Una noche cualquiera en un bar de Los Ángeles. Un parroquiano se sienta a su lado en la barra. Después de mirarlo varios minutos, de confirmar que se trataba de quién él pensaba, le pregunta: “¿Pero vos no solías ser estrella de cine?”. El hombre no puede entender cómo esa celebridad había terminado en el mismo bar de mala muerte que él, solo frente a un vaso de whisky.
Mickey Rourke tampoco sabe bien qué fue lo que pasó. Ni como llegó a cumbres tan altas ni cómo el descenso fue tan abrupto, doloroso y solitario. Sí sabe que su conducta distó de ser ideal, que él contribuyó a destruir su propia carrera: “Fui arrogante. No fui lo suficientemente inteligente y educado para lidiar con eso. Hay que estar preparado para el éxito. Y yo no lo estaba”, dijo hace unos pocos años.
Sex symbol de los 80
Mickey Rourke cumple 70 años. El actor de grandes éxitos de los ochenta, el de Nueve Semanas y Media, el que compartía pantalla con De Niro, el chico malo que alguna vez fue llamado el nuevo Brando, el sex symbol de una generación. El que luego de varias malas decisiones desapareció y que tuvo un rutilante comeback con El Luchador que pareció que le iba a devolver su status de estrella. Pero eso no sucedió. Con sus opiniones contundentes, sus conductas erráticas y su cara transformada en una máscara algo tenebrosa, casi sin facciones que lo hagan reconocible, Mickey Rourke sigue dando pelea por las redes sociales, en cada entrevista que le hacen, cultivando su cuerpo y esperando, con una ilusión que suele ocultar, una nueva oportunidad para volver a brillar.
Actuó en grandes éxitos y en fracasos estrepitosos. Compartió pantalla con íconos de Hollywood y mujeres despampanantes y también con actores amateurs que no pueden decir una línea sin tropezarse. Su trayectoria está repleta de sucesos, de malas decisiones, de violencia, de declaraciones estentóreas, de intentos por convertirse en un boxeador tardío, de resurrecciones inesperadas, de divorcios dolorosos, de burlas por las redes y memes y de una gloria que se marchitó demasiado pronto.
Se habla de una carrera perdida, malgastada, de películas espantosas y olvidables (olvidadas de hecho). Pero la gran mayoría de los actores envidiarían el catálogo de películas que interpretó. Sólo algunas: Diner, Cuerpos Ardientes, Homeboy, Barfly, Corazón Satánico, Manhattan Sur, La Ley de la Calle, El Luchador, Sin City y, por supuesto, Nueve Semanas y Media.
Si bien protagonizó varias películas que resultan inolvidables para el público, también actuó en muchas otras que ni siquiera él recuerda. Eso suele pasar cuando las carreras se derrumban, cuando se cae desde demasiado alto y, claro, cuando se lleva una vida desordenada.
La infancia de Mickey
Nació el 16 de septiembre de 1952, hace setenta años, en un pueblito del estado de Nueva York. A los 6 años su padre los abandonó. Su madre en busca de trabajo se llevó a sus tres hijos a Miami. Allí se instalaron. La mujer se volvió a casar y tuvo otro hijo. Su nuevo marido, el padrastro de Mickey, tenía otros cinco hijos. La casa se volvió multitudinaria y caótica con los nueve chicos peleándose y aprovechando las libertades que las ocupaciones y el cansancio de los padres les permitían.
Mickey fue dando tumbos en sus estudios secundarios y luego intentó una carrera en el boxeo. Según él ostentó un profuso récord amateur y hasta una participación en los Golden Gloves, el torneo amateur de pugilismo más importante de Estados Unidos. En los años posteriores ninguno de los periodistas que bucearon en su pasado pudo encontrar datos fehacientes de su participación en el torneo o de alguna trayectoria destacada en el boxeo amateur.
Lo cierto es que en 1980 decidió mudarse a Los Ángeles y dedicarse a la actuación. Al principio no le resultó fácil. Fue rechazado en sus primeros 87 castings. Pero persistió. Después en apenas cinco años, llegaría la gran explosión. De participaciones pequeñas en proyectos prestigiosos con directores aclamados (Coppola, Kasdan, Levinson) al estrellato.
Tardó en arrancar pero después pareció que nada lo iba a parar.
Un pequeño papel en Diner, otro en Cuerpos Ardientes. Tras La Ley de la Calle tanto críticos como productores supieron que ese chico algo salvaje tenía mucho para dar. The Pope of Greenwich Village ayudó a cimentar su prestigio. Después vinieron sus grandes éxitos: Manhattan Sur, Nueve Semanas y Media, Corazón Satánico, el Bukowski de Barfly.
Bob Dylan lo alabó, como no suele hacerlo, cuando vio Homeboy en 1988. Fue un proyecto que pergeñó y escribió Rourke y en el que se dio el gusto de ponerse en la piel de un boxeador: “Te puede romper el corazón solo con una mirada. La película llega a alturas estratosféricas cada vez que Rourke aparece en pantalla”, dijo el músico y Premio Nobel de Literatura.
Camino equivocado
Después sus decisiones de carrera fueron desconcertantes. Maravillado con los beneficios en mujeres, diversión, fama sustancias y dólares que le había proporcionado su rol en Nueve Semanas y Media priorizó varias películas de tintes eróticos. Tal vez Orquídea Salvaje sea la más conocida.
Podría formarse una excelente cinemateca de la década del ochenta y de principios de los ochenta sólo con los proyectos en los que Mickey era considerado prioridad y él rechazó: 48 Hrs, Un detective suelto en Hollywood (antes Stallone había dicho que no), El Silencio de los Inocentes, Pelotón, Pulp Fiction, Rain Man y Tombstone, entre muchas otras. Desechó varias de esas para hacer, por ejemplo, Harley Davidson y Marlboro Man con Don Johnson, en una de las peores decisiones de carrera de la historia de Hollywood.
En 1991 le nominaron al Razzie (la antítesis de los Oscars) al peor actor no por una, sino por dos de sus actuaciones de ese año: Orquídea Salvaje y la remake de Horas Desesperadas. “No estuvo mal. Si hubiera votado probablemente yo también hubiera puesto mi nombre”. Después fue mucho peor: tan poco en serio lo tomaban, tan poco en cuenta lo tenían que ni siquiera para esos galardones se acordaron de él.
A eso hay que sumarle su conducta impredecible y sus actitudes despóticas que le invistieron de una pésima reputación en el mundo del cine. Alan Parker, después de dirigirlo en Corazón Satánico dijo que la experiencia había sido una pesadilla, que era alguien peligroso y que nunca la había pasado peor en un set.
Productores, empresas de seguros y financistas escaparon durante años de proyectos que lo tenían como posible protagonista.
Sus enconos son famosos. Entre sus conductas díscolas e impredecibles en el set que poco hicieron para ganarse el cariño de sus compañeros de elenco y sus declaraciones que eluden los eufemismos, la lista de sus enemigos en el ambiente artísticos es amplia. Puede decir públicamente que Nicole Kidman carece de todo encanto, que es un “puto cubito de hielo”; que el director Michael Cimino que lo dirigió en Manhattan Sur está completamente desquiciado o tildar de estafadores y mentirosos a los productores más poderosos de Hollywood.
Uno de sus enfrentamientos más célebres fue con Robert De Niro. Rourke acusó públicamente al actor de Taxi Driver de haberle impedido actuar en El Irlandés. Contó que se había reunido con Scorsese quien le habría ofrecido un papel pero que luego De Niro vetó su participación por los malos recuerdos que acarreaba de la vez que tres décadas antes compartieron elenco en Corazón Satánico. El agente de prensa de De Niro dio por terminada la polémica con un elegante comunicado en el que afirmaba que ni el director ni el departamento de casting de El Irlandés jamás habían contactado a Rourke ni habían tenido intenciones de sumarlo a ese proyecto.
Hace poco cuando le preguntaron por el éxito de la nueva edición de Top Gun y de Tom Cruise. Mickey dijo que eso no tenía ningún valor, que era una mierda. “Tom Cruise hace 35 años que viene haciendo el mismo papel”, afirmó. La pregunta por Cruise parecía pertinente porque al primer actor al que, a mediados de los 80, le ofrecieron el papel del aviador fue a Mickey Rourke.
Mickey Rourke boxeador
A principios de los noventa se alejó del cine para dedicarse al boxeo. Quería saldar esa cuenta pendiente dijo.
Él se vanagloria de su récord. Muchas victorias y muy pocas derrotas. Pero ni la prensa ni el público se tomó en serio su carrera pugilística. Los comentarios de los combates salían en la parte de espectáculos y no en la sección deportiva. Los rivales eran auténticos paquetes, con récords negativos o nulos. Parecían parodias de peleas. Cuando vino a la Argentina en una estadía bizarra que incluyó visita al programa de Susana Giménez, visita a Monzón en la cárcel, terminó peleando con Henry de Ridder, un integrante de la troupe de Tinelli en Ritmo de la Noche: no sabemos si esa pelea la incorporó a su récord.
Algún periodista llegó a titular: “La pelea de Mickey Rourke fue un fraude”. Aunque habría que hacer una aclaración: todo lo fraudulento que puede ser el boxeo. Porque su cara recibió muchos golpes y sufrió las consecuencias. Esos párpados machacados, el tabique fracturado y los labios hechos jirones le dieron la excusa perfecta para convertirse en una especie de junkie del quirófano, un adicto a las cirugías estéticas.
Así su cara fue cambiando, se fue transformando de tal manera que en las fotos, a veces, se hace difícil reconocerlo. En una de sus últimas apariciones públicas, la metamorfosis es tal que pareciera que llevara puesta una máscara. No hay arrugas pero tampoco gestos.
Los amores de Mickey Rourke
Se casó tres veces. Su primera esposa fue Debra Feuer, con quien actuó en Homeboy. El matrimonio duró ocho años. Se separaron en 1989. Su segunda esposa fue Carré Otis, una joven y hermosa modelo con la que actuó en Orquídea Salvaje. Fue un romance tórrido. Se llegó a decir que tuvieron sexo de verdad en escena delante de todo el equipo de filmación. Poco después de la boda ella lo denunció por violencia, aunque luego retiró los cargos. El matrimonio tras muchas idas y vueltas (muchas de ellas públicas) se disolvió en 1998. Unos años atrás, Carre Otis publicó sus memorias Beauty, Disrupted. En el libro cuenta de la violencia a la que Mickey la sometió. Cuenta que una vez Mickey puso un arma cargada en un bolso y al lanzarlo contra el piso en medio de una pelea conyugal se disparó y la bala atravesó el hombro de la actriz. También narra otros episodios de violencia. Por último cuenta la extraña manera en que le propuso matrimonio. Luego de una discusión, Mickey había viajado a Japón a cumplir con un contrato publicitario. A su regreso, sacó una espada samurai y le pidió que se casara con él, que si no lo hacía era capaz de matarse (se supone que con una especie de harakiri), que no podía vivir sin ella. “De haber sido menos joven y más sensata habría dicho que no”, concluye Carre Otis en su libro.
En 2005 volvió a los primeros planos de la mano de Robert Rodríguez en Sin City. Pero la gran explosión, la que parecía su consagración y regreso definitivo se dio en 2008. Esa fue la última vez que hizo su magia a gran escala con El Luchador de Darren Aronofsky. El protagonista era alguien que con facilidad el espectador podía asociar a Rourke, con una trayectoria de vida similar. Alguien que ya había pasado lo mejor de su vida, uno que había sido derrotado.
Sin embargo, no es Rourke actuando de Rourke. Porque ni siquiera tiene la misma cara. No sucede como otras glorias que ya pasados los sesenta sabemos qué nos van a mostrar. Y ese efecto, aunque reconfortante en su sensación de familiaridad, carece de riesgo y sorpresa. De Darín a De Niro, de Pacino a Tom Hanks. Rourke ya fuera de esas grandes ligas, a pesar de su edad y de su metamorfosis (o gracias a ella) todavía nos puede sorprender.
Por esa actuación ganó el BAFTA, el Globo de Oro y estuvo nominado al Oscar.
Después Stallone lo convocó para una de las entregas de Los Indestructibles y fue el villano de Iron Man II. En la última década participó de decenas de proyectos menores, sin gran trascendencia.
Su última gran aparición se dio en la versión norteamericana del programa de televisión ¿Quién es la Máscara? Mickey cantó Stand By Me dentro de un disfraz de Gremlin. Pero la incógnita por quién estaba debajo del traje duró poco. Se sacó la máscara en medio del programa porque tenía demasiado calor y abandonó el set, dando por terminado su participación.
Mickey Rourke boicoteó su propia carrera. Malas decisiones, poco amor por su profesión, una vida tumultuosa. Sin embargo, seguirá siendo un ícono de los ochenta, una referencia ineludible en la nostalgia de una generación. Eso no se lo puede quitar nadie.
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