A principio de 1943, la Gestapo asentada en Varsovia puso en su lista de buscados a Konrad Zegota, aparentemente presidente de un Comité que llevaba su nombre y que estaba asentado en la ciudad, responsable de brindar ayuda de manera clandestina a los judíos polacos. No sabían nada de ese hombre, a quien en ocasiones se le agregaba el título de “doctor” antes del nombre, que se transformó en una prioridad para la represión alemana de la resistencia polaca.
Jamás lo encontraron, por una sencilla razón: Konrad Zegota no existía. Detrás de ese nombre o, más precisamente, de ese apellido, se escondía una organización motorizada por dos mujeres audaces, de ideologías prácticamente opuestas pero con una idea común: evitarle a la mayor cantidad posible de judíos polacos lo que parecía su destino ineluctable, la muerte.
Para mediados de 1942, la ocupación nazi en Polonia se había cobrado la vida de cerca de un millón de judíos de esa nacionalidad, ya fuera por el hambre, las matanzas masivas y las enfermedades provocadas por las pésimas condiciones de subsistencia y falta de asistencia médica.
Hasta poco antes, los principales miembros de la comunidad judía y gran parte de la población polaca creían que su única esperanza residía en obedecer los edictos alemanes hasta que los aliados los liberaran. Les resultaba difícil creer que los alemanes planeaban el asesinato de toda una nación.
La propaganda alemana contribuía a esa creencia. Se decía oficialmente que los deportados solo serían “reasentados” y que una vez que se cumpliera la cuota requerida para el reasentamiento, se detendrían más deportaciones.
Pero tras tres años de ocupación quedaban pocas dudas entre los líderes de la clandestinidad polaca y los miembros más jóvenes de la clandestinidad judía de que los alemanes planeaban que el exterminio del pueblo judío.
Hasta entonces, las resistencias polaca y judía habían trabajado de manera poco coordinada. La ayuda a los judíos perseguidos o confinados en guetos surgía principalmente de iniciativas aisladas de personas o grupos pequeños que en algunos casos les daban refugio clandestino en las zonas “arias” o les proveían del mínimo indispensable para sobrevivir.
Poco a poco fue creciendo la conciencia de que había que ayudar a los judíos a escapar de los guetos y de la muerte segura que les esperaba. Pero simplemente estar del lado ario era un crimen punible con la muerte, y los szmalcowniki (mafiosos polacos) estaban preparados para explotar esta situación para obtener ganancias rápidas.
La idea de unificar esos esfuerzos surgió de dos mujeres no judías pero muy involucradas en la resistencia clandestina a la ocupación, Zofia Kossak y Wanda Krahelska-Filipowicz.
Kossak era una conocida escritora católica, de ideas políticas conservadoras, miembro del Frente para el Renacimiento de Polonia, que ya estaba intensamente involucrada a nivel personal en ayudar a los judíos.
Krahelska-Filipowicz, que también venía haciendo esfuerzos individuales para ayudar a los perseguidos por los nazis, era una activista socialista católica que estaba bien conectada con importantes miembros del gobierno polaco en el exilio.
Trabajando juntas, el 4 de diciembre de 1942 crearon Zegota, el “Consejo para Ayudar a los Judíos”, una organización clandestina que salvaría la vida de decenas de miles de personas.
Zegota fue la única organización clandestina que fue gestionada conjuntamente por judíos y no judíos de una amplia gama de movimientos políticos y la única, a pesar de los arrestos de algunos de sus miembros, que fue capaz de operar por un tiempo considerable y dar ayuda a los perseguidos de muchas maneras.
Los historiadores estiman que 50.000 judíos polacos -la mitad de quienes sobrevivieron al Holocausto escondiéndose-, fueron ayudados de una forma u otra por alguna de las cien células de Zegota, que estaban concentradas en Varsovia pero también operaban en Cracovia, Vilna y Lvov.
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Dos mujeres valientes
Zofia Kossak-Szczucka tenía 49 años y una prolífica carrera como escritora cuando los nazis invadieron Polonia. También trabajaba como periodista, principalmente para medios católicos y había publicado un libro exitoso, Conflagración, sobre la Revolución Rusa.
Hasta el inicio de la guerra se la consideraba una nacionalista conservadora, crítica de los grupos judíos, por lo que se la tenía incluso como una militante antisemita, lo cual le serviría después de cobertura para su accionar clandestino.
En 1939 se sumó de inmediato a la resistencia y fue uno de los motores de la prensa clandestina opuesta a la ocupación. Fue coeditora del periódico Polska zyje (Polonia vive) hasta 1941 y participó en la fundación de la organización católica Frente para el Renacimiento de Polonia. También en 1941 editó su ensayo Prawda (La verdad), con el seudónimo de “Weronika” (Verónica).
De sus textos, y por sus propias declaraciones después de la guerra, se desprende que consideraba la actuación de los alemanes como “una ofensa contra los hombres y contra Dios” y que la ocupación era una afrenta a los ideales de una Polonia independiente. Para ella, participar de la resistencia era un deber humanitario, moral y patriótico.
Wanda Krahelska-Filipowicz, nacida en 1886, tampoco era nueva en las actividades clandestinas de la resistencia. En 1906, cuando Polonia fue repartida entre Rusia, Alemania y Austria, había participado de un atentado con explosivos contra el gobernador general de Rusia en Varsovia.
Para el comienzo de la guerra se había divorciado de su marido, un exembajador polaco en los Estados Unidos y era editora de la revista de arte Arkady. Sus ideas socialistas eran bien conocidas.
Por vinculaciones políticas y personales, tenía buenos contactos con el gobierno polaco en el exilio y también con su brazo militar, la AK. Gracias a esas relaciones, pudo persuadirlos para que apoyaran con recursos económicos y logística el accionar de Zegota.
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El nacimiento de Zegota
Por iniciativa de estas dos mujeres –con ideas políticas opuestas pero un objetivo en común– la prensa clandestina polaca publicó en septiembre de 1942 una suerte de solicitada con un texto breve:
“Nos han pedido que hagamos público que las iniciativas de organizaciones sociales tanto católicas como democráticas han conducido a la conformación de un Comité de Asistencia Civil que proveerá alivio a los judíos que sufren persecución. Hasta que los medios y las oportunidades lo permitan y se consideren las condiciones de vida de un país ocupado, el Comité tratará de confortar a las víctimas de las atrocidades nazis”, decía.
Ese fue el primer paso para establecer contacto y coordinar las acciones con otros grupos que operaban de manera aislada. Durante los dos meses siguientes trabajaron sin descanso para montar la organización y el 4 de diciembre comenzaron a actuar bajo el nombre en clave de Zegota.
Zofía y Wanda –o “Weronica” y “Alicja”, como se las llamaba en la clandestinidad– se dividieron las tareas dentro de la organización. No era las únicas dirigentes, pero si dos piezas clave para su funcionamiento.
Wanda Krahelska estaba bien conectada con los líderes militares y políticos de la resistencia y, a la vez, coordinaba acciones con los grupos de ayuda de los propios judíos. Zofia Kossac conseguía las casas para las mujeres y niños debido a sus cercanos lazos con los clérigos católicos y con las clases altas.
El Consejo se dividió en secciones que se ocupaban de necesidades claramente identificables: Legalización, Vivienda, Finanzas, Bienestar infantil, Medicina, Vestimenta, Propaganda y actividades anti-szmalcownik (la mafia polaca que colaboraba con los nazis por dinero).
Desde su base en Varsovia, se expandió para incluir organizaciones de socorro en Cracovia, Lwow, Zamosc, Lublin y el campo.
Así la red Zegota se transformó en la única organización subterránea dirigida conjuntamente por judíos y no judíos de un amplio rango de movimientos políticos, y la única que, a pesar de los arrestos de algunos de sus miembros, pudo operar por un período considerable y ayudar a los judíos de varias maneras.
La política de la organización era no solicitar ayuda sin revelar a quién iba dirigida y cuáles eran los riesgos. Consideraban inmoral poner en peligro la vida de otra persona sin su consentimiento. Sin embargo, hubo algunos casos en los que esto se hizo, sobre todo para proteger a niños y cuando la única alternativa era hacerlo así o condenarlos a una muerte segura.
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Objetivo: salvar vidas
Durante los dos años siguientes, la red Zegota salvaría la vida de más de 50.000 judíos polacos, la mayoría de ellos mujeres y niños. Los nazis seguían desorientados buscando a su supuesto líder, Kalus Zegota, el hombre que jamás existió.
Algunos altos integrantes de la red fueron capturados, pero su modalidad de funcionamiento en células hizo imposible que esas caídas aisladas se transformaran en una vía para destruir a la organización.
Wanda Krahelska nunca cayó en manos de los nazis, pese a que se la buscaba con ahínco por su papel en la resistencia, pero sin que se imaginara su participación en Zegota.
Zofía Kossac-Szczucka fue arrestada en 1943, pero los alemanes no se dieron cuenta de quién se trataba. Primero fue enviada a la prisión de Pawiak y luego a Auschwitz. Allí estuvo en el campo de trabajo y no en el campo de exterminio contiguo donde eran enviados los judíos.
Finalmente fue liberada y pudo retornar a Varsovia, donde se reencontró con Wanda y ambas siguieron actuando en Zegota hasta el final de la ocupación nazi.
La guerra separó sus destinos: Wanda se quedó en Polonia, que quedaba bajo la órbita de la Unión Soviética, pero Zofía – anticomunista convencida– emigró a Inglaterra y se radicó en Londres.
Fue el fin de la sociedad entre dos mujeres valientes que se unieron para salvar vidas ante la indiferencia de gran parte del mundo frente al Holocausto, como sintetizó Zofía en un texto vibrante y acusatorio:
“Inglaterra calla, también América, inclusive el judaísmo internacional, tan sensible a la trasgresión contra su pueblo, está en silencio. Como Polonia… Aquellos que están callados frente al asesinato se convierten en cómplices del crimen”.
Zofía Kossac-Szczucka y Wanda Krahelska murieron de muerte natural en 1968, separadas por miles de kilómetros de distancia pero indisolublemente unidas en su lucha codo a codo contra el Holocausto.
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