Emilie Schindler había sido invitada al gran estreno de la Lista de Schindler en Estados Unidos. Apenas pudo ver la película, por la cantidad de gente que había y no sabía quién era la actriz que hacía su papel, Caroline Goodall, pero le cayó simpática. Y el que encarnaba a su marido, Liam Neeson, le pareció que estaba muy bien. La anciana se hacía mundialmente famosa por su heroísmo durante la Segunda Guerra Mundial.
El libro El arca de Schindler (como se llamó en un momento) o La Lista de Schindler había obtenido varios premios literarios y convertido en un best seller. Desde su aparición en 1982, y pese a que los derechos cinematográficos habían sido comprados de inmediato, su adaptación al cine se demoraba. Recién en 1993 Steven Spielberg logró hacer la película.
A partir del libro de Thomas Keneally el mundo conoció la lista del empresario alemán, afiliado al partido Nazi, y su mujer Emilie, quienes salvaron del Holocausto a 1200 judíos. Leopold Pfefferberg era un Schindlerjuden, un judío rescatado por Schindler y desde hacía años buscaba que se conociera la historia de su salvador. Con la venta de ese maletín logró su cometido con creces.
Oskar Schindler no era parecido a Liam Neeson. Su cara era una mezcla de George Saunders y Charles Boyer, dos actores de otros tiempos. La frente extensa, las mejillas abultadas, ojos vivaces, sus rasgos tenían una rara solemnidad.
Los que lo conocieron concuerdan en que contaba con un carisma especial. Un aire de liviandad lo envolvía. Encontró su propia manera de avanzar: no pasar nunca inadvertido, pero tampoco nunca ser tomado demasiado en serio. No representar una amenaza para nadie y obtener con su encanto beneficios que no merecía.
En su ambición vitalicia de Bon vivant la buena vestimenta era un requisito indispensable. Trajes cruzados, corbatas de seda italiana, el pelo siempre cuidado.
La pareja era oriunda de Moravia (actual territorio de la República Checa) y practicaban la religión católica. Se habían casado en 1928, muy jóvenes. Él tenía 20 y ella 21. El apellido de soltera de Emilie era Pelzl y había nacido un 22 de octubre de 1907.
Trataron de salir adelante juntos. Eran malos tiempos económicos. El matrimonio tampoco era lo que ambos habían soñado. Ella veía poco a su marido. Oskar gustaba de salir de noche a tomar con sus amigos y sus aventuras amatorias eran conocidas por todos en la ciudad. Tuvo dos hijos extramatrimoniales. Siguieron juntos pese a todo.
En la década del 30 la trayectoria de Oskar es sinuosa. Algunos le atribuyen haber sido agente de inteligencia alemán en Checoslovaquia. Dicen que su labor ayudó el avance nazi en esas tierras gracias a información confidencial, delaciones y pequeñas operaciones. Los problemas con las mujeres y varias detenciones por ebriedad marcaron sus días. Mientras tanto encaraba distintos negocios con diversa suerte. Su ambición era hacer fortuna.
Emilie contó que ella nunca fue nazi y que Hitler no le gustaba. “Mi marido entró al partido, tuvo que ingresar. Quien no lo hacía, no tenía la posibilidad de progresar, pero él no era hitleriano”, declaró a los medios.
En 1939, en los albores de la guerra, Oskar se afilió al Partido Nazi. De pronto le surgió la posibilidad de adquirir una fábrica de enlozado que había sido arrebatado a sus antiguos dueños por su condición de judíos. Rápidamente la empresa comenzó a funcionar. El cambio de rubro fue el paso necesario para el despegue económico. Empezaron a hacer ollas, cacharros y otros utensilios para los soldados alemanes que estaban en el frente de batalla.
Emalia, así se llamaba la fábrica, empezó a contratar más personal. La mayoría era fruto del trabajo esclavo: prisioneros judíos provenientes de los campos de concentración, una modalidad usual en la época.
Schindler aceitó los contactos con jerarcas nazis y así su empresa seguía sin problemas de abastecimiento ni de contratos. Se involucró en otros negocios (vidrio y una distribuidora). En un inicio la contratación de los judíos no sólo seguía la lógica de la época sino que, al ser trabajo esclavo cobrado por los captores alemanes, era mucho más barato.
Pero las condiciones en las que vivían en los campos hizo despertar a Schindler. Los más de mil empleados sostuvieron que Schindler nunca los maltrató, que en el ámbito de trabajo eran respetados.
Con el correr del tiempo, Oskar consiguió que sus empleados durmieran en su fábrica para que sus condiciones de vida fueran al menos humanas y al mismo tiempo para alejarlos de las matanzas arbitrarias que podían iniciar los nazis. Cuando el Gueto de Cracovia fue liquidado, sus trabajadores se salvaron porque estaban recluidos en la fábrica. Schindler había accedido a información confidencial y ese dato salvó la vida de cientos.
Oskar Schindler hacía todo lo necesario para que quienes estaban a su cargo no fueron asesinados por los nazis. Mentía, engañaba y sobornaba a los soldados nazis que venían a detener a su gente.
Cuentan que tres soldados alemanes ingresaron a la fábrica con violencia con la orden y la determinación de llevarse a una familia entera. Schindler trató de hacerlos entrar en razón pero no lo consiguió. Al menos logró llevarlos hacia su despacho para parlamentar. Tres horas después los soldados salieron de la fábrica, totalmente borrachos, con los bolsillos repletos y sin la familia a la que habían ido a buscar. Otra vez logró traer de regreso un grupo de 300 mujeres que habían sido enviadas a un campo de concentración.
El avance ruso complicó los planes. Pero la persistencia, la picardía, el poder de convicción y la fortuna de este hombre, siempre dispuesta para los sobornos, consiguieron lo que parecía una quimera. Convenció a las autoridades de trasladar la fábrica y a sus más de mil empleados a tierras checas y reconvertirla en una fábrica de municiones. La lista de Schindler incluía hijos, esposas, personas enfermas: no permitió que ninguna familia se desmembrara.
Una formación de 250 vagones llevó por las vías a los 1200 Schindlerjuden y los implementos para montar la nueva empresa. Mientras Oskar se ocupaba del trabajo diario con los nazis y de proteger a sus trabajadores, Emilie era la responsable de su alimento y cuidado físico. Al igual que su marido, corrió muchos riesgos para conseguir suministros de forma clandestina.
En enero de 1945, 120 prisioneros judíos de Goleszów (subcampo de Auschwitz) fueron evacuados en vagones para ganado, sin comida ni agua. Emilie tomó la decisión de salvarlos. También, participó con Oskar participaron activamente en el mercado negro: él compraba o adquiría bienes y Emilie los cambiaba por comida y suministros. Muchos de los judíos de la famosa “lista de Schindler” atribuyeron su supervivencia a las numerosas atenciones de Emilie.
El ejército rojo
Luego de un tiempo, el avance de los rusos hizo que los Schindler debieran escapar. Los nazis habían sido derrotados. Y las1200 personas que estaban a su cargo habían sobrevivido. Les consiguió una muda de ropa, algunos alimentos y un poco de plata para que se integraran a la vida cotidiana post Adolf Hitler.
Al término de la guerra el matrimonio huyó para no ser detenido por los soviéticos. Ese habría sido su final. Según relatos de Emilie Schindler, el final de la guerra fue terrible. Llegaban hordas de rusos dispuestos a saquearlo todo. “Nunca uno estaba seguro si salía con vida o no”.
La pareja, que se había consumido toda su fortuna en busca de lograr que su gente sobreviviera, se instaló en la Argentina, en la provincia de Buenos Aires. Y trajeron seis familias de Schindlerjuden con ellos.
Llegaron en 1949. Empezaron a criar gallinas ponedoras. Después Oskar intentó montar un criadero de nutrias, pese a que su mujer le había dicho que no iba a prosperar, porque necesitaban agua. No tenían laguna. Habían adquirido un campo de 4 hectáreas. De manera que bajó el precio, las deudas se acumularon y el negocio fue un fracaso absoluto.
Los historiadores, al ver la escasa capacidad para hacer negocios que evidenció después de la guerra (en su regreso a Alemania fundió una fábrica de cemento en menos de un año) atribuyeron el éxito de sus empresas en los años 40 a la tarea de Stern y los demás especialistas judíos que lo asesoraban y trabajaban para él.
Schindler se fue de la Argentina y dejó a su mujer sola y detrás, una larga fila de acreedores. Cuando él se fue, empezó a criar cerdos en ese lugar, pero los vecinos la denunciaron y tuvo que cerrar la actividad. La mujer se hizo cargo de las deudas y nunca más volvieron a verse.
Muchas de las debilidades de carácter de Oskar Schindler, de esos defectos, de esos vicios que desarrolló para triunfar en los negocios fueron los que lo ayudaron a lograr su obra excepcional, la supervivencia de esas 1200 personas. Su facilidad para entender el ánimo ajeno, la prestancia para la coima, la firmeza para hacer un pedido o la falta de pudor para obtener una ventaja fue lo que posibilitó que Schindler supiera cuáles eran los intersticios del poder nazi en los que podía ocultar a sus trabajadores.
Sintió que sólo podía actuar de una manera, que ante la masacre no había otra opción que ultimar los esfuerzos para salvar a todos los que pudiera. Podría haberse limitado a salvar a unos cuantos, a un puñado. A aquellos con los que se había encariñado o los que les eran de real utilidad. Eso habría sido financieramente menos costoso y personalmente menos peligroso. Su conciencia podría haber quedado a salvo con esas vidas que él habría rescatado, con esos hombres que pudo haber ocultado. Diez, doce, quince vidas que se prolongarían gracias a él; personas que le estarían agradecidas para siempre.
Sin embargo Schindler tomó el camino más imprevisible, el más complicado. Decidió que trataría de impedir cada muerte de los que estuvieran bajo su órbita. En cualquier otra circunstancia eso, quizás, hubiese parecido lo lógico. En las condiciones que lo hizo él, en la Alemania nazi en medio de la Segunda Guerra Mundial, en un entorno perverso y cegado moralmente, fue una proeza maravillosa. Esos escasos momentos en que alguien actúa por afuera de lo que se espera, que se separa de la conducta del resto, que no se deja arrastrar por la inercia. En este caso la inercia conducía a asesinatos masivos, a eliminar los rasgos humanos de la vida de las personas.
Schindler no naturalizó la barbarie. Fue un hombre que durante un lapso actuó de manera excepcional. Que perdió su fortuna, que puso en riesgo su vida, que resignó comodidad, que procuró que un animal voraz y feroz no se devorara a las personas a su cargo, que dedicó todas sus fuerzas para detener una maquinaria atroz. Por un momento lo consiguió.
Emilie Schindler que conocía bien a Oskar lo definió a la perfección: “Ni antes ni después de la Guerra hizo nada que valiera la pena. Pero ahí, en esos años difíciles, él se destacó. E hizo lo que nadie fue capaz. Esos fueron sus mejores años”.
En Israel la labor de Oskar fue reconocida gracias al impulso y a los testimonios de de los Schindlerjuden, las personas que él salvó. En los últimos años de su vida, estos sobrevivientes lo ayudaron económicamente cada vez que lo necesitó.
Fue nombrado por Israel como Un justo entre naciones, un hombre que actuó bien en tiempos en que los demás no lo hacían, un reconocimiento para los no judíos que ayudaron durante la Shoah a las personas del pueblo judío.
Sus últimos años no fueron fáciles. Tenía 66 años pero parecía de muchos más. Era un anciano prematuro. El alcohol le había pasado factura. Le costaba moverse, los dolores dominaban su cuerpo. El hígado le fallaba. Una mañana entró al baño y tropezó. Ya no pudo levantarse. Dos días después, el 9 de octubre de 1974, Oskar Schindler moría en un hospital de Hildesheim. En Alemania la noticia no tuvo mayor repercusión.
Alguien recordó el testamento. No había bienes para legar pero sí una importante disposición de última voluntad: Oskar Schindler quería que sus restos fueran enterrados en el Monte Zion, el cementerio católico de Jerusalén: es el único miembro del Partido Nazi en haber sido aceptado allí. Los Schindlerjuden se encargaron de que así sucediera.
Luego del estreno de la película de Spielberg, Emilie fue entrevistada por periodistas de todo el mundo. Reclamaba, con justicia, reconocimiento también a su tarea. Y fustigaba con dureza a Oskar. No olvidaba lo que la había hecho sufrir. Decía que era un mujeriego, un haragán, un hombre que en la mala la abandonó y la dejó solo y cargada de deudas. Tras el abandono, nunca se divorciaron.
Emilie continúo viviendo en la Argentina hasta 2001. Lo hizo por mucho tiempo en una diminuta casa de San Vicente, siempre custodiada, junto a sus perros y gatos. En los últimos tiempos tenía muchas dificultades para caminar. Pasó sus últimos años llevando una vida modesta. Recibía fondos de una asociación de Israel, B’Nai B’Brith, fondos alemanes y argentinos. Y muy a su pesar, nunca recibió nada de los derechos de la película que llevó su historia a la fama.
A diferencia de Oskar, los esfuerzos de Emilie para salvar a los 1200 judíos no fueron del todo reconocidos y más bien ignorados, cuando la propia mujer dijo haber trabajado codo a codo con su marido. Fue honrada en vida por organizaciones judías por su trabajo durante la Segunda Guerra Mundial, también fue declarada persona Justa entre las Naciones y condecorada con la Orden de Mayo. En los últimos años sentía nostalgia por su tierra y expresó el deseo de pasar sus últimos años en Alemania. Murió en Berlín, de un derrame cerebral, el 5 de octubre de 2001 en el Hospital Maerkisch-Oderland. Tenía 93 años.
Emilie está enterrada en el cementerio Waldkraiburg, cerca de Múnich. “Wer einen Menschen rettet, rettet die ganze Welt” (Quien salva una vida, salva al mundo entero) lleva escrito en su lápida.
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