Una marcha de martillos, la pileta llena de sangre, el televisor volando, la habitación de hotel deshecha, Hey Teacher leave those kids alone.
The Wall, la película, cumple 40 años. El proyecto tuvo demasiados vaivenes, infinitas peleas, varias renuncias, decenas de cambios de rumbo radicales, colisiones de egos gigantescos, un estreno tímido y muchas críticas malas. Nada hacía prever que se podía convertir en un éxito. No sólo lo logró sino que se elevó a otra categoría. Es un clásico de culto.
La crisis de Roger Waters
En 1977, al final de la gira de Animals, Roger Waters protagonizó un incidente con un espectador que resumió cuál era su estado en ese momento. El show que Pink Floyd presentaba era muy ambicioso. Durante el extenuante tour algo se fue rompiendo dentro de Waters. Así lo cuenta Michele Mari en Rojo Floyd: “Roger no soportaba la idea de que 80 mil personas hicieran barullo en lugar de seguir con atención el concierto, no soportaba los gritos, los cantitos, el bullicio, las manos que batían rítmicamente, los pedidos de canciones, no soportaba nada”.
El 6 de julio de 1977 en Montreal, en el show de cierre, un hombre no paraba de gritar en medio de las canciones. Hasta que Waters se cansó y le hizo señas para que se acercara al escenario; cuando lo tuvo a tiro, el músico lo escupió con todo el desprecio posible. Recién tomó conciencia de lo sucedido al finalizar la actuación. “Fue una actitud fascista”, reflexionó años después.
Se debe reconocer que se trató del escupitajo con mayores consecuencias (y más rentable) de los últimos cincuenta años. El episodio dio origen a The Wall. La alienación, la persecución, el totalitarismo, la soledad. Eso convergía con su historia personal. El padre muerto en la guerra, la orfandad, la vida del rockstar. Todo trasladado a canciones que conformaban una obra conceptual contenida en un disco doble.
Después de un descanso largo, los integrantes de Pink Floyd volvieron a juntarse para decidir cómo seguían. Waters se había convertido en el motor creativo. Presentó dos propuestas. Al resto no le gustó demasiado ninguna pero no tenían para mostrar. Waters había trabajado y ellos no tenían qué ofrecer a cambio. Por lo tanto votaron por el que menos les disgustaba: The Wall.
Roger Waters respetó la decisión democrática aunque luego se encargó de que el mundo se enterara que era obra exclusiva suya. En el programa de los recitales originales lo decía (The Wall: compuesta y dirigida por Roger Waters. Interpretada por Pink Floyd) y lo mismo en el afiche de la película que dirigió Alan Parker un par de años después. A Richard Wright, el tecladista, y a Nick Mason, el baterista, ni siquiera se los menciona en los créditos del álbum.
Waters crea The Wall
El clima de trabajo fue pésimo. Aún para lo que ellos estaban acostumbrados. Nadie se hablaba sino era para dar órdenes destempladas, discutir, reprochar o, directamente, insultar al otro. Parecía que no tenía mucho sentido juntarse a grabar. A los otros ni siquiera le gustaba el material. Pero la banda estaba al borde de la quiebra y debían generar ingresos.
Waters trabajó junto a Bob Ezrin, el co-productor, mucho más que con sus compañeros. Sin embargo, Gilmour aportó una joya como Confortably Numb.
Aparecido en diciembre de 1979 parece el canto del cisne del rock grandilocuente de los setenta. Pink Floyd logró sumar otro clásico a su discografía. Another Brick in the Wall llegó al número uno y permaneció ahí durante un mes. Se coló entre Crazy Little Thing Called Love de Queen y Call Me de Blondie. El álbum también subió a la cima de los rankings durante meses. Lleva más de 33 millones de copias vendidas.
Una hora y media de música. Un disco doble con la vida apenas camuflada de Waters y sus obsesiones. Muerte del padre, la guerra, infancia infeliz, la plata, drogas, los problemas de la fama, el autoritarismo, la violencia, la megalomanía.
Con el enorme suceso comercial y las ventas millonarias, la gira parecía la oportunidad propicia para recaudar a lo grande y sanear definitivamente las finanzas del grupo. Pero nada de eso sucedió. Las presentaciones en vivo de The Wall trajeron un nuevo nivel de magnanimidad escénica al rock: el espectáculo más grande visto hasta el momento. La ambición de Waters era desmesurada. Títeres inmensos y animaciones de Gerald Scarfe, luces, el escenario muy amplio y, por supuesto, la pared de ladrillos de 50 metros de ancho y 10 de alto que se construía y se tiraba abajo en cada concierto.
La gira fue un fracaso. Un show demasiado grande para un grupo demasiado roto. Los miembros de la banda sólo se juntaban sobre el escenario. No se podían ver. Literalmente. Los autos en los que eran llevados a los estadios estacionaban de manera tal que ellos cuatro no se cruzaran. Y los camarines de cada uno estaban ubicados a la mayor distancia posible. Todo era tan excesivo que sólo Rick Wright ganó algo de plata con la gira: Roger Waters lo había echado del grupo tiempo antes y lo recontrataron -a sueldo- para los recitales. El resto fue a pérdida.
Los problemas personales entre los miembros de Pink Floyd, las desavenencias creativas, las diferencias en la capacidad de trabajo produjeron la separación esperada luego de la publicación de The Final Cut.
The Wall, la película
Pero antes, Waters quiso que The Wall se convirtiera en película. Lo llamó a Alan Parker que venía de dirigir Fama. Waters quería hacer una especie de rockumental. Para eso filmaron varios de los recitales. Lo sucedido sobre el escenario se intercalaría con las animaciones de Scarfe.
Al principio Parker sólo oficiaba de productor. Pero desde esas primeras reuniones se opuso que el film fuera nada más que el registro de las actuaciones. Waters insistía con su idea original. El estudio se negó a financiar el documental y la idea de Parker de construir una ficción alrededor de Pink, el egocéntrico músico devorado por la fama y con traumas infantiles, ganó terreno.
Roger Waters estaba convencido de que sería el protagonista. Pero eso no sucedió. Alan Parker creyó que su nivel actoral era paupérrimo. La elegante salida pública que encontró el director fue: “Roger está demasiada cerca del material, no tiene la suficiente distancia como para poder encararlo frente a la cámara”.
La relación entre el director y el músico se deterioró a una velocidad supersónica. Se odiaron. La lucha de egos –a la que muchas veces se sumaba Scarfe- fue permanente y feroz. Parker se apoderó del material e hizo su película. Hasta consiguió alejar del set la presencia inquietante de Waters. Dicen que David Gilmour le tomó un gran cariño al director: por fin alguien ponía en caja y postergaba a su compañero y archirrival. Tal vez Alan Parker fue la única persona que consiguió disciplinar (o al menos imponerse) a Waters en el mundo del espectáculo.
El animador Gerald Scarfe cada vez que iba al set o a una reunión creativa llevaba consigo, casi como una herramienta de trabajo, una botella de Jack Damiels. “Siempre tenía que tenerla a mano para poder evadirme de ese clima atroz”, contó.
Alan Parker dijo que fue “la experiencia más miserable de mi vida como director”. Waters se quejó de Hollywood en la letra de las canciones de su siguiente disco. Waters tampoco la pasó bien: “Hacer la película fue una de las experiencias más perturbadoras y neuróticas de mi vida con excepción quizá de mi divorcio en 1975″, dijo.
El show de The Wall en Berlín
Por eso cuando a Roger Waters le preguntaban por The Wall y la posibilidad de montar el show en vivo, prefería contestar con evasivas o sujetando la cuestión a condiciones imposibles. En 1989 un periodista repitió esa pregunta y él afirmó que no volvería a tocar The Wall en vivo hasta que el Muro de Berlín cayera. Cuatro meses después sucedió lo impensado. El Muro fue derribado y con él cayó el comunismo. Y Waters dio un gran show, sin sus compañeros, con muchos invitados presentando The Wall en Berlín.
Geldof lo escribió en Is That It?, su autobiografía temprana. Y Roger Waters lo cuenta divertido en cada entrevista que le hacen sobre el tema. Después de llegar a Londres en avión, Bob toma un taxi en el aeropuerto. En viaje recibe un llamado telefónico. Es su manager contándole que le ofrecieron el papel principal en la película Pink Floyd’s The Wall. Geldof lo rechazó de plano. Responde que no está interesado porque aborrece la música de Pink Floyd. La respuesta llegó a oídos de Waters de inmediato: el taxista era su hermano John. Sin embargo, si tenemos en cuenta la época en la que hipotéticamente tuvo lugar la escena, nos damos cuenta que los celulares –única manera que tenía el taxista de escuchar la charla- no eran frecuentes todavía entre los ciudadanos, lo que convierte la situación en inverosímil. La tensión inicial y el recelo entre ambos existió.
Geldof dice nada más que una frase en toda la película. En la escena de la demolición de la habitación del hotel se cortó la mano y la sangre que se ve en pantalla es real; Parker no quiso frenar la escena. En la producción no entendían como nadie se enteró antes del momento de rodar la escena de la pileta de que Geldof no sabía nadar.
Después de que la película fuera un éxito y se convirtiera en un inmediato clásico de culto, muchos creyeron que significaría el lanzamiento definitivo de Geldof, que el camino para convertirse en una súper estrella estaba despejado. Pero los hits no llegaron.
Sin embargo muy pocos años después, todo el mundo, literalmente, conocía a Bob Geldof. Se convirtió en el gran benefactor del rock, en el filántropo inclemente.
No sólo Waters era extremo. A Parker también le gustaba el riesgo y los extremos. Como extras para las escenas de Run Like Hell y Waiting for The Worms utilizó a verdaderos jóvenes neonazis.
La primera gran prueba de The Wall en su versión fílmica fue en el Festival de Cannes de 1982. El estudio llevó columnas de sonido especiales para que la música atronara a los espectadores. La función fue la de medianoche –casi como anticipando su destino de permanecer durante años en las salas de todo el mundo en las sesiones de trasnoche- pese a eso nadie faltó. Estaban los grandes directivos y estrellas. Steven Spielberg apenas se encendieron las luces gritó sorprendido: “¡¿Qué carajo fue eso?!”. Era algo nuevo, que no se había visto hasta el momento. La recepción crítica no fue unánime. Muchos no entendían nada de lo que sucedía en la película.
El estreno en Estados Unidos fue muy limitado. Durante unas semanas en una sala, después en una decena, hasta que a mediados de septiembre de 1982, cuarenta años atrás, llegó a cientos de cines de todo el país.
Después se construyó la mitología alrededor de esta película de concepción poco pacífica. Fueron los comentarios de los espectadores, los jóvenes sintiéndose representados, el rito del cine de madrugada, los discos que se siguieron vendiendo, los grupos de adolescentes reuniéndose en una casa para verla en VHS. Todo eso transformó a The Wall en la película que movilizó y desafió a una generación.
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