Los datos son para el asombro. Entre junio de 1949 y el 24 de septiembre de 1950, 48.818 judíos perseguidos atravesaron el desierto de Yemen hasta la Colonia británica de Adén y desde allí volaron a el recién creado Estado de Israel en una operación semiclandestina de salvación.
Fue un verdadero Éxodo en tiempos modernos. Durante 15 meses, 28 pilotos hicieron 380 vuelos en aviones cuyo interior debió ser desmontado para que en lugar de 50 personas pudieran viajar 120, y a los que hubo que agregarles tanques adicionales de combustible para que alcanzara a llegar a destino, porque cualquier escala en Medio Oriente podía resultar fatal para los tripulantes y los pasajeros.
La hazaña tenía algo de bíblica y por eso uno de los nombres en clave que se le dio, “Operación sobre las alas de águilas”, venía de allí, más precisamente del segundo libro de La Biblia, el versículo 19:4 del Éxodo: “Vosotros visteis lo que hice con los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águila y os he traído a mí”.
El otro nombre en clave fue extraído de los relatos árabes de Las mil y una noches: “Operación alfombra mágica”, por los territorios sobre los que debían volar para llegar a Israel. Vuelos que, como los cuentos que encadenaba Scherezade para distraer al Sultán y conservar su propia vida, se renovaban noche tras noche, aunque en este caso se hicieran casi siempre durante el día.
Fue una operación urgente y arriesgada, pero necesaria en un Medio Oriente donde los cambios geopolíticos ponían muchas vidas sobre el filo de la navaja.
Los judíos de Yemen
La comunidad judía existía desde hacía siglos en Yemen, un territorio que los geógrafos de la antigüedad llamaron “Arabia Feliz” y que en el Antiguo Testamento se menciona alternativamente como El Sur, la Reina Saba, la Reina del Sur o Reina Timna.
La tradición oral dice que los primeros judíos en llegar fueron enviados como comerciantes por el Rey Salomón y muchos se quedaron allí. En un país con mayoría musulmana se los consideró históricamente como habitantes de segunda categoría, aunque pudieron desarrollar sus tradiciones y su cultura, pudieron fundar escuelas y sinagogas donde se leía y escribía en hebreo.
Cuando Yemen se independizó, después de la Primera Guerra Mundial, su situación empeoró con el dictado de leyes antisemitas que les impedían caminar sobre el pavimento y, en caso de litigios judiciales, tenían prohibido presentar pruebas a su favor. También, si un menor de edad quedaba huérfano debía convertirse al Islam.
Esa situación hizo que muchos se fueran del país hacia Palestina, pero para el final de la Segunda Guerra Mundial la población judía seguía siendo numerosa, con casi 50.000 personas.
Cuando las Naciones Unidas votaron favorablemente la partición de Palestina, en 1947, y el 14 de mayo de 1948 se estableció el Estado de Israel, el complejo mapa político de Medio Oriente se revolucionó. Las comunidades judías en no pocos países árabes se sintieron en peligro. Y no se trataba solo de una sensación. Los judíos yemeníes vieron como en el Puerto de Adén se quemaba el barrio judío con un saldo de 82 muertos y decenas de viviendas destruidas.
“En 1948 empezaron los problemas más graves. Difamaciones, robo y saqueo de las casas y tiendas de los judíos en Saná. La noticia de lo que estaba sucediendo en Saná llegó a todas las ciudades de Yemen, y los judíos se sintieron aterrorizados dondequiera que estuvieran”, le contó muchos años después al Jerusalem Post, Yona Bar Ami, que por entonces tenía 7 años y emigró en la “Operación alfombra mágica”.
“Un deterioro de la situación de seguridad para los judíos, por un lado, y la noticia del establecimiento del Estado de Israel, por otro lado, llevaron a los judíos a comprender que ya no tenían ninguna razón para permanecer en Yemen”, explicó en esa entrevista.
En mayo de 1949 el Imán de Yemen autorizó a los judíos a abandonar al país. Pero viajar a Israel parecía una misión imposible: no podían llegar por tierra y Egipto había cerrado el canal de Suez, lo que impedía que pudieran abordar un barco con destino a Israel.
Y, además, no tenían dinero. Debían dejar todo atrás.
La decisión de Ben Gurión
El flamante Estado de Israel tampoco ofrecía dinero, la guerra de la independencia –como se la llamó–, terminada a principios de 1949, lo había puesto al borde de la quiebra. Pese a eso, el primer ministro David Ben Gurión decidió implementar mecanismos para lograr “el retorno de los exiliados”.
-¿De dónde vamos a sacar el dinero? – le preguntó uno de sus ministros.
-Se lo vamos a pedir a los judíos de la diáspora – respondió.
Y hacía falta mucho dinero, porque la única manera de “repatriar” a los judíos yemeníes era por avión.
La ayuda llegó de parte del Comité de Distribución Conjunta de Judíos de Norteamérica (Joint, JDC), la organización internacional de ayuda judía humanitaria, que aceptó solventar el éxodo yemenita y organizar el transporte aéreo.
Pero una cosa era tener el dinero y otra conseguir los aviones. No se podía acudir a una aerolínea tradicional ni acudir a las fuerzas aéreas de los países amigos. Tampoco había autorización para que los aviones aterrizaran en Yemen y la operación debía hacerse de manera discreta para evitar que se sumaran obstáculos.
El Comité de Distribución de Judíos de Norteamérica decidió contratar aviones charter y obtener autorización para que operaran desde el aeropuerto de la Colonia británica de Adén. Pusieron la mira en una compañía que operaba en los Estados Unidos, Aerolíneas Alaska.
El plan de operaciones
Aerolíneas Alaska operaba como empresa privada de vuelos desde 1932, cuando el piloto Mac McGee compró un Stinson usado de tres pasajeros y comenzó con un negocio de transporte aéreo en Alaska.
El negocio funcionaba, pero le hacía falta visión empresarial y la obtuvo con la llegada de James Wooten a la presidencia del directorio, en 1947. Por iniciativa suya, la compañía comenzó a comprar aviones excedentes del gobierno de los Estados Unidos, y en un año se convirtió en la mayor aerolínea de chárter del mundo.
El Comité le propuso a Aerolíneas Alaska hacer los traslados de los judíos de Yemen. Wooten estaba dispuesto a aceptar, pero el resto del directorio de la compañía se opuso, con el argumento de que era una pérdida de tiempo y de dinero.
Hacía falta 50.000 dólares para empezar la operación y no estaban dispuestos a invertirlos. Pero si Wooten conseguía el dinero le facilitarían las cosas. Y lo consiguió con un préstamo personas de una agencia de viajes asociada al Comité.
La “Operación alfombra mágica” estaba a punto de empezar.
Una logística complicada
Como Yemen no permitía que los refugiados judíos volaran desde su país, los británicos aceptaron que se estableciera un campamento de tránsito en la vecina Colonia de Adén, desde donde comenzaría el traslado.
Aerolíneas Alaska fijó su base en Asmara, Eritrea, con su tripulación de tierra, pilotos y naves (DC-4 y C-46). El plan era volar desde su base en Asmara a Adén cada mañana, recoger a sus pasajeros allí y cargar combustible. Luego volarían cruzando el Mar Rojo y el Golfo de Aqaba hacia el aeropuerto en Tel Aviv, para desembarcar a los pasajeros. Concluida la misión, volverían a despegar para volar a Chipre para pasar la noche y regresar a su base en Asmara al amanecer, antes de comenzar todo nuevamente. El viaje total llevaba unas 20 horas.
Los aviones de Aerolíneas Alaska no tenían capacidad para trasladar muchos pasajeros y sus tanques no eran los suficientemente grandes como para almacenar el combustible necesario para el viaje. En un trabajo contrarreloj se reemplazaron los asientos normales de la aerolínea por filas de bancos y se agregaron tanques adicionales de combustible a lo largo del fuselaje, entre los bancos. Con esos cambios, un avión construido para transportar a 50 personas podía llevar a 120 y el combustible duraba una hora adicional.
Mientras tanto, el comité organizó el campamento de tránsito en Adén, llamado “Campo Gueulá” (Campo Redención) donde se instaló un equipo de médicos y asistentes sociales israelíes bajo la dirección de Max Lapides, un judío estadounidense. En el campamento también se encontraban emisarios responsables de pagar a diversos jefes tribales yemenitas un “impuesto” para permitir que los refugiados judíos pasaran a través de su territorio.
El éxodo
Los judíos yemeníes debieron caminar desde sus lugares de residencia hasta la frontera con Adén. No era un trayecto fácil a través del desierto, donde no solo debieron enfrentar el viento y las tormentas de arena, sino también los ataques de bandidos. Viajaban en grupos de varias familias para protegerse entre sí.
Cuando llegaban a Adén, los llevaban al “Campo Redención”, donde los revisaban los médicos y se preparaban para abordar el avión.
Allí se produjo un problema que los organizadores de la “Operación sobre alas de águilas” no habían previsto. La mayoría de los migrantes venía de grupos nómades, que vivían en tiendas y nunca habían visto de cerca un avión. Ni sabían qué era volar. No querían subir a los aviones.
A alguien cuyo nombre no pasó a la historia se le ocurrió una manera de convencerlos. Hizo dibujar en cada avión un águila con las alas extendidas y una inscripción extraída del libro de Isaías: “Llegarán con alas como águilas”. La cita de las Escrituras fue decisiva para convencer a los más reacios.
Los aviones empezaron a despegar y los primeros contingentes pudieron volar hacia el aeropuerto de Tel Aviv. Corría junio de 1949.
Vuelos y peripecias
Durante los siguientes quince meses, los 28 aviones que había acondicionado Aerolíneas Alaska realizaron 380 vuelos y transportaron a 48.818 judíos yemeníes desde Adén hasta Tel Aviv.
Volaban sobre territorios hostiles y más de una vez enfrentaron serios riesgos, que incluían disparos desde tierra. Un piloto que se acercó demasiado a territorio árabe al aproximarse a Israel, vio las balas que formaban un arco hacia su aeroplano. A otro avión le reventaron un neumático y casi despista cuando tocó el pavimento de la pista del aeropuerto israelí.
Además, los pilotos volaban mucho más de lo recomendable –en realidad violando los descansos obligatorios por reglamento– y con una arena del desierto que afectaba las turbinas y provocaba que tuvieran que pilotear más por intuición que por cálculos y por lo que llegaban a ver.
El episodio de más riesgo lo vivió el piloto Bob Maguire, que voló entre 270 y 300 horas al mes durante toda la operación. En uno de esos vuelos, uno de los tanques comenzó a perder y se quedó sin combustible, lo que lo obligó a aterrizar en Egipto. El gobierno israelí les había advertido que si aterrizaban en territorio árabe los podrían retener.
Cuando una patrulla militar del aeropuerto llegó hasta el avión y les ordenó que bajaran, desde la puerta Maguire les pidió que llamaran ambulancias para llevar a los pasajeros al hospital porque había enfermos de viruela a bordo. La mentira tuvo éxito: le dieron combustible de inmediato para sacarse el problema de encima y el avión pudo volver a despegar.
El último vuelo con judíos yemeníes llegó con éxito al aeropuerto de Tel Aviv el 24 de septiembre de 1950.
La “Operación alfombra mágica” había terminado y recién entonces se la dio a conocer para asombro de casi todo el mundo.
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