Para mediados de noviembre de 1942 en las calles de Stalingrado se combatía cuerpo a cuerpo y las tropas del Sexto Ejército alemán parecían estar más cerca que nunca de la victoria definitiva que significaría la toma de la ciudad que llevaba en nombre del líder de la Unión Soviética.
Hacía cuatro meses y medio que los alemanes habían lanzado la Operación Fall Blau (Caja Azul), una ofensiva estratégica con el objetivo de capturar los campos petrolíferos de Bakú, Grozni y Maikop. De ese modo, la Wehrmatch podría reabastecer sus bajas existencias de combustible y también impedir su uso a la Unión Soviética, provocando así el completo colapso del esfuerzo bélico soviético.
En abril de 1942 inició una ofensiva a gran escala –al mando del comandante Friedrich von Paulus- que buscaba destruir las fuerzas del Ejército Rojo en el sur de Rusia, capturar Rostov y la región del bajo río Don, y penetrar profundamente en el Cáucaso para hacerse con los campos petrolíferos al norte y al sur de la cordillera, además de cortar el corredor de suministros que los aliados hacían llegar a la Unión Soviética.
Los alemanes planificaron la acción en tres fases: primero, una acometida al este, hacia el Don, con una progresión hacia el sudeste siguiendo la margen meridional del río; después, un avance doble hacia el gran meandro del Don, al oeste de Stalingrado, y la región de Rostov; y, finalmente, llegar a los estratégicos campos petrolíferos del Cáucaso.
Al principio, el avance nazi fue un éxito y, para el 23 de agosto, las tropas del VI Ejército y de la IV división Panzer ya estaban en las afueras de la ciudad. Ese día comenzó el sitio de Stalingrado.
A mediados de noviembre, los alemanes creían tener la ciudad en sus manos. Los soviéticos defendían metro a metro, pero retrocedían.
La toma de Stalingrado parecía un hecho consumado, el pero resultó un espejismo: entre el 19 y el 23 de noviembre, las fuerzas soviéticas iniciaron una feroz contraofensiva, la Operación Urano, que daría vuelta todo.
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La ofensiva alemana
Cuando el 23 de agosto de 1942 las tropas del Sexto Ejército alemán al mando del general Friedrich von Paulus llegaron a los suburbios de Stalingrado, la orden de Hitler fue terminante: capturar rápidamente la ciudad, rodeándola por el norte y el sur, para luego avanzar con ataques blindados.
La orden de Stalin al mariscal Gueorgui Konstantínovich Zhúkov no le quedaba a la zaga a la que había dato el Führer. Le dijo que defendiera la ciudad metro a metro, costara lo que costase.
El ataque alemán se inició con bombardeos terrestres y aéreos que destruyeron gran parte de las fábricas de Stalingrado. Los primeros tanques alemanes entraron en la ciudad el 1 de septiembre. Pero los soviéticos no se dieron por vencidos y se comenzó a pelear barrio por barrio, casa por casa, cuerpo a cuerpo.
Hubo tres ofensivas, la primera del 14 al 26 de septiembre, la segunda del 27 de septiembre al 7 de octubre y la tercera del 17 al 29 de octubre, que agravaron la desesperada situación de los defensores del 62° Ejército al mando de Zhúkov.
A mediados de septiembre los alemanes llegaron al centro urbano, a pocas cuadras del embarcadero sobre el río Volga. Pero los soviéticos contraatacaron con baterías de cohetes instaladas sobre camiones de transporte y enviando sobre los alemanes miles y miles de soldados novatos llegados desde la retaguardia.
“La batalla por la ciudad había degenerado en una disputa farragosa, manzana a manzana y edificio por edificio, desesperantemente lenta, agotadora e inmensamente costosa, entre Paulus y Zhúkov, en la que las fuerzas alemanas lograron abrirse paso, aunque solo desde el oeste y el sur. La decisión de Stalin de defender la ciudad apartó a los alemanes de su tradicional ventaja en cuanto a movilidad, maniobra y fuego de apoyo aéreo y artillero, y los obligó a tener que ‘roer’ las defensas de Zhúkov para abrirse paso en una batalla que recordaba más al Somme o a Verdún de 1916 que a la Blitzkrieg de los tres veranos anteriores”, resume el coronel David M. Glantz, autor de la Tetralogía de Stalingrado y uno de los mayores expertos en la batalla.
Lo que los alemanes no sabían era que la denodada resistencia de las fuerzas soviéticas dentro Stalingrado tenía como objetivo ganar tiempo – no importaba con qué costo de vidas – para lanzar una contraofensiva que pasaría a la historia como la Operación Urano y se transformaría en un punto de inflexión decisivo de la Segunda Guerra Mundial.
Testimonios de Stalingrado
Los relatos de los soldados que lucharon de uno y otro lado en la batalla de Stalingrado están atravesados por el horror. Sus testimonios, muchas veces, se leen como fotografías que congelan un momento interminable. Hay escenas de heroísmo, pero las que mandan muestran el hambre, el terror, la desolación y la omnipresencia de la muerte.
“Todo estaba en llamas. La orilla del río estaba cubierta de peces muertos que se mezclaban con cabezas humanas, brazos, piernas, todo en la playa. Eran los restos de las personas que estaban siendo evacuadas a través del Volga, cuando fueron bombardeados”, contó cuando ya peinaba canas el soldado del Ejército Rojo Konstanin Duvanov, que peleó en la defensa de Stalingrado con menos de veinte años.
“Hasta el último momento, la mayoría de los oficiales seguía esperando que llegara ayuda desde el exterior. La falta de víveres, hombres y proyectiles de artillería hizo que fuera físicamente imposible seguir luchando. Estábamos muertos de hambre y la mayoría habíamos sufrido daños por congelación. Lo que un hombre puede soportar tiene un límite, y nosotros llegamos a ese límite”, recordó años después el teniente alemán Herrmann Strotmann.
“Vi cómo los alemanes sacaban a rastras a una mujer para violarla, sin duda. ¿Cómo no te afecta eso cuando no podés hacer nada por salvarla? Estás en la línea del frente. No tenés suficientes hombres. Si salís corriendo a ayudarla te van a masacrar, sería un desastre. Y otras veces ves a chicas, jóvenes o niños colgados de los árboles en el parque. ¿Te afecta? Te causa un tremendo impacto. Por eso cada soldado, incluido yo mismo, está pensando únicamente en cómo obligarles a pagar más caro su pellejo, en cómo matar todavía más alemanes. En cómo hacerles aún más daño. Yo lo logré como francotirador”, recordó años después de la guerra el más famoso de los francotiradores soviéticos, con 224 alemanes abatidos en su haber, Vasili Záitsev, de la división de Batiuk.
Valentina Savelyeva tenía cinco años durante la batalla de Stalingrado. A los 80, en el 75° aniversario del sitio, todavía tenía grabadas las imágenes del espanto. “Cuando cierro los ojos, puedo ver el Volga en llamas por el petróleo derramado. Cavamos agujeros en la arcilla para vivir. No trincheras, sino agujeros, como los animales. Pronto hubo fuertes enfrentamientos en el interior del barranco, con tanques alemanes que se movían de arriba a abajo, mientras los soviéticos lanzaban bombas sobre ellos, y por lo tanto sobre nosotros. Todo estaba en llamas y oíamos rugir los aviones. No había comida, sólo barro, que pasó a ser ligeramente dulce. Comíamos barro y nada más que barro, y bebíamos agua del Volga”, recordó.
Operación Urano: la contraofensiva
El alto mando soviético exigía la resistencia metro a metro porque necesitaba tiempo para preparar una contraofensiva en todos los frentes.
Se lo llamó Plan Cósmico y consistía en dos grandes ofensivas iniciales seguidas de otras dos cuando estas alcanzasen sus objetivos, las operaciones Urano y Marte en los sectores suroeste y central del frente, seguidas de las operaciones Saturno y Júpiter en cada uno de estos sectores y la operación Chispa (Iskra) en el norte.
La Operación Urano, a cargo de Zhúkov en sui brazo norte, y del coronel general Aleksander M. Vasilevski en el brazo sur, no solo se planteaba recuperar Stalingrado sino también envolver y destruir el Sexto Ejército alemán que comandaba von Paulus.
La suerte de Stalingrado también se jugaba en otras batallas. En el Cáucaso, otras divisiones del Ejército Rojo detuvieron el avance de los alemanes en las cercanías de la ciudad de Grozni y en las montañas del Alto Cáucaso.
La situación de los alemanes se complicó aún más en noviembre, cuando los soviéticos iniciaron la contraofensiva en Stalingrado, lo que obligó a Hitler a transferir fuerzas desde el Cáucaso hacia la ciudad sitiada.
“Esa sangría de hombres y tanques hizo que las fuerzas en el Cáucaso pasaran primero a la defensiva y después tuvieran que retirarse”, explica el coronel Glantz.
En la ciudad, mientras tanto, los alemanes frenaban los contraataques soviéticos y volvían a avanzar, pero se fueron quedando sin municiones ni abastecimientos de comida y combustible.
El lunes 23 de noviembre la suerte los alemanes estaba echada.
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La rendición del mariscal
En diciembre, cuando llegó el invierno, el ejército Rojo los atacó desde el norte y desde el sur, acorralando a las fuerzas del Eje. Viéndose cercadas, las tropas rumanas y húngaras que apoyaban al Sexto ejército alemán huyeron hacia el oeste.
Los alemanes quedaron encerrados dentro de Stalingrado sin suministros por las duras condiciones climáticas. Los soldados, agotados, comenzaron a morir por inanición y por congelamiento.
La batalla de Stalingrado estaba definida, pero Hitler no quería oír hablar de rendición.
A fines de enero, el comandante del VI ejército, Friedrich von Paulus, pidió autorización para iniciar negociaciones con el Ejército Rojo. Como respuesta, Hitler lo ascendió a mariscal del Reich el último día del mes. Junto con el ascenso, el Füher le recordó a von Paulus que a lo largo de la historia ningún mariscal alemán se había rendido. En otras palabras, le sugería que antes de negociar con los soviéticos, se suicidara.
Derrotado por la contraofensiva del Ejército Rojo, pero también por la falta de alimentos y el frío polar de la estepa rusa, capituló y se transformó –contra los deseos de Hitler– en el primer mariscal del ejército alemán que firmaba una rendición.
Unos 11.000 soldados alemanes no acataron a von Paulus y siguieron luchando hasta el final, pero a principios de marzo los soviéticos acabaron con los últimos reductos de resistencia en los sótanos y túneles.
Terminaban así 174 días de lucha sin cuartel, entre el 23 de agosto de 1942 y el día de la rendición alemana, que dejaron un saldo de alrededor de 800.000 bajas del lado del Sexto Ejército del Reich -apoyado por tropas italianas, rumanas, croatas y húngaras– y más de 1.200.000 entre soldados del Ejército Rojo y la población civil de la ciudad. Los heridos se calculan en más de un millón.
La mayor batalla de la Segunda Guerra mundial había terminado. Y su resultado marcó también el principio de la derrota definitiva del Reich.
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