En 1941, la Segunda Guerra Mundial se disputaba en varios frentes. Uno de ellos, quizás el más impiadoso por el clima que debían soportar los soldados y las condiciones de vida era el norte de África. Allí, luego que los británicos derrotaron a las tropas italianas, Hitler envió a uno de sus mejores generales: el mariscal Erwin Rommel. En desventaja numérica, propinó al ejército aliado algunas derrotas que lo hicieron merecedor de su apodo: el Zorro del Desierto. Hacía falta un mago para vencerlo. Y eso fue lo que sucedió.
Apenas dos años antes, en Londres, mientras el 1 de septiembre de 1939 Alemania invadía Polonia y daba comienzo la guerra, Jasper Maskelyne deslumbraba con sus trucos desde los escenarios. Podía impresionar con su pinta de galán, que hasta lo habían hecho participar de alguna película: 1.93 metros de estatura, hoyuelos cuando sonreía, un cuidado bigote y ojos verdes. Pero su principal habilidad era el engaño.
Casi un año después, el 7 de septiembre de 1940, Londres sufrió el primer bombardeo alemán. El llamado “Blitz” de la Luftwaffe (la fuerza aérea alemana) duró 57 noches consecutivas. La ciudad sufrió 71 ataques, en los que un millón de hogares fueron destruidos y alrededor de 40 mil personas murieron. Eso, a pesar -enumeró el investigador español Jesús Hernández- de los 400 millones de sacos de arena dispuestos para proteger edificios y que unas 40 mil bombas quedaron sin explotar. Según escribió David Fischer, el biógrafo de Maskelyne en el libro “El mago de la guerra”, en el preciso momento que la lluvia bombas comenzó a caer, Maskelyne desarrollaba un truco que había aprendido de su abuelo y su padre, que consistía en tragar un vaso lleno de hojas de afeitar.
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Como muchos británicos, el ilusionista se presentó como voluntario para combatir a los nazis. Pero por su edad (tenía 38 años) no lo aceptaron. Obstinado, y aprovechándose de su fama, consiguió entrevistar a los altos mandos. No les ofreció su puntería, sino su habilidad como ilusionista. Dice Fischer que los convenció de dos maneras. Por un lado, les prometió: “Denme libertad y no habrá límites para los efectos que puedo crear en el campo de batalla. Puedo crear cañones donde no los hay y hacer que disparos fantasmas crucen el mar. Puedo colocar un ejército entero en el terreno si eso es lo que quiere, o aviones invisibles”. Pero fue más contundente cuando les hizo un truco que los dejó con la boca abierta y el sí en la punta de la lengua: con espejos y luces urdió la falsa aparición de un barco alemán que navegaba en el río Támesis. La guerra no sólo se peleaba con armas: también con ingenio. Y cualquier aporte era bienvenido. El ejército del Reino Unido poseía un Centro de Desarrollo y Camuflaje de Trenes de la Compañía Real de Ingenieros británicos, al mando de Richard Buckley, que tenía como sede un viejo castillo del siglo XII, el Farnham Castle. Y allí fue designado.
Maskelyne había aprendido magia mirando a su abuelo y a su padre. Había nacido el 29 de septiembre de 1902 en Wandsworth, un barrio londinense. Su abuelo, John Nevil Maskelyne, había comenzado en el negocio deslumbrado por los “Hermanos Davenport”, espiritistas que aseguraban poseer “poderes”. A finales del siglo XIX, eran furor en Gran Bretaña y los Estados Unidos. Fue quien transformó el Teatro Egipcio de Piccadilly en un recinto que llamaron “El Hogar del Misterio”. Considerado el padre de la magia moderna, John Nevil inventó la famosa “Caja Falsa”, en la que se introduce un ayudante que desaparece y aún hoy causa asombro o el Ojo de la Aguja, que consistía en la ilusión de hacer pasar a un hombre por un pequeño agujero y hacer aparecer a otro. Fue quien fundó un club de magos en Londres llamado “El Círculo Mágico”. Además fue un ingenioso inventor que fabricó máquinas de escribir con un novedoso sistema de espaciado, que recién en 1941 incorporó nada menos que IBM.
Su padre, Nevil, continuó la tradición de la magia y llevó los trucos al prestigioso teatro St. George’s Hall, en Regent Street. Bajo el nombre de Maskelyne’s Magical Mysteries, el negocio familiar fue una de las principales atracciones londinenses. En la Primera Guerra Mundial, Nevil se anticipó a su hijo, ideando una pomada para proteger del fuego las manos de los artilleros. E instruyó a magos para que fueran espías que operaron bajo la tutela de Lawrence de Arabia.
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Desde niño, Jasper se sintió atraído por los trucos que su abuelo y su padre le enseñaban. Ambos solían dar espectáculos de ilusionismo y a los 9 años, el muchacho debutó sobre el escenario. Cuando murió su padre en 1926, Jasper tomó las riendas. Tenía 24 años, y se comenzó a presentar con su nombre encabezando la marquesina. Ya era uno de los magos más famosos de Londres. Hasta que una década más tarde comenzaron los bombardeos sobre Londres y él se enroló bajo las órdenes de Buckley, donde pudo aplicar sus conocimientos de óptica y mecánica.
Allí, en el área de camuflaje del ejército, lejos de reclutar soldados, llamaban a pintores como Blair Hughes-Stanton, Edward Seago, Frederick Gore y Julian Trevelyan; un escultor llamado John Codner; un profesor de Oxford que era experto en camuflar animales, Francis Knox; un zoologista de nombre Hugh Cott; un modisto, Victor Stiebel; un escenógrafo, Jack Keefer y un restaurador, un electricista, dos vidrieros, un viñetista, un poeta y un editor de revistas. Un ejército improbable de 17 personas que juraron lealtad a la Corona y se llamaron a sí mismos “La cuadrilla mágica”.
Cuando estuvieron preparados, Jasper se despidió de sus hijos Alistaire y Jasmine y de su esposa desde hacía 14 años, Mary, que en los comienzos de la relación había sido la típica ayudante a quien hacía desaparecer e incluso había “disparado” desde un cañón para sus espectáculos. Una vez listos, el 19 de enero de 1941 lo subieron al transatlántico Sumaria, los hicieron dar vueltas durante tres meses por el océano Atlántico para que no los encontraran los nazis. El periplo fue de cuento: pasaron por Sierra Leona, bajaron hasta las Islas Malvinas, luego se dirigieron a Durban, en Sudáfrica, y treparon por el océano Índico hasta alcanzar el Canal de Suez, en Egipto, donde desembarcaron. Jasper tenía una ventaja: hablaba árabe, porque había recorrido medio Oriente llevando su espectáculo de magia.
Para entonces, Rommel había tomado Tobruk y acechaba el canal de Suez. Este paso del océano Índico al Mediterráneo era vital para el suministro de petróleo que hacía posible movilizar las tropas. Además, el norte africano era la plataforma ideal para lanzar ataques sobre Italia y Grecia, que estaban en poder de Mussolini y Hitler.
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Su primera misión fue convencer a un Imán derviche que, en caso que las tropas británicas debieran evacuar sus posiciones en El Cairo y huir hacia Jordania, los dejara pasar. El problema era que el poderoso jefe árabe había jurado que iniciaría una guerra santa si el ejército inglés pasaba por su territorio. Para eso tuvo que trasladarse hasta Damasco. El Imán se jactaba de ser un gran mago, pero Maskelyne lo derrotó en un duelo de trucos, y consiguió el aval del guerrero del desierto para que, en caso de ser necesario, las tropas británicas cruzaran la región sin sobresaltos.
A pesar de su éxito en esa misión, su presencia en la zona era subestimada por los militares profesionales. El general Wavell, al mando de las tropas británicas antes que Churchill enviara a Montgomery, sabía que si atacaba con sus tanques las posiciones de Rommel debía hacerlo por sorpresa. Pero en esa región, sin lugar físico para ocultarlos, debía apelar a Maskelyne. La operación de camuflaje debía ser perfecta. Le dio la orden al mayor Geoffrey Barkas, designado jefe militar de la “Cuadrilla Mágica”, y éste se la transmitió a Jasper.
Lo que consiguió fue fantástico. Así lo describe Fischer en su libro: “El aparataje para transformar un tanque en un camión —'el escudo solar’ lo apodó— estaría hecho con lienzo pintado y extendido sobre dos estructuras plegables de madera. Cada una de las estructuras cubriría la mitad del tanque, desde delante hacia detrás. Cuando se alzara, un escudo solar vagamente parecido a tres cajas rectangulares de diferentes alturas y anchuras puestas juntas, formarían una escalera de tres peldaños desiguales. El primero, una caja cuadrangular que representaba el capó del camión, el segundo más alto y estrecho hacía de cabina del conductor, y el más alto de todos y el más extenso que vendría a ser el remolque del vehículo. Las estructuras estarían engrapadas con clavijas a los lados de los tanques y harían bisagra sobre la torre de comando. Cuando se desenganchara el pestillo, las dos partes de la coraza debían caer una a cada lado, como una patata cortada longitudinalmente. Aunque algunas pulgadas del tanque podrían ser visibles con el escudo solar, normalmente serían protegidas por las ondulaciones del terreno desértico”.
Para probarlo, puso camiones reales en fila junto al prototipo que había producido. Los oficiales, a lo lejos, no pudieron adivinar cuáles eran tanques camuflados. Ni siquiera el piloto de un avión Auster, que sobrevoló la formación, pudo reconocerlos. Sin embargo, el ataque que planeó Wavell contra Rommel resultó un verdadero desastre. El mayor Barkas tranquilizó a Jasper, le dijo no fue culpa del camuflaje, que había funcionado razonablemente bien, sino de la capacidad militar del Zorro del Desierto. La Operación “Hacha de Guerra” les costó 99 tanques, 33 aviones y mil muertos a los aliados. Pero a Maskelyne todavía le faltaban dos obras maestras del ilusionismo en Egipto.
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Con el ánimo renovado, los alemanes comenzaron a bombardear el puerto de Alejandría en ataques nocturnos. Era un punto clave para los aliados, la puerta al mediterráneo desde el canal de Suez y base del intercambio de suministros para las tropas. Una y otra vez, la Luftwaffe lanzó sus ataques. El capitán Barkas llegó con otro encargue, esta vez colosal. Maskelyne debía ocultar todo el puerto de Alejandría de la vista de los aviones de los nazis. Lo máximo que había hecho desaparecer de la mirada de los espectadores, hasta ese momento, había sido un elefante. Pero lo hizo.
En las proximidades de Alejandría se encuentra la bahía de Maryüt, de características similares a la que cobijaba el puerto. Junto a la “Cuadrilla Mágica” pusieron manos a la obra. Con fotografías de reconocimiento nocturno y linternas que clavaron en la arena reprodujeron las luces del puerto. Dentro de edificios de chapa colocaron explosivos que simularían el mismo efecto de las bombas alemanas, humo incluido. Sobre el mar colocaron supuestos navíos hechos de lona, con lámparas que imitaran la iluminación de los buques. También crearon un faro, con un mecanismo mecánico que hacía girar una luz. Lo único verdadero era la batería antiaérea, para que el engaño fuera completo.
En el puerto real, mientras tanto, se hizo todo un espectáculo de camuflaje para simular el mismo efecto que el de un bombardeo. Con escombros, lonas y falsos edificios demolidos hechos de papel maché, lograron despistar a los aviones de reconocimiento diurno que enviaban fotografías de destrucción a la inteligencia alemana.
A partir que el ardid estuvo completo, toda Alejandría quedaba a oscuras por las noches. Cuando las oleadas de aviones alemanes llegaban para atacar, sus pilotos sólo veían las luces en Maryüt. A medida que llegaban, estas se apagaban como era usual en Alejandría al detectar los ataques aéreos. Así, los pilotos se desorientaron: el lugar de los mapas que habían preparado para el ataque nocturno indicaban que debía estar el blanco, parecía haberse corrido unos kilómetros. La Fuerza Aérea del Tercer Reich había sido engañada por un mago. A partir de ese momento, la reputación de Maskelyne subió hasta las nubes.
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El siguiente truco fue proteger el Canal de Suez. Después de varias pruebas fallidas con espejos en su banco de pruebas, logró hacer “desaparecer” al canal con una cortina de luz generada por 21 reflectores móviles, que enviaban haces en remolinos a 14 kilómetros de altura en un espacio de 160 kilómetros. De esa manera, los pilotos quedaban enceguecidos y mareados. El mismo Jasper casi pierde la vida sobre un avión cuando probaron el experimento. Pero cuando los alemanes atacaron, el objetivo se logró y la pérdida de aeronaves que sufrieron los nazis, cuantiosa. El llamado “Spray de luz” fue luego utilizado en varios lugares donde los aliados debían defender objetivos de los alemanes.
Finalmente, las tropas aliadas pudieron controlar a Rommel. Ya con la presencia del general Bernard Law Montgomery, los británicos asumieron la ofensiva. La batalla de El Alamein fue decisiva para liberar al norte de África de los nazis. Y en ella también tuvo participación Maskelyne.
Lo que Montgomery le pidió parecía una locura, crear un ejército de cartón, con tanques y artillería ficticia, para que los alemanes creyeran que lo atacarían por el sur. Colocando estructuras de madera y lona sobre jeeps, cañones de lata, soldados que eran maniquíes y hasta un oleoducto falso hecho con latas de combustible. Para fortuna de los británicos, Rommel estaba en Berlín en el momento crucial de la batalla. Su segundo, George Stumme, murió en el transcurso de la misma de un paro cardíaco y quedó al mando del general Wilhelm Von Thoma. Este fue engañado y dispuso su fuerza principal para enfrentar la amenaza ilusoria. Eso le dio tiempo a Montgomery de atravesar los campos minados del Afrika Korps y atacar. Cuando los alemanes se percataron y voltearon al norte, ya era tarde.
El 11 de noviembre, diez días después del final de la batalla, el primer ministro Winston Churchill habló en el Parlamento. En un momento, cuenta Fischer en su biografía de Maskelyne, señaló: “Debo decir unas palabras sobre sorpresa y estrategia. Gracias a un maravilloso sistema de camuflaje, conseguimos una completa sorpresa táctica en el desierto”
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Con el final de la batalla de Egipto, Maskelyne regresó a Inglaterra. Se reencontró con Mary y sus hijos en 1946. La “Cuadrilla Mágica” fue disuelta y no recibió ningún tipo de reconocimiento oficial. El mago regresó a los escenarios, pero con la llegada de la televisión, su espectáculo dejó de interesar. Desanimado, se mudó lejos, a Kenia, donde ofreció sus servicios en la guerra contra la guerrilla Mau Mau. Y allí vivió hasta su muerte, a los 70 años de edad, en 1973.
Las hazañas que cuenta el libro de Fischer han sido puestas en duda numerosas veces. Para muchos, son parte de una fantasía, de una exageración del biógrafo de Maskelyne. Sin embargo, la técnica de camuflaje siempre fue un factor vital en las guerras, desde el caballo de Troya hasta estos días. Quizás todo sea cierto. La única verdad está guardada bajo siete llaves en los archivos de la Royal Marine británica. Los documentos sobre la actuación de Jasper Maskelyne en la Segunda Guerra Mundial serán desclasificados recién en el año 2046. Y allí se verán los hilos del gran prestidigitador de la guerra.
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