La escena fue mínima, íntima, pero atravesó la vida del juez para siempre. Sucedió hace una década, Marcelo Molina todavía era juez de Familia en Rosario y su trabajo consistía, entre otras cosas, en decidir sobre el futuro de las niñas, niños y adolescentes que habían sido separados de sus familias biológicas, generalmente por abusos o maltratos graves.
Estaba en su despacho cuando los tres hermanos entraron para la entrevista. Luli, la mayor, tenía 7 años; la del medio, 5, y el más chiquito, 3. Mientras la Justicia se tomaba su tiempo para resolver si podían volver con alguien de su familia biológica o ya estaban en condiciones de ser adoptados, las nenas vivían en un Hogar separadas del nene, que vivía con una familia transitoria.
“Venían con una historia a cuestas terrible: todo lo que te puedas imaginar, bueno, peor”, recuerda el juez Molina. “Se sentaron delante de mí, el varón se puso a jugar pero las nenas no. Apenas empiezo a hablar la más grande me pregunta: ‘¿Vos sos el que nos va a buscar una mamá y un papá?’. Entonces yo le contesto ‘bueno…es posible’. Y ella enseguida me vuelve a preguntar ‘¿y cuánto tiempo falta?’”.
No fueron esas las preguntas que desarmaron al juez sino la que siguió: “En ese momento empezaron a pasar por mi cabeza expedientes que suben, que van a la Cámara, recursos, papelitos, qué sé yo… todas cosas que se miden con los tiempos de los adultos. Y cuando Luli me pregunta ‘¿cuánto tiempo falta?’ le digo ‘bueno…un tiempito”. Y ella me retruca ‘¿y cuánto tiempo es un tiempito?’”.
El juez se quedó en silencio tratando de procesar lo que ahora, una década después, explica a Infobae: “Esa nena de 7 años fue la mejor abogada del niño que vi en mi vida. Estaba abogando por ella, por sus hermanos y, sin darse cuenta, por el resto de los pibes que esperan. Esa pregunta era un cachetazo al sistema, una verdadera bofetada”.
El reloj de los niños
El planteo sobre el paso del tiempo es frecuente en la adopción aunque es, por lo general, formulado desde la perspectiva de quienes desean ser padres adoptivos: “Para adoptar tenés que esperar como 10 años”, es una frase clásica.
“El derecho de los adultos a ser padres adoptivos está muy bueno, pero en el sistema de adopción está en un segundo plano. Lo primero que a nosotros nos interesa es el derecho de los niños a tener una familia que los críe como tales cuando la propia no puede“, explica Molina. “Con lo cual, la pregunta por el tiempo no es tanto cuánto tenés que esperar vos sino cuánto tiene que esperar un pibe que necesita una familia”.
Los tres hermanos llevaban más de un año esperando (las dos nenas creciendo institucionalizadas) y esa es la razón por la que la pregunta de Luli lo interpeló así:
“Es que cuando el paso del tiempo es injustificado nos coloca también a nosotros, los que estamos de este lado, en una situación de vulneradores de derechos”, reconoce. “¿Cuánto tiempo pasa desde que la maestra dice ‘esta criatura viene golpeada’, o ‘hace dibujos extraños’ hasta que el Estado toma la decisión de sacarla de su casa? ¿Cuánto tiempo pasa hasta que tomamos la decisión de que vuelva, vaya con una abuela, un tío o al sistema de adopción? Esos tiempos son los que, para mí, son terribles”.
Sentada frente a él y mirándolo a los ojos, la nena le estaba haciendo un planteo esencial: “A su manera me decía ‘se me está yendo la infancia y eso no tiene retorno’. Si vos te casás y después sentís que te equivocaste, te separás o te volvés a casar, lo que quieras, pero no perdés tu adultez. La infancia, si la perdiste, no vuelve más”.
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Algo de todo ese tiempo que transcurre, tiene que ver con las normas: “La Constitución y la Convención de los Derechos del Niño te dice que primero hay que privilegiar a la familia biológica y luego pasar a la adoptiva: lo que no puede llevarnos eso es años. Muchas veces estas mamás o papás que agreden a sus hijos vienen de ser agredidos en sus infancias. Bueno, si en las infancias de estos padres no hubo nadie que cortara esta cadena de violencia, en algún momento alguien tiene que sacar una gran tijera y cortarla”.
Con el paso de los días, el juez se dio cuenta de que la pregunta de Luli además era extensible a muchas otras situaciones. “¿Cuánto tiempo es un tiempito para una mujer golpeada? ¿Cuánto tiempo es un tiempito para un viejo que está reclamando por su jubilación? ¿Cuánto tiempo es un tiempito para una persona que fue apropiada y busca conocer su identidad?”, pregunta.
Con el avispero personal revuelto, el juez Molina resolvió rápidamente cuál iba a ser el destino de los tres hermanos. “No todas las adopciones salen bien, pero ésta salió muy bien. Fueron con una familia bárbara, todavía seguimos en contacto. Me mandan fotos de los cumpleaños de 15, de los egresos escolares. Y la familia de acogimiento que tenía el más chiquito mantiene el contacto, se sumó, son como una especie de tíos, digamos”.
La situación de los hermanos estaba resuelta pero lo cierto es que la pregunta de Luli había llegado a la vida del juez para quedarse.
Un librito
No fue la primera ni la última vez que Molina -hoy camarista Civil y Comercial de Rosario- escuchaba frases de niñas, niños o adolescentes que le desarmaban todas las estanterías.
“En una oportunidad entrevistamos a un chico de 15 años para buscarle una familia y mientras estábamos hablando me dijo: ‘No se moleste, mi vida ya está acabada’. Imaginate…al menos en la pregunta de Luli había esperanza”.
El otro recuerdo es el de un niño que le dejó otro enorme aprendizaje: “Le pregunté si le gustaba el fútbol y cuando me dijo que era de Newell’s yo le hice un gesto tipo ‘oh, me clavaste una daga en el corazón’. La cuestión es que enseguida el nene empezó a dibujar sin que yo pudiera ver lo que hacía. Cuando terminó me regaló el dibujo: había hecho un escudo de la selección argentina. Y me dijo ‘tomá, de ésta somos los dos’. Lo que pasó ahí me lo grabé para siempre: ‘Pedazo de pelotudo, tenés que preguntar por lo que une, no por lo que desune’”.
Molina, que no era periodista ni escritor, redactó esas tres historias y salieron publicadas en el diario La Capital, de Rosario. Después empezó a publicar otros relatos breves en su perfil de Facebook y observó que mucha gente le dejaba comentarios del tipo “me hiciste pensar”. ¿Cómo que podía ayudar a reflexionar?
Alguien le hizo una sugerencia: “¿Por qué no las juntás y las publicás en un librito?”. Así que, “de caradura total”, el juez le preguntó a su hermano, Jorge Molina, un artista plástico muy reconocido, no sólo en Rosario sino en el exterior: “¿Y si vos hacés las ilustraciones y yo escribo las historias?”.
Así salió el libro “¿Cuánto tiempo es un tiempito?”, con el que Molina empezó a recorrer las provincias. Los llevaba a comedores, les permitía que lo vendieran y se quedaran con la recaudación y después aprovechaba para dar una charla, también gratuita, para que niñas y niños pudieran conocer sus derechos.
Pero en 2019 fue por más. “Dije ‘la voy a escribir como obra de teatro. Acá algunos amigos del Tribunal me decían ‘vos un caradura, si jamás escribiste una obra de teatro’”, se ríe. Era cierto pero igual la escribió.
Después se preguntó quién podía actuarla. “Me propusieron convocar a grupos de teatro independiente pero yo pensé ‘no, no es por ahí. Así que llamé a jueces, secretarios, empleados del Poder Judicial, pasantes para que la representaran. Uno de los objetivos era provocar acá adentro una reflexión. Que pensaran ‘che, ¿qué estamos haciendo con las infancias de esos pibes cuando dejamos pasar tanto tiempo? ¿Y con las vidas de las personas vulnerables en general?”.
La obra, actuada por funcionarios del Poder Judicial, se presentó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario. Luego se fueron de gira: Santa Fe, Mar del Plata, Junín, San Martín, Pilar. La obra dura media hora pero termina con una hora de charla para que la “gente común” debata con ellos sobre sus derechos.
“La gente común, por lo general, no va a escuchar a un juez hablar de Derecho de familia, pero sí viene a ver una obra de teatro y se queda después debatiendo, por lo que mi objetivo está cumplido”, se despide. “Es que yo creo que hay cosas que nosotros no podemos resolver sin tener las patas en el barro, me refiero a las patas bien metidas adentro de la realidad”.
La razón por la que una de sus sentencias llegó a los medios nacionales en 2017 lo explica con claridad. La historia era la de un chico de 3 años cuyos padres biológicos lo habían dejado al cuidado de un matrimonio vecino desde las dos semanas de vida. La pareja era muy humilde, lo había criado y quería adoptarlo, pero el juez estaba frente a una encrucijada: las leyes argentinas prohíben expresamente la adopción directa (hay que anotarse en el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos, RUAGA)
El juez terminó resolviendo la encrucijada casi sin querer: “Por un error nuestro el hombre que lo criaba había quedado afuera y como era gente muy humilde, no nos habían dicho nada. Yo digo ‘por favor, háganlo pasar ya’. Cuando entró el hombre, el nene, que hasta ese momento no había dicho una sola palabra, giró la cabeza y le dijo: ¡Papá!”, contó él a Infobae en aquel entonces.
Hubo un silencio profundo en la sala y miradas que se cruzaron y el juez se dio cuenta de que “ese hombre era para el nene su papá, no había ninguna duda. Lo recibió con tanta alegría, faltaba que sacaran una pelota y se pusieran a jugar”. El juez tomó entonces una decisión excepcional: les otorgó la adopción plena.
“Papá” fue, esa vez, la palabra mágica que lo orientó. El mismo efecto iluminador que había tenido apenas unos años antes la pregunta de Luli.
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