Hace 45 años, con un lanzamiento limitado, se estrenaba en Estados Unidos la que para Ray Bradbury es la mejor película de ciencia ficción de la historia. Encuentros Cercanos del Tercer Tipo se convirtió en un fenómeno y semana a semana ocupaba más salas. Llegó a la tapa de las revistas, expandió el fenómeno ovni y sus discusiones a cada instancia de la vida cotidiana y, principalmente, despejó cualquier duda sobre el talento (sería más preciso hablar de genio) de Steven Spielberg.
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El director debía derribar varios fantasmas, superar pruebas muy duras. Tenía que demostrar que lo de Tiburón no había sido casualidad; debía recuperar el dinero invertido por el estudio que era mucho para la época; y tenía otro desafío, tal vez el más arduo de todos: interesar al público en una película de ciencia ficción, sobre el espacio exterior, pocos meses después del fenómeno de Star Wars. Los años de distancia dejan bien claro que superó cada escollo pese a que muchas veces pareció que la película no lograría filmarse.
La obsesión de Spielberg por el cielo
Mediados de la década del cincuenta. La familia Spielberg vive en Phoenix. Steven no tiene más de diez años. Se va a dormir a la hora que le indican. En medio de la noche, su padre lo despierta, le ordena que se vista y lo urge a subir al auto. La familia en silencio atraviesa la noche por la ruta desierta. Nadie le dice a Steven qué es lo que está sucediendo. Él no pregunta. De pronto llegan a un descampado en el que ven otros autos. El padre le abre la puerta, toma la mano de su hijo y corren hasta el medio del pasto. Tiran una manta y se acuestan a mirar el cielo. Una lluvia de meteoritos se despliega ante sus ojos asombrados. Esa noche quedará grabada para siempre en él. El cielo iluminado, los fenómenos que son difíciles de comprender, la belleza inasible y el misterio. Veinte años después todos esos elementos -esa obsesión por el cielo y el espacio que nació en ese descampado- los pondría en una de sus (tantas) obras maestras: Encuentros Cercanos del Tercer Tipo.
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Steven Spielberg filmó su primera película de ciencia ficción siendo un adolescente. Se llamó Firelight y el presupuesto fue de 500 dólares (algunas de las escenas y de las ideas de esa obra, las incorporó después a Encuentros Cercanos del Tercer Tipo). La idea de los extraterrestres viniendo a la tierra lo merodeaba hacía mucho. A principios de los años setenta firmó un contrato con Columbia para dirigir una película de ciencia ficción. Pero con el presupuesto disponible no podía hacer lo que tenía pensado. Pensó en reformular la idea y encarar un documental sobre las personas que creían fervientemente en la vida extraterrestre y en sus testimonios sobre sus experiencias paranormales. Pero desechó rápido esa posibilidad. El primer guión se llamó Watch The Skies. La historia todavía no lo convencía. Contrató a Paul Schrader, el que después sería guionista de Scorsese y también director, para que escribiera una versión. Ese guion era extremo y tenía- como toda la obra de Schrader- aspectos religiosos muy marcados: era una reescritura en clave extraterrestre de la historia de redención del apóstol San Pablo. A esa altura el proyecto había cambiado de nombre. Se llamaba Kingdom Come. Spielberg contrató nuevos guionistas y Schrader explotó y pidió que sacaran su nombre de los créditos. Spielberg también se puso a escribir. Pero el proyecto de los extraterrestres debía esperar: apareció la financiación para Tiburón y Spielberg se dedicó a ella. El éxito descomunal de esa película cambió todo. El director tenía carta franca para encarar el proyecto que quisiera. Y hasta podía aspirar a algo que no había imaginado pocos meses antes: el poder creativo total. El estudio no podía interferir en sus decisiones artísticas.
Cuando se dedicó de lleno a esta película, encontró el nombre definitivo. El consultor técnico de la película fue Allen Hynek, un científico que había sido asesor de la Fuerza Aérea norteamericana. Hynek era astrónomo y no creía en los ovnis. Pero durante la década del sesenta y mientras trabajaba para el Pentágono, esa certeza se fue evaporando. Su labor era negar la vida extraterrestre pero según afirmó tiempo después fue acumulando pruebas que lo convencieron de que existía. Renunció a su puesto oficial y, con la furia de los conversos, se convirtió en uno de los ufólogos más reconocidos. Hynek tenía un libro que con la fiebre de los ovnis a principios de esa década se había vendido muy bien en el que dividía los fenómenos según el grado de contacto que hubiera habido. Los del primer tipo eran los avistamientos a no demasiada distancia de la tierra. Los de segundo tipo eran los que producían algún efecto físico: levitación, parálisis, ceguera transitoria, etc. Y los encuentros cercanos del tercer tipo eran en los que los humanos veían a los extraterrestres o entraban en contacto con ellos. Apenas leyó la calificación, Spielberg supo que tenía el título de su siguiente película.
Si bien había conseguido el control creativo y un presupuesto enorme para la época (casi 20 millones de dólares), Spielberg sabía que la apuesta era muy alta. Después de Tiburón iba a ser mirado con otros ojos, las expectativas serían muy altas y no podía defraudar. De lo contrario su carrera estaría en peligro: en esos años los directores –y mucho más los jóvenes- no se recuperaban de un gran fracaso económico.
Durante el rodaje, Spielberg veía dos películas por noche. Él decía que lo hacía para desenchufarse hasta el día siguiente, aunque en realidad allí encontraba ideas para su película. Mientras la película corría, él anotaba febrilmente lo que se le había ocurrido y al día siguiente lo incorporaba a la escena que tenía que filmar. Una tarde le pidió al equipo mayor velocidad: estaban atrasados y el estudio se estaba quejando. Uno de los técnicos le contestó: “Si no te pasaras toda la noche viendo películas y trayendo ideas nuevas cada día, ya hubiéramos terminado”.
“No sé si creo en los ovnis. De lo que estoy seguro es que creo en los que creen en ellos”, declaró Spielberg en los días previos al estreno.
Parte del secreto de la película es que su argumento y sus anécdotas de contacto con los alienígenas no son mera invención, sino que están basados en episodios esgrimidos por personas que dijeron haber tenido esa experiencia. De ese modo, con la convergencia de mito, realidad y creencia, la historia adquiere más verosimilitud.
El primer candidato para el rol principal fue Steve McQueen. Una verdadera súper estrella. Su salario hubiera encarecido el presupuesto pero también hubiera acercado a muchos inversores y hubiera asegurado un piso de taquilla muy alto. El actor, que al principio se había mostrado muy entusiasmado, fue perdiendo interés y privilegió otros proyectos: dicen que no lo terminó de convencer la parte emotiva de la historia: “Yo no puedo llamar a demanda”, habría dicho el Rey del Cool. Al final dijo que si lo querían como actor principal, el rodaje debía esperar más de un año y medio. Tras él aparecieron todos los grandes actores que estaban en la cumbre en los setenta. Al Pacino y Dustin Hoffman desecharon el papel: no les interesaban las historias de ciencia ficción. Jack Nicholson pidió demasiado dinero. Lo mismo que James Caan. Richard Dreyfuss venía de actuar para Spielberg en Tiburón. En ese rodaje había escuchado al director hablar en decenas de ocasiones de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo. Le dijo que él quería participar; Spielberg le respondió que pensaba en alguien de alrededor de 45 años, que él era demasiado joven. El argumento no amedrentó a Dreyfuss, quien cuando se enteró que las otras grandes figuras habían rechazado el rol, volvió a la carga y se ofreció. Spielberg empujado por lo bien que les había ido juntos en Tiburón, lo contrató.
La otra apuesta de casting fue el elegido para interpretar al científico francés. Su primera opción fue Francois Truffaut, el director francés al que Spielberg admiraba y era una de sus influencias. Truffaut nunca había actuado en una película dirigida por otro y su manejo del inglés era pobre. Sin embargo, apenas recibió la propuesta contestó afirmativamente para sorpresa de Spielberg y hasta de él mismo. Cobró un salario de 75.000 dólares. Ambos directores, cada uno a su manera, se distinguieron por cómo filmaron la infancia. De los 400 Golpes a El Imperio del Sol. Truffaut durante el rodaje disfrutó de la compañía y de las conversaciones con Spielberg. Respecto al sistema de Hollywood pasaba del asombro a la indignación en cuestión de segundos. Un día ante el alquiler súbito de un helicóptero para resolver una escena, quiso saber cuánto había costado conseguir los elementos para filmar de apuro. Cuando le dijeron que habían gastado un cuarto de millón de dólares le costó creerlo. Su respuesta fue: “Yo con esa cantidad filmó una película”.
Los directivos de Columbia estaban muy preocupados. El avance de la película estaba blindado por Spielberg. Casi no podían influir en sus decisiones argumentales y estéticas (lo único que lograron filtrar es la escena de la que el director renegó durante casi medio siglo). El presupuesto se disparaba tras su perfeccionismo. Y para colmo la sombra de Star Wars se abatía sobre ellos. ¿Quién podría competir con semejante tanque? ¿Ya había cubierto la cuota de películas de ciencia ficción que el público podía ver en una temporada? ¿o sólo alimentaba el interés de la gente? ¿Los efectos especiales estarían a la altura? Sabían que eran menos espectaculares y que Encuentros Cercanos del Tercer Tipo tenía menos acción.
La escasez material, la dificultad de que la tecnología de la época todavía no podía satisfacer la ambición visual de Spielberg, alimenta la tensión de la película en vez de debilitarla. El mecanismo es similar al de Tiburón. Se retacea la presencia de la amenaza, permanece fuera de campo durante gran parte del metraje, porque el presupuesto no permitía que estuviera más tiempo en pantalla. Esa carencia material, Spielberg la convierte en potencia narrativa. Naturalmente, para que esto funcione el correlato debe ser que cuando finalmente aparece, ya sea el tiburón o la nave extraterrestre, su presencia sea sobrecogedora e impactante. Esos ojos abiertos de los que ven el aterrizaje del ovni son los mismos de los espectadoras cada vez que vemos la escena.
En Encuentros Cercanos del Tercer Tipo hay otra gran decisión, que significa una novedad para la manera en que el cine y la literatura de ciencia ficción trataban el tema. Los habitantes del espacio exterior no constituían una amenaza para los terrícolas. Seres más avanzados que buscaban comunicarse. Hay una mirada humana y tierna.
Quien quiera rever la película o enfrentarse a ella por primera vez se llevará una gran sorpresa. Ha resistido de manera envidiable el paso del tiempo. Las escenas finales, con la llegada de la nave y las cincos notas compuestas por John Williams, ese diálogo interplanetario sigue estremeciendo. Es un prodigio. Es cine.
Las influencias de Spielberg son evidentes: los directores clásicos norteamericanos (Ford, Hawks), Disney (la montaña de Fantasía, la canción de Pinocho) y la más explícita en este caso de Truffaut.
A último momento el estudio presentó una nueva exigencia. En realidad se trataba de un desesperado pedido de auxilio. El estreno originalmente estaba pensado para mediados de 1978, para la temporada alta del año siguiente. Sin embargo, Columbia estaba al borde de la quiebra y necesitaba que la película de Spielberg lo salvara. Pero el gran problema era que los efectos especiales llevaban mucho tiempo en esos años y se llegó con lo justo para el estreno anticipado. La película fue un éxito absoluto. Artístico, de crítica y en la taquilla. Recaudó más de 300 millones de dólares en todo el mundo. Y el estudio se salvó de la bancarrota.
Además del éxito comercial, la película empujó el fenómeno de los ovnis. Se convirtió en una presencia constante en los medios que siempre sintieron fascinación por divulgar ese tipo de fenómenos aún sin demasiadas constancias reales. Los especialistas en vida extraterrestre y ufólogos surgieron de todos lados y se convirtieron en elenco estable de programas de televisión y revistas de actualidad. Los avistajes se multiplicaron y mucha gente que nunca había tenido contacto con ese tipo de experiencias creyó protagonizar alguna. De repente era lo más normal del mundo ir por una ruta y que una luz potente, cegadora, detuviera el auto y lo hiciera flotar, o que naves nodrizas marcianas reposaran un rato en la cima de montañas altas o montes más humildes.
Steven Spielberg estrenó una versión de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo en 1980. Fue el primer Director’s Cut de la historia. Incorporó algunas escenas que había eliminado y acortó otras. En 1998 estrenó una tercera versión, según él la definitiva. En esta eliminó la escena que más lo molestaba, la que creía que no estaba a la altura de su creación y que había incluido por presión del estudio: la del interior de la nave extraterrestre. Esta edición es la más extensa de todas.
Sin embargo el director sigue sin estar del todo conforme. Declaró que pasado todo este tiempo hay una decisión clave que le gustaría haber modificado, que si hoy tuviera que volver a concebir el film hay algo que cambiaría: el personaje de Richard Dreyfuss no subiría a la nave, no se iría con los visitantes. “En el momento en que la filmé no tenía hijos. Eso cambia todo. Ahora siendo padre no admitiría que mi personaje los abandonara por la fascinación que ejercen los extraterrestres sobre él” dijo Spielberg.
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