Hace 99 años, una serie de fracasos empujó a dos hermanos a fundar su propia empresa. Uno convaleciente de una larga enfermedad, hábil para los números y para las relaciones sociales. El otro un genio creativo, con una capacidad épica de trabajo y un empecinamiento único para llevar adelante proyectos que nadie se había animado a encarar antes. Walt Disney tenía apenas 22 años y una visión. Su hermano Roy lo acompañó. Crearon un estudio de animación. Ninguno de los hombres importantes de la industria apostaba por la permanencia de los hermanos y sus dibujos animados. Pero a partir de la creación de Disney Brothers Studios ya nada fue lo mismo. La industria del espectáculo ingresó en una nueva era.
Desde muy chico, Walt, que había nacido en 1901, tuvo dos grandes intereses: los trenes y el dibujo. Cada adulto que lo veía con un lápiz en la mano no podía creer lo que este chico era capaz. En su casa dudaban. Su rendimiento escolar no era bueno. Él decía que eso no era culpa de su capacidad intelectual ni de su pereza sino del agotamiento que le producía levantarse todos los días de la semana para hacer el reparto de los diarios junto a su hermano Roy. El padre después de unos negocios fallidos había comprado un puesto de revistas y mientras organizaba los envíos, ponía a sus hijos al frente del reparto. Walt, después, pasaba todo el día cansado.
A los 21 años había montado tres pequeñas empresas y las tres habían quebrado. Era muy difícil abrirse camino como dibujante.
Walt, en un principio, aspiraba a ganarse la vida como historietista. Debía conseguir que alguna de sus tiras fuera sindicalizada, que alguien la comprara y la publicara en cientos de diarios alrededor de Estados Unidos. Pero eso no sucedía y la paciencia no era su principal virtud.
De a poco fue estudiando los diferentes sistemas de animación que existían. El cine le producía fascinación y veía las grandes filas de público entrar a él. Era otro modo de que su trabajo fuera visto por muchos. Dibujar pero para cine.
Roy era uno de sus hermanos mayores. A él siguió Walt cuando quiso alistarse en la Primera Guerra Mundial. No lo dejaron porque no tenía la edad mínima. Pero a los pocos días regresó con un documento falso y consiguió un puesto como ambulancista de la Cruz Roja. Pero cuando atravesó el océano y llegó a Francia, ya se había firmado el armisticio y no entró en acción. Roy fue desafectado del ejército por una tuberculosis. Estuvo mucho tiempo internado. Después de dejar el hospital abandonó Kansas City, la ciudad en la que vivía desde hacía unos años su familia, y se instaló en Los Ángeles.
Hacia allí fue Walt con 22 años. Su última empresa otra vez se había quedado sin fondos. Había hecho unos cortos que consiguieron un relativo éxito local. Se llamaban Newman Laugh-O- Gram. Pero para seguir teniendo sus creaciones en pantalla necesitó de más dibujantes y eso desequilibró las cuentas. Y la compañía debió cerrar. Ese fue el momento en que decidió acompañar a Roy en su nuevo destino.
A la ciudad llegó con la última producción de Laugh-O–Gram, aunque el pequeño estudio ya no existiera. Se llamaba Alice Wonderland. Era un corto de 12 minutos de duración que se basaba libremente en Alicia en el País de las Maravillas. Pero la novedad era que combinaba una Alicia real, una chica de doce años llamada Virginia Davis, con dibujos animados que eran sus antagonistas.
El 16 de octubre de 1923, 99 años atrás, los hermanos crearon una empresa nueva, Disney Brothers Studios. Como nadie se quería asociar a ellos, como los financistas no confiaban en sus proyectos, los Disney iban a producir ellos mismos cortos animados para que se dieran en los cines.
Walt Disney era un trabajador incansable y obsesivo. Exigía mucho a cada uno de sus empleados. No había tecnología que aliviara el trabajo y cada proyecto llevaba mucho tiempo. Él se pasaba quince horas por día enfrascado en la tarea profesional y pretendía que los demás hicieran lo mismo. Sus ayudantes y colaboradores se resentían y abandonaban ante mejores ofertas (y la esperanza de ser tratados mejor, sin tanto rigor). Unos pocos años después compró casi toda la participación del hermano en la empresa y el estudio (muy pequeño todavía) pasó a llamarse Walt Disney Studios.
Después de muchos años de demoras y de que él éxito fuera esquivo pareció que en 1927 todo iba a cambiar. Creó un personaje que gustó mucho a los chicos: Oswald The Rabbitt, un conejo inocente que solía meterse en problemas. Pero el gran estudio con el que trabajaba había sido sagaz en la confección del contrato y se quedó con los derechos del personaje. Disney quiso pelear pero la batalla legal estaba perdida. Cuando parecía que nada podía ser peor, sus colaboradores más cercanos fueron cooptados por el estudio y Walt se quedó casi solo. Nada más que Roy seguía a su lado. Parecía que en Los Ángeles, y en especial en esa industria, no alcanzaba solo con el talento.
Pero Disney fue pertinaz. Al año siguiente produjo dos cortos con un nuevo personaje. Un ratón de orejas grandes y algo ingenuo, Mickey. Ya nada volvería a ser lo mismo.
El tercer corto fue Steamboat Willie. Por primera vez un dibujo animado tenía, también, el sonido sincronizado.
Un año después el ratón había conquistado Estados Unidos. Había tiras cómicos en cientos de diarios, los cortos se estrenaban en los cines, el merchandising empezó a inundar jugueterías y se abrieron clubes de Mickey Mouse en cada rincón del país.
Ese mismo año en The Karnival´s Kid, Mickey habló por primera vez. Walt, perfeccionista como era, no encontró ninguna voz adecuada para el doblaje. Por lo que decidió ser él mismo la voz de su creación. Lo hizo hasta 1947. Sus primeras palabras fueron “The hot dog, the hot dog”.
Mientras crecía la fama de su dibujo animado, también aumentaban las presiones. Sus colaboradores eran tentados por otros estudios. Así se fueron de su lado los principales socios creativos y hasta pareció perder la distribución. Pero consiguió un acuerdo con Columbia. Sin embargo, la posibilidad de tener que volver a empezar de cero, le produjo un colapso nervioso.
De todas maneras, el estudio siguió creciendo. Ya nunca se detuvo. Mickey se convirtió en el personaje infantil más conocido y querido. Walt Disney le proporcionó otros amigos, agrandó la galería de personajes. Nacieron Pluto, Goofy el Pato Donald a principios de los años treinta. Las revistas con sus historietas vendían cientos de miles de ejemplares semanales. La Academia reconoció el trabajo de Walt Disney. Ganó Oscars consecutivos por mejor corto animado. Y hasta uno honorífico en 1932 por haber dado vida a Mickey. Tanta y tan inmediata fue la penetración del personaje, que con los años Walt Disney se convirtió en la persona con más estatuillas de la Academia en su haber.
En 1933 hizo Los Tres Cerditos. Fue un boom extraordinario. Disney no sólo vivía de Mickey. Fue el corto más exitoso de la historia. Las historias edificantes con animales humanizados eran la marca registrada del estudio.
Mientras tanto, Walt tenía una obsesión. Conseguir hacer su primer largo animado. La producción de Blanca Nieves y los Siete Enanitos le llevó muchísimos años. Fueron tantos los gastos, se multiplicó tantas veces el presupuesto original que en algún momento pareció que para sostener el estudio iba a necesitar cinco Mickeys. Los especialistas le auguraban la bancarrota. Disney desarrolló nueva tecnología para poder darle profundidad a sus dibujos y para que pareciera que había movimiento de cámaras. Y obviamente todo debía ser a color y con un sonido prístino.
El estreno fue en diciembre de 1937. De inmediato la crítica se rindió a sus pies y el público agotó durante meses cada función. En muy poco tiempo se convirtió en el film sonoro más taquillero de la historia hasta ese momento. Con Blanca Nieves empezó la era dorada de la animación y Walt Disney terminó por consolidarse en el gran magnate de la industria del espectáculo, en el sinónimo indiscutible del entretenimiento infantil. Después vendrían Fantasía y Pinocho que no cumplieron con las expectativas económicos, debido al comienzo de la Segunda Guerra. Otra vez los Oscars, pero con una particularidad. El reconocimiento honorario fue personalizado: le dieron a Walt una estatuilla de tamaño original y siete chiquitas que representaban a los enanos.
En cada momento de zozobra, en cada crisis, Walt tuvo a su lado a Roy, el hermano mayor que lidió con acreedores, que ordenaba las cuentas, que era la cara amable que consolidaba el negocio y atendía los problemas, mientras Walt se dedicaba a sus obsesiones, seguir creando y no repitiéndose y explorando territorios desconocidos.
Después de la Segunda Guerra, y mientras se aburría esperando que sus hijas terminaran de dar vueltas en la calesita, Disney pergeñó Disneyland, un parque temático como ni siquiera nadie se había permitido imaginar en el que se divirtieran tanto niños como adultos. El trabajo fue arduo pero la nueva idea, una vez más, dio vuelta la industria del entretenimiento.
Tras la muerte de Walt, Roy siguió a cargo de la empresa hasta su retiro después de que se abriera Disneyworld en la Florida, el último gran proyecto de los hermanos Disney.
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