Walter Kutschmann, Gustav Wagner, Hermine Braunsteiner, Franz Stangl y Josef Shawmmberger vivieron vidas similares. Ascendieron escalafones en un régimen perverso. Uno “industrializó” la muerte, otro era un sádico que decidía quién vivía y quién no, ella mataba a patadas. Cuando la persecución cambió de bando, escaparon: primero huyeron por Europa, después recalaron en América. Creyeron que la impunidad los había amparado. Hasta que alguien se dedicó a rastrearlos, denunciarlos y condenarlos.
A Simon Wiesenthal, los nazis le mataron 98 miembros de su familia y la de su esposa, Cyla. Había nacido el 31 de diciembre de 1908, en Buczacz, Galicia, que en ese entonces era parte del Imperio Austro-Húngaro y en la actualidad integra el territorio ucraniano. Era arquitecto: tenía casi cuarenta años cuando dejó de ejercer su profesión. Había quedado atravesado por la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Dedicó su tiempo y energía, después de pasar por cinco campos de concentración y de salvar su vida de manera providencial en Janowska tras convencer a sus guardias de que era el más capacitado para pintar un gran óleo en honor al cumpleaños 54 del Führer, en cazar nazis.
Cada vez qué le preguntaban por el origen de su voluntad, decía: “En mi ciudad antes de comenzar la guerra había 150 mil judíos; en 1945 sólo quedaban 150 con vida. Siempre pensé que todo en la vida tiene precio, entonces haber sobrevivido también lo tiene. Y el mío es el de ser el representante de los que han muerto, de los que fueron asesinados”.
Él no realizaba las detenciones. Acopiaba la información, rastreaba a los criminales y los denunciaba ante las autoridades y la prensa. A lo largo de su carrera, cientos de criminales nazis fueron capturados gracias a su accionar. Simon Wiesenthal fue una figura clave para mantener viva la memoria y en la búsqueda de justicia. Y Kutschmann, Wagner, Braunsteiner, Stangl y Shawmmberger, algunos de los principales criminales que encontró y logró llevar ante la justicia.
Walter Kutschmann: miles de muertos en su conciencia
Pedro Olmo trabajaba desde hacía décadas en Argentina en la empresa Osram. Era un empleado dedicado, algo hosco pero muy eficiente. Llegó a ser encargado de compras. Se casó con una mujer de ascendencia alemana. Luego el matrimonio se radicó en Miramar, Argentina.
Hasta que un periodista de la revista Gente, el semanario más vendido del momento en el país, lo visitó. Luego del saludo de rigor, Alfredo Serra, el periodista, le descerrajó una palabra que golpeó la humanidad del hombre, del supuesto Olmo: “Kutschmann”.
Así lo llamó Serra, por su verdadero apellido. El criminal de guerra nazi había sido descubierto. La tarea de Simon Wiesenthal había sido clave.
Prontamente le pidió a la justicia argentina que actúe. Pero Walter Kutschmann se esfumó. Reapareció, fue reencontrado, diez años después en Vicente López. La justicia argentina lo detuvo pero la extradición no llegó a producirse nunca. Kutschmann murió en el hospital penitenciario luego de sufrir un ataque cardíaco.
En Europa había asumido la identidad de Olmo. Realizó cada paso de su fuga de Francia a España, y de la España franquista al barco que lo trajo un par de años después a la Argentina, bajo el disfraz de cura. Antes, en los años nazis, había sido un destacado jefe de la Gestapo destinado en Tarponol (Polonia), y luego fue jefe de la sección de asuntos jurídicos de Drohobycz. Le atribuyen miles de muerte.
Gustav Wagner: un sádico con sangre fría
Nacido en Austria, Gustav Wagner se unió al partido nazi a principios de la década del 30. Siempre fiel y predispuesto fue ascendiendo en la escala del poder. Integró un grupo que practicaba la eutanasia. Tan eficaz fue su tarea que lo ascendieron a lugarteniente de Franz Stangl en los campos de exterminio de Sobibor y Treblinka. Ambos entablaron una duradera relación de amistad.
Su crueldad e inclemencia se hicieron célebres. Algunos de sus colegas y los escasos sobrevivientes testimoniaron que llevaba a cabo su tarea criminal con fruición. Masacraba con dedicación. Se lo acusaba, entre muchos otros crímenes, de disparar contra grupos integrados por decenas de detenidos hasta dar muerte a cada uno de ellos.
Se lo ha descripto como "un sádico con sangre fría". Su ocupación principal era realizar la selección de prisioneros y enviarlos a las cámaras de gas.
Además era capaz de matar a golpes a algunos de los reclusos porque ya sin fuerzas no podían levantarse ante su presencia. Estas actividades las hacía a la vista de la mayor cantidad de gente posible y a la luz del día. Se vanagloriaba de su perversidad.
Cuando se produjo el Levantamiento de Sobibor, él no estaba presente, estaba de vacaciones con su esposa y su hijo recién nacido. Los prisioneros evaluaron que la ausencia de Wagner les daba más posibilidades de éxito. La revuelta fracasó pero el campo debió ser cerrado.
Luego de supervisar el cierre del lugar y la destrucción de las pruebas del exterminio, Wagner mató a los que habían participado del desmonte de las instalaciones. Se ocupó personalmente del tema. De allí fue trasladado a Italia dónde se encargó de la deportación de los judíos.
Después de la Segunda Guerra fue escapando de los Aliados hasta que en 1950 consiguió llegar hasta Brasil junto a Stangl. Allí vivió con tranquilidad y, naturalmente, un nombre falso, Günther Mendel.
Estuvo sin ser molestado durante décadas. Realizó diversos trabajos menores hasta que se casó con una mujer que era viuda. Con el matrimonio mejoró su situación económica. Pero al enviudar vivió un tiempo como un indigente hasta que consiguió trabajo en la actividad rural. Simon Wiesenthal lo ubicó a mediados de la década del setenta. A pesar de haber sido juzgado en ausencia en Nuremberg, recién en 1978, Gustav Wagner, que se seguía haciendo llamar Günther Mendel, fue arrestado. La justicia brasileña rechazó en fila los pedidos de extradición de Israel, Austria, Polonia y Alemania.
En declaraciones a medios ingleses no mostró mayor remordimiento por sus acciones del pasado, dijo, como tantos otros criminales nazis, que él sólo había obedecido órdenes, que él sólo iba a trabajar en un horario determinado y que luego iba a tomar algo con sus amigos y a su casa a comer con su familia. El suyo había sido un trabajo como cualquier otro.
El 3 de octubre de 1980, a los 69 años, apareció muerto con un cuchillo clavado en medio de su pecho. Los allegados, de manera muy veloz, declararon que se había tratado de un suicidio. Nadie reclamó por la situación.
Hermine Braunsteiner: la guardia que mataba a patadas y latigazos
Su apodo lo dice todo: la “Yegua de Majdanek”. Hermine Braunsteiner nació en Viena. Trabajó desde muy chica, teniendo que postergar sus estudios. Antes de la Segunda Guerra buscó un mejor futuro en Inglaterra pero en 1939 volvió al continente. Su primer trabajo para el nazismo lo tuvo en Ravensbruck. Ejercía de guardia de las prisioneras.
En 1942 se enfrentó con Maria Mandel, una colega: luego fue conocida como “La Bestia de Auschwitz”. En esa puja de poder y atrocidades, Hermine quedó relegada. Su furia por el ascenso pospuesto la desplegó sobre más prisioneros.
Poco después la trasladaron a Majdanek. A partir de ahí expuso y liberó toda su crueldad sobre los prisioneros. El látigo se convirtió en una extensión de su cuerpo. El apodo, lo de yegua, provino de su costumbre de someter y matar a patadas, con sus botas reforzadas con acero en las puntas y talones, a los prisioneros del campo de concentración.
Su salvajismo era mítico. Todos los oficiales nazis sabían de lo que era capaz Hermine. El prestigio homicida se esparce con facilidad. Varios testigos sostuvieron que no sólo era cuestión de látigos y patadas. Uno declaró que vio cuando ella en medio de Majdanek, luego de arrebatarlo de sus brazos, disparó en la cabeza de un niño de 4 años en presencia del padre del pequeño. No hacía distinciones entre ancianas o niños; aplicaba su rigor sobre todos de igual manera.
Stella Kolin, una polaca que estuvo recluida en Majdanek, contó que una vez del otro lado de un cerco vio a su padre desfalleciente. Ella se acercó y le lanzó un pedazo grande de pan que había guardado. Pero el alimento pegó en el cerco electrificado y encendió las alarmas. Llegaron varias guardias con Braunsteiner a la cabeza. Stella fue pateada por Hermine quien anunció que le daría además 25 latigazos. Stella sólo sintió los primeros nueve. Luego se desvaneció.
Luego de la derrota alemana, Braunsteiner empezó su fuga pero fue rápidamente apresada por los soldados norteamericanos. Logró escaparse pero la detuvieron de nuevo. Allí investigaron su actuación en Ravensbruck pero nada se dijo sobre Majdanek. De ese modo la liberaron en 1947. Aunque duró pocos días en libertad. Nuevamente la detuvieron y, esta vez, la juzgaron por lo hecho en Ravensbruck. La condenaron a tres años de prisión pero fue liberada, en virtud de una amnistía.
A partir de allí cambió su nombre y trató de pasar lo más inadvertida posible en Viena, su ciudad natal. Hasta que en 1958 se casó con un mecánico norteamericano. La pareja se estableció en Estados Unidos. Hermine Ryan (su nuevo nombre) era una vecina respetable de Queens, Nueva York.
Wiesenthal logró ubicarla y avisó a las autoridades migratorias norteamericanas. Los cubrió con papeles y pruebas pero no lo escucharon. Entonces, el cazador de nazis acudió a la prensa. Una nota en la portada del The New York Times selló la suerte de Hermine. "Ex guardia de campo de concentración es ama de casa en Queens", sentenciaba el titular.
Ella trató de defenderse: "Después de 15 o 16 años, ¿por qué molestan a la gente? Ya fui castigada lo suficiente. Estuve en la cárcel durante tres años. ¡Tres años! ¿Y ahora quieren algo de nuevo de mí?". El marido también la defendió. Dijo que su esposa era la persona más buena del mundo, incapaz de hacerle mal a una mosca.
El proceso, impulsado siempre por Wiesenthal, duró nueve años. Un artilugio permitió destrabar la situación. La oficina migratoria la acusó de falsear su declaración de entrada, de negar el proceso anterior y la amnistía. Así Hermine se convirtió en la primera criminal de guerra nazi extraditada desde Estados Unidos.
En 1981, Hermine Braunsteiner fue condenada en Alemania a dos cadenas perpetuas. Murió en 1999 en Alemania.
Franz Stangl: el comandante de la muerte
Franz Stangl fue la autoridad máxima del campo de concentración de Treblinka. El comandante de la máquina de muerte más atroz y eficaz de la historia. En esa sola línea se puede resumir su prontuario, su desmesura criminal.
Nacido en 1908, Stangl era oficial de la policía austríaca cuando legó el Anchluss, la anexión austríaca con Alemania. Enseguida comenzó a integrar la Gestapo y comenzó su ascenso por todo el escalafón del mal: la oficina de asuntos judíos, la de los programas de eutanasia. Luego llegó el momento en que fue nombrado comandante de Sobibor, un campo de exterminio. Supervisó los pasos finales de la construcción y se encargó de ponerlo en funcionamiento.
Se estima que allí murieron 100 mil personas en los primeros meses desde su puesta en funcionamiento. Debido a su éxito, a su prolija gestión asesina, le dieron la comandancia de Treblinka. Asistido por Gustav Wagner optimizó la maquinaria asesina. Industrializó la muerte.
Luego del cierre de Treblinka fue mandado al frente de batalla. Al final de la guerra se refugió en Viena y cuando se sintió cercado intentó escapar hacia Italia, pero en la frontera lo detuvieron soldados norteamericanos. Estuvo detenido hasta 1948 cuando logró fugarse en circunstancias poco claras.
Su siguiente destino fue Siria. De allí pasó a Brasil. En el país sudamericano, en la ciudad de San Pablo trabajó en la fábrica de Volskwagen y vivió con tranquilidad muchos años. Hasta que Simon Wiesenthal dio con su paradero. Lo denunció ante la justicia brasileña y ante la alemana. Logró su detención en 1967 y luego su posterior extradición.
En Alemania se lo acusó por la muerte de más de un millón de judíos. Fue condenado a cadena perpetua.
Cumpliendo su condena, Stangl brindó una serie de entrevistas a la notable periodista alemana Gitta Sereny. Esas setenta horas de conversaciones dieron nacimiento a un libro extraordinario, Desde aquella oscuridad, en el que Sereny escruta la personalidad del asesino, su naturaleza, la impunidad y la falta de asunción de responsabilidades. Stangl murió a los 63 años, el 28 de junio de 1971. Fue el día después de dar por finalizadas las charlas con Sereny.
Josef Schwammberger: el asesino de la SS que disfrutaba del poder
Josef Schwammberger fue comandante de varios campos de trabajo esclavo en la zona de Cracovia. En 1948, logró como tantos otros nazis llegar a la Argentina. Se sintió resguardado y a salvo. Empezó una nueva vida. Creyó que el pasado ya no podría alcanzarlo y que la impunidad regiría su vida.
Pero Wiesenthal, el cazador de nazis, logró ubicarlo. Presentó la documentación correspondiente y denunció ante las autoridades la presencia del criminal nazi. Se lo acusaba de haber cometido más de mil asesinatos en Polonia. WIesenthal denunció en 1972 que Schwammberger estaba afincado en La Plata. Pero la red de complicidades se puso en acción una vez más. Logró escapar y no se supo de él durante doce años.
En 1984 lo volvieron a identificar en Huerta Grande, Córdoba. La extradición y el juicio demoraron un buen tiempo. Pero en 1992, en Alemania, fue condenado a cadena perpetua. Su esposa siguió viviendo en la Argentina hasta su fallecimiento en 2003.
Schwammberger, longevo, vivió hasta los 92 años. Murió en el hospital de la cárcel alemana en la que estaba detenido. La necrológica de esos días de 2004 de El País de España resume su actuación: "Este siniestro individuo personificó a la perfección el tipo de medio pelo convertido en asesino al disfrutar del poder y oportunidades para dar rienda suelta a lo peor de la condición humana desde su cargo en las SS".
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