El hecho llama la atención de quienes no conocen la historia. Todos los 14 de julio, en el aniversario de la Revolución Francesa, una banda militar se forma frente a las puertas de una casa de las afueras de país y toca La Marsellesa en homenaje a una mujer que no era francesa ni participó de la toma de la Bastilla, pero a la cual Francia considera una heroína de guerra.
La mujer en cuestión era de nacionalidad india, pasó sus primeros años en Moscú y durante la Segunda Guerra Mundial fue espía del Servicio de Operaciones Especiales (SOE) inglés que la envió detrás de las líneas enemigas durante la ocupación alemana de Francia.
Se llamaba Noor Inayat Khan y las tenía todas en contra para ser una agente de campo en medio de una guerra: odiaba la violencia, era frágil, no tenía resistencia física, manejaba muy mal los revólveres y las pistolas y no sabía usar armas largas.
Tantas contras tenía que estuvo a punto de ser descartada en medio del entrenamiento para enviarla a una oficina, pero la mirada perspicaz de otra mujer llamada Vera Atkins no solo lo impidió sino que sirvió para convertirla en una de las espías más eficaces de las que trabajaron con la Resistencia francesa.
Noor Inayat Khan, cuyo nombre en clave era Nora Baker, no es tan famosa como Atkins, la maestra de mujeres espías que fue su mentora, ni como Virginia Hall, la “espía coja”, con quien compartió acciones y riesgos detrás de las líneas enemigas.
Tampoco tuvo, al contrario que ellas, la suerte de sobrevivir a la guerra: una traición la puso en las garras de la Gestapo y perdió la vida fusilada en el campo de concentración de Dachau después de que los nazis trataran infructuosamente de arrancarle una sola palabra delatora.
La princesa india
La futura espía nació el 1 de enero de 1914 en la convulsionada Moscú. Fue la primera hija de Inayat Khan y Pirani Ameena Begum. Descendía, por la línea paterna, de la realeza musulmana india: su familia estaba estrechamente relacionada con Tipu Sultan, el famoso gobernante del Reino de Mysore.
El padre de Noor, sin embargo, no estaba interesado en su país natal. Quería recorrer el mundo practicando sus dos pasiones: la música – era muy buen instrumentista – y las enseñanzas del sufismo, el misticismo islámico del cual era maestro.
En Rusia, Inayat Khan llegó a asistir a la corte del zar Nicolás, gracias a sus relaciones con su consejero más famoso, el monje Rasputín.
Pero los días de la familia en Moscú terminaron pronto. Las crecientes revueltas obreras y campesinas en Rusia inquietaban al maestro sufí, pacifista a ultranza, y el estallido de la Primera Guerra Mundial fue la gota que colmó el vaso.
La familia se trasladó a Londres y vivió seis años en Bloomsbury, hasta que en 1920 se mudó a las afueras de París, donde el matrimonio, que ya tenía tres hijos más, se instaló en una casa llamada Fazal Manzil, en Suresnes.
Para entonces, Noor, que todavía era una niña, hablaba ruso e inglés, y comenzó a aprender francés en la escuela. Se formaba, también, bajo las estrictas reglas de su padre, que le inculcó su pacifismo, sus enseñanzas morales y su amor por la música.
Creció en un ambiente donde la lectura y el arte eran prácticas cotidianas. “Noor adoraba la música. Era compositora, tocaba el arpa y la vina (una especie de guitarra característica de India). También escribía historias infantiles”, cuenta Shrabani Basu, autora de la biografía “La princesa espía: la vida de Noor Inayat Khan”.
La ocupación alemana
La vida apacible de una familia dedicada al arte y la religión acabó de manera abrupta cuando el ejército alemán invadió Francia en 1940. Noor tenía 26 años, ya era una eximia intérprete musical y llevaba escritos varios libros para niños, pero la guerra le cambiaría la vida.
Noor, sus tres hermanos y sus padres abandonaron la casa de las afueras de Paris y cruzaron el Canal de la Mancha para resguardarse en Londres.
“Llegaron a Reino Unido como refugiados. Poco después, Noor se unió como voluntaria al ejército británico, quería ayudar al país que la había adoptado. Y luchar contra el fascismo”, dice la biógrafa Basu.
Para Noor y su hermano Vulayat no encontraron contradicción entre el pacifismo en el que habían sido educados por su padre y la necesidad de combatir a los nazis. El joven se alistó en el ejército británico y Noor se unió a la Fuerza Aérea Auxiliar de Mujeres, donde recibió entrenamiento como operadora de radio.
Llevaba casi un año en trabajos de oficina y comunicaciones cuando uno de sus jefes reparó en su fluido manejo de varios idiomas, en especial el francés, y le ofreció sumarse al Servicio de Operaciones Especiales.
Noor aceptó, pero pronto descubrió que no bastaba con cambiar de sección: debía someterse a un entrenamiento durísimo, que incluía mucha actividad física y someterse a simulacros de interrogatorios donde no faltaba la violencia. Le sobraba voluntad para hacerlo, pero su cuerpo frágil no resistía tanta exigencia. Además, se quebraba en los maltratos y era muy mala para mentir.
Estaban por devolverla al lugar de donde había venido para que siguiera atendiendo las comunicaciones cuando la descubrió Vera Atkins, la maestra de mujeres espías.
La maestra de espías
La mujer se presentaba como Vera Atkins, pero su verdadero nombre era Vera May Rosenberg, nacida en Rumania en 1908, hija de la ciudadana británica Hilda Atkins y del ciudadano alemán –de origen judío- Max Rosenberg.
Vera había estudiado francés en la Sorbona hasta que la invasión alemana a Francia la llevó también a ella a Londres. Por contactos familiares pudo ingresar, pese a ser extranjera, a la Sección F, o Sección Francesa, del Servicio de Operaciones Especiales (SOE), una organización secreta creada por Winston Churchill.
En los papeles, allí Vera Atkins era la secretaria del coronel Maurice Buckmaster, quien rápidamente descubrió sus aptitudes como organizadora y – pese a que por su condición de extranjera siguió con el cargo de secretaria – la hizo su asistente personal, la capacitó personalmente en el trabajo de inteligencia y le dio la tarea de reclutar mujeres para que cumplieran misiones detrás de las líneas enemigas como mensajeras y operadoras de radio.
Cuando reparó en Noor, Atkins ya estaba entrenando a otra mujer por la que nadie había apostado como espía, Virginia Hall, a quien se conocería después como la “espía coja”. Hall hablaba alemán, italiano y francés muy correctamente, pero, y sobre todo, su inglés norteamericano – cuando los Estados Unidos aún no habían entrado en la guerra – le permitía encarnar a la perfección el personaje de cobertura de buscaba: la de corresponsal de un diario estadounidense en la Francia ocupada. Su cojera, además, en lugar de jugarle en contra, reforzaba su cobertura mostrándola como “inofensiva”.
En la joven india, la maestra de espías creyó ver virtudes parecidas. Noor hablaba francés a la perfección y su aspecto inofensivo podía servirle perfectamente como cobertura. Además, era una excelente operadora de radio.
Decidió entrenarla personalmente y ponerla en el mismo equipo que a Hall.
Operadora en Francia
En el SOE todos eran conscientes de que operar una radio detrás de las líneas enemigas era casi sinónimo de suicido. No sólo tenían que transmitir con rapidez sino cambiar inmediatamente de ubicación para no ser capturados, porque los alemanes tenían un sofisticado sistema de camiones móviles con detectores. Por otro lado, trasladar los aparatos no era fácil, porque distaban de ser pequeños.
Para cuando a Noor Inayat Khan le asignaron la misión se calculaba que un operador de radio podía permanecer, en promedio, unos dos meses sin ser detenido, pero era un promedio, se podía caer a la primera transmisión.
Noor llegó a Francia con un grupo de agentes en junio de 1943. Allí los esperaba Henri Dericourt, un agente francés del SOE, que la puso a trabajar a las órdenes de un comando dirigido por Emile Garry en Paris.
Lo que nadie sabía entonces era que el grupo de Garry había sido infiltrado por los alemanes, que en pocas semanas lo desbarató. Para principios de julio, todos los agentes habían caído en manos de la Gestapo. Todos menos Noor, que logró escapar y poner a salvo su equipo. Quizás por ser la más nueva de todos, no la tenían detectada.
Desde Londres le ofrecieron sacarla del terreno de operaciones, pero la joven india decidió quedarse y completar la misión.
Durante los siguientes cuatro meses, Noor demostró que las esperanzas que la maestra de espías Vera Atkins había puesto en ello estaban más que fundadas. Siguió transmitiendo casi todos los días, luego de lo cual cambiaba de ubicación llevando su transmisor en una bicicleta. Una vez por semana se teñía el pelo de un color diferente para cambiar de apariencia.
En la práctica, ella sola hizo el mismo trabajo que hacía el equipo completo. Con el nombre en código de “Madeleine”, se convirtió en el único enlace entre su unidad en la Resistencia Francesa y la base de operaciones en Inglaterra.
Delatada y capturada
Siguió así hasta octubre de 1943, cuando finalmente alguien la delató y fue capturada la Gestapo. Existen varias versiones sobre quién la entregó, pero al SOE no le quedaron dudas de que fue uno de los contactos locales que le brindaban apoyo.
La biógrafa de Noor se inclina por una hipótesis despechada: “La hermana de uno de sus contactos la vendió a los alemanes. Estaba celosa porque Noor era hermosa y todos estaban enamorados de ella”, sostuvo Shrabani Basu en una entrevista de hace algunos años con la BBC.
También relató que, a pesar de la poca fortaleza física de Noor, les costó reducirla cuando entraron en el departamento donde estaba escondida. “Peleó, se necesitaron seis hombres corpulentos para someterla”, relató.
Torturada y fusilada
La llevaron a la sede central de la Gestapo en Paris, en la Avenida Foch, donde al principio intentaron convencerla de que cooperara. Como se negó, la torturaron durante días sin poder sacarle información.
La retuvieron en las mazmorras de la Avenida Foch más de un mes, durante el cual intentó escapar dos veces. Quisieron obligarla a firmar un documento mediante el cual se comprometía a no volver a intentar la fuga pero, así como se había negado a hablar, se negó a firmarlo.
Cuando se convencieron de que no delataría a nadie, en noviembre la trasladaron a la cárcel de Karlsruhe y más tarde la recluyeron en Pforsheim, donde la confinaron en una celda especial destinada a los presos considerados especialmente peligrosos.
La frágil princesita india les había ganado su última batalla.
El 12 de septiembre de 1944, fue enviada a Dachau y fusilada al día siguiente. Sus restos fueron incinerados en el crematorio. Tenía 29 años.
Después de la guerra, Noor Inayat Khan fue condecorada post mortem con la Cruz de Guerra, por Francia, y con la Cruz de San Jorge por el Reino Unido. Es la única mujer que recibió esas dos distinciones.
El reconocimiento de entrega continúa todavía hoy, cuando todos los 14 de julio una banda militar se forma frente a la casa de su infancia, en las afueras de Paris, y toca La Marsellesa.
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