesta, de otro festival del amor, de otra demostración de esa nueva cultura. La muerte de Meredith Hunter sólo ocupó un recuadro marginal. Los Rolling Stones al día siguiente estaban en Londres con excepción de Mick Jagger que empezó sus vacaciones por Francia.
Nadie pareció preocuparse demasiado por esa muerte absurda. La revista Rolling Stone había enviado un gran número de sus periodistas a cubrir el evento. Era la vocera principal de la contracultura desde hacía dos años. Pero sus hombres habían visto algo distinto a lo que habían escrito los demás medios. Alguien pensó que lo mejor era no hacer referencia al Festival, que eso iba a ser tomado como una definición contundente. Ralph Gleason, el más veterano y uno de los fundadores de la revista, escribió una columna lapidaria en un diario californiano. Greil Marcus fue el que más insistió para que la revista contara toda la verdad. Jan Wenner el editor principal se decidió y dedicó gran parte de la edición a contar lo sucedido. La tapa fue más que elocuente. Una foto en blanco y negro de los espectadores, algunos parados otros sentados, un rayo de sol y todas las miradas perdidas. El único texto de toda la portada: “El desastre de los Rolling Stones en Altamont. Let it bleed”. La revista salió más de un mes después de los hechos pero fue la que modificó la narrativa sobre el evento.
El motoquero que apuñaló a Meredith Hunter fue juzgado y dejado libre por el jurado por considerar que ejerció legítima defensa. Los Ángeles del Infierno siguieron asolando a la población durante años.
Woodstock ya había resultado un desastre organizativo, con algunos muertos, varios intoxicados, pero se había impuesto el clima de convivencia y de amor. En Altamont salió todo, previsiblemente, mal. No podía ser de otro modo.
Se suele decir que se ese festival marcó el final del Verano del Amor, el final de los años 70 y sus sueños. Hay otra manera de verlo. Fue la consecuencia lógica de la desidia, de la irresponsabilidad y de un tiempo en el que la violencia era protagonista. Se suele afirmar también que cambió el mundo de la música para siempre. Tampoco parece cierto. Un día antes de que se cumplieran 10 años de Altamont, el 3 de diciembre de 1979, en Cleveland, una estampida previa a un show de The Who dejó el saldo de 11 muertos y cientos de heridos.
La tragedia de Altamont ni siquiera dejó alguna enseñanza.
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