Todo empezó con una caja que decía Felices Pascuas. Era 1955 y el oficial de la Armada norteamericano que la abrió no entendía demasiado qué sucedía cuando vio que dentro había un libro sobre ovnis. Era The Case for The UFO: Unidentified Flying Objects. El autor era Morris K. Jessup, un astrónomo y arqueólogo –no se sabe si diplomado, pero sí con experiencia en excavaciones incaicas- que había terminado como vendedor de autos. Ese libro que había salido hacía poco tuvo un leve éxito. Jessup había ganado cierta fama en los cincuenta como especialista en vida extraterrestre aunque el tema no tenía tanta difusión.
El origen del mito
Lo particular de ese ejemplar era que en los márgenes estaba todo escrito. Eran tres voces diferentes, cada una estaba identificada por un color distinto. Un diálogo entre tres seres de la vida exterior que discutían sobre razas alienígenas, viajes a diferentes galaxias o explicaban cuestiones tecnológicas de los, entonces llamados, platos voladores. En algunos de esos intercambios se hacían referencias laterales al Proyecto Filadelfia. El oficial de la marina que hojeó el libro de haber pensado que se trató de una broma.
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Después se supo que el que mandó la caja fue Carl Allen, que también utilizaba entre otros seudónimos el de Carlos Miguel Allende. ¿Quién fue Allen? No sabemos demasiado bien, hay pocas certezas sobre su vida más allá de sus afirmaciones. Dijo ser marino mercante y tripulante de un barco de guerra norteamericano durante los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Allen empezó a escribirle cartas a Jessup. Le comentaba sobre el contenido de sus libros, le refería de estas conversaciones alienígenas. Pero no obtenía, parece, la atención que buscaba. Hasta que en una de esas misivas habló del Proyecto Filadelfia y le contó al ufólogo su experiencia del 28 de octubre de 1943 en el puerto de Filadelfia.
Allen estaba a bordo de un buque de guerra norteamericano. Desde su cubierta vio como el Elridge, un destructor para 200 tripulantes despareció ante sus ojos. Un barco de guerra, inmenso y pesado, se esfumó luego de que unas luces verdes lo envolvieran. Al poco tiempo, el Elridge, como si nada hubiera pasado, volvió a estar en su lugar, atracado en la base naval de Filadelfia.
¿Qué había pasado? Según Allen, y después según una larga masa de conspiranoicos, el Elridge se había hecho invisible y se había teletransportado hasta el puerto de Norfolk en Virginia, a más de 600 kilómetros de distancia. Lo que se debe reconocer es que la teletransportación fue prudente y responsable: no sólo evitó aparecer en una avenida cargada de tráfico o en un desierto (si lo hubiera hecho en el Amazonas le habría ahorrado trabajo a Werner Herzog en Fitzcarraldo) sino que tuvo la precaución de aparecer en otro puerto. Pero eso no fue todo. El Elridge se hizo invisible, se teletransportó y ¡viajó en el tiempo! Dicen que retrocedió quince minutos en el tiempo.
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Todo habría sido parte de un programa secreto del gobierno norteamericano: el Experimento Filadelfia. Lo que se buscaba era que los barcos desaparecieran para evitar así ser alcanzados por los temibles submarinos nazis que asolaban los mares del mundo durante la Segunda Guerra. La idea original, dicen, era que fueran invisibles sólo para los radares. Lo que se pensó, entonces, a partir de ideas de Albert Einstein fue crear un campo electromagnético alrededor de la nave para que los radares enemigos no pudieran detectarlos. De esta manera su navegación sería mucho más segura. La leyenda afirma que la primera prueba fue unos meses antes, el 22 de julio de 1943. Lo cubrieron y rodearon con unos cables largos y los conectaron a dos reactores. Cuando pusieron en marcha el dispositivo, el buque de guerra se encendió con una estela de luces verdes que lo circundaron y de pronto dejó de ser visto detrás de ese halo esmeralda, aunque muy rápidamente volvió a estar en su sitio. El Elridge había desaparecido unos pocos segundos. Por eso, para perfeccionarlo, repitieron el experimento en octubre.
El calvario de los tripulantes
Los que creen en que el suceso ocurrió cuentan que las secuelas para los tripulantes del barco fueron espantosas: hubo quienes enloquecieron definitivamente, otros quedaron con graves secuelas físicas, algunos no soportaron la desmaterialización y murieron y los que peor la pasaron fueron los que su cuerpo se fundió con diferentes partes del barco.
Este desastre humano habría sido el que hizo que se ocultara lo ocurrido y se siguiera trabajando en secreto para desarrollar el descubrimiento e impedir que los tripulantes perdieran la vida o la razón. Y, al mismo tiempo, fue el que provocó que no quedaron testigos porque la demencia los había dominado, estaban convalecientes con graves lesiones o habían muerto.
De a poco la leyenda del Experimento Filadelfia se fue difundiendo. Tuvo territorio fértil cuando a principios de los setenta los ovnis se convirtieron en un fenómeno mediático aunque lo sucedido con el barco no haya tenido que ver con la vida exterior pero sí con lo sobrenatural. Pero la gran exposición se dio en 1979. Charles Berlitz había conseguido, un tiempo antes, un best seller global con El Triángulo de las Bermudas. Intentando redoblar la apuesta o, al menos, repetir el éxito echó mano del Experimento Filadelfia y alrededor de él escribió un libro. De este modo la historia se masificó y los márgenes entre leyenda y realidad se difuminaron una vez más.
Teoría conspirativa
No es necesario dar demasiadas explicaciones científicas para demostrar que la historia no tiene asidero real. Ninguno de los doscientos tripulantes nunca dijo nada (el cuerpo de ninguno, tampoco, se fundió con la cubierta del barco), los que trabajaban en el puerto o los que estaban en los otros buques atracados tampoco mencionaron ningún suceso particular. Sería el pacto de silencio más fenomenal de la historia. Y según los registros de la Armada, el Elridge en octubre del 43 ni siquiera estaba en la base de Filadelfia.
A través de las décadas los argumentos científicos para justificar esta desmaterialización y viaje en el tiempo se fueron haciendo más sofisticados pero no por eso fueron más veraces. Se recurrió de Tesla a Einstein, de la mecánica cuántica al último descubrimiento de un Nobel.
Volvamos a Jessup, el que recibió las cartas de Allen y el primer difusor masivo de la teoría. Después de su primera publicación sobre ovnis, el interés de los lectores por sus historias de vida extraterrestre decreció. Siguió escribiendo libros pero ya nadie los compraba. Su pasado de astrónomo había quedado muy atrás. Los editores le rechazaban los manuscritos y pocos lo escuchaban seriamente. El escaso público que iba a sus conferencias se reía de él. La esposa lo dejó y lo echaron de la concesionaria de autos. Estaba muy deprimido. Tuvo un accidente de autos grave que la policía no pudo desentrañar si se había tratado de que se quedó dormido o había intentado quitarse la vida. Luego de salir del hospital, una tarde de 1959, manejó varias horas hasta perderse, salió de la ruta y se quedó en su auto, con las ventanas cerradas y el motor prendido. A la mañana siguiente lo encontraron muerto. La justicia dictaminó que se trató de un suicidio. Los creyentes en que el Experimento Filadelfia ocurrió sostienen que agentes secretos del gobierno norteamericano lo mataron para callarlo.
Allen, por su parte, utilizó varios seudónimos a lo largo de su vida. Después de cambiar unas cuantas cartas, hasta Jessup le dejó de responder, convencido de que se trataba de un mitómano. Murió en 1968. Desde hacía más de una década estaba internado en una clínica psiquiátrica.
Charles Berlitz no fue el único que aprovechó la leyenda. Se hicieron varias películas de ficción y documentales sobre el tema, aunque la gran mayoría no fueron memorables y tuvieron una repercusión menor y una atención fugaz.
De todas maneras, la historia se instaló en el inconsciente colectivo. Muchos la repiten como cierta a pesar de que no hay ni siquiera un indicio de que haya ocurrido. En algún momento la presión fue tanta sobre la Armada de Estados Unidos, que sus voceros tuvieron que salir a aclarar que nunca había existido ningún experimento destinado a invisibilizar a sus buques y que la desmaterialización del destructor USS Elridge nunca ocurrió. El Elridge fue parte de la política de Estados Unidos de armar a los países emergentes con los barcos ya baqueteados que pensaban retirar después de la Segunda Guerra Mundial. Así como a varios países sudamericanos les envío dos barcos para fortalecer sus armadas (de los dos enviados a la Argentina, uno terminó siendo el Crucero Gral. Belgrano), el Elridge, ya con otro nombre, sirvió décadas para las Fuerzas Armadas griegas. Nunca más desapareció ni viajó en el tiempo.
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