El cantante británico, que amasó una fortuna de 300 millones de dólares, se reconoce socialista. Tras su salida de The Police, su carrera como solista maridó una variopinta paleta musical con sus humildes orígenes de clase.
“Ningún hombre adulto debería estar en una banda”. Para un músico que ha estado de gira desde 1976 y conoció el pico de su éxito con uno de los tríos más icónicos del rock británico, se trata de una declaración de alto voltaje. Pero Sting nunca le tuvo miedo a la honestidad brutal. Fue la mecha que terminó por quebrar la comunión disfuncional que sostenía a The Police: “Explicarle a alguien por qué su canción no está funcionando es como decirle que su novia es fea”. A buen entendedor, mejor dejarle una buena discografía. Y eso hizo el compositor y bajista británico. Tras la ruptura de la banda en 1984, Sting soltó amarras para evolucionar hacia una carrera como solista, con el lanzamiento de The dream of the blue turtles y no paró de experimentar con una heterogénea paleta de géneros y colaboraciones musicales.
Con más de 20 discos a lo largo de una trayectoria, el inglés amasó una fortuna valuada en 300 millones de dólares que no piensa dejarle a sus hijos. Quizás sea su origen humilde en el pequeño poblado de Wallsend lo que le insufló una conciencia de clase que intenta traspasar a la próxima generación. Una familia obrera, sus años de profesor, los barcos amarrados en el muelle: una panorámica que está tan presente en sus letras como en sus declaraciones sobre política.
“Veía barcos todos los días. Veía a miles de trabajadores navales pasar por mi puerta todos los días. Cuando era un chico me preguntaba si ese sería mi destino”. El 2 de octubre de 1951 nació Gordon Matthew Sumner en un pequeño poblado de Newcastle, muy cerca de los astilleros navales y de un paisaje obrero que supo plasmar en sus letras tristes de melodías alegres. Cada vez que un nuevo barco estaba a punto de zarpar, el poblado de Wallsend recibía la visita de algún importante dignatario. En una de esas comitivas, la Reina Isabel II se presentó para bautizar a una flamante flota. El pequeño Gordon agitaba una bandera del Reino Unido y una idea se le cruzó: “Esta criatura de otro planeta me miró”. Ese instante decisivo le hizo pensar que, tal vez, había otra vida posible más allá de esas costas.
Hijo de un padre que trabajaba como lechero y una madre peluquera, tuvo una infancia frugal en una familia donde la música siempre estuvo presente. Su madre, Audrey fue quien lo introdujo a Jerry Lee Lewis y Little Richard. “Ella traía discos a nuestra casa. Cuando escuché por primera vez All Shook Up, de Elvis Presley tuve una especie de ataque catatónico, rodé por el piso de la emoción”. Cuando Gordon todavía era un chico, su tío le dejó una guitarra española con cinco cuerdas oxidadas antes de viajar hacia Toronto. Con un libro y un poco de paciencia, sacó los primeros acordes que marcaron el inicio de una educación sentimental a través de referentes del rock y del soul, como Otis Redding: “Creo que solo tenía 16 años, y Otis acababa de morir en un terrible accidente aéreo. Fui a mi tienda de discos y compré Dock Of The Bay en el sello Stax, [había] una etiqueta azul encantadora, había una bolsa de papel y la saqué, la puse en mi tocadiscos, el ritual habitual, le puse la aguja y escuché. Qué canción tan maravillosa”.
Su temprana habilidad avivó una fantasía que no cuadraba del todo con la vida de un joven de clase trabajadora. “Sabía que tenía que irme para lograr ese sueño. Y creo que el símbolo para irme fueron estos grandes barcos que construían cada año”, admitió el bajista en una entrevista posterior. Antes de convertirse en una estrella del rock, Sting tuvo un breve interludio como profesor en una secundaria de Newcastle. “Enseñé de todo. Matemáticas, un poco de lectura, un poco de poesía, un poco de arte, un poco de fútbol. Me sentaba y les tocaba música. Tocaba la guitarra y les enseñaba canciones. Lo disfruté más que nada”.
En sus horas libres, se acercó al jazz cuando un amigo lo invitó a tocar en la banda The Phoenix Jazzmen. Esa experiencia le dejó dos cosas: un género que marcó buena parte de su discografía y un nuevo apodo que lo acompañaría por el resto de su carrera. Ocurrió cuando se presentó a un ensayo con un sweater de líneas negras y amarillas: Gordon parecía una abeja y Sting, el aguijón que terminó por convertirse en su nueva identidad artística.
Fue por esas épocas de toques que conoció a su primera esposa, la actriz norirlandesa, Frances Tomelty. Ya casados y con un hijo, ella lo impulsó a su aventura londinense donde la escena punk marcaba el paso de la vanguardia musical. Sin dinero, ni contactos, la única tarjeta de presentación para el joven bajista era el teléfono de Steward Copeland, miembro original del power trío. Quien luego sería su rival creativo.
Peleas de ego y cocaína: un final anunciado
En marzo de 1984, la ciudad australiana de Melbourne fue testigo del último concierto de The Police. Sin aviso, ni comunicados, la banda puso punto final a siete años de riñas, desencuentros creativos y egos desmedidos por el uso de narcóticos. “La cocaína es la droga más patética y estúpida. Había puñetazos prácticamente cada noche. Incluso tuve una fisura en una costilla después de una pelea bastante agitada con Stewart”.
La rivalidad entre Copeland y Sting era insostenible y el quiebre del trío era inminente. Synchronicity fue el último y se lanzó el 1 de junio de 1983 en el momento más álgido de sus internas. A tal punto que el productor, Hugh Padgham los hacía grabar sus sesiones por separado en una casa de la isla caribeña de Montserrat. Copeland hacía lo suyo en el comedor, mientras Sting estaba en la consola y Andy Summers tocaba su guitarra en el estudio. Con todo, lograron componer canciones como Every Breath You Take y King of Pain que cerraron un círculo de cinco discos impecables y una despedida sin anuncio.
Para Gordon, también fue una época oscura en su vida personal. Su consumo de cocaína lo convirtió en “un monstruo total, competitivo, arrogante y agresivo”, según él contó. Su matrimonio con Frances Tomelty sufrió los efectos de ese trance y terminaron por divorciarse. Dentro el repertorio de su último disco, la canción King of Pain narraba ese amargo episodio de su vida sentimental. “Acababa de dejar a mi primera esposa. Fue una ruptura muy dolorosa: me fui a Jamaica para tratar de recuperarme. Me quedé en esta bonita casa y estaba mirando el sol un día. Estaba con Trudie, que ahora es mi esposa actual, y dije: ‘Mira, hoy hay una pequeña mancha negra en el sol’. Se hizo un silencio y luego dije: ‘¿Esa es mi alma allá arriba?’ Volví y lo escribí”.
El amor con Trudie Styler y sexo tántrico
Alejado de las peleas intestinas con Copeland y rumbeando su camino de solista, Sting se redimió en el amor con la diseñadora Trudie Styler. La pareja que se casó en 1992, llamó la atención de la prensa cuando el músico reveló una rutina de sexo tántrico cuyas sesiones duraban hasta siete horas. Aunque, como era de esperar, se trataba de una hipérbole. Styler lo explicó más tarde. Todo surgió durante una entrevista de su esposo en la que el periodista lo animó a contar su experiencia con el yoga: “¿No has oído hablar del sexo tántrico?”, replicó Sting. El mito fue sumando horas a medida que pasaban los años: “Sting dijo eso hace 21 años. Acaba de cumplir 60 años y me imagino que la historia tántrica seguirá hasta que se desmaye”. Incluso el célebre presentador de Inside the Actors Studio, James Lipton, recogió el guante para saciar su curiosidad. “La idea del sexo tántrico es un acto espiritual. No conozco una forma más pura y mejor de expresar el amor por otra persona que compartir ese maravilloso ‘sacramento’” Y agregó con algo de gracia: “siete horas incluye cine y cena”.
Un portavoz de causas sociales
En más de una ocasión, Sting ha reconocido el profundo impacto que tuvo su infancia en una familia trabajadora a la hora de sentar su posición política. “Soy socialista, aunque sea muy rico”, dijo en una entrevista con El País. Con una fortuna valuada en 300 millones de dólares, un viñedo en la Toscana y un castillo en Wiltshire, al cantante no le tembló el pulso para anunciar que ninguno de sus cuatro hijos recibirá esa herencia millonaria. Más bien, prefiere que trabajen.
La conciencia social del británico se ha plasmado en sus iniciativas filantrópicas, así como varios de sus comentarios sobre política. En 1989 fundó junto a su esposa, Rainforest Foundation, una organización que busca mitigar el impacto del cambio climático en la selva amazónica. En varias entrevistas se atrevió a opinar sobre cuestiones espinosas, como el Brexit, las políticas de Trump y, más recientemente, se refirió a la guerra en Ucrania durante un concierto en la ciudad polaca de Varsovia: “la democracia está en grave peligro a menos que la defendamos”.
Así y todo, el músico que no tiene miedo de alzar su voz reconoce que su mejor vehículo expresivo siguen siendo sus canciones. Esas melodías con un fondo melancólico que evocan los astilleros de Wallsend.
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