Eran dos. Dos Rivera los que nacieron aquel 8 de diciembre de 1886 en la ciudad de Guanajuato, México. Pero de los dos, al cabo de unos meses, solo sobrevivió uno: Diego.
Su gemelo, Carlos María, murió al año y medio de vida.
A pesar de haber nacido al borde del raquitismo, Diego comenzó a engordar, suplió esas carencias y se convirtió en un ser humano enorme en todo sentido: por su físico (le decían El Elefante) y como artista porque llegó a ocupar el podio de los mejores pintores.
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Aunque hay que reconocer que como marido, no rankeó como el mejor en nada. Se casó cuatro veces, era ultra celoso y maltrataba a sus mujeres y a sus amantes. Entre sus esposas, la más famosa y la que más lo padeció, fue la también célebre pintora Frida Khalo.
Las pintoras rusas
Los padres de aquellos gemelos fueron Diego Rivera Acosta y María del Pilar Barrientos. Cuando Diego tenía 6 años, su familia se mudó a la ciudad de México. A los 10, contra los deseos de su padre que le hubiese gustado que ingresara en el Colegio Militar, comenzó a tomar clases en la Academia de San Carlos. Es aquí donde hizo sus primeros pasos en el mundo del arte.
Antes de cumplir los 20 años consiguió una pensión y, un par de años después, otra del gobernador de Veracruz para avanzar con sus estudios. Con ese dinero pudo permitirse viajar a España para empaparse de arte y entrar al taller de uno de los retratistas más importantes de Madrid.
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En 1909 el joven Diego llegó a París. En esa ciudad se encandiló con una pintora rusa llamada Angelina Petrovna Belova (más conocida como Angelina Beloff). Angelina era retratista, paisajista, educadora y escenógrafa. Se casaron y, en 1918, nació el primer hijo del pintor. Lo llamó igual que él, Diego. El bebé murió al año siguiente. La maldición de su gemelo lo perseguía, pero él no demostró demasiado sufrimiento. De hecho no hay registros de que haya manifestado algún pesar por esta gran pérdida.
Para ese entonces, Diego ya había empezado a exhibir lo que sería una característica constante a lo largo de toda su vida: la infidelidad. Mientras estuvo casado con Angelina, mantuvo varios romances simultáneos. Uno con otra pintora rusa llamada Marievna Vorobieva-Stebelska. Curiosamente, el mismo año que murió su hijo Diego, su amante dio a luz a una beba suya a la que llamaron Marika. Si bien las ayudó económicamente, Diego no reconoció a la pequeña.
En 1920 se alejó de su mujer y sus amantes y partió a estudiar arte renacentista a Italia. Su vida de artista profesional lo arrastró por distintos países. De México a Europa, de Europa a Latinoamérica.
Política y mujeres
En 1921, volvió a su país para participar del renacer de la pintura mural, junto a los importantes muralistas mexicanos Orozco, Siqueiros y Tamayo.
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En ese viaje Diego conoció a una joven de 15 años que soñaba con pintar: Frida Kahlo. Él estaba realizando un mural en la Escuela Nacional Preparatoria donde Frida era una de las pocas alumnas mujeres. La adolescente lo persiguió, incansable, para verlo trabajar. Ella dijo a sus compañeras: “Mi ambición es tener un hijo de Diego Rivera y se lo voy a decir un día”. Las jóvenes se rieron de la ocurrencia, el pintor les parecía un señor muy grande, gordo y feo.
En diciembre de 1922, Diego se casó con Guadalupe “Lupe” Marín. Ella era escritora y había sido modelo para su mural “La Creación”. Además, ese mismo año, Diego tomó otra decisión importante: se afilió al Partido Comunista Mexicano, algo que tuvo enorme influencia en su pintura. Con Lupe tuvo dos hijas más: Guadalupe, en 1924, y Ruth, en 1926.
Una de sus tantas amigas y amantes de esos años fue la pintora y activista italiana Tina Modotti, quien aparece en varios de sus murales. Entre ellos la pasión duró hasta 1927, el mismo año que el pintor viajó a la URSS para participar de la celebración del décimo aniversario de la Revolución bolchevique que había derrocado al Zar.
Su matrimonio con Lupe terminó en 1928. Y, en 1929, terminó también su romance con el partido comunista mexicano: fue expulsado. ¿El motivo? Rivera estaba trabajando con el gobierno de México y sus camaradas sostenían que eso era tener relación con el imperialismo.
Diego se había acostumbrado a superponer amores, como las capas que tiene la cebolla uno envolvía al anterior y terminaban coexistiendo. No es de extrañar que ese mismo año comenzara su relación con Frida Kahlo.
Las dos humillaciones de Frida
Para los padres conservadores de Frida Kahlo, Diego Rivera, no era el novio ideal. Venía de dos divorcios, era mucho mayor y un declarado comunista. Frida, por otro lado, era una joven atormentada por los dolores físicos. Había padecido polio y, luego, un accidente de tránsito a los 18 años. Su cuerpo había sido rearmado como un rompecabezas por los médicos. Los males derivados de esto la acorralarían de por vida.
La pareja prosperó y el 21 de agosto de 1929, Frida Kahlo y Diego Rivera, “la paloma” y “el elefante” como los llamaban, se casaron. Él tenía 43 años, ella 22. La boda se realizó en la terraza de la ex amante de Diego, Tina Modotti, y la encargada de la comida mexicana fue su ex mujer Lupe Marín. Otra vez Diego mezclando amores. Sopa de ostión, arroz con plátano, chiles rellenos, mole negro, pozole rojos… delicias mexicanas en un ambiente con mucho color y con la presencia de un puñado de amigos, artistas, fotógrafos y militantes del Partido Comunista.
En un momento de la celebración la ex esposa de Diego se abalanzó sobre la desprevenida Frida y le levantó la falda del vestido. Sus piernas desiguales, la derecha era mucho más corta y flaca, quedaron al descubierto. Lupe aprovechó para humillarla y gritó delante de todos: “¡Miren esos dos palitos! Es lo que tiene Diego en vez de piernas”. En realidad, Lupe se desquitó con Frida porque estaba furiosa porque su ex marido no le pasaba dinero para sus hijas.
La novia aguantó con templanza el desaire. Un rato después, borracho como una cuba, Diego comenzó a disparar al aire con un rifle. Frida quiso detenerlo, pero él la empujó de una manera desagradable haciéndola caer al suelo. Esta escena fue más humillante que la anterior: el rechazo era de su flamante marido.
Frida se fue del casamiento furiosa y no volvió por varios días. Había arrancado un matrimonio huracanado, nada fácil ni convencional.
Ausencia de hijos y un mural destruido
En 1930 Frida quedó embarazada. Al poco tiempo de gestación los médicos le dijeron que por la posición en la que estaba el bebé, era imposible que naciera vivo. Las secuelas del accidente lo hacían inviable y debía realizarse un aborto terapéutico. Fue un drama.
Instalados por el trabajo de Diego Rivera en Detroit, Estados Unidos, en 1932 Frida volvió a quedar embarazada. La felicidad duró exactamente 105 días. El 4 de julio de 1932, sufrió una hemorragia y lo perdió. Deprimida le escribió al doctor Eloesser: “Tenía muchas esperanzas de tener al pequeño Dieguito, quien iba a llorar mucho… pero ahora que pasó lo que pasó, no hay más que aceptarlo”.
En 1933 Diego fue invitado a los Estados Unidos nada menos que por el millonario Nelson Rockefeller. El magnate le encargó un mural para la entrada del edificio Rockefeller Center, en la elegante Quinta Avenida. Esta construcción se convertiría en el símbolo del capitalismo. Diego Rivera comenzó su mural al que llamó El hombre controlador del universo, pero cuando estaba por terminarlo incluyó en su obra un retrato de Lenin y otras referencias al comunismo. La polémica fue inmediata. Los mecenas de la obra le pidieron que borrara a Lenin, pero Diego se negó tajante.
Rockefeller consideró que el hecho era un insulto personal y ordenó que el mural fuera destruido. El coqueteo político entre esos dos mundos había resultado pésimo. Rivera, comunista convencido, al año siguiente, reprodujo ese mural en el interior del Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México.
Cuando volvieron a México, en 1934, Frida y Diego se instalaron en el barrio de San Ángel. Hicieron unir dos casas con un puente que iba de terraza a terraza. En esta época quedó por tercera vez embarazada. Su hijo no llegó a nacer. Destrozada debió aceptar que no tendría bebés. Ese mismo año tuvieron que amputarle unos dedos del pie derecho. La pintora sentía que ya tenía cercenada parte de su vida.
Infidelidades consentidas
Diego y Frida constituían, en los hechos, una pareja abierta. Cada uno mantenía las relaciones sexuales que les daba la gana, pero Diego tenía un costado sádico. Demostraba cero empatía por el sufrimiento que generaba. Al mismo tiempo, sus permanentes infidelidades no le impedían manifestar celos rabiosos.
Ione Robinson, una de las asistentes americanas para los murales de Rivera, fue una de sus amantes jóvenes. Frida escribió a modo de consuelo en una carta, que la mayoría de las relaciones extramatrimoniales de su marido eran con pintoras de corta edad de “talento sobrenatural” y que eso estaba relacionado siempre, en forma directa, con “la temperatura de sus bajos”. De alguna manera lo excusaba.
Frida aprendió a tomar represalias. Se permitió tener romances tanto con hombres como con mujeres. Se le adjudican relaciones con la artista Georgia O’Keeffe, con la bailarina Josephine Baker y con la actriz Dolores del Río. Incluso se habló mucho de un romance no del todo confirmado con la cantante Chavela Vargas. De ella, la pintora le dijo en una carta a un amigo poeta: “Extraordinaria, lesbiana, es más se me antojó eróticamente”.
Sin embargo, esos amores lésbicos no enojaron tanto a Diego Rivera como el que Frida vivió con el escultor Isamu Noguchi a quien, en 1936, él echó de su casa a punta de pistola.
En 1937, León Trotski, el político y revolucionario ruso refugiado en México y amigo de la pareja, se habría convertido en otro de los affaires de Frida, hecho que quedaría probado con cartas apasionadas. La que habría detenido el romance sería la mismísima mujer de Trotski.
Al fotógrafo neoyorquino de origen húngaro, Nickolas Muray, amante por un buen tiempo, Frida le escribió: “Oh, mi querido Nick, te quiero tanto. Tanto te necesito, que me duele el corazón”.
En 1939, en un viaje a Nueva York, Frida se involucró con el médico Heinz Berggruen y, luego, con el pintor español Josep Bartoli. Mientras, Diego se entretenía con la pintora húngara Irene Bohus, seducía a la actriz norteamericana Paulette Goddard y coqueteaba con la artista Rina Lazo. Sostenían un ritmo de pasiones paralelas sorprendente.
La traición de la hermana
Las relaciones abiertas entre Diego y Frida tuvieron un abrupto límite cuando ella descubrió que su marido salía con su propia hermana.
En esa casa con puente, símbolo de la autonomía que se habían concedido, sucedió la peor traición. A pedido de Frida, Diego había contratado para que la ayudara en la casa, como secretaria y como modelo, a su hermana menor, Cristina Kahlo. Cuando tuvo que posar desnuda para la obra El conocimiento y la pureza sucedió lo obvio. Frida un día los descubrió enredados entre sus propias sábanas. Para peor, terminó convencida de que el romance venía de tiempo atrás.
Herida como nunca, se fue y buscó refugio en la casa familiar de Coyoacán y en el cognac. A sus amigos, les reconoció sobre sus excesos con el alcohol: “Quise ahogar mis penas en licor, pero las condenadas aprendieron a nadar”. La angustiada Frida decía a quien quisiera oírla: “Han ocurrido dos accidentes en mi vida. Uno es el del tranvía; el otro, es Diego. Diego fue el peor de todos”.
Finalmente, el 6 de noviembre de 1939, es él quien toma coraje y le pide el divorcio a Frida. Se divorciaron en enero de 1940, pero no aguantarán mucho separados. El 8 de diciembre de ese mismo año volvieron a casarse. Muchos creen que fue en este momento que acordaron un nuevo pacto en el que Frida puso las reglas: vivirían juntos, compartirían gastos, pero no tendrían sexo. Ella lo sintetizó en una de sus cartas: “Diego me ha hecho sufrir tanto que no puedo perdonarlo fácilmente, pero todavía lo quiero más que a mi vida, él lo sabe bien…”.
Triángulo amoroso
En 1949 Diego Rivera enloqueció de amor por la actriz María Félix. Frida también la admiraba. Hay historiadores que sostienen que entre María, Frida y Diego existía, en realidad, un triángulo amoroso. Lo cierto es que Diego iba a buscar a María Félix al aeropuerto con enormes ramos de flores. La actriz se instalaba durante largas temporadas en la Casa Azul en el barrio de Coyoacán, en la ciudad de México en una habitación donde Frida había pintado un mural donde se leía: “Cuarto de María Félix, Frida Kahlo y Diego Rivera”.
La actriz dijo una vez algo que parecía negar la relación: “A Diego lo quise mucho como amigo, pero no como pintor. Se me echaba encima como la miseria sobre los pobres”.
En agosto de 1953, Frida, aprisionada en su deteriorado cuerpo, acudió a una consulta con el doctor Juan Farrill. El profesional determinó que tenía una gangrena y que debían amputarle la pierna derecha por debajo de la rodilla. Orgullosa aun en sus desgracias, Frida provocó diciendo: “Pies… ¿para qué necesito pies si tengo alas para volar”.
Pese a todos los amantes que desfilaron por sus camas, ninguno de los ocasionales intrusos logró herir de muerte al matrimonio Kahlo-Rivera. La muerte de la relación llegó con la desaparición de Frida. Falleció el 13 de julio de 1954.
Antes de morir, había dicho con acidez: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”.
Había sufrido demasiado tanto física como emocionalmente.
El hombre talentoso de 129 kilos repartidos en 1,85 m, con una gran panza por delante, dijo luego de haberla perdido:
-”Tuve la suerte de amar a la mujer más maravillosa que he conocido. Ella fue la poesía y el genio mismo”.
-”Desgraciadamente, no supe amarla a ella sola, pues he sido siempre incapaz de amar a una sola mujer”.
-”Demasiado tarde me daba cuenta de que la parte más maravillosa de mi vida había sido mi amor por Frida, aunque realmente no podría decir que, si me fuera dada otra oportunidad, me comportaría con ella de manera diferente. Cada hombre es producto de la atmósfera social en la que crece y yo soy quien soy. No tuve nunca moral alguna y viví sólo para el placer, doquiera que lo encontrara (...) Si amaba a una mujer, mientras más la amaba, más deseaba lastimarla. Frida solo fue la víctima más obvia de esta desagradable característica de mi personalidad”.
Sin Frida, Diego siguió trabajando como siempre siete días a la semana. Visitaba a diario a la comerciante Emma Hurtado. No queda claro desde cuando fueron amantes, pero ella terminó convirtiéndose en su mánager y, en 1955, se casaron. Sin embargo, esta relación no estuvo dominada por aquellas pasiones desenfrenadas que tanto dieron que hablar.
Experimento caníbal
Excéntrico y de carácter volátil Diego Rivera llegó a presumir de haber comido carne humana. Nadie lo tomaba muy en serio, pero en su autobiografía Mi arte, mi vida, publicada en 1963, escribió un capítulo al que tituló Un experimentado caníbal. Allí relata, en dos páginas, su contacto con esta práctica. Contó que, en un momento en el que se encontraba investigando la anatomía humana en la Facultad de Medicina, leyó un informe francés donde se hablaba de un experimento en el que habían dado de comer a unos gatos carne de felinos. El resultado habría sido que mejoró la salud de esos animales domésticos. Diego y su grupo de colegas habrían decidido, entonces, probar qué les ocurría si comían restos humanos que había en la morgue.
Según explicó el pintor, la mayoría de los cadáveres eran frescos y jóvenes porque habían perdido la vida de manera violenta. Aseguró que mantuvieron dicha práctica durante dos meses y sostuvo algo siniestro: que sentía predilección por los restos de mujeres, sobre todo piernas, pechos y cerebro. “Lo que más me gustaba eran los sesos a la vinagreta”, fueron las desafiantes palabras de Diego quien agregó, además, que había consumido costillas empanadas.
No se sabe si este capítulo horroroso de su vida fue cierto. No hay prueba alguna de que lo haya llevado a cabo. Quizá fuera solamente una provocación, al pintor le encantaba generar polémicas y salir en los diarios.
Las batallas continúan
Diego Rivera fue diagnosticado con cáncer de próstata un año después de la muerte de Frida. Murió a los 70 años, el 24 de noviembre de 1957, en su casa estudio de San Ángel. El enorme Diego, el amante de las desmesuras, había dejado la tierra.
Su legado fue la importancia que le otorgó al muralismo, un arte cuyo fin era educativo; más de 3000 cuadros y centenares de dibujos e ilustraciones.
Y, por qué no, algunas frases imaginativas que tuvo para explicar su turbulenta historia amorosa. Aquí va una en la que citó a Dios y que, el muy atrevido, utilizó para justificarse: “¿No dijo Dios ´amaos los unos a los otros´? Bien, pues yo ahí no veo limitación numérica; es más, si nos ponemos sibaritas, esa frase engloba a toda la humanidad. Sigo su ejemplo y lo aplico con las mujeres”.
Frida, desde el más allá, se acaba de vengar de su cruel marido: el 17 de noviembre de 2021 se convirtió en el artista latinoamericano más caro, triplicando el récord obtenido previamente por Diego Rivera. El pequeño cuadro Diego y yo (pintado por Frida en 1949) se vendió, en Sotheby ‘s de Nueva York, en 34.4 millones de dólares al coleccionista argentino Eduardo Costantini. En esa pintura se observa, en la frente de Kahlo, al omnipresente Diego Rivera. Un símbolo genial de su tumultuosa relación donde él supo ocupar, por entero, su mente.
(Una versión de esta nota se publicó en el 2021 en Infobae)
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