A los pocos colegas y los muy escasos amigos que visitaban a Stephen Griffiths en su departamento de Bradford, Inglaterra, jamás les llamó la atención que tuviera desplegadas en las paredes de su estudio, prolijamente fijadas con chinches sobre unas planchas de corcho, las fotos de los asesinos en serie más famosos de la historia. Después de todo el tipo, de 40 años, taciturno y poco sociable, tenía un título de grado en Criminología y estaba preparando su tesis de doctorado sobre el asunto.
Show para sus invitados
Pese a ser poco hablador, más de una vez se explayaba sobre ellos ante sus visitantes. Solía empezar por una silueta en blanco con un signo de interrogación sobre la cara y el nombre “Jack” al pie, que era por supuesto “El Destripador”.
También contaba la historia de Fred West y su esposa, Rose, los dueños de “la casa de los horrores”, donde habían cometido cerca de veinte crímenes. Más allá estaba Ted Bundy, el norteamericano que mató a más de treinta mujeres entre 1974 y 1978 y, claro, tenía una foto de John Wayne Gacy, “El Payaso Asesino” que había protagonizado un raid asesino de varones jóvenes en la década de los ‘70 y – contaba Griffiths - había inspirado a Stephen King para escribir una de sus novelas más famosas, “It”.
Algunos de esos pocos colegas y muy escasos amigos recordarían después – cuando el nombre de Griffiths se hizo tristemente célebre – que en esos “paseos” por su galería de criminales, el tipo mostraba especial interés en contar dos historias.
Una de ellas era la de Ed Gein, “El Carnicero de Plainfield”, un asesino en serie que no se conformaba con matar sino que utilizaba las pieles de sus víctimas, y también de cadáveres frescos que desenterraba del cementerio, para hacer las fundas de sus almohadones.
La otra era la de Jeffrey Dahmer, “El Carnicero de Milwaukee”, que guardaba como trofeos los cráneos de muchas de sus 17 víctimas, todos varones jóvenes.
Además del apodo de “carnicero” -explicaba Griffiths a sus visitantes -, tanto Gein como Dahmer también habían recibido el de “caníbal” por su afición a cocinas y comer partes de los cuerpos de las personas que mataban.
Los relatos eran un poco truculentos, pero lógicos: Griffiths se explayaba con pasión sobre su materia de interés, la criminología, como un biólogo puede hablar de las células o un físico de los neutrones.
Para todos, Stephen Griffiths era un joven científico obsesionado con su materia. Hasta que las imágenes de una cámara de seguridad lo pusieron al descubierto, nadie había imaginado que además de estudiar a los asesinos en serie se había convertido en uno de ellos.
Una cámara de seguridad
Una noche de finales de mayo de 2010, un guardia se seguridad del edificio donde vivía Griffiths mataba el aburrimiento mirando, más por curiosidad que por celo profesional, las grabaciones de las cámaras. Las miraba casi sin atención, tal vez tratando de descubrir alguna mala costumbre o hábitos raros de los vecinos, como esa vieja señora que sacaba a pasear el perro puntualmente a medianoche.
Estaba revisando las imágenes de la madrugada del 21 de mayo cuando quedó petrificado frente a la pantalla: vio a un hombre persiguiendo a una mujer que corría y, aunque la grabación no tenía sonido, también se veía que gritaba. Vio como el hombre la alcanzaba y la golpeaba y después salía de la imagen menos de un minuto mientras la mujer sigue inconsciente en el piso. Vio como el hombre volvía con una ballesta, apuntaba contra la cabeza de la mujer, disparaba, y la flecha se clavaba en el cráneo. Vio como el hombre cargaba a la mujer sobre un hombro y se alejaba con ella hasta salir del foco de la cámara.
Apenas pudo reaccionar, el guardia de seguridad llamó a la policía. Juntos vieron otra secuencia, de la misma noche del 21 de mayo pero más tarde, donde el mismo hombre camina cargando dos bolsas de plástico. Por el esfuerzo que parece hacer, se nota que las bolsas son pesadas.
-¿Conoce a ese tipo? – le preguntó uno de los policías al guardia de seguridad.
-Sí, vive acá, siempre me pareció un tipo tranquilo.
Minutos después, los policías sacaron a Stephen Griffiths esposado del edificio y lo llevaron a la comisaría.
Asesino y caníbal
Griffiths fue detenido la noche del 24 de mayo y al día siguiente apareció un cadáver descuartizado de mujer en el río Aire, a unos cinco kilómetros de Bradford. La identificaron como Suzanne Blamires, prostituta de 36 años, habitué del distrito rojo de la ciudad, alcohólica y adicta a la heroína y el crack.
Además, era la mujer que aparecía en las imágenes de la cámara de seguridad, la de la flecha de ballesta en la cabeza. Aunque la flecha ya no estaba en el cráneo, pero el agujero sí.
Griffiths confesó sin ningún tipo de resistencia. También confesó haber asesinado a otras dos prostitutas: a Susan Rushworth, de 43 años, en junio de 2009, y a Shelley Armitage, de 31, en abril de 2010.
Dijo también que había matado a otras, pero que no recordaba sus nombres ni tampoco las fechas en que lo había hecho. La policía buscó los expedientes de homicidios y desapariciones sin resolver en Bradford y sus alrededores para tratar de identificar a las otras víctimas de Griffiths.
En su confesión dijo que odiaba a las prostitutas, porque en ellas veía a su madre, que lo había separado de su padre, y que se acostaba con cuanto hombre se le ponía enfrente. Y que él tenía que soportarlo.
También dijo que no desechaba los cadáveres completos, sino que cortaba algunas partes para comérselas. Contó que a veces las cocinaba, pero que también le gustaba la carne cruda.
Les indicó a sus interrogadores que buscaran una página de internet donde usaba el seudónimo de Ven Pariah (Ven “el paria”) donde contaba historias de asesinos en serie y confesaba que los admiraba.
En Facebook ofrecía esta definición de él mismo. “La humanidad no es una mera condición biológica. Es también un estado mental. Basándose en eso yo soy a lo sumo un pseudo humano y como mínimo un demonio”.
La policía también obtuvo los antecedentes judiciales de Griffiths, que estaban archivados como secretos porque databan de los tiempos en que no era mayor de edad. Allí constaba que cuando tenía 17 años había amenazado con un cuchillo a un guardia de supermercado y que antes, los vecinos de la casa donde había vivido con sus padres lo habían denunciado varias veces por destripar mascotas.
Encontraron también un informe psiquiátrico, donde un médico forense lo definía como “un psicópata sumamente peligroso”.
“El Caníbal de la Ballesta”
La causa se elevó rápidamente a juicio y el proceso duró poco porque las pruebas eran contundentes y Griffiths jamás negó su culpabilidad. Al contrario, en la primera audiencia, a la que llegó vestido con un traje gris impecable, se declaró culpable y, de pie mirando al juez, dijo:
-Soy el Caníbal de la Ballesta, llámenme así.
Para entonces la prensa británica lo definía como el “nuevo destripador”, evocando al legendario y nunca descubierto “Jack”, pero también al “Destripador de Yorkshire”, un asesino en serie que se cobró la vida de 13 mujeres en la década de los ‘70. Griffiths quería que no lo confundieran con ellos, que lo apodaran por sus propios méritos.
Los psiquiatras consultados por la prensa para que hicieran un perfil del asesino coincidieron en que buscaba ser descubierto en algún momento. De otro modo no se podían explicar ciertas “desprolijidades” de su modus operandi, sobre todo tratándose de un criminólogo.
El criminólogo James Treadwell, consultado por la BBC, dijo que Griffiths presentaba una mezcla de dos tipologías del criminal serial: “Tenemos el asesino minucioso, detallista, que raramente deja pistas. Y por el otro lado está el asesino desorganizado, que deja huellas y muchas veces comete delitos sexuales en el mismo lugar de los hechos. Por lo que ha trascendido, Griffiths reúne características de ambos. Fue capturado en las cámaras del cirtuito televisivo de su edificio. Esto parecería un error infantil. Pero al mismo tiempo el cadáver fue cuidadosamente escondido lejos del lugar de los hechos”, lo perfiló.
Y agregó: “En general estos casos se manifiestan mucho antes, no a los 40 años, pero además, por sus estudios, él sabe que ciertas cosas lo harán más notorio, como esa decisión de presentarse públicamente como el caníbal de la ballesta”.
El 21 de diciembre de 2010, Stephen Griffiths fue condenado por un tribunal de Leeds a cadena perpetua por los asesinatos de Suzanne Blamires, Susan Rushworth y Shelley Armitage.
A pesar de que aseguraba haber matado a muchas otras, esos casos no pudieron incluirse en el juicio porque nunca se encontraron los cadáveres.
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