La noche del 23 de octubre de 2002 en las instalaciones del Teatro Dubrovka, en Moscú, no cabía un alfiler. Más de ochocientas personas habían desembolsado en rublos el equivalente de 15 dólares – una entrada cara en ese momento – para ver el musical Nord-ost (Nordeste) Aleksei Ivaschenko y Georgiy Vasiliev, un verdadero suceso de taquilla estrenado el año anterior.
La obra exigía un gran despliegue de actores y técnicos, por lo que si se los contabilizaba junto con el público sumaban 916 personas dentro del teatro.
Poco después de las 9 de la noche, cuando recién comenzaba el segundo acto y el desvalido Sanya Grigoriev – testigo del asesinato de un cartero - deambulaba por los decorados en busca de su amigo el profesor Korablev, un hombre enfundado en un uniforme negro saltó al escenario e interrumpió la obra con varios disparos dirigidos al techo.
En segundos, los espectadores, técnicos y actores, incluidos algunos niños del cuerpo infantil del teatro, se vieron rodeados por otros 39 hombres y mujeres armados con pistolas Makarov y rifles Kalashnikov y que, además, llevaban colgadas de sus cinturones cuatro o cinco granadas cada uno. Por si fuera poco, también distribuyeron explosivos plásticos por toda la sala.
El hombre que saltó al escenario se llamaba Movsar Barayev, sobrino del comandante de la milicia rebelde chechena Arbi Barayev, y estaba al comando del grupo armado, que incluía a 21 hombres y 19 mujeres, en su mayoría de entre 21 y 23 años. Después se sabría que estás últimas eran “viudas negras”, esposas de combatientes rebeldes musulmanes chechenos muertos por las tropas rusas que ocupaban su país, y que estaban dispuestas a todo.
En los primeros momentos de confusión, algunos técnicos y actores que estaban fuera de escena lograron escapar por ventanas y puertas auxiliares, pero fueron pocos. En la sala, rodeados por los integrantes de comando checheno quedaron más de 850 rehenes que pronto se enteraron de que serían asesinados si las tropas rusas no abandonaban inmediatamente Chechenia.
Eso les anunció desde el escenario Movsar Barayev y el mismo mensaje les transmitió a las fuerzas de seguridad rusa que rápidamente rodearon el teatro. Si intentaban entrar, los combatientes harían volar el teatro y morirían junto con los rehenes.
La guerra de Chechenia
La segunda guerra de Chechenia llevaba tres años y hacía dos que el primer ministro ruso, Vladimir Putin, había instalado en la capital, Grozni, un gobierno que respondía al Kremlin. Aquellos que no se sometían a su mandato eran considerados bandidos.
La ideología de los combatientes chechenos había derivado desde la guerra anterior – entre diciembre de 1994 y agosto de 1996 - desde un independentismo laico hasta llegar al islamismo wahabista.
Mientras el señor de la guerra Shamil Basáyev representaba esta tendencia, el presidente electo de la Chechenia independentista (la autoproclamada República de Ichkeria), Aslán Masjádov, era la voz moderada de los separatistas y buscaba infructuosamente negociar con Moscú, aunque su autoridad era muy débil frente al poder de los combatientes islámicos.
En los meses iniciales de la guerra, Rusia se apoyó en un masivo ataque aéreo y terrestre utilizando misiles contra las principales ciudades. Gran parte de la población civil fue evacuada de las localidades donde se combatía. Los rusos avanzaron hacia Grozni, cuyo cerco completaron poco antes de Navidad; la capital chechena fue tomada por los rusos a principios de febrero de 2000, tras destruir lo poco que quedaba de ella.
Los rebeldes se retiraron a las montañas del sur, desde donde comenzarían una larga guerra de guerrillas contra las tropas rusas y los chechenos promoscovitas. También iniciaron una serie de atentados en territorio ruso, pero nunca de la envergadura de la toma del Teatro Dubrovka.
Noche de tensión y muertes
El comando permitió que los rehenes se comunicaran por teléfono con sus familiares. De ese modo las fuerzas de seguridad rusas supieron que tenían granadas, minas y artefactos explosivos improvisados atados a sus cuerpos, y que habían desplegado más explosivos en todo el teatro. También, que los chechenos usaban nombres árabes entre ellos.
A las 10 de la noche, las unidades policiales, el Servicio Federal de Seguridad (FSB), la policía antidisturbios, estaban alrededor del teatro. También había periodistas y móviles de televisión, que comenzaron a transmitir en directo.
Minutos más tarde, los secuestradores liberaron alrededor de 150 personas, entre ellas niños, mujeres embarazadas, algunos musulmanes, extranjeros y personas que necesitaban tratamiento médico. Los enviaron con un mensaje: que matarían a diez rehenes por cada uno de ellos que muriera si las fuerzas de seguridad los atacaban.
La primera persona que intentó negociar con los secuestradores fue el teniente coronel Konstantin Vassilev, un abogado militar que se adentró en el teatro para ofrecer intercambiar otros rehenes a cambio de los niños retenidos. No pudo hacerlo, porque los chechenos lo recibieron con una lluvia de balas y lo mataron.
También, y pese al cerco montado alrededor del teatro, una empleada de una perfumería cercana, Olga Romanova, de 26 años, logró filtrarse entre las líneas policiales, entró a la sala y gritó instando a los rehenes a que se rebelaran. También le dispararon y permitieron que la policía retirara su cuerpo, que en un primer momento se creyó que era el de una rehén. Nadie se había dado cuenta de que había burlado la vigilancia de la policía sin ser detectada.
Negociaciones y más muertes
Aunque lo quisiera, el gobierno ruso no podía retirar las tropas de todo el territorio checheno como exigían los secuestradores. Era logísticamente imposible en tan poco tiempo.
“Cuando se les dijo que la retirada de tropas era poco realista en el corto período, que era un proceso muy largo, los terroristas presentaron la demanda de retirar a las tropas rusas de cualquier parte de la República de Chechenia, pero sin especificar qué área era”, relató después uno de los asesores de Putin, Sergei Yastrzhembsky.
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También pidieron el ejército ruso dejara de utilizar la artillería y los aviones de combate desde el día siguiente, y que el propio Putin diera un mensaje público prometiendo detener la guerra.
El gobierno ruso no aceptó y, como contrapropuesta, ofreció a los integrantes del comando dejarlos en libertad y enviarlos a cualquier país que pidieran si se rendían y no había más muertos.
Con el correr de las horas de los dos días siguientes, hubo idas y vueltas, con negociaciones que no llegaban a ningún resultado concreto. Varias figuras públicas se ofrecieron como intermediarios, e incluso el último líder de la antigua Unión Soviética, Mijail Gorbachov, se ofreció a entrar al teatro y dialogar cara a cara con el jefe del comando para buscar una solución.
Mientras tanto, los secuestradores fueron liberando rehenes con cuentagotas, la mayoría de ellas niños o personas con problemas de salud. También pidieron que se presentara personal sanitario de la Cruz Roja y de Médicos sin Fronteras para atender a los secuestrados.
La situación fue ganando en tensión y casi estalla cuando una tubería de agua caliente se rompió e inundó la planta baja del teatro. Los secuestradores tomaron el hecho como una “provocación” por parte de las fuerzas de seguridad rusas.
En realidad, no era una provocación, sino una falla del plan que ya estaba en marcha para asaltar el teatro.
El asalto final
La rotura de la cañería se debió a que las fuerzas de seguridad rusas estaban realizando pequeños agujeros en las paredes y revisando los accesos a las rejillas de ventilación del edificio para realizar la primera parte del asalto al teatro y liberar a los rehenes.
A las 5.10 de la mañana del 26 de octubre, inyectaron un gas narcótico a través de esos accesos para dormir y dejar sin capacidad de reacción a los secuestradores. Que los rehenes sufrieran las mismas consecuencias fue considerado como un mal necesario.
Veinte minutos más tarde, las Fuerzas Especiales “Alpha” y “Vimpel” irrumpieron en el teatro con máscaras, lanzando granadas de gas y disparando sobre algunos secuestradores que no habían sido afectados por la primera oleada de gas.
Según testimonios de algunos rehenes que permanecían despiertos, las fuerzas especiales ejecutaron disparándoles a la cabeza a todos los miembros de comando que estaban dormidos.
Después sacaron a los rehenes inconscientes y los fueron apilando en el piso del hall y en las escaleras, para que enfermeros y médicos los trasladaran en ambulancias hacia los hospitales más cercanos, donde se habían montado operativos de emergencia.
El primer balance que dieron las autoridades rusas fue de 40 secuestradores muertos -es decir, todos-, 67 rehenes asesinados por los chechenos, ninguna baja entre las fuerzas de seguridad y más de 750 personas liberadas.
En ese primer comunicado no se detalló como había sido el asalto ni se mencionó el uso de gas para dejar inconscientes a quienes estaban dentro del teatro. La versión oficial fue que las fuerzas especiales debieron atacar porque un grupo de rehenes estaba intentado escapar y los secuestradores dispararon sobre ellos.
Después se sabría, aunque muy parcialmente, la verdad.
El gas fatal
La primera información sobre la verdadera naturaleza del operativo vino desde el interior mismo del teatro cuando se inició el bombeo de gas.
“Nos parece que desde afuera están haciendo algo. Están tirando gas. Así no va a salir nadie vivo, ni nosotros ni los chechenos. ¡Nuestro gobierno no quiere que salga nadie vivo de acá! Hay gas, los vemos, lo sentimos, lo estamos respirando y viene desde afuera”, avisó la rehén Anna Andrianova, corresponsal de Moskovskaya Pravda, en una llamada al estudio de radio Echo of Moscow que fue transmitida en vivo.
La situación se volvió inocultable cuando en los hospitales a donde habían sido trasladados, muchos rehenes empezaron a agonizar y murieron de insuficiencia respiratoria. En total, fallecieron 130 rehenes por los efectos del gas narcótico.
Los médicos, desesperados, preguntaron a las fuerzas de seguridad qué gas habían utilizado, para así proporcionarles un antídoto a las víctimas. Les dijeron que no podían informarlo porque se trataba de un secreto militar. Recién en 2012, el laboratorio británico en Salisbury pudo descubrir que los anestésicos carfentanil y remifentanil eran parte del gas, pero sin poder determinar las proporciones y otros ingredientes.
Aún así, la versión del gobierno ruso no fue modificada. La última declaración sobre el tema de Vladimir Putin fue que los rehenes no habían muerto por efectos del gas utilizado sino por el resultado de enfermedades crónicas exacerbadas, estrés e incapacidad para adaptarse a circunstancias inusuales.
Para entonces, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ya había condenado a Rusia por la mala planificación inadecuada de la operación de rescate y la falta de una investigación adecuada sobre la operación y otorgó un total de 1,3 millones de euros a los rehenes sobrevivientes y a los familiares de las víctimas.
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