Cuando en octubre de 1997, por despecho o por arrepentimiento, Ágnes Pándy se presentó ante la policía belga, confesó sus propios crímenes y acusó a su padre, András, de abusos sexuales y asesinatos en su propia familia, el detective Gábor Tamási se enteró de los hechos por televisión y sufrió una crisis nerviosa.
Su primer impulso – que contuvo – fue correr hasta la jefatura de policía y golpear uno por uno a sus jefes. Hacía cinco años que insistía ante ellos que András Pándy era un asesino y que sus familiares no lo habían abandonado sino que estaban muertos.
Nadie le había creído en todos esos años. Cómo iban a investigar al respetado clérigo Pándy, un hombre valiente que había huido del comunismo húngaro en 1956, un religioso querido por la feligresía, persona afable y devota. Era cierto que corrían algunas habladurías, porque sus mujeres y sus hijos e hijastros lo habían abandonado, pero esos eran asuntos de la vida privada en los que nadie tenía derecho a meterse.
Ahora el detective Gábor Tamási sabía que sus sospechas eran ciertas, pero no sentía ninguna satisfacción. Según decía la conductora del noticiero de la noche, Ágnes había confesado el asesinato de su propia madre, Ilona, y acusaba a su padre de incesto y de las muertes de su segunda esposa, Edit, y de sus hijos e hijastros Dániel, Zoltán y Andrea. No lo acusaba, en cambio, del asesinato de su hermanastra Tünde, pero el detective Tamási estaba convencido de que también la había matado.
Tamási reprimió su deseo de ir a golpear a sus superiores pero se tomó revancha al día siguiente, cuando contó la historia en un canal de televisión primero y después a un reportero de la revista Blikk.
Relató que cinco años antes le había tomado a Ágnes una denuncia de abuso sexual contra su padre, pero que después la mujer la había retirado de inmediato. Él, contó, quiso seguir investigando porque había descubierto además que varios familiares del clérigo habían desaparecido sin dejar rastros, pero que sus jefes le dijeron que parara, que la mujer se había retractado y que además parecía una desequilibrada. En cambio, András Pándy era un hombre muy bien visto por la comunidad.
“Mi jefe me mandó a hablar con su supervisor y luego me dirigieron hicieron hablar con el jefe del supervisor. Todos me dijeron que no siguiera investigando, que estaba viendo muchas películas de crímenes y que tenía una imaginación demasiado vívida. Lo único que me dejaron hacer fue consultar al jefe de la sección de personas buscadas, Zoltán Szőgyényi, y ver si tenía alguna denuncia de desaparición de algún miembro de la familia, pero no había nada. Como a pesar de todo yo quería seguir investigando, me pasaron a la sección de casos antiguos sin resolver. Directamente me sacaron de encima”, dijo.
A pesar de las órdenes de sus superiores, el detective Tamási siguió investigando en sus ratos libres. En 1994 intentó contactar a una antigua ama de llaves del clérigo, pero la mujer lo sacó corriendo cuando escuchó de qué se trataba, y en 1997 intentó localizar a un familiar de la segunda esposa de Pándy, que supuestamente vivía en el extranjero, pero entonces tuvo un accidente automovilístico que lo tuvo postrado tres meses.
“Ese accidente me hizo desistir. Sentí que investigar a Pándy me traía mala suerte”, le confesó al periodista de la revista Blikk.
Para entonces, los medios belgas llenaban minutos de televisión y páginas de diarios y revistas con el caso de Pándy y su hija Ágnes. Al clérigo ya lo llamaban “Barba Azul”, por el cuento de Charles Perrault cuyo protagonista mataba a sus esposas y escondía los cadáveres en una habitación.
De Hungría a Bélgica
András Pándy nació el 1 de junio de 1927, en Chop, por entonces bajo administración checoslovaca, un pueblo al otro lado de la frontera con Hungría. Sus padres eran húngaros muy religiosos lo que llevó a András a estudiar teología.
A mediados de la década de los ‘50 fue consagrado clérigo de la Iglesia Reformada de Hungría y se casó con su primera mujer, Ilona Sőrés. Luego de la fracasada revolución húngara de 1956, András e Ilona escaparon a Bélgica, donde el hombre se convirtió en pastor de la comunidad protestante húngara de Bruselas y en profesor de religión de la Iglesia Protestante Unida.
En 1957, la pareja tuvo a su primera hija, Ágnes, y después nacieron dos varones, Dániel, en 1961 y Zoltán en 1966. Para entonces la relación del matrimonio iba cuesta abajo y András se separó de su mujer, a la que acusó públicamente de infidelidad. Ilona se fue de la casa con sus dos hijos menores, pero dejó a Ágnes con Pándy.
Según contaría Ágnes después, su padre la transformó en su “amante” cuando tenía apenas 12 años y esa relación perduraría durante décadas.
Eso no le impedía al clérigo salir con otras mujeres. Para no provocar escándalos y comprometer su posición de pastor, entraba en contacto con ellas a través de las páginas de citas de los diarios húngaros, dando un nombre y una ocupación falsos. En los avisos las invitaba a tener una “Luna de miel europea”. Las veía en Hungría, donde viajaba regularmente.
Allí, a principios de la década de los ‘70, conoció a Edit Fintor, una mujer casada que se convertiría primero en su pareja clandestina y después en su mujer. Edit estaba casada y tenía tres hijas de dos matrimonios anteriores: Tünde, de ocho años, Timea, de 15 y Andrea, de siete.
Después de unos años de mantener la relación oculta, Edit dejó a su esposo y viajó con sus tres hijas a Bélgica, donde se casó con András, ya divorciado de Ilona, en 1979. Tuvieron dos hijos: un varón, András Jr., y una niña, Reka.
A pesar de eso, el respetable clérigo seguía manteniendo su relación incestuosa con Ágnes, en su propia casa.
Abuso, huida y salvación
Pero András Pándy quería más. En 1984 abusó de su hijastra Tímea, que ya tenía veinte años. La violó y la dejó embarazada. La chica le contó a su madre que el clérigo había abusado de ella, pero Edit no quiso creerle. Pandy negó todo y dijo que seguramente había usado una toalla con su semen para quedar embarazada.
La que sí le creyó fue Ágnes y, en un episodio de celos, intentó matarla con una barra de hierro. András llegó a tiempo y pudo detenerla.
Para evitar más problemas, Pándy envió a Ágnes a vivir con su madre, Ilona. La chica también estaba embarazada.
En 1986 nació el hijo de Tïmea, que de inmediato escapó de la casa con el bebé, Marc, y se refugió en la casa de unos familiares lejanos en Vancouver, Canadá, donde se casó y luego se radicó en Hungría con su marido.
Nunca quiso volver a Bélgica ni relacionarse con su madre ni sus hermanas. Esa huida les salvó la vida.
Las desapariciones
Ágnes tuvo a su hijo mientras vivía en la casa de su madre, donde se quedó casi dos años, hasta que un día volvió a Bruselas y le dijo a toda la familia que Ilona y sus dos hijos – sus hermanos menores – se habían ido del país, dejándola sola. Tanto el clérigo como Ágnes decían que estaban viviendo en Francia y que Ilona había dicho que desde allí viajaría con sus hijos a un país sudamericano.
La verdad era muy diferente, pero sólo su padre la sabía.
En 1990, poco después del regreso de Ágnes a la casa paterna, Edit, la segunda esposa de Pándy, y su hija Andrea, que ya tenía 14 años, desaparecieron de un día para el otro. András se mostraba consternado por el abandono de su esposa – que además había dejado con él a su hija Tünde, de 18 años – y les explicaba a todos que Edit se había ido con otro hombre y que vivía en Alemania con su nueva pareja. Mostraba a quién quisiera verlo un telegrama firmado por Edit donde le decía que no volvería a verlo.
La última en desaparecer fue Tünde, en 1991, cuando estaba viviendo todavía en la casa con András. El clérigo envió de vacaciones a Ágnes con su hijo, producto del incesto, András J. Y Reka, pero cuando regresaron, Tünde ya no estaba.
La explicación de Pándy, esta vez, fue que la chica estaba “perturbada” y que la había mandado a vivir con unos amigos radicados en el extranjero.
Prácticamente toda la familia del clérigo húngaro había desaparecido en pocos años, pero nadie se preguntaba nada. Las explicaciones de Pándy les sonaban convincentes y, además, quién iba a dudar de la palabra de tan buen pastor.
Tampoco se dudaba de Ágnes, que trabajaba como bibliotecaria y era querida y respetada por los miembros de la comunidad. Hacía buena dupla con su religioso padre, un hombre que daba encendidos discursos en la iglesia y siempre se mostraba dispuesto a escuchar y dar una guía espiritual a sus feligreses.
Algo pasó entre padre e hija a mediados de 1992 que impulsó a Ágnes a denunciar a András por abuso sexual. Presentó la denuncia un día y la retiró al siguiente.
Fue entonces cuando el detective Gábor Tamási quiso investigar y sus jefes se lo impidieron.
“Si me hubieran permitido seguir, quizás habría podido salvar vidas”, dijo en la entrevista de Blikk.
La confesión de Ágnes
Ágnes y András siguieron viviendo bajo el mismo techo cinco años más. En 1997, después de una feroz discusión con su padre, la mujer – que ya tenía 40 años – volvió a denunciarlo a la policía, esta vez no sólo por abuso sino también por los asesinatos de sus familiares. Además, confesó un crimen propio y su participación en los otros.
Contó que ella misma había matado a su madre y a su hermano cuando estaba viviendo con ellos y que luego András la ayudó a deshacerse de los cadáveres. También confesó que había colaborado con su padre para matar a Dániel, Zoltán y Andrea. En cambio, juró y perjuró, que no había tenido nada que ver con la desaparición de Tünde.
En dos de los crímenes, habían utilizado una barra de hierro para destrozarles el cráneo. En otros dos, les pegaron un tiro en la cabeza.
Desmembraron los cadáveres en el sótano de la casa y disolvieron algunas partes con ácido. Lo que quedaba de sus víctimas después de ese proceso lo llevaron a un matadero cercano para picarla “como si fuera carne de cerdo”.
András Pándy fue detenido el 16 de octubre de 1997. Casualmente, ese día hubo en Bruselas una multitudinaria manifestación de los familiares de las víctimas de otro asesino en serie belga, Marc Dutroux, que había abusado sexualmente y había matado a varias niñas en Charleroi unos años antes.
Los medios mostraron al hasta entonces respetable pastor, con expresión impertérrita, cuando era sacado esposado de su casa por la policía.
Acusación y condena
Con la misma cara de piedra se mantuvo en el transcurso del juicio, donde se lo acusó de asesinar a sus dos esposas, Ilona Söres y Edit Fintor, a sus dos hijos naturales, Dániel y Zoltán y a dos de sus hijastras, Tünde y Andrea. Además, se lo imputó por las violaciones.
En su testimonio ante el tribunal, una Ágnes llorosa contó cómo había empezado todo: “Me dijo que me iba a iniciar, que no debía decírselo a nadie y que sería nuestro pequeño secreto”, dijo.
András Pandy negó todas las acusaciones. Para entonces también se sospechaba que había matado a varios niños que había traído de Hungría con la excusa de encontrar buenas familias belgas que los adoptaran. No se tenía noticias del paradero de las criaturas.
El 6 de marzo de 2002, un tribunal belga condenó a Pándy a cadena perpetua sin posibilidad de salir en libertad condicionar, por el asesinato de seis familiares, intento de asesinato y violación de tres hijas.
Ágnes Pándy fue condenada a 21 años por ser cómplice de cinco asesinatos y un intento de asesinato. Los fiscales habían solicitado una sentencia de 29 años, pero sus abogados pidieron indulgencia, diciendo que Ágnes había estado bajo el “hechizo irresistible abrumador” de un padre que la violaba y la obligaba a colaborar en los asesinatos de su madre y hermanos.
El clérigo Barba Azul cumplió su pena primero en la cárcel de Lovaina y después en una prisión de Brujas. En 2007, cuando cumplió 80 años, la justicia lo trasladó a una casa de retiro, donde brindó servicios religiosos a los otros ancianos alojados allí casi hasta el día de su muerte, dos días antes de la Navidad de 2013.
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