Se cumplieron, recientemente, 83 años del inicio de la invasión de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) al oeste de Polonia, la puesta en práctica del pacto secreto Molotov-Ribbentrop con la Alemania de Hitler, que ya había iniciado su parte de la invasión de Polonia a principios de septiembre de 1939. La Unión Soviética, en efecto, envió tropas a Polonia, pero sin declarar la guerra. Oficialmente, esta campaña rusa fue llamada “campaña de liberación”. El acuerdo significaba la desaparición del Estado Polaco y las respectivas zonas de ocupación anexadas. La necesidad de destruir el entramado de la sociedad polaca, su libertad, su cultura, eliminando toda resistencia y dejar sin liderazgo a Polonia, llevó al jefe de la temible Policía Secreta soviética (NKVD, más tarde KGB) Lavrenti Beria a concebir un ominoso plan.
El comandante en jefe polaco Edward Rydz-Smigly no quería luchar en dos frentes y ordenó al ejército que no entrara en batalla con las tropas soviéticas, a menos que los obligaran a entregar sus armas. Además, se rumoreaba que la Unión Soviética había enviado tropas para “ayudar a combatir a los nazis”. Por lo tanto, los polacos casi no resistieron y se rindieron fácilmente.
A fines de septiembre, alrededor de 250.000 polacos -soldados, oficiales, guardias fronterizos, policías, gendarmes, y muchos civiles- eran prisioneros de los rusos. Al mismo tiempo, se arrestó a funcionarios en los territorios ocupados de Polonia oriental, incluidos oficiales y policías que habían escapado del cautiverio, miembros de partidos políticos polacos y organizaciones públicas, industriales, grandes terratenientes, empresarios y hasta maestros de escuela. Fueron enviados a campos de prisioneros de guerra especialmente creados por la NKVD (Policía Secreta); pero no había suficiente espacio en ellos, por lo que, durante los dos meses siguientes, una parte significativa de los prisioneros fueron enviados a casa o entregados a los alemanes bajo el programa de intercambio de prisioneros. Como resultado, había unos 22.000 prisioneros de guerra polacos asignados al “contingente especial”: oficiales del ejército, policías, gendarmes, guardias fronterizos, guardias de prisiones, etc. Fueron distribuidos en tres campos de la NKVD: Starobelsky, Kozelsky y Ostashkovsky.
Rusia vivía en un régimen de terror policial, represiones enfocadas principalmente en la disidencia interna para asegurar el poder absoluto de Stalin. Entre 1937 y 1938, según el historiador Robert Conquest, especializado en este período, fueron ejecutados 1.750.000 presos políticos entre militares y cargos del propio PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética).
Lavrenti Beria escribió a Stalin una nota clasificada como “ultrasecreta”, fechada el 5 de marzo de 1940, donde calificaba a los prisioneros polacos como “Oficiales del ejército polaco, ex oficiales de la policía y los servicios d inteligencia polacos, miembros de partidos contrarrevolucionarios nacionalistas polacos, miembros de organizaciones contrarrevolucionarias rebeldes desenmascaradas, desertores y otros. (…) Todos son enemigos jurados del poder soviético, llenos de odio hacia el sistema soviético”. En ella se ordenaba a la NKVD “juzgar a los detenidos en tribunales especiales, sin contar con su comparecencia y sin acta de acusación, mediante la mera producción de certificados de culpabilidad y que se les aplique el castigo supremo: la pena de muerte por fusilamiento”.
Iosif Stalin firmó la orden con un lápiz de color azul junto a la palabra “za”, que significa “a favor”. Pero Beria no era un improvisado, y una cosa era ejecutar ciudadanos propios y otra muy distinta prisioneros de guerra extranjeros, por más que consideraran al estado polaco “extinto”. Para llevar a cabo las ejecuciones, los soviéticos emplearon pistolas alemanas Walther, armas que los germanos habían entregado en grandes cantidades a sus aliados soviéticos. El Ejército Rojo consideraba más fiables y cómodas las pistolas alemanas que las Tokarev TT-30 soviéticas, además las Walther eran el arma reglamentaria de la Gestapo (Policía Secreta) alemana por lo que en el caso de que la masacre fuera descubierta las pruebas balísticas delatarían al régimen nazi como el autor de aquel crimen. Se trataba de una operación de bandera falsa: una masacre planificada por los soviéticos, pero llevada a cabo con armamento alemán.
Los prisioneros fueron trasladados en secreto a una zona apartada del bosque de Katyn en la región de Smolensk, las víctimas recibían un tiro en la nuca al entrar en su celda (muchos fueron asesinados en las prisiones de Kalinin y Jarkov) o bien eran ejecutadas a pie de fosa. Vasili Blojin, el verdugo en jefe del NKVD, ejecutó personalmente a 6.000 prisioneros en 28 días. El 1 de mayo fue el único día de descanso para los asesinos. Las ejecuciones eran precedidas de interrogatorios sistemáticos. A los prisioneros se les convencía de que iban a ser liberados, pero en realidad en aquella entrevista su destino dependía de la actitud mostrada por el prisionero hacia el gobierno soviético. Sólo 395 prisioneros escaparon a la muerte.
El 22 de junio de 1941, Hitler invadió la Unión Soviética. Stalin asistió incrédulo y vacilante al avance de los alemanes que cruzaron la ‘línea roja’ de la frontera soviética. El gobierno polaco en el exilio pasaba a ser un aliado de la URSS. Entonces, los mandos polacos solicitaron la liberación de sus oficiales para incorporarse a la lucha. La respuesta rusa fue que no sabían dónde estaban, que posiblemente huyeron.
Un atentado fallido contra Hitler develaría el crimen. El 21 de marzo de 1943, Hitler visitó la vieja armería de Unter den Linden, para inspeccionar armas soviéticas capturadas. El Teniente Coronel von Gersdorff guiaría a Hitler en un tour de la exhibición. Momentos después de la entrada de Hitler al museo, von Gersdorff detonó dos fusibles con retraso de diez minutos en dispositivos explosivos escondidos en los bolsillos de su abrigo. Su plan era lanzarse a sí mismo a Hitler en un abrazo de muerte que los volaría a ambos. Era miembro de la resistencia interna. Un plan detallado para un golpe de Estado había sido elaborado y estaba listo para ponerse en marcha; pero Hitler apuró el paso y la recorrida terminó antes de lo esperado. Después de abandonar el edificio, von Gersdorff fue capaz de desactivar los dispositivos en un baño público “en el último segundo”.
Después del intento, von Gersdorff fue inmediatamente transferido de vuelta al Frente Oriental donde vivió esperando ser descubierto. Era uno de los jefes de la ocupación alemana y, como tal, se encargó de los primeros análisis tras el hallazgo de las fosas comunes de Katyn. Rápidamente, la Unión Soviética culpó a los alemanes de la masacre. Por su parte, Roosevelt y Churchill creyeron la versión soviética acerca del crimen o, por lo menos, pretendieron hacerlo. Goebbels (ministro de Propaganda de Hitler) creyó que era una magnífica oportunidad para demostrar los horrores soviéticos. Por esta razón, autorizaron a la Cruz Roja a realizar el examen forense de los cuerpos con expertos traídos de todas partes de Europa, inclusive oficiales del ejército polaco.
En enero de 1944, tres meses y medio después de recuperar la región de Smolensk, la URSS creó una “Comisión especial para establecer e investigar las circunstancias de la ejecución de oficiales de guerra polacos por parte de los invasores nazis en el bosque de Katyn”, encabezada por el académico Nikolai Burdenko. Antes de que la comisión comenzara a trabajar, un grupo de oficiales de la NKVD fue enviado a Smolensk: sus miembros trabajaron con testigos y plantaron documentos en las tumbas que confirmaron que los oficiales polacos habían sido fusilados por los alemanes en el otoño de 1941. El 26 de enero de 1944, el periódico Izvestya publicó los resultados de una investigación de la comisión Burdenko: los alemanes dispararon contra prisioneros de guerra polacos en la región de Smolensk.
La URSS exigió que Polonia reconociera esta versión, por lo que, con la instalación del Gobierno Provisional, títere de Moscú, formado tras la Conferencia de Yalta, las agencias de seguridad del Estado polaco persiguieron a quienes cuestionaban la versión soviética. La URSS intentó que el Tribunal Militar Internacional en Nüremberg, que juzgó a los criminales nazis en 1945-1946, incluyera en los cargos a la masacre de Katyn, pero con la intervención del ahora General von Gersdorff, que ya había informado sobre Katyn al servicio secreto militar estadounidense, el tribunal no reconoció la masacre de Katyn como uno de los crímenes de los nazis y no la incluyó en el veredicto final.
Con la complicidad del gobierno británico que no quería irritar a Stalin y el silencio culposo de EEUU (que sabía perfectamente la verdad) se clasificó cualquier documento que hiciera referencia a los crímenes cometidos en Katyn. La censura del régimen comunista impedía incluso que se pronunciara ese nombre en público, y quienes lo hacían en privado se arriesgaban a ser incluidos en las listas de la policía política polaca, la SB, y en algunos casos, incluso, acabar en la cárcel.
La situación no cambió hasta 1988, cuando finalmente Moscú, bajo la directiva de la perestroika admitió su responsabilidad. En diciembre de 1991, Gorbachov, último líder de la URSS, entregó personalmente a Boris Yeltsin, su sucesor, la carpeta que contenía la carta de Beria a Stalin. En 1993 Yeltsin, arrodillado en Varsovia, se disculpó ante el pueblo polaco. Un engaño mundial que duró 43 años, descubierto por un magnicida fallido. Miles de polacos fueron asesinados en masa por odiar un destino sin libertad bajo la bota soviética.
“Katyń”, una película dirigida por el afamado director polaco Andrezj Wajda, llevó al cine en 2007 su visión de la historia. El cineasta sabía muy bien de que estaba hablando, desde niño había escuchado en su familia, en susurros, que su padre, el capitán Jakub Wajda, estaba en la lista de los cadáveres de Katyn.
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