¿Podía saber a los seis años, cuando vio a su madre interpretar a Fantine en Los Miserables y se fascinó con el teatro, que un día iba a ganar el Oscar por ese mismo papel? ¿Podían saber sus padres cuando la llamaron como a la mujer de Shakespeare que su hija iba a convertirse en la última heroína romántica del cine, la sucesora de Julia Roberts, una Audrey Hepburn moderna, torpe y querible? ¿Podía saber cada vez que volvía a verla en Breakfast at Tiffany’s (1961), o cuando jugaba a ser Judy Garland en el Mago de Oz (1939) que llegaría a ser comparada con sus dos actrices favoritas? Seguramente no, pero todos los sueños de la infancia apacible de Anne Hathaway terminaron por cumplirse, quizá porque estuvo determinada desde el principio a seguir su propio camino amarillo.
Nacida en Brooklyn hace cuarenta años, el 12 de noviembre de 1982, pero criada en Nueva Jersey, sólo hace unos meses se atrevió a hacer una aclaración sobre su nombre en el programa de de Jimmy Fallon: “Díganme Annie, ¡todos me dicen Annie! Cuando tenía catorce hice un comercial y fui a buscar mi tarjeta de la SAG (el sindicato de actores). Me preguntaron cómo me llamaba y me pareció que Anne era la opción más seria, pero nunca se me ocurrió que por el resto de mi vida todos me iban a decir cómo sólo lo hace mi madre cuando está realmente enojada. ¡Ahora cada vez que alguien me dice Anne en público pienso que van a gritarme!”. Claro, tampoco podía saber cuando era sólo una adolescente que ese comercial era el comienzo de una carrera que la llevaría a ser una de las estrellas mejor pagas de Hollywood.
Al principio, sus padres –descendientes de irlandeses que la educaron en el catolicismo hasta que toda la familia se alejó de la Iglesia cuando su hermano mayor se declaró homosexual– se negaban a que Annie siguiera los pasos de su madre, que dejó la actuación justo después de aquella puesta de Los Miserables en la que ella descubrió su vocación. Con el tiempo se rindieron a que encabezara la mayoría de las obras escolares y aceptaron que se inscribiera en la American Academy of Dramatic Arts con apenas once años. Su perseverancia era inclaudicable: fue la primera adolescente admitida en el programa de entrenamiento actoral de la prestigiosa compañía de teatro Barrow Group.
Te puede interesar: La confesión de un hermano de Anne Hathaway que la hizo abandonar su deseo de ser monja
Hathaway, que también tenía un enorme talento para el canto –un dato que pocos recuerdan: ganó un Emmy por ponerle voz a las canciones de la Princesa Penélope de Los Simpsons en 2010–, se sumó al coro del All-Eastern U.S. High School Honors y se presentó como soprano en el Carnegie Hall. Tres días después, fue fichada para el casting de una serie de Fox que duró poco pero marcó su debut televisivo: Get Real. Años después confesaría que aquella suerte y un historial en el cine que comenzó literalmente como un cuento de hadas cuando saltó a la fama con el éxito de taquilla de Disney Diario de una Princesa (2001, y su secuela en 2004), no la libraron de la depresión ni de los ataques de ansiedad propios de una chica que no podía dejar de autoexigirse. Justo ella, que siempre pareció no tener ningún problema: alegre, bella, luminosa.
En una entrevista con el Telegraph dijo también que durante mucho tiempo estuvo distanciada de sus padres, pero aprendió a entenderlos: ‘Cometieron errores, pero también hicieron muchas cosas buenas. Hicieron lo mejor que pudieron y lo sé. Tenemos una gran relación ahora, aunque hubo momentos difíciles, muy difíciles”.
Tenía 24 años cuando logró su rol consagratorio como la Andy Sachs de El diablo viste a la moda (2006). Fue un saltó definitivo al podio de la fama con una película que se transformó en clásico instantáneo de la mano de la Miranda Priestly de Meryl Streep. Tanto, que igual que el público y la prensa aún debaten si Ilse debía quedarse con Rick en vez de huir con Laszlo en Casablanca, en los más de quince años que pasaron desde el estreno de El diablo…, la discusión sobre si el verdadero villano era el novio de Andy –Nate (Adrian Grenier)– y no su jefa déspota –inspirada en la directora de Vogue, Anna Wintour– tampoco perdió vigencia.
Hace un par de semanas, Hath –como también le gusta que la llamen, cualquier cosa menos Anne– sorprendió a los fans que revisaron la trama a la luz del #MeToo para concluir que un novio controlador es peor que la más desalmada de las editoras de Moda: para ella, Nate no era tan tóxico como se lo ve ahora y eso, en todo caso, era una dinámica de pareja. “Creo que los dos eran muy jóvenes y estaban viendo de qué se trataba todo. Es verdad, él se portaba como un estúpido, pero yo también era una estúpida a los 20 y espero haber madurado. Es lo que hacemos todos. No querría que me juzguen por el peor momento de mi juventud, así que no creo que Nate sea realmente un villano”, dijo en una entrevista con Watch What Happens Live.
Lo cierto es que a ella sí la juzgaron por el papel de Andy Sachs, y fue un antes y un después. Su siguiente film tras El diablo… fue Rachel Getting Married (2008), por el que obtuvo una nominación al Oscar. En esa película interpretó a una adicta en recuperación y Hathaway dice que en realidad fue ese el rol que la convenció definitivamente de que era una actriz. “Cambió mi carrera y mi vida, porque (el director) Jonathan Demme me mostró el tipo de persona que quería ser, el tipo de artista que quería ser, y el tipo de vida que quería construir. No lo tenía claro antes. Yo nunca había tenido un protagónico como ese, fue mi primera vez haciendo a un personaje complicado, donde tuve que poner toda mi compasión en juego para entender a alguien muy difícil. Y descubrí que era mi tipo de personaje favorito para interpretar: alguien ante quien los otros se dieron por vencidos pero yo puedo llegar a amar para mostrárselo al mundo. Yo era una actriz dulce. Divina. Una actriz amorosa y de moda. Pero, de pronto, me convertí en una actriz de verdad”, le confió a Elle el mes pasado.
En el año del estreno de Rachel…, que fue también el de Get Smart –donde hizo a una perfecta 99–, Hathaway pasaba por uno de los momentos más ásperos en su vida personal, que ocupó las tapas de todos los tabloides y los sitios de chimentos. Su entonces novio desde 2004, el agente de real estate italiano Raffaello Follieri, con quien convivía en Nueva York, fue arrestado por un fraude de millones de dólares, y el FBI confiscó de su departamento hasta los diarios íntimos de la actriz. Follieri se declaró culpable y fue sentenciado a cuatro años y medio de cárcel. Su relación con Hath también estaba sentenciada. Se separaron ese mismo verano.
Te puede interesar: De Anne Hathaway a Kate Middleton: las famosas que dejan atrás las supersticiones y se visten de amarillo
En cambio, 2012 fue un año de fortuna: habían pasado veinticuatro años desde que vio a su madre hacer de Fantine en Los Miserables, cuando le ofrecieron ser parte de la versión del musical que Tom Hooper llevó al cine. No sólo no dudó, sino que lo dio todo: bajó once kilos y se cortó el pelo a la garçon para ponerse en la piel de la prostituta moribunda creada por Victor Hugo. El reconocimiento también fue total: ganó el Oscar, el Golden Globe, el premio de la SAG y el BAFTA como Mejor Actriz de Reparto.
Acababa de entrar en la lista de las actrices mejor pagas por su Gatúbela/Selina Kyle de El caballero de la noche asciende, que fue un rotundo éxito de audiencia. Y en septiembre se casó en California por el rito judío con el actor y empresario Adam Schulman. Es que, pese a su educación confesional, dice que su religión es un “work in progress”. Su militancia, en cambio, es profunda y está marcada por su experiencia junto a una de sus personas favoritas, su hermano Michael: por ejemplo, vendió la foto de su casamiento y donó las ganancias al grupo de activismo por el matrimonio igualitario Freedom to Marry. También es una defensora férrea de la igualdad de género, y embajadora de la ONU Mujeres. Esa militancia se plasmó por ejemplo en películas como Ocean’s 8 (2018), la secuela de la saga protagonizada por mujeres, en un reparto que incluyó a Sandra Bullock, Cate Blanchett, Rihanna y Sarah Paulson.
Tiene dos hijos con Schulman, Jonathan (6) y Jack (2). Y aunque probó con creces que era mucho más que una actriz de moda, nunca dejó de ser la preferida de las grandes marcas. Como su Andy, ahora aprendió a llevar vestidos de Armani, Gucci, Chanel, Carolina Herrera además de ser la cara de marcas como Bvlgari y Lancôme. “Cuando era una actriz joven, mucho de lo que hacía estaba basado en el miedo, en querer hacerlo todo bien –dijo hace poco sobre su camino en las alfombras rojas del mundo la protagonista de We Crashed (2022) y la atrapante El precio de la verdad (2019), que hoy bate récords en Netflix–. Ya no me importa tanto hacer las cosas mal. No creo que vaya a romperme y ninguna apuesta me parece tan alta. Así que me visto con mucha mayor gratitud y más alegría.” Sirve para la moda, pero también para la vida.
Seguir leyendo: