Hoy cumpliría 39 años. Murió hace once, a la edad del club de los talentos atormentados, con sólo 27 y sólo cinco después de conocer la fama mundial por Back to Black, en 2006. Amy Winehouse estaba en su cama, rodeada de botellas vacías de vodka, cuando uno de sus guardaespaldas encontró su cuerpo sin vida en su casa de Camden, el 23 de julio de 2011.
Era el final de una larga espiral autodestructiva de la que había cantado en hits aclamados, como Rehab: la autopsia probó que tenía 0.416% de alcohol en sangre al momento de morir, más de cinco veces por encima del límite legal en Inglaterra. “Las consecuencias no intencionales de ingerir niveles potencialmente fatales la durmieron hasta lo irreversible”, arrojó la investigación. La última gran cantante de soul, jazz y rhythm & blues había muerto de un coma alcohólico.
Amy Jade Winehouse había nacido el 14 de septiembre de 1983 en Enfield, al norte de Londres. El padre, Mitchell Winehouse, era taxista y vidriero; la madre, Janis, farmaceútica. Su hermano, Alex, tenía cuatro años cuando ella llegó al mundo. “Yo era un chico ansioso –contaría a The Guardian luego de la muerte de la que para él seguía siendo su hermanita menor–, pero Amy no tenía límites”.
Según Alex Winehouse, buena parte de los problemas mentales que la llevaron a la muerte la acosaron desde mucho antes de grabar uno de los discos más vendidos de la historia y ganar cinco Grammys en 2008, el récord del momento de premios en una noche para una artista femenina. Sufría profundas depresiones y había desarrollado en la adolescencia un trastorno alimentario que la acosó por el resto de sus días.
En su entrevista con The Guardian, el hermano de la cantante recordó que, a los 17, Amy salía con un grupo de chicas donde “todas lo hacían. Comían a las apuradas y vomitaban. Eventualmente, las amigas dejaron de hacerlo, pero Amy no. Todos sabíamos, pero es casi imposible hacerle frente, especialmente si es un tema del que ni se habla. Y la bulimia es un asunto realmente oscuro, mucho más de lo que parece. Su trastorno era realmente grave. Y esto no es una revelación, es algo que cualquiera podía saber sólo mirándola. Hubiera muerto de cualquier manera, por el camino en el que iba, pero lo que la mató fue la bulimia. Y eso es terrible”.
Para él, de no haber tenido un trastorno de conducta alimentaria, Winehouse habría estado más fuerte física y emocionalmente, y tal vez el desenlace hubiera sido otro. Y aunque sea evidente, la forma en la que bebió en los días previos a su muerte, después de haber pasado los últimos meses esforzándose por estar limpia a fuerza de internaciones y pastillas, fue una especie de atracón. Su cuerpo enfermo, con enfisema (y todo el poder de una voz al que el 30% menos de capacidad pulmonar por fumar crack no parecía hacerle mella), altos niveles de potasio y glucosa en sangre, un combinación insoportable de depresión y ansiedad, y la mancha del alcoholismo crónico, no lo resistió.
En casa de los Winehouse siempre se escuchó jazz. Su abuela paterna, Cynthia, era cantante y había salido con el saxofonista Ronnie Scott. Muchos de sus tíos maternos tocaban en bandas. Y el padre, Mitch, que luego se convertiría en su manager, era fanático de Frank Sinatra y una especie de crooner amateur, que cantaba en algunos bares y fiestas familiares. Amy creció adorando a los girl groups de los sesenta y copiando el look de las Ronettes con su maquillaje de Cleopatra y el pelo batido. Tanto que la propia Ronnie Spector dijo alguna vez al ver una foto de Winehouse: “No la conocía, nunca nos presentaron, pero cuando la vi sin anteojos, ¡pensé que era yo!”.
El editor de la Rolling Stone que la puso por primera vez en una tapa, dijo sobre su estilo: “Igual que su mejor música toma algo de cada ritmo, ella logró mezclar a Bettie Page con Brigitte Bardot y un toque de Ronnie Spector, por eso era distinta a todas”. Pero pese a su vestuario tan personal como inolvidable –que combinaba con el trash natural de sus tatuajes de pin-ups, sus minis de jean y sus remeras cortadas–, solía rankear entre las mujeres peor vestidas de cada premio. No parecía importarle o, en todo caso, estaba más allá de eso. Resultó claro un minuto después de su muerte que a la fashion police se le había escapado uno de los últimos íconos de moda de nuestro tiempo.
No había cumplido diez años cuando su abuela Cynthia insistió para que la inscribieran en una escuela de artes en donde aprendió tap y técnicas vocales. En esos años formó su primera banda Sweet ‘n’ Sour (Dulce y Ácida), un nombre sin eufemismos para un grupo de chicas que ni siquiera habían entrado en la adolescencia. Ya entonces le robaba la guitarra a su hermano para practicar, hasta los 14, cuando consiguió una propia. Ya entonces era imparable, tal vez con esa urgencia de lo que se intuye breve.
A los 16 dejó el colegio y entró a trabajar en la sección Espectáculos de una señal de entretenimientos. El resto del tiempo lo dedicaba a cantar con la banda Bolsha. Tenía 17 cuando fue seleccionada para la National Jazz Orchestra de Inglaterra. Fue el músico Tyler James, uno de sus amigos más cercanos– el que le mandó su demo a la discográfica con la que él tenía contrato. Winehouse firmó con el creador de American Idol, Simon Fuller, en 2002 y por £250 semanales como parte de futuras ganancias. Mientras grababa y se preparaba, el productor la mantuvo como un secreto de la industria, aunque ella siguió cantando standards de jazz en su amado Cobden Club.
Darcus Beese, que iba a ser su representante en Island Records escuchó uno de sus temas casi de casualidad mientras le mostraban un compilado de los Lewinson Brothers, en donde Amy hacía voces. Enseguida quiso saber quién era, pero el manager le dijo que no estaba autorizado a decirle. Las acciones de Winehouse subieron: Beese investigó durante meses para dar con la cantante misteriosa. Para cuando la encontró, ella ya había firmado y grabado varias canciones con EMI y había forjado una relación colaborativa con Salaam Remi.
Pasó entonces algo inusual para una artista que todavía no había debutado: Virgin se sumó a la lista de interesados, y cuatro discográficas se disputaron el talento genuino y atípico de esa chica que rompía con la abulia prefabricada de la música surgida en los realities.
Frank, su álbum debut, salió a la venta el 20 de octubre de 2003, apenas un mes después de que Amy cumpliera 20 años. Era el inicio de una de las carreras más cortas y fructíferas de la música del último milenio. Era un disco producido por Remi en donde la mayor parte de las canciones tenían influencias jazzeras y, salvo por dos covers, todos los temas estaban coescritos por Winehouse. La crítica lo recibió con halagos y la voz de la artista fue comparada con la de una de sus máximas ídolas, Sarah Vaughan. En cuanto los premios y nominaciones comenzaron a sucederse, el corte difusión Stronger than me llegó a los primeros puestos de las carteleras británicas.
Según narra su padre en la biografía Amy, my daughter (2012), después del éxito de Frank, Amy se decidió a tomar las riendas de su carrera. Contrató a la banda de la cantante neoyorquina Sharon Jones para que la acompañara en el estudio y en las giras. El padre cuenta que ponía los demos de los primeros temas del disco en su taxi para chequear las reacciones de los pasajeros, algo que en 2006 se volvió una prueba a escala más masiva cuando You Know I’m No Good y Rehab comenzaron a sonar en la radio neoyorquina del músico y productor Mark Ronson.
Back to Black fue producido por él y por Remi, que repartieron los créditos. La promoción del que sería uno de los discos más vendidos y premiados de la historia comenzó oficialmente en octubre de 2006, con el lanzamiento del sitio oficial de Winehouse. El álbum se presentó en el Reino Unido a fines de ese mes y para enero estaba primero entre los más escuchados: llegaría a vender un millón ochenta y cinco mil copias en un solo año. También se ubicó en el puesto número 7 de los Billboards. Para la revista Time, Rehab fue la mejor canción de 2007: “Es insolente, graciosa, bochornosa y probablemente esté loca. Es imposible no dejarse seducir por su originalidad”, dice la reseña.
El éxito de Back to Black hizo a su vez que Frank se reeditara fuera de Gran Bretaña e impuso una gira internacional que fue dispar. En vivo, algunos de los problemas de Amy no podían ocultarse. Como cuando un crítico de su show en el estadio de Birmingham no dudó en escribir en el diario local que había sido “una de las noches más tristes” de su vida: “Vi a una artista descomunalmente talentosa reducida a lágrimas, tambaleando en el escenario y, lo imperdonable, maldiciendo contra la audiencia”. Para noviembre, Winehouse suspendió todas sus presentaciones por recomendación médica. “Fueron demasiadas emociones y necesita descansar por completo”, dijeron los encargados de prensa.
Pero en febrero de 2008 estaba estaba tan entera como lo permitían sus varios consumos problemáticos para agradecer en persona por los cinco premios Grammy –Álbum del Año, Canción del Año, Mejor Cantante Pop Femenina, Mejor Álbum Pop Vocal, y Mejor Revelación Artística–. Se lo dedicó a Londres, a sus padres, a Ronson y también a su entonces marido, Blake Fielder-Civil, que había inspirado la mayoría de los temas del disco.
Winehouse conoció a su amor más grande y más tóxico en un pub londinense, en 2004. Como ambos estaban de novios, la relación tardó unos meses en hacerse pública. Pero, un año después, Fielder dejó a Amy por su ex novia, y la cantante se refugió en los lugares de siempre: pastillas, atracones, alcohol y drogas, sí, pero también en la música. De eso habla Back to Black, de la oscuridad de la depresión que sufrió tras perder a su amor.
“Todas las canciones de Back to Black hablan de nuestra relación. Nadie me había hecho sentir lo que Blake cuando llegó a mi vida. Era un amor catártico. El modo en el que nos tratábamos me hacía sentir mal, pero nos separamos y nos dimos cuenta de lo mucho que nos amábamos”, diría ella cuando anunció la reconciliación. “Nos amamos de una manera intensa y probablemente de una forma malsana y codependiente”, diría Fielder en una entrevista. Y no mentía: muchos creen que después de que se casaron, en 2007, Blake introdujo a Amy en las drogas duras como la heroína y el crack, de las pocas adicciones que todavía no arrastraba.
Se los podía fotografiar por las calles del Soho neoyorquino, manchados de sangre después de alguna batalla campal, o caminando a los tumbos después de días sin ver el sol. Años más tarde, Fielder contaría que aquellas fotos en Nueva York fueron tomadas luego de una violenta discusión en la que él se cortó al romper una botella: “Cuando ella me vio sangrar, tomó un trozo de vidrio y se hizo los mismos cortes”. Eran Sid y Nancy treinta años más tarde y con cadencia de soul: llenos de sentimiento, pero rotos.
En 2009, Winehouse pidió el divorcio, después de que él pasó casi un año preso por agresión, soborno e intento de obstrucción de la Justicia. “Me enamoré demasiado de alguien y eso no me hizo nada bien”, admitió después en una entrevista para la BBC. En el documental Amy (2015), de Asif Kapadia, se la escucha decir que amaba tanto a Blake que era capaz de hacer todo lo que él hacía. La familia de Fielder ya había expresado entonces públicamente sus temores de que terminaran por suicidarse. El propio Blake contó a los medios que se cortaban entre ellos para disminuir los dolorosos síntomas de la abstinencia.
Esa fragilidad emocional es la que, según su hermano Alex, también la abrumaba del acoso constante de la prensa, que solía apostarse en la entrada de su casa de Camden a la espera de algún escándalo jugoso. “Todo lo que quería era cantar y tener una buena carrera. La atención que recibía estaba un poco fuera de control teniendo en cuenta cómo era ella. Nadie la conocía hasta que ganó los Brit Awards de 2007, viajaba sola en el subte, era libre. Y de repente, ya no pudo hacerlo. En el transcurso de una noche pasó de poder hacer lo que quería a no poder hacer nada nunca más”, dijo a The Guardian.
Tuvo otros novios: Alex Clare en un impasse con Blake, que vendió sus intimidades con la cantante al medio News of the World, con el poco elegante título de Bondage Crazed Amy Just Can’t Beehive in Bed (En español “Amy, la loca del bondage que no sabe comportarse en la cama”); el actor Josh Bowman (por el que dijo: “Estoy enamorada de nuevo y ya no necesito drogas”); un breve romance con Pete Doherty jamás del todo admitido, pero que llenó las páginas de los tabloides con las fotos de la pareja inglesa más díscola y descontrolada; y una relación que aparentemente sostuvo hasta el final con el director y guionista Regg Travis. Pero aún después de separada siguió hablando de Fielder como su gran amor: “Todavía amo a Blake y quiero que se mude a mi nueva casa conmigo, ese siempre fue mi plan. No voy a dejar que se divorcie de mí. Es mi versión masculina y somos perfectos el uno para la otra”, dijo en una nota con el San Francisco Chronicle a principios de 2009. El acuerdo se efectivizó finalmente en agosto de ese año. Winehouse iba a morir sola, apenas 23 meses más tarde.
El 23 de julio de 2011, el guardaespaldas no se sorprendió cuando la vio dormida a las 10 am. “Había estado riendo, viendo televisión y escuchando música hasta las 2 de la mañana y era normal que se despertara tarde después de una noche así”, dijo a los investigadores. Pero cuando a las 3 volvió a verla en la misma posición, se encendieron las alarmas. Todos los temores de sus médicos –y todos los consejos desoídos– se habían cumplido de la peor manera.
Amy Winehouse estaba muerta y eso tampoco le sorprendió a nadie. Aunque se culpó a Fielder, a sus managers y a su familia –que hoy maneja una Fundación con su nombre– por no cuidarla como debían, la única respuesta concluyente fue que había sido sólo ella la que llenó fatalmente de alcohol a su cuerpo mínimo y enfermo, y sólo ella la que se dejó consumir a la vista del público y de la industria, como si hubiera pasado toda su carrera –y su vida– pidiendo y cantándole a una ayuda que nunca llegó.
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