Así fue la fuga de Devoto de la superbanda: una vidente y el nacimiento de la leyenda del Gordo Valor

Cinco presos escaparon armados de una cárcel en plena Ciudad de Buenos Aires en 1994. Entre ellos estaba también La Garza Sosa. Usaron sábanas anudadas y saltaron de un muro. El video de archivo filmado por un vecino

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Está retirado del delito y
Está retirado del delito y se acostumbró a la libertad y a no robar. Valor, como otro hampones, siempre consultó a videntes

La noche anterior a escaparse, Luis El Gordo Valor estaba convencido que su destino, como el todos los hombres y mujeres, estaba escrito.

Y el suyo podía tener dos desenlaces. Que la fuga se concretara. Pero el otro, pese a que el 16 se cumplieron 28 años, aun le causa sensaciones al ex líder de la superbanda que robaba bancos y blindados.

“Si nos salía mal éramos boleta.Y en la carrera del ladrón te entregan el diploma cuando te liquidan. Pero más que a la muete, le tenía miedo a no salir en libertad”, recuerda en charla con Infobae. Tiene 69 años, de los cuales 33 los pasó preso.

La revelación de una bruja

Está retirado del delito y se acostumbró a la libertad y a no robar. Valor, como otro hampones, siempre consultó a videntes.

-Querida, decile a tu marido que no gaste más plata en abogados -le dijo la vidente a Nancy, la pareja del ladrón más famoso del país.

-Le quedan 15 años de condena -le hizo saber Nancy-

-Está todo acá, en estas cartas. Su libertad está escrita. Se va. Se va. Y será en pocos días. Se va por la puerta grande.

Esa noche, Nancy no pudo dormir. Fue a visitar a su marido y le contó, en voz baja, lo que le había dicho la vidente.

Al Gordo Valor le brillaron los ojos. Se abrazaron y luego fueron al cuarto de las visitas íntimas.

Tiempo después, el célebre delincuente diría:

-Nancy me lo contó como un hecho. Es impresionante cómo la brujita fue capaz de predecir lo que hasta ese momento pasaba solo por mi cabeza o en mis sueños. Y eso que era casi imposible que ocurriera.

Pero un mes después, la tarde del 16 de septiembre de 1994, la predicción de la bruja se cumplió: Valor protagonizó una fuga histórica del penal de Devoto con sus compañeros de detención “La Garza” Hugo Sosa Aguirre, Emilio Nielsen, Carlos Paulillo y Julio Pacheco.

La fuga les costó a
La fuga les costó a los ladrones una condena de siete años

Cómo fue la fuga

Se disfrazaron con los guardapolvos de los médicos del hospital penitenciario; Pacheco se vistió con la chaqueta gris de guardia. Cuando llegaron a la muralla externa, Valor disparó al cielo, al piso y enfrentó a dos guardias.

–¡Entregate, Valor, estás rodeado! –le gritó el guardia José Luis Pereda.

–Negro, entregá las llaves que está todo copado –le dijo Valor.

Según Valor, La Garza Sosa se fue solo. “Con toda la gente de apoyo. Nosotros bajamos por las sábanas blancas anudadas que habíamos colgado antes y al llegar a la vereda nos encontramos en banda. No era lo acordado. Corrimos y apretamos a un remís. Lamentablemente tuvimos que sacar por la fuerza a una señora”, recordó el ladrón en su libro “Mi vida”.

La fuga les costó a los ladrones una condena de siete años. En rigor, ninguna huida es penada, lo que se juzgaron fueron los daños causados, el uso de armas de guerra y la resistencia a la autoridad.

“Me escapé porque vi una puerta abierta. Sino nos mataban,”, dijo Valor.

Luis El Gordo Valor y
Luis El Gordo Valor y su mano derecha Hugo La Garza Sosa

Es raro que hasta ahora no exista una película sobre esa mítica fuga, una de las más emblemáticas de la historia criminal argentina.

Durante un tiempo, en Youtube había un video casero que duraba 48 segundos. En las imágenes, Valor salta con destreza uno de los muros de siete metros de la cárcel de Villa Devoto mientras dos mujeres que viven en un departamento de enfrente no pueden creer lo que están viendo desde el balcón:

–¡Mirá cómo se tiró el cana! –dice una de ellas con sorpresa.

–¡No, no es un policía. Es un chorro! ¡No ves que los de blanco son chorros y se están escapando! –le responde la otra con temor.

La versión de Valor

En su libro, Valor cuenta la mítica fuga en primera persona, de puño y letra. “Un día me llamaron para decirme que había una posibilidad concreta de salida. No había cabida para nadie más. Al menos eso me dijeron al principio. El negocio era de Julio y El Cabezón, dos grandes ladrones que estaban en el pabellón séptimo. Yo sabía nada más que dos cosas: tenía vía libre para irme y no podía llevar a nadie conmigo. ‘Ñeri, vas a tener una ventana abierta, una reja cortada’, me dijeron cuando tuve el primer contacto. Sólo me pidieron que hiciera contacto con mi gente para que me esperaran a la salida del penal al momento de la evasión. No esperé nada para llamar. Ese mismo día hice el contacto. Le pasé toda la información a Nancy, que tenía que hablar con los muchachos que nos iban a rescatar afuera. Teníamos lo que necesitábamos: plata, movimiento, fierros y el suficiente conocimiento del lugar”.

En esos días, Valor se entrenó como si fuera a pelear por el título mundial de los pesos pesados de boxeo, pero debía estar ágil y fuerte.

“Los que planeábamos irnos sabíamos que estábamos muy jugados. A todos nos esperaban muchos años tras las rejas. Teníamos las sogas y los ganchos. Todo artesanal, hecho a mano. Los probamos para ver si aguantaban mi peso y el del Cabezón, un atleta muy bien preparado. Antes de acostarme me encargué de revisar bien las sogas y los ganchos para poder engancharme y desengancharme del muro. Hicimos tres sogas trenzadas de sábanas. Quedaron muy bien hechas y los caños estaban bien guardados”.

Tiempo después, dos de los
Tiempo después, dos de los fugados aque día murieron: Julio Pacheco (de un paro cardíaco) y Emilio Nielsen (en un accidente de tránsito)

“Al final, después de la planificación y la espera, llegó el momento de salir a la calle. Era un día muy especial para mí y para los muchachos. Teníamos la oportunidad de hacerlo y habíamos dado el primer paso para conseguirlo. Teníamos que poner huevo y, si era necesario, un poco de sangre. Así como se pierde la libertad en unos minutos, la evasión también sucede en un soplo. Conseguirla estaba ahí al alcance de la mano y parecía increíble. Era posible sentir los ruidos y los olores de la calle. Ver a la gente caminando por ahí sin preocuparse por nada. Podía sentir el abrazo y el olor de la Nancy”.

“A nosotros nos llegaba la hora y teníamos que avanzar. Llamamos a los encargados de los pabellones del mediodía y les pedimos que nos abrieran el lugar para baldear. La excusa era la de dejar limpio el lugar, pero la verdad es que queríamos que viniera el encargado y nos habilitara la escalera. Así llegamos al quinto pabellón de la planta baja. Insistimos en quedarnos por ahí porque teníamos los ingredientes para hacer una torta: huevos, harina, azúcar y leche. Copamos así la parte de abajo pero antes tuvimos que hablar con el jefe de área para que nos dejara jugar a la pelota hasta las tres de la tarde. Por suerte, aceptó. Volvimos a buscar ropa y claro, la pelota”.

“Yo tenía una pinza muy buena y me fui bien arriba con la ayuda de los pibes. Realicé con rapidez el corte de los alambres de púa. Me deslicé lentamente debajo de los techos, corrí para adelante y me adueñé del hospital junto a todos los demás muchachos. Comenzamos a apretar. De a poco juntamos a todos los celadores médicos y a los empleados que estaban en el lugar, había que actuar rápido y sin llamar la atención, eso lo teníamos clarísimo. Eran diecisiete. Algunos detenidos que estaban en ese sector tenían mucho miedo de que les pasara algo. O peor, que nosotros les hiciéramos algo, como si no fuéramos de respetar la vida de los demás. Jamás matamos y jamás agredimos al personal ni a nadie”.

“Julio tomó la ropa de fajina que usaba un celador, se cambió los borceguíes y se quedó con una pistola y el rango. Los demás, ropa que había en el lugar: algún delantal, portafolios, lentes estetoscopios, rango, carpetas del hospital. Todo muy rápido. Hicimos ese movimiento con aproximadamente veinte penitenciarios que estaban en el hospital. Mientras, en el área del penal estaban dando vueltas varios jefes de pesquisa. Como los que estaban en el penal habían recibido buen trato, nadie alertó nada”.

Lo detuvieron cuando pasaba la
Lo detuvieron cuando pasaba la noche en un refugio de General Rodríguez, una ciudad situada a 55 kilómetros de Buenos Aires. “Entregate, Valor”, le ordenó un policía. El Gordo se entregó sin disparar. El motivo: a su lado estaba su esposa (Revista El Guardián, Nacho Sänchez)

“Por la calle del frente a la unidad había un celador con una Itaca, a diez metros de altura mirando y apuntando. Uno de mis compañeros se apartó del grupo y tiró unos tiros”. Por el costado, venía Paulillo, atrás del , más atrás El Ruso Nielsen y después yo“.

“A las corridas y con el corazón en la garganta, pudimos acceder al primer piso donde no había nada. Ninguna reja cortada, nada de nada. Seguimos buscando y cuando subimos un poco más nos encontramos con una puerta ciega. La golpeé con mucha fuerza. Cuando se abrió apareció un guardia bien armado con una ametralladora Halcón doble gatillo. Lo neutralizamos con otro compañero. Le sacamos la pistola 9 milímetros. Lo golpeé con la pinza que tenía y con las que había cortado el alambrado, y me agarré su ametralladora. Me tocó por lo tanto cubrir la huida”.

“Apuré al Cabezón para que saltara rápido. Al Ruso lo tomaron por atrás y lo arrastraron debajo de la escalera. Reaccionamos rápido con Paulillo y Julio y se lo sacamos al guardia. El Ruso se iba a venir con nosotros. Mientras que Sosa saltó hacia abajo y corrió a un vehículo blanco que estaba parado enfrente de donde esperaban El Gordo Basualdo y El Pelado. Sosa se subió al auto y partieron a toda velocidad. También los coches de apoyo huyeron y nos dejaron arriba del muro. En ese momento sentí una gran desolación. Nos sentimos abandonados. Se nos ocurrió tirar las sogas hacia abajo y justo en ese momento, aparecieron dos guardias en la vereda de enfrente que empezaron a dispararnos. Eso me hizo reaccionar inmediatamente por lo que saqué mi Halcón y disparé hacia ellos. Las ráfagas los asustaron mucho, así que cruzaron la calle y se metieron en el penal de nuevo. El guardia de Nogoyá y Bermúdez tenía un arma larga también, pero no hizo nada. Estaba como confundido”.

“Mientras ocurría todo esto, Paulillo se tiró hacia abajo y después lo hizo El Ruso, a quien le pasé la ametralladora y me agarré de la soga para poder bajarme. Se cortó. Eso hizo que perdiera un poco el equilibrio y cayera hacia el suelo. No fue una mala caída. Caí bien, de costado, y me acomodé rápido. Le dije al Negro Julio Pacheco que se tirara, que tratara de tirarse bien, pero algo lo traicionó en el tramo hasta el piso porque cayó muy mal y se golpeó la espalda y el tobillo, que se le dio vuelta por completo. Le sobresalía del cuerpo, debe haber sido dolorosísimo. La herida empezó a sangrarle mucho”.

“Con El Cabezón comenzamos a correr como pudimos hacia el vehículo que estaba a media cuadra de donde saltamos. En ese lugar había un Peugeot 505 color azul. Ahí estaba un remisero y una señora mayor que no se quería bajar, así que la bajamos por la fuerza y la dejamos en la vereda. Subieron ellos primero mientras yo seguía cubriendo con la ametralladora en la mano, cerquita del coche que ya estaba conducido por El Cabezón. Corrí casi una cuadra al lado del auto hasta que me subí con los muchachos. Éramos libres. Recuperábamos el olor de la calle”.

Tiempo después, dos de los fugados aque día murieron: Julio Pacheco (de un paro cardíaco) y Emilio Nielsen (en un accidente de tránsito). Carlos Paulillo está detenido. La Garza Sosa y el Gordo Valor están libres.

Hace cuatro años, Valor decidió escribir los detalles de esa fuga en un cuaderno de 24 páginas.

Valor relató la fuga de
Valor relató la fuga de Devoto en su libro

El Gordo Valor, prófugo

Tras la huida, Valor estuvo prófugo 244 días. No pasó más de dos noches seguidas en un mismo lugar. Más de 300 policías lo buscaban por todo el país y su afiche con oferta de recompensa (300 mil dólares) rezaba: “Enemigo Público Número 1″.

Lo detuvieron cuando pasaba la noche en un refugio de General Rodríguez, una ciudad situada a 55 kilómetros de Buenos Aires. “Entregate, Valor”, le ordenó un policía. El Gordo se entregó sin disparar. El motivo: a su lado estaba su esposa. Desde entonces pasó sus días en prisión. "

En su época de apogeo criminal, cuando invertía en grandes negocios y en su casa había escondites con gruesos fajos de billetes de cien de dólares, Valor soñaba con abrir una cadena de bares que llevara su nombre. Registró la marca y por entonces tenía un representante. A Valor lo animaba saber que en varios países los restaurantes llamados Al Capone o Lucky Luciano, los reyes de la mafia en los Estados Unidos de los años 20, se habían convertido en la atracción de comensales y curiosos. Se imaginaba vestido con traje negro, sentado a una mesa del fondo, con un vaso de Martini en la mano derecha, un habano en la mano izquierda, rodeado de retratos de Marlon Brando en El Padrino, de Maradona y del Pibe Cabeza, un bandido argentino legendario acribillado por la policía el 9 de febrero de 1937.

Además, estuvo a punto de autorizar la venta de ropa con su nombre, muñequitos con su forma y de crear la página www.superbanda.com.ar. Pero todo quedó en la nada.

Ahora prefiere la libertad. No la cambia por nada. Además, su nueva vidente se lo deja en claro:

-Valor, si vuelve a robar no va a llegar a la cárcel. Va directo al cementerio”.

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