La policía local demoró cinco semanas en actuar y ese lapso resultó fatal para por lo menos una mujer más, la que quedaría señalada como la víctima número 11, un número no muy preciso porque aún hoy sigue siendo un misterio la cantidad real de mujeres violadas y asesinadas por el Estrangulador de Cleveland.
A mediados de septiembre de 2009, una mujer se presentó en una comisaría de la ciudad y denunció que había sido estrangulada casi hasta morir y violada por un hombre que la había invitado a tomar algo en su casa. Y que después, inexplicablemente, la había dejado ir.
La denuncia que no fue escuchada
La mujer dio datos precisos: el hombre se llamaba Anthony Sowell y la casa en cuestión era un dúplex ubicado en el 12205 Imperial Avenue. El policía que le tomó la denuncia anotó la información, le pidió su propio domicilio y le dijo que le avisarían cuando localizaran al sujeto de marras. Después guardó el papel en un cajón y lo puso a dormir.
El policía conocía a la mujer, que había pasado más de una noche en la comisaría por consumo de drogas y de alcohol. Los datos podían ser muy precisos pero, para él, la denunciante no era confiable, lo más probable es que quisiera ajustar cuentas con algún socio de sus vicios por una discusión entre marginales.
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Por eso ni siquiera se tomó el trabajo de mandar un patrullero a la casa señalada y mucho menos revisó si el tal Anthony Sowell tenía antecedentes. De haberlo hecho habría descubierto que el sujeto tenía todas las fichas puestas para prestarle atención: había cumplido una condena por violación veinte años antes, acumulaba denuncias por violencia – siempre contra mujeres – y entradas por consumo de drogas.
Pasó más de un mes hasta que otro detective reparara en la denuncia y decidiera investigar. Fue hasta la casa de 12205 Imperial Avenue pero nadie respondió a su llamado.
Podría decirse que su olfato le avisó que allí pasaba algo raro. No su olfato policíaco sino su nariz de verdad: el olor que había era realmente horrible. Preguntó a los vecinos y le dijeron que era una suerte que, por fin, un policía respondiera a las denuncias que habían presentado contra la fábrica de salchichas que estaba en esa cuadra, que apestaba desde hacía tiempo.
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Ya que estaba ahí, el detective fue hasta la fábrica, notó que el olor allí era mucho menos potente que frente a la casa y tomó una decisión: pidió una orden de allanamiento para el domicilio del presunto violador.
La consiguió el 29 de octubre –cinco semanas después de la denuncia– y la ejecutó. Cuando los policías abrieron la puerta, el olor casi los voltea. Venía de dos cadáveres de mujeres que estaban tirados en dos habitaciones de la casa. Ese mismo día, descubrirían nueve cuerpos más.
Anthony Sowell fue capturado dos días después.
De abusado a abusador
Anthony Edward Sowell nació el 19 de agosto de 1959 en la zona este de Cleveland. Era uno de los siete hijos de Claudia Garrison, a quien todos llamaban “Gertrude”. El señor Sowell solo aportó el espermatozoide necesario para que Gertrude concibiera a Anthony. Igual que Anthony, ninguno de los hijos de Gertrude conoció a un padre, siempre vivieron solos con ella.
Cuando Anthony nació, la hermana de Gertrude ya había muerto de una enfermedad crónica, no sin antes también concebir ella también siete hijos que quedaron viviendo con Gertrude.
Además de no tener las mínimas comodidades para albergar a tantos chicos, la casa de Gertrude era también un verdadero infierno. La señora tenía la costumbre de golpearlos por cualquier motivo, sin hacer distinciones entre hijos y sobrinos. Su arma preferida era un cable eléctrico que usaba como látigo sobre las espaldas desnudas de los chicos.
Las chicas la pasaban aún peor. Según Leona Davis, una de las sobrinas de Gertrude, la mujer permitía – casi como un regalo de bienvenida – que las violara cualquier hombre que ocasionalmente viviera con ella en la casa.
Tal vez para escapar de ese infierno cotidiano, Anthony se alistó en el Cuerpo de Marines en enero de 1978, cuando tenía 19 años. Para entonces ya había sido detenido varias veces por pequeños hurtos y actos de violencia, aunque nada lo suficientemente grave como para que quedara en el prontuario de un menor.
En la milicia pareció encontrar un rumbo para su vida. Hizo la instrucción en Carolina del Sur y después se capacitó como electricista, por lo que fue asignado a la Segunda ala de Aviones Marinos en la Estación Aérea del Cuerpo de Marines Cherry Point, en Carolina del Norte.
Tuvo también destinos en el exterior, primero en Alemania y después en Okinawa, Japón. En total pasó siete años en la fuerza con una foja de servicios impecable, que incluyó una medalla a la buena conducta, una estrella de servicio, una cinta de despliegue de servicio marítimo, un certificado de encomio, un mástil meritorio y dos cartas de agradecimiento. Le dieron la baja en enero de 1985 y volvió a Cleveland, aunque no a la casa materna.
Violación y condena
Poco se sabe de la vida de exmarine condecorado Anthony Edward Sowell durante los cuatro años siguientes, hasta que fue denunciado por violación. Por lo que se supo después, es probable que esa no fuera la primera, aunque no lo denunciaran.
A mediados de 1989, una mujer embarazada de tres meses lo acusó de haberla violado y lo detuvieron.
En el juicio, la víctima testificó que Sowell la había invitado a su casa a tomar cerveza y que todo iba bien hasta que quiso irse. Entonces, contó mirando al jurado, el hombre la redujo, le ató las manos con una corbata y los pies con un cinturón. Para que no gritara le puso un trapo en la boca.
Dijo que después de violarla le apretó el cuello con las manos hasta casi hacerle perder el conocimiento. “Me estranguló muy fuerte porque mi cuerpo comenzó a hormiguear. Pensé que iba a morir”, relató.
Después de todo eso, la dejó ir.
Lo acusaron de secuestro, violación e intento de violación. Para zafar de una posible condena a perpetua, Sowell llegó a un acuerdo con la fiscalía y se declaró culpable de intento de violación a cambio de que se desecharan los otros cargos. Le dieron 15 años de cárcel.
En marzo de 2005, tres meses antes de ser liberado, se sometió a una serie de exámenes para ver si estaba en condiciones de llevar una vida normal.
El informe fue realizado por los peritos del Tribunal de Causas Comunes del Condado de Cuyahoga, Ohio, y uno de sus objetivos era evaluar si Sowell era un depredador sexual. En sus conclusiones decía que había muy bajas probabilidades de que volviera agredir sexualmente a otra mujer.
No podían estar más equivocados.
Por lo menos once víctimas
Cuando, después de una inexplicable demora de cinco semanas para investigar la denuncia de la mujer que acusaba a Sowell de haberla violado, el 29 de octubre de 2009 los policías de Cleveland entraron a la casa del 12205 Imperial Avenue, el olor nauseabundo que los recibió no solo provenía de los dos cadáveres que encontraron en otras tantas habitaciones, sino que también podía considerárselo como el perfume de su fatal negligencia.
El dictamen de los forenses determinó que por lo menos una de las víctimas había sido asesinada ese mismo mes, es decir, después de que Sowell fuera denunciado. Esa era una muerte que, de haber investigado, la policía podía haber evitado.
Con respecto a la otra víctima, quedaron dudas de cuánto llevaba muerta, pero el hecho que en septiembre, cuando la denunciante se presentó en la comisaría no dijera nada de un cadáver permitía pensar que las asesinadas en ese lapso de cinco semanas habían sido dos.
También había muertas más antiguas, los cadáveres, a veces solamente huesos, aparecían por todas partes. Los cuerpos de otras cuatro mujeres estaban en una tumba poco profunda en el patio trasero. A pocos metros, en otra tumba más profunda, los peritos encontraron tres cuerpos más. En una caja en el dormitorio de Sowell había otro cráneo.
En total eran once.
Las autopsias revelaron que todas las víctimas habían muerto por estrangulación manual, es decir que Sowell las había sofocado apretándoles el cuello hasta matarlas. Algunos, cadáveres, no todos, tenían rastros de ligaduras y en varias de las bocas se encontraron restos de trapos que revelaban que habían sido amordazadas.
Con el tiempo se sabría que las violaciones eran más que el número de muertes, porque a algunas de las víctimas las dejaba ir. Por lo menos tres de esos casos fueron comprobados y las sobrevivientes dijeron que no habían hecho la denuncia porque, por sus historiales de drogas o delitos menores, no les creerían. No estaban equivocadas.
En el momento de su arresto, Sowell tenía cincuenta años y había estado viviendo en ese lugar durante cuatro años. Se le fijó una fianza de cinco millones de dólares que no pudo pagar.
Juicio y condena
El juicio comenzó el 6 de junio de 2011 y Sowell se sentó en el banquillo para responder a una acusación que incluía once cargos de asesinato agravado y más de 70 cargos de violación, secuestro, manipulación de pruebas y abuso de un cadáver.
Para entonces, las once víctimas del Estrangulador de Cleveland – como lo habían bautizado los medios de comunicación - habían sido identificadas: Crystal Dozie, de 38 años, asesinada en mayo de 2007; Tishana Culver, de 31, muerta en junio de 2008; Leshanda Long, de 25, en agosto del mismo año; Michelle Mason, de 45, en octubre; Tonia Carmichael, de 53, en diciembre; Nancy Cobbs, de 43, asesinada en abril de 2009; Amelda Hunter, de 47, muerta el mismo mes; Telacia Forstson, de 31, estrangulada en junio; Janice Webb, de 49, el mismo mes; Kim Yvette Smith, de 44, muerta en julio; y Diane Turner, de 38, asesinada a fines de septiembre de 2009.
Todas habían sido invitadas por Sowell a su casa para tomar algo o a fumar crack. Eran marginales y nadie las había buscado cuando desaparecieron de los lugares que solían frecuentar.
Al principio del juicio, los abogados defensores intentaron que se lo declarara inimputable por demencia. Como no resultó, Sowell se declaró “inocente”.
El 10 de agosto, los miembros del jurado lo declararon culpable de todos los cargos menos dos y recomendaron la pena de muerte, que fue confirmada por el juez Dick dos días después.
El 14 de septiembre de 2011, Anthony Sowell fue trasladado al corredor de la muerte de la cárcel de Chillicothe, Ohio, donde permaneció hasta que murió, de una enfermedad no informada, el 21 de enero de 2021.
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