No son muchos los que en la actualidad pueden decir quién fue Christine Jorgensen. Sin embargo, setenta años atrás fue una enorme celebridad. En estudios sobre la prensa norteamericana se estableció que Jorgensen fue la persona sobre la que más artículos se escribieron en los diarios y revistas de Estados Unidos durante 1953. Más que sobre el presidente de ese país o que las súper estrellas de Hollywood.
Christine se hace famosa
El 6 de febrero de 1953, la pista del aeropuerto de Nueva York se llenó de periodistas. Había decenas, cientos de ellos. Reporteros, fotógrafos y unos pocos camarógrafos. Había también autos de protocolo y guardias de seguridad. El embajador danés esperaba ansioso. Lo que no entendía era por qué había tanto revuelo. No era la primera vez que algún miembro de la familia real de su país arribaba a Estados Unidos y nunca había habido una recepción siquiera similar a esa. Pero los más de trescientos periodistas no esperaban a los príncipes de Dinamarca. Su blanco era Christine Jorgensen, una mujer de 27 años, rubia, alta, de piernas largas, y vestida con elegancia, cubierta con costoso tapado de piel.
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Hasta dos meses antes era completamente ignota. El tema explotó el 1 de diciembre de 1952. El Daily News de Nueva York publicó dos fotos en la portada, una de antes y otra del después, y en letras catástrofes un título impactante: “Un ex soldado se transformó en una hermosa rubia”.
Christine Jorgensen era presentada como la primera persona que se había realizado una operación de reasignación de sexo.
El tema provocó una conmoción única. La edición dominical del mismo diario, propiedad de Hearst, envió un periodista a Dinamarca para entrevistar a Christine. Por la exclusiva le pagaron 20.000 dólares, una fortuna para la época.
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Ante el acoso periodístico, Christine dijo que le parecía demasiado, que ella sólo pretendía vivir una vida tranquila, que no entendía lo que estaba pasando.
Pero no pudo controlar los efectos de su aparición. Se convirtió en una celebridad inmediata.
No importó que apareciera la información que hacía casi tres décadas se habían realizado las primeras operaciones de cambio de sexo. Christine quedó como la pionera.
Para sorpresa de casi todos, fue aceptada por la sociedad. La gente la saludaba por la calle, la invitaban a los programas de televisión, le hacían ofertas laborales (aunque no demasiado satisfactorias).
La infancia de Christine
Había nacido en 1926 en un barrio del Bronx. Su padre era carpintero y su madre, ama de casa. Fue el segundo hijo del matrimonio. Desde muy chico se dio cuenta que no disfrutaba haciendo lo que hacían sus compañeros de colegio. Le preguntaba a la madre por qué no podía ser como ella. En el colegio sufría bullying, aunque todavía eso no se llamara así. Sus compañeros se burlaban de su fragilidad, de que no quisiera jugar a juegos físicos, de que tuviera gustos diferentes, de que su voz fuera delgada, de su aspecto físico delicado. Era, principalmente, alguien que acarreaba una tristeza infinita. Luego, sobre el final de la guerra se alistó en el Ejército. Lo destinaron a un trabajo de escritorio pero estuvo más de un año y medio hasta que finalizada la contienda le dieron la baja. Se alistó por dos motivos. Para hacer lo que los demás hacían y para que sus padres, por fin, estuvieran orgullosos. Luego estudió fotografía y para asistente dental.
Pero estaba sumido en la infelicidad. Se sentía una mujer pero tenía el cuerpo de un varón. Y, además, lo peor de todo debía responder a los mandatos sociales, comportarse como un hombre.
En una revista leyó sobre experimentación con tratamientos hormonales en animales. Fue a bibliotecas durante meses para leer artículos científicos que no lograba entender del todo. Cada vez que acudía a un médico especializado, en especial endocrinólogos, salía de la consulta sin ninguna respuesta. Le decían que él no tenía ningún problema médico. El diagnóstico: era un invertido; padecía, según los que lo revisaban, una desviación moral.
Alguien se apiadó e ilegalmente comenzó a suministrarle estrógenos. Ese tratamiento, no oficial, sin estar supervisado por ningún médico, empezó a transformar su cuerpo de a poco. Se enteró de que en Europa, en especial en Escandinavia, había tratamientos y hasta intervenciones quirúrgicas. Juntó dinero y cruzó el Atlántico.
Su destino original era Suecia pero antes se detuvo en Dinamarca. Allí consultó al doctor Christian Hamburger. El médico decidió, tras obtener permiso del Ministerio de Salud de su país, realizar un procedimiento experimental. Durante un año le hizo un tratamiento hormonal, dispuso que hubiera un equipo de contención psicológica, le realizó decenas de estudios y en 1951 le realizó la primera intervención quirúrgica, una orquiectomía. Un año después llegó la segunda, la penectomía.
En ese momento nuestra protagonista tomó el nombre de Christine Jorgensen, el nombre lo eligió como homenaje a su doctor.
No se sabe quién filtró a la prensa norteamericana su historia. Sí, que esa tapa del Daily News la convirtió en una celebridad.
Tras su arribo a Estados Unidos, las propuestas de trabajo que recibió no eran las que ella pretendía. Era para espectáculos de desnudismo, circos y otros lugares en los que iba a ser presentada como un fenómeno. Christine rechazó las propuestas. Quería cantar, actuar en Hollywood. “Yo creo que lo que en realidad querían, y al mismo tiempo temían, era que caminara hacia una cámara o hacia el borde del escenario, y me mostrara desnuda sólo para satisfacer su morbo”, dijo.
Se conoció que no era la primera persona en haber sido operada, que esa técnica tenía casi tres décadas de antigüedad. Pero no importó. Christine era la que llamaba la atención y la primera en haber sido reconocida.
Lo que sorprende es que, en ese primer momento, no se impuso la transfobia ni la censura a lo extraño, a lo que podía perturbar a la sociedad conservadora de los cincuenta. Eso duró unos meses nada más. Cuando el mismo Daily News informó que Christine no tenía vagina se desató un escándalo y todo el odio y el desprecio cayó sobre ella.
Condena social
La sociedad estaba dispuesta a aceptar que fuera una mujer. Pero no que no fuera ni un varón ni una mujer según los parámetros vigentes. Ya no la invitaron a la televisión, los editoriales de los diarios se ensañaban con ella. Hay que recordar que en esos años durante casi dos décadas más, la homosexualidad era considerada un delito. Y que los gays, lesbianas y travestis eran perseguidos, detenidos y vejados por las fuerzas del orden.
El gobierno de Estados Unidos, un tiempo después, tras varios trámites engorrosos por parte de ella, autorizó especialmente que se le realizara a Christiane una vaginoplastía.
Christine actuó en clubes nocturnos durante muchos años. Cantaba y hacía monólogos. También publicó su autobiografía Christine Jorgensen. A Personal Autobiography que vendió casi medio millón de copias. Su historia también fue llevada al cine.
Pero su actividad más persistente y la que mayor influencia tuvo fue las charlas y conferencias que dio durante años en universidades y asociaciones a lo largo de todo su país. Dio visibilidad y dignidad a las mujeres trans e hizo sentir acompañadas a aquellas que eran rechazadas en sus familias y grupos sociales. Ella fue la primera transexual conocida, aceptada, que hizo escuchar su voz, que se animó a contar su historia, sin vergüenza.
Cuando al final de su vida, cuando la sociedad se había vuelto algo más tolerante, y recibía reconocimientos por haber sido una pionera, por haber tenido voz y visibilidad cuando era muy difícil hacerlo; cuando ante los ataques pudo haberse recluido en su casa, Christine siguió hablando, contando su vida, y pidiendo comprensión. Cuando la felicitaban por ello, Christine decía que no se había dado cuenta de su influencia, que lo había hecho por ella, para ser más feliz, para que escucharan de su propia boca su historia.
Murió en 1989 a causa de un cáncer de vejiga. Tenía 62 años. Ya era un ícono de la lucha por los derechos LGTB+.
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