La caza de brujas tuvo lugar en Europa, principalmente en los siglos XVI y XVII y comenzó alrededor del 400. A las mujeres con sabiduría, intuición o valentía las acusaban de vuelos nocturnos (el famoso dibujito de brujas sobre una escoba) y a las que tenían o generaban deseo de copular con el Diablo. Las demonizaron para matarlas, violarlas, callarlas, encerrarlas y con sus cuerpos quebrados de dolor hacer que las mujeres escondieran el cuerpo y sus sueños.
El pecado del placer a partir de ahí fue culpa de las mujeres y debilidad para los varones pero, en realidad, la caza de brujas fue una persecución a las mujeres que volaban por encima de los hombres por su cuerpo, por su pensamiento, por su valentía. La historia del genocidio vino a aplanarlas a ellas y a hacer que las vecinas, las hijas, las sobrinas y las nietas supieran que el castigo por pensar o sentir podía quemarlas en la hoguera, incendiar su boca y partir sus genitales.
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La persecución a las brujas no fue fruto de la brutalidad, sino de la primera operación mediática de la historia, aproximadamente con el nacimiento de la imprenta (en 1454), señala la escritora francesa Mona Chollet en el libro “Brujas. La potencia indómita de las mujeres”, editado -en Argenitina- por Hekht. Ella señala que la designación de los chivos expiatorios, a lo largo de la historia, no fue producto de una masa sin cultura, sino de los sectores cultivados.
Mona Cholett genera una asociación entre la creación de la imprenta y la tiranía de las redes sociales que expanden los discursos de odio contra mujeres, diversidades y personas racializadas. “Las sociedades que señalan regularmente un chivo expiatorio para sus desgracias y se encierran en una espiral de irracionalidad, inaccesibles a toda argumentación sensata hasta que la acumulación de discursos de odio y la hostilidad convertida en obsesiva, justifican el pasaje a la violencia física”.
El mundo en el que vivimos -en el que todavía tenemos que defendernos de la opresión y resurgen movimientos que vuelven a pedir retrocesos- es un mundo moldeado por el miedo a pensar, a saber y a desear: es un contexto disciplinado por la tortura y el asesinato de las brujas. Ser mujer tenía costo si se pensaba, se sabía o se quería. Por lo tanto, ser una mujer funcional no era una función natural ni cultural, sino una función de supervivencia cuando no se trataba de elegir entre dulce o truco sino entre la vida y la muerte.
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Las brujas eran sabias: magas, curanderas, parteras, enfermeras. Las personas recurrían a ellas cuando no había más ciencia, ni más estado. “Siempre habían sido personas respetadas de la comunidad hasta que sus actividades se asimilaron a conductas diabólicas”, aclara Chollet. No fueron siempre perseguidas, empezaron a ser perseguidas para perseguir el poder femenino. “Toda cabeza femenina que sobresaliera podía despertar la vocación del cazador de brujas. Contestarle a un vecino, hablar en voz demasiado alta, tener carácter fuerte o una sexualidad demasiado libre, ser inoportuna en algún sentido bastaba para poner a una mujer en peligro”, describe.
La solución era simple: morir o matar, pero no había prueba de vida. Muchas eran arrojadas al agua. Si se hundían eran inocentes (morían) y si flotaban eran asesinadas (para que mueran). No había orilla posible para las mujeres que sobresalieran por alguna creencia, conocimiento o particularidad física. No decir, no hacer, no mostrar fueron las lecciones que se configuraron por siglos o sino ser mala, maldita y muda.
El #MeToo también empezó ahí. Si una mujer denunciaba acciones que hoy entendemos como acoso sexual la acusaban de por bruja (no hay tanta diferencia con la realidad actual) y eran asesinadas por la culpa de culpar y por el pecado de ser violadas. En 1679 Péronne Goguillon fue ejecutada después de sufrir una tentativa de violación, en por parte de cuatro soladados borrachos que la extorsionaron con la promesa de darles dinero a cambio de no penetrarla. Pero al denunciarlos la respuesta fue quemarla como bruja.
Igual que hoy el problema no es qué se desea, sino desear y no importa si una mujer quiere ser madre y tener muchos hijos (se embarazan por un plan) o si no quiere ser madre (egoísta o asesina), si se separa (rompehogares) o busca novio (arrastrada) no importaba qué hiciera una mujer, siempre era culpable: bruja.
“Tener cuerpo de mujer podía bastar para constituir a una persona en sospechosa. Después del arresto las acusadas eran desnudadas, afeitadas y entregadas a un pinchador que buscaba minuciosamente la marca del Diablo tanto en la superficie como en el interior de su cuerpo, hundiendo agujas en él. Cualquier mancha, cicatriz o irregularidad podía servir como prueba”, relata Chollet.
La indiscrecionalidad era absoluta. Si Quijote se guiaba locamente por los molinos de viento las brujas eran acusadas de trabar los molinos. Esa es la supuesta causa del asesinato de Jeanne Noals (llamada Gache), en 1619, (supuestamente frenó un molino en Bordeaux). No importaba si las acusadas eran inofensivas, la ciudadanía estaba convencida que tenían un poder ilimitado y las ejecutaban -con sufrimiento- por eso. Y, claro, para quitarles el poder a todas las otras, las contemporáneas y las que vinieron y vivieron (sometidas) tiempo después.
Eran falsas brujas por un lunar, una manchita, una herida o un bulto. No importaba qué tenían, qué hacían o quienes eran, sino que si habían sido señaladas como brujas se encontrara algo que probara su brujería. Las mujeres eran chivos expiatorios para los problemas sociales, incluso para los problemas marítimos. Digna Robert, en Bélgica, fue apresada, quemada y expuesta sobre una rueda (el disciplinamiento público), en 1565, porque había problemas con los barcos en alta mar. Y echale la culpa a Digna.
La caza de brujas afectó a, aproximadamente, 50.000 o 100.000 mujeres, según el libro “Brujas” que fueron asesinadas, aunque son más las que se suicidaron, murieron en prisión y fueron linchadas. Y, todavía muchas más fueron expulsadas o perdieron su reputación, pero todas eran brujas o podían serlo. La matanza afectó a todas las mujeres, por los siglos de los siglos.
“Todas las mujeres, incluso las que no fueron acusadas, padecieron los efectos de las cazas de brujas. La puesta en escena de los suplicios públicos, que era un potente instrumento de terror y disciplina colectiva, las intimaba a mostrase discretas -apunta Chollet-, dóciles, sumisas y a mantener un perfil bajo. Además debieron adquirir la convicción de que encarnaban al mal y persuadirse de su culpabilidad y oscuridad”.
En el libro “Brujería”, de Anne L. Barstow, se recorre la historia para contar como la represión a la sexualidad que impusieron las iglesias desató una creciente violencia sexual y un holocausto no reconocido de mujeres independientes. Ella muestra como las mujeres se convirtieron en chivos expiatorios de los males de la sociedad, cómo su sometimiento a la violencia sexual y la muerte envió un mensaje de control a todas las demás y compara esta persecución con la esclavización y matanza de esclavos africanos y pueblos originarios latinoamericanos.
No es solo historia, es presente. La reacción misógina actual se basa en el odio hacía las mujeres que generó el genocidio de las brujas en Europa durante casi tres siglos. Esa violencia contra las mujeres se reitera en la violencia actual y en el disciplinamiento cuando se mata o lastima a una para que muchas más no se rebelen al poder masculino. Anne Barstow sostiene que la caza de brujas terminó con una cultura femenina vivaz y solidaria que había existido durante la Edad Media y que el ascenso del individualismo y el repliegue en sí mismas de la cultura de la femineidad hacía lo interior, lo íntimo y lo silencioso se origina en la cultura del miedo por la tortura y la muerte.
En Halloween se ven brujas en las escuelas, los barrios, los canales de tele, las películas y las pyjamadas. La costumbre es norteamericana pero el arte de los disfraces y maquillajes, la gracia de pedir caramelos y el juego de calabazas, películas de terror, murciélagos y vampiros logra que tenga cada vez más auge entre chicos y chicas y adolescentes. Para las brujas puede ser también una sentida reivindicación, también para bailar y divertirse. ¿Por qué no? Ya no son la mala de la película – o sí- la moda brujeril es una forma de volverlas a traer a la vida y al recuerdo social.
El origen de Halloween es un ritual celta denominado Samhain, que tomó forma entre 1500 y 1800, que celebraba el fin del verano y la llegada de los días cortos y fríos del otoño. En Argentina, la literalidad es tan ridícula (o nortecentrista) como festejar Navidad con un menú y una decoración preparados para que caiga nieve en vez de las gotas de sudor que se resbalan por la piel en pleno diciembre.
Pero podemos sonreír cuando vemos las caras maquilladas y a los pequeños vecinos pedirnos caramelos. ¿Por qué no sumar festejos y sacar los demonios del placard? De paso, cambiamos la idea de hoguera (para repeler la brujería) y, al contrario, dejamos que las brujas salgan del ostracismo histórico y vuelvan a tornarse atractivas. Del marketing más grande después de Navidad a la teoría feminista se puede navegar entre golosinas y libros y llegar a puntos interesantes.
La escritora Silvia Federici escribió “Calibán y la bruja” y “Brujas, caza de brujas y mujeres”, entre otros libros. Eso sí, Federici no ofrece golosinas masticables sino que trazó puentes entre la caza de brujas y el inicio del capitalismo. Ella contextualiza que, entre los siglos XV y XVII, la privatización de la tierra se acompañó de una intensificación del ataque sobre las comunidades campesinas personificadas en la figura de las mujeres, especialmente de las ancianas.
Ella no escribe solo de historia sino que contextualiza que los nuevos loteos de tierras en África, en la India y el Sudeste asiático, se han traducido en una nueva oleada de caza de brujas, con la persecución, y en ocasiones la mutilación y asesinato, de miles de mujeres. Y señala a movimientos pentecostales norteamericanos de extrema derecha como reflotadores de la idea de Satanás encarnado en las femineidades autónomas, gozosas y rebeldes.
“La caza de brujas contribuyó a destruir el poder social de la mujer, a desvalorizarla como sujeto”, afirma Silvia Federici. Ella también quiere que se visibilice la historia. En la Europa de los grandes museos faltan museos para contar lo que paso con las brujas. Sin embargo, en el Museo Medieval de Tortura en San Gimignano en Italia, se pueden conocer muchos de los métodos de tortura que utilizaron contra las brujas.
La tortura está mal. Pero queda evidente que la tortura sexual específica sobre las mujeres (y los varones cercanos a ellas) fueron un método de disciplinamiento a través de algo que puede ser peor que la muerte (el terror, la violación y el dolor) ensañado con la intimidad y la sexualidad femenina. Sin ir más lejos, en el debate presidencial de Brasil Jair Bolsonaro apeló a un guiño de estos sectores cuando le dijo al presidente electo Lula Da Silva: “Deja de mentir, ¿debería exorcizarlo para que deje de mentir?”.
De la neo misoginia a la antigua misoginia hay un paso y en ese odio a las mujeres que deciden sobre su cuerpo también están los varones que están más cerca de ellas. “La mayoría de los hombres que fueron acusados y condenados por brujería eran parientes de las mujeres sospechosas. Esto, por supuesto, no minimiza las consecuencias del miedo y la misoginia que la propia caza de brujas produjo, ya que propagó una imagen horrible de las mujeres convirtiéndolas en asesinas de niños, sirvientes del demonio, destructoras de hombres, seduciéndolos y haciéndolos impotentes al mismo tiempo”, enmarcó Federici.
En el Museo de la Tortura se ve que el cinturón de castidad era una herramienta que se autocolocaban las mujeres para intentar no ser violadas por soldados o invasores. Si bien no era para asegurar la fidelidad, sino para no ser abusadas a la fuerza durante sus viajes o en períodos de guerra y de invasiones las mujeres tenían que cercenarse sus partes íntimas como la única defensa ante las violaciones sistemáticas.
En la recorrida por el museo medieval de San Gimignano queda a la vista que los métodos de tortura contra las brujas dañaban especialmente su genitalidad y sexualidad y que los hombres perseguidos por la caza de brujas eran los que más cerca estaban de las mujeres acusadas de saber o poder y que eso era asociado al demonio.
En el museo -ubicado en una ciudad medieval en la Toscana italiana- pequeño, terrorífico, pero real también se puede ver un ejemplar del Malleus Malleficarum, el manual para cazadores de brujas publicado en Alemania en 1487 en el que todo acto femenino era demonizado. Y que toda mujer debía ser silenciada a la fuerza. Una de las mayores herramientas expuesta es la Doncella de Nuremberg, conocida como Iron Maiden, que es un ataúd con una puerta giratoria, llena de pinches metálicos en el interior, que desangra a quien sufre la tortura pero salva a los torturadores de escuchar los gritos de dolor. Más perverso no se consigue.
La perversión es un paso más allá de la persecución. La caza de brujas no asesinó, torturó y violó. En el museo italiano se muestra un instrumento del horror: la parrilla, un desgarrador de órganos genitales que buscaba destrozar la vulva de las brujas como si se tratara del centro del poder, del parto y del placer el corazón de la sabiduría femenina.
Las que gozan matan y las que quieren sexo castran o vuelven impotentes a los varones que -como Bolsonaro- ostenta la compra de Viagra para las Fuerzas Armadas pero prohíben el aborto y limitan los anticonceptivos. La mujer moldeada por el miedo es una mujer sumisa. A veces parece que el pasado regresa y se vuelve amenaza presente.
Federici reseña: “El resultado de la caza de brujas en Europa fue un nuevo modelo de feminidad y una nueva concepción de la posición social de las mujeres, que devaluó su trabajo como actividad económica independiente (proceso que ya había comenzado gradualmente) y las colocó en una posición subordinada a los hombres. Este es el principal requisito para la reorganización del trabajo reproductivo que exige el sistema capitalista”.
Hoy podemos disfrazarnos y rendirles honores, velar sus dolores y reivindicar su sabiduría ancestral. Pero la posibilidad de pensar, reivindicar y asociar a las brujas con las pasiones contemporáneas no se agota cuando sacan las calabazas y suben los trineos en las góndolas de los locales de chucherías. Las brujas merecen un mayor lugar en nuestras bibliotecas, nuestros altares, nuestros museos y nuestras calles.
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