La banda de sonido de Lou no deja lugar a dudas, Bon Jovi canta Wanted Dead or Alive y Allison Janney es un cowboy. Con las arrugas marcadas y el pelo canoso y desgreñado que impone el personaje de Lou Adell, acaba de cazar al venado que sangra en la caja de su camioneta y maneja con la calma de Clint Eastwood, cuando una mujer y su hijita se cruzan en su camino. El thriller de acción que bate récords de vistas en Netflix es un moderno western femenino que la crítica ya compara con Thelma y Louise.
Para Janney, el film de Anna Foerster es su primer protagónico en un largometraje comercial y le llega a los 62 años, después de más de treinta de carrera y una vida de probar su talento y versatilidad como actriz de reparto en películas como Primary Colors (1998), American Beauty (1999) y La tormenta perfecta (2000), y alcanzar la fama y convertirse en un ícono feminista con su CC Gregg, la secretaria de Prensa y jefa de Gabinete del presidente en The West Wing (1999-2006).
Allison Janney, multipremiada
Fue una eterna premiada por sus roles secundarios en ese show, que le valió cuatro Emmys, así como por Mom (2013-2021), por el que obtuvo dos, además de otro por su participación especial en Masters of Sex en 2014. Incluso se llevó un Oscar, un Bafta y un Globo de Oro por su interpretación en la biopic I,Tonya. Pero sólo ahora su nombre suena con fuerza para ser nominada como Mejor Actriz.
En la vida real, ha dejado en claro varias veces que siempre fue la protagonista de su vida. Si en Mom fue una abuela adicta y disfuncional, y en Tallulah (2016), con Elliot Page, algo ingenua, comprensiva y maternal; hay algo mucho más profundo en ella de esa Lou que declara “No todas estamos hechas para ser madres”.
En una entrevista para el programa de Drew Barrymore, el año pasado, Janney contó con naturalidad cómo nunca había sentido realmente el deseo de tener hijos. “Creo que si hubiera encontrado al hombre indicado (y él hubiera querido tener hijos) en el momento preciso, probablemente los tendría”, dijo. No hablaba con amargura ni desde la culpa por lo irreversible, sino con el agradecimiento de quien sabe que para ella fue mejor jugar a ser madre en la ficción que la experiencia de tiempo completo. “Prefiero arrepentirme de no haber tenido hijos que arrepentirme de haberlos tenido”, le dijo convencida a Barrymore.
“Estoy en paz con eso –insistió–. De verdad, recién a esta altura de mi vida estoy aprendiendo quién soy y que quiero. Y me encantaría encontrar a alguien con quién compartir los días, pero si eso no pasa, creo que voy a estar muy bien igual”. Algo parecido había dicho en 2016 en una entrevista con The New York Times: “Sé lo que se siente amar y cuidar a otros, pero nunca tuve algo así como el instinto maternal. Tengo una amiga que cuando se graduó de la secundaria dijo: ‘No puedo esperar a tener bebitos’. Yo a esa edad sólo pensaba: ‘No veo la hora de tener un perro’. Estoy muy muy a gusto con mi decisión de no ser madre”, dijo quien hoy comparte su casa de Los Angeles con tres pastores australianos.
Los romances de Janney
Janney tuvo muchos noviazgos públicos, y estuvo comprometida con el actor Richard Jenik (The game of their lives, 2005); se conocieron en 2002, cuando él tenía 35 y ella 43, y se separaron en 2006. Sobre esa ruptura, confió a la revista Women’s Health que, a medida que se acercaba la fecha del casamiento, comenzó a tener pesadillas sobre ser la mujer de alguien: “Tenía un sueño recurrente en el que nos casábamos y, después de la ceremonia, se convertía en alguien totalmente diferente. Me casaba con Arnold Schwarzenegger y después se transformaba en Danny DeVito, pero nadie salvo yo podía ver la diferencia. Supongo que me daba algo de miedo el tema de la boda”.
No era muy distinto de lo que la había hecho alejarse de su primera pareja importante, el programador Dennis Gagomiros, con quien estuvo desde 1982 hasta 2001, cuando el matrimonio era impostergable. El estigma de la novia fugitiva la acompañó a lo largo de todas sus relaciones, hasta que, como ella misma explicó a Barrymore, comenzó a entender lo que quería.
A su último novio, el productor Philip Joncas, veinte años menor que ella, lo conoció en 2012 en el set de The way way back. Janney le aclaró desde el principio que no soñara con ser su marido. “Simplemente no creo en la institución”, dijo por entonces a la señal E!.
A veces lleva toda una vida comprenderlo –y demasiadas explicaciones todavía que lo comprenda el resto–, pero para la intérprete nacida en Boston el 19 de noviembre de 1959 y criada en Dayton (Ohio), su carrera y su independencia siempre estuvieron primero. Hija de una actriz que renunció a sus sueños para ser ama de casa y cuidar de ella y sus hermanos Jay y Hal, y de un promotor inmobiliario que hubiera querido ser músico de jazz, si algo sí entendió desde muy chica fue que, pese a lo que decían muchas consignas, era imposible tenerlo todo.
Apostó a sus estudios en la Miami Valley School de Dayton, y luego se anotó en Kenyon College, el mismo colegio del que egresó Paul Newman. Después de graduarse, se mudó a Nueva York para estudiar teatro en el Neighborhood Playhouse y se perfeccionó en la Royal Academy of Dramatic Arts de Londres. Toda esa formación la hizo brillar desde siempre en sus participaciones en cine y televisión, y también en teatro, donde destacó incluso en roles menores, y fue nominada más de una vez a los premios Tony.
“Siempre me sentí fea”
Pero la suya fue una carrera tardía, de mucha preparación y cientos de audiciones antes de su primer papel frente a una cámara, cuando tenía más de 30 y aunque comenzó a presentarse a castings a los 23. En parte sufrió la trampa del Hollywood pre #MeToo, donde era difícil lograr roles de peso –o incluso ser vista– para una belleza atípica como la de ella. “Nunca fui muy femenina, ni tuve ganas de serlo. Siempre me sentí fea y escuchaba esa voz interna que te avergüenza y te hace odiarte”, le dijo al medio británico The Gentle Woman.
Tal vez eso influyó para que, pese a que dice sentirse más cómoda pasando la letra de un personaje que haciendo declaraciones comprometidas, fuera una de las voces de la Women’s March de 2018 en Los Angeles. El mismo activismo por el que buscó llevar el empoderamiento de las mujeres de Hollywood a la alfombra roja en esa edición de los SAG, donde se llevó un premio por su actuación en I, Tonya. Esa tarde, con un vestido color acero de paillettes con maxi hombreras de la diseñadora Yanina Couture, dijo: “Siento que tengo puesta una armadura. Que soy fuerte. No sé si soy Oprah, pero soy una guerrera. Soy Khaleesi”. En Lou, con jeans, borceguíes embarrados, chaleco antibalas, rifle al hombro y sombrero de cowboy, esa guerrera se come la pantalla como si todo lo que aprendió sobre ella misma hubiera encontrado por fin su cauce.
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