Robbie Williams nunca se propuso convertirse en cantante, pero sí se reconoce como un artista del entretenimiento. A los 16 años se convirtió en la pieza que faltaba para catapultar a Take That como la boyband más taquillera de los ‘90. Mientras las fans deliraban con el chico travieso del pop y la discográfica amasaba millones en ventas, Williams dio un portazo que sacudió los cimientos de la industria musical inglesa. Nadie lo creía capaz de superar el éxito que había alcanzado con la banda de Nigel Martin-Smith, pero en 1997 tomó un giro inesperado y debutó como solista con Life thru a lens. Contra todos los pronósticos, se las ingenió para construir una carrera de medio lustro en la música que le valió seis de los 100 álbumes más vendidos en Reino Unido, 80 millones de discos en todo el mundo, 14 singles en el primer puesto y más premios de los que pueden contar sus coterráneos.
Este mes anunció el lanzamiento de su último disco XXV, que celebra sus mejores hits de los últimos 25 años. Desnudo sobre un pedestal, el arte de tapa evoca a El pensador, la obra más conocida de August Rodin. “He estado meditando sobre lo incómodo que me siento socialmente, lo incómodo que me encuentro con las multitudes de personas y lo incómodo que me siento en general con otros seres humanos, fuera de estar con mi familia”. Robbie Williams le da cuerpo al poeta que medita sentado en la Puerta del Infierno. Como sugiere la imagen, el artista británico estuvo cerca del abismo en más de un intento.
En la ciudad de Stoke, Robert Williams nació el 13 de febrero de 1974 dentro de una familia bohemia. Su madre Janet regenteaba pubs mientras su padre, Pete, llevaba a su hijo adolescente de gira con sus espectáculos de variedades. El carismático regordete se llevaba bien con las tablas: sus actuaciones en obras de Dickens y Andersen lo prepararon para la oportunidad de su vida. No es que la buscara, más bien fue su madre quien vio un aviso en busca de bailarines y cantantes para una banda de Manchester. Su hijo, que venía derrapando con las notas en el colegio y saltando de un trabajo al otro, aceptó mandar su currículum y probar suerte. La audición con el productor Nigel Martin-Smith había salido bien: “Estás en la banda”, lo sorprendió Janet. Robert recibió la noticia con el mareo de unas cuantas cervezas; esperaba contarle a su madre que el resultado de sus exámenes no había sido el esperado pero ella no le dio tiempo.
Con 16 años, Robbie Williams se convirtió en el integrante más joven de Take That. El quinteto de chicos con brazos torneados y coreografías sincronizadas tuvo su primer hit con Pray, el single que tomó por asalto los rankings del pop y se convirtió en la canción del verano ‘93. El quinto elemento aportaba su tinte de niño rebelde pero, en la férrea rutina de Martin-Smith, la conducta de Robbie era un problema. “Tomé mi primer éxtasis en un club gay… tuve un momento increíble. Pensé: ¿Por qué no podría vivir así para siempre?”. Su adicción al alcohol, las sustancias y su gusto por la provocación amenazaban la estricta disciplina del productor. Las diferencias personales y artísticas con el líder de la boyband, Gary Barlow, agregaron tensiones al grupo pero no hicieron mella en su éxito: en seis años habían vendido 25 millones de discos.
Las giras de drogas y descontrol le estaban pasando factura y en su cabeza sobrevolaba el fantasma del suicidio. Mientras los tabloides se ocupaban de registrar su cara desencajada durante esas caravanas nocturnas, los conflictos de la banda saltaron por los aires. En febrero de 1996, Robbie le puso punto final al capítulo Take That. Su némesis, Gary Barlow, fue quien comunicó el final de la banda en una conferencia de prensa. Williams masticaba odio y se preguntaba si una carrera de solista se divisaba al final del camino. En unas vacaciones con George Michael comenzó a darle forma a la idea, pero fue Elton John la figura clave que lo ayudó a acomodar un poco su vida para escribir sus primeras canciones y firmar contrato con EMI.
Con el single Freedom anunció a viva voz su pasaporte hacia la libertad y puso en marcha una fábrica de hits. La dupla creativa con Guy Chambers fue la clave para componer muchas de sus mejores canciones, batir récords en ventas y sumar galardones. Angels terminó de catapultar su carrera solista de manera definitiva: la canción compuesta por el músico irlandés Ray Hefferman en memoria de su hijo fue reescrita por Williams para rendir homenaje a quienes estuvieran en el más allá. En 2005 ganó el premio Brit en la categoría de mejor canción británica del último cuarto de siglo. De adolescente travieso a músico excéntrico e inclasificable: la reconversión de su carrera fue en línea con un polémico derrotero.
En 2007 se internó en una clínica para desintoxicarse: a los problemas de drogas que arrastraba desde Take That, le había sumado la adicción a los analgésicos. El cantante que llegó a tomar unas 20 pastillas en una sola noche estuvo al borde de la muerte varias veces. La depresión y las fantasías suicidas lo seguían acechando. Su esposa, la cantante estadounidense Ayda Field, fue un pilar para alejarse de sus demonios: “Cuando miro hacia atrás después de estar 15 años con Ayda, pienso que ella fue quien lo hizo, que ella me dio una vida. Aquí estoy en la televisión emocionándome. Absolutamente fue ella quien lo hizo”.
La pareja que se casó el 7 de agosto de 2010 en Beverly Hills frente a 75 familiares y amigos, tuvo una primera cita algo sorprendente. Al menos para Ayda, quien se enteró en una entrevista televisiva que minutos antes de su encuentro, su esposo había tenido sexo con su dealer. La historia de amor fue un parteaguas para la vida de Williams, quien hoy es padre de cuatro hijos. Fue Ayda quien lo salvó cuando estuvo a punto de morir por una intoxicación, producto de una estricta dieta a base de pescado a la que se había sometido el artista británico. “Me hicieron la prueba de mercurio porque mi esposa es neurótica y se hace todo tipo de pruebas todo el tiempo. Solo puedo dar gracias a Dios porque podría haber muerto por envenenamiento”. Un poco más distendido, luego de contar el episodio, dijo: “¿Sabés lo que pensé cuando escuché eso?, ‘¡Gané!’ Tengo el índice más alto, ¡literalmente gané el premio Mercury!”, en referencia al premio de Reino Unido.
No fue la única que vez que se sintió cerca del infierno. En 2020, la familia decidió poner en venta su mansión en las afueras de Londres. Según Williams, la casa estaba embrujada: “Había una habitación de la que sospecho, me da escalofríos. Teddy, nuestra hija, estaba durmiendo allí. Pero la saqué de inmediato”. Entre sus experiencias paranormales, reveló que debido a su consumo de cocaína, alucinaba con fantasmas: “Me metía en el coche y aquello, fuera lo que fuera, saltaba a la parte de atrás. Después de dos meses, no podía soportarlo más. Pensé que si eso continuaba conmigo iba a acabar suicidándome”. También confesó tener miedo a un ataque alienígena. Sus tatuajes de un OVNI dibujado por el artista Keith Haring y una pirámide en su brazo, ilustran su curiosidad por la cienciología. “Estoy muy interesado en lo esotérico, lo paranormal y algunos de los secretos que no se revelan”, explicó en una entrevista con Rolling Stone.
A los 47 años, Willams decidió relanzar su carrera haciendo lo que mejor le sale y se prepara para rodar su biopic Better Man, dirigida por Michael Gracey (director de Rocketman), sobre su agitada biografía. “No es un santo y no se esconde al respecto”, dijo en alguna oportunidad su biógrafo no oficial, Paul Scott. Y agregó: “Tenés que conocer la historia de Robbie Williams para entender sus discos. Si alguien no conoce su pasado como el cachorro golpeado que dejó Take That y terminó con adicciones a la bebida y las drogas y regresó del borde para resucitar, es difícil entender lo que este tipo está diciendo en sus canciones”. Fiel a su estilo, se especula que el protagonista del film será un mono creado con inteligencia artificial. Robbie William da otro giro de 180° para dejar a su público conteniendo el aliento. ¿Podrá?
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