Si al director del casting que busca al protagonista para encarnar al mítico James Bond le cuentan que uno de los candidatos es hipocondríaco, sufre vértigo, corre de manera aparatosa y sobre todo padece de hoplofobia, un miedo exacerbado por las armas de fuego seguramente dirá “que pase el que sigue”. Y sin embargo, fue un actor con esas características y al que además su primer agente le había dicho: “No eres tan bueno, así que sonríe mucho cada vez que salgas”, el que se quedó con el mítico papel. Se trata de Roger Moore, el carismático inglés que hoy cumpliría 95 años.
Roger George Moore nació Stockwell, en el sur de Londres, el 14 de octubre de 1927. Su madre era ama de casa y su papá, sargento de policía. Moore no solía hablar mucho de su infancia quizá porque contó que sufrió alguna clase de abuso durante su niñez, aunque como mucha gente de su generación prefería minimizarlo con un “nada demasiado grave”, según aclaraba.
Aunque no le gustaba recordar su infancia siempre sintió un gran orgullo por la profesión de su padre. Según cuentan mientras filmaba Moonraker, su cuarta película interpretando a Bond, los productores del film, le propusieron incorporar un cameo del famoso ladrón de bancos Ronald Biggs, también nacido en Stockwell. Moore se negó terminantemente a compartir pantalla con un delincuente, solo para mantener en alto el honor de la institución policial a la que había pertenecido su padre.
Fue la profesión de su padre la que le abrió las puertas de la actuación. A los 15 años, Roger había conseguido trabajo como asistente en un estudio de animación pero lo despidieron por incompetente. Para esa época su padre fue convocado para investigar un robo en la casa del director Brian Desmond Hurst. Entre declaraciones y testimonios, Moore padre logró que Hurst incluyera como extra a su hijo en la producción que estaba dirigiendo, César y Cleopatra. Su presencia, sobre todo su pinta, no pasaron desapercibidas. Las mujeres que andaban por el set se acercaban para verlo, ante semejante éxito el director decidió acompañar la belleza con formación y pagó sus estudios en la Academia Real de Arte Dramático.
Estudiaba actuación cuando fue convocado por el ejército británico. La Segunda Guerra Mundial terminaba pero alcanzó a ser destinado a un depósito en Alemania. Alternaba las tareas castrenses con pequeñas actuaciones para las tropas. Terminada la guerra, consiguió algún trabajo de actor pero muchos más como modelo de suéteres y jerseys. Para esa época que comenzó a desarrollar un extraña afición para el hijo de un policía: robaba toallas en los hoteles en los que se hospedaba. Mantuvo esta “actividad” incluso cuando ya era muy famoso pero tuvo que suspenderla cuando un periódico inglés la puso en su portada. No solo no desmintió a la publicación, años después reveló que todavía conservaba esas toallas en su casa. ¿Con qué necesidad? Se habrá preguntado más de uno.
En la década del 50 decidió probar suerte en Estados Unidos. Se entusiasmó cuando consiguió un papel secundario en una producción de Broadway. Le duró poco, la obra comenzó y terminó el mismo día. No se rindió. Participó en tres películas pero la fama no le llegó en la pantalla grande sino en la pantalla chica con El Santo. Entre 1962 y 1969 Moore fue Simon Templar un hombre rico, apuesto, sofisticado y culto que se convertía en una especie de Robin Hood moderno.
La serie se convirtió en un éxito mundial no tanto por su trama sino por el carisma de Roger Moore que hechizaba al público, con su porte y dotes de seductor. Sus trajes impactaban por elegantes, lo que pocos sabían era que el mismo actor los aportaba ya que los que le daba la producción le parecían baratos y burdos.
Aburrido de su personaje en 1971 acepto protagonizar Dos tipos audaces con Tony Curtis. La serie fue un fracaso en Estados Unidos. Fue entonces que le llegó una oportunidad única. Ser el nuevo James Bond en lugar del mítico Sean Connery.
Aunque parezca insólito dudó en aceptar y el que lo convenció fue su hijo. Le preguntó a quién prefería: a James Bond o papá y le respondió: “No seas tonto, papá, James Bond, por supuesto”. Moore decidió que su Bond sería completamente diferente y explicó por qué. “No creo en Bond como un héroe. Es un montón de tonterías. ¿Cómo puedes ser un espía cuando en cualquier bar al que entras, el cantinero dice: “Ah, Sr. Bond. ¿Agitado, no revuelto?”, explicaba con el típico humor bien british.
Como Bond, Moore protagonizó siete películas. Aunque su rostro quedó asociado para siempre al del espía inglés, algunos lo critican porque aseguran que acentuó para mal los aires de comedia haciendo que el mítico agente 007 derivara en una parodia de sí mismo. El acento estaba puesto en los gadgets o truquitos de armas escondidas en los zapatos o en los autos y no tanto en la inteligencia de Bond.
Moore dejó de ser Bond por decisión propia. Se vio grande. Según dijo, las chicas Bond con las que actuaba podían ser sus hijas o nietas. Había debutado con 45 años y lo dejó a los 57 años.
Uno de los grandes méritos de Moore es que nunca se tomó demasiado en serio. Como esa vez que le preguntaron su rango de actuación y contestó: “Ceja izquierda levantada, ceja derecha levantada”. Tampoco le molestaba no haber recibido premios. “Nunca recibí una nominación para un Premio de la Academia, y eso que me tomé la molestia de aprender dos expresiones faciales más” o aclaraba que había ganado la estatuilla “A la Dentadura más Blanca de la Semana o algo así”.
Aunque era un éxito de taquilla no era fácil filmar con él. Se sabe todas las secuencias de acción las interpretaban sus dobles, en particular las de carreras, ya que consideraba que él corría de forma “rara”. Su fobia a las armas de fuego le impedía manipularlas incluso aunque eran réplicas. Aparentemente ese miedo venía desde su adolescencia cuando su hermano le disparó en una pierna con un rifle de aire comprimido.
También era un obsesivo con el vestuario. Dicen que el uso de esos tonos claros se debía a que combinaba bien con el color, casi dorado, del pelo de Moore y con su tono de piel caramelo. Como en El Santo, para Bond llevaba a sus propios sastres e incluso a un experto en confección de camisas.
Siete veces se puso el traje de James Bond (Vive y deja morir, El hombre de la pistola de oro, La espía que me amó, Moonraker, Solo para sus ojos, Octopussy y Panorama para matar) y cuatro veces pasó por el matrimonio.
El primer sí lo dio a los 19 años. Se enamoró de la patinadora y aspirante a actriz Lucy Woodard, que usaba nombre artístico: Doorn Van Steyn. Ella tenía 25 y ya estaba divorciada. Apenas tuvieron problemas económicos, empezaron las discusiones. El ganaba más con el modelaje, que con la actuación y tenía poca fe en su talento actoral. Si algo faltaba para que se prendiera la mecha fue la aparición de una tercera en discordia, la cantante Dorothy Squires, quien se convertiría en su segunda esposa.
A Dorothy la conoció cuando la estrella dio una fiesta en su mansión. Ella era aún mayor que su mujer. Tenía 37. Era 13 años más grande que él. La cantante contó cómo la sedujo esa misma noche. “Apagó las luces. Se sentó al lado mío y me besó”. Así fue cómo empezó una convivencia nueva de un día para el otro. El dejó su casa y se instaló al día siguiente. Su mujer todavía no había vuelto de un campeonato de patín. Esperaron un año para casarse y se mudaron a Estados Unidos a probar fortuna con sus respectivas carreras. De Dorothy se divorció en 1946. Estuvieron 7 años juntos.
Los inicios de la relación con Dorothy fueron felices como en su primer matrimonio. Problemas de dinero no tenían y formaban parte del jet set de Hollywood. Pero la felicidad no podía ser completa. La misma gente con la que se codeaban bromeaba acerca de algo que en ese momento era escandaloso: la diferencia de edad entre ellos. Decían “no te olvides de invitar a Roger Moore y a su mamá”. Así que incómodos, volvieron a Inglaterra. Al poco tiempo, el actor tuvo que trasladarse a Roma para filmar El rapto de las sabinas.
Al regreso de Roma, su mujer empezó a interceptar correspondencia que llegaba de Italia, más precisamente de la bella actriz italiana Luisa Mattioli, que formaba parte del elenco de la película. Mucho no entendía lo que decían, mandó a traducir una. En una Mattioli decía que quería recorrer el cuerpo del actor con la lengua. De inmediato, la cantante lo dejó. Moore estaba otra vez libre, una forma de decir. Dorothy lo demandó por el engaño y demoró los trámites de divorcio durante muchos años. Con Luisa pudieron casarse recién en 1969 y el amor perduró 25 años. Tuvieron tres hijos: Debora, Geoffrey y Christian.
Con Luisa tuvieron 25 años de matrimonio parecía que la estabilidad había llegado a la vida del actor. Sin embargo, en 1994, mientras estaba en pleno tratamiento de un cáncer de próstata, le confesó a su mujer que le gustaba su amiga sueca Kristina Tholstrup, viuda dos veces de magnates, conocida como Kiki, que vivía en el vecindario de la pareja y estaba luchando contra la misma enfermedad. En la llamada le dijo: “No estoy enamorado de Kiki, pero me gusta mucho. Lo siento”. Y eso fue todo.
¿Si Kiki fue la última? Sí. Y volvió a casarse en 2002 y se fue a vivir a Montecarlo. Luisa quedó destruida. Intentó escribir una autobiografía para desahogarse, pero quedó en la nada. Moore acordó darle 10 millones de libras en el divorcio.
Moore encontró en Kiki la relación más tranquila que había tenido hasta el momento. “No discutimos”, contaba en las entrevistas. Y al parecer, eso significaba mucho, teniendo en cuenta que su primera mujer lo arañaba y le tiraba teteras, “su arma” favorita. Y la segunda le puso una guitarra en la cabeza. Todo ese maltrato recibido lo contó más de 50 años después de los incidentes.
El 23 de mayo de 2017, Roger Moore murió en Suiza a sus 89 años a causa de cáncer. Se había mudado a ese país para pagar menos impuestos en el suyo. Según informó la familia: “El amor que le rodeó en sus últimos días fue tan grande que no puede ser cuantificado únicamente en palabras”. Alguna vez le preguntaron cómo se imaginaba su partida y contestó con su humor británico. “No he planeado mi funeral. Yo no soy la Reina. Una procesión por las calles de Stockwell estaría bien, supongo. Cuando me vaya, me gustaría que todos dijeran: “Él vivió más que nadie que yo conozca”. Sean Connery falleció a los 90 así que al menos en la saga James Bond por ahora no lo logra.
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