El 20 de julio de 1944, una bomba estalló en el Wolfsschanze (Guarida del Lobo), el cuartel general de Adolf Hitler en Rastenburg, hoy Polonia. El potente explosivo, colocado dentro de un maletín, había sido ubicado a los pies del Führer por el coronel Claus Schenk von Stauffenberg, uno de los oficiales que deseaban poner fin al Tercer Reich. El militar había salido minutos antes del salón con una excusa pueril, y luego de escuchar la explosión partió raudo hacia Berlín, donde junto al resto de los complotados pensaban tomar el poder de Alemania. Estaba convencido de que habían matado a Hitler. La Operación Valquiria, así se llamó, pareció tener éxito durante algunas horas, suficientes para derrumbar el secreto del complot. Von Stauffenberg y el general Friedrich Olbricht comenzaron a ocupar los despachos de la Cancillería. Todo parecía ir bien, excepto por una cosa: el azar -alguien corrió de lugar el maletín- había salvado a Hitler, que sólo sufrió heridas. Y cuando Hermann Göring anunció que el Führer estaba con vida, el complot se derrumbó como un castillo de naipes.
Von Staunffenberg y Olbricht fueron fusilados esa misma noche. Otros conspiradores fueron ahorcados con métodos más crueles, como un lento torniquete de cuerdas de piano, por ejemplo. Las escenas fueron filmadas. Hitler y sus secuaces las vieron con perverso placer días después en su guarida austríaca del Nido de Águila. Hubo alrededor de siete mil detenidos. Y de ellos, a cinco mil los ejecutaron. Incluso un héroe como Erwin Rommel, el Zorro del Desierto, fue obligado a suicidarse. Pero entre los cabecillas del movimiento, uno quedó con vida: el príncipe Friedrich Solms-Baruth III.
La casa Solms-Baruth es una de las más antiguas de la nobleza europea. Su origen se remonta a la época del Imperio Sacro Romano Germánico. Se llamó así a un Estado que se hallaba en Hesse, que luego de la Segunda Guerra Mundial pasó formar parte de Alemania Oriental. Como curiosidad, todos los condes y príncipes Solms-Baruth se llaman Friederich desde el año 1632. Cuando los nazis invadieron Polonia para dar comienzo a la conflagración mundial, poseían, entre otros bienes, empresas madereras, propiedades en la zona de Silesia, un palacio y 17.300 hectáreas de tierra en la región de Brandenburgo.
Friederich III nació el 25 de marzo de 1886 en Wlitschdorf. Se casó con Adelaida de Schleswig Holstein Sonderburg Glücksburg el 31 de diciembre de 1920. Tuvieron cinco hijos: las condesa Federica Luisa, Feodora, Rosa Cecilia y Carolina Matilde y los príncipes Carlos Adolfo X de Auersperg y Friederich IV de Solms-Baruth. Friederich V, nieto del noble complotado en la Operación Valquiria, habló con Infobae y contó la historia de su abuelo, un enemigo declarado de Hitler dentro de Alemania: “Era profundamente religioso y se crió en la tradición humanista. Después de luchar en la Primera Guerra Mundial, donde recibió heridas y fue condecorado por su valor, se convirtió en pacifista. Despreció a Hitler mucho antes de que llegara al poder, lo llamó loco, inadaptado y cretino mientras predecía que hundiría a Alemania y comenzaría otra guerra mundial. Como resultado, se opuso abiertamente a él y rechazó el saludo nazi, así como prohibió a todos sus empleados utilizarlo. Mi abuelo renunció al ejército (había sido capitán de caballería) para no tener que hacer el juramento de fidelidad a Hitler. Al recibir la medalla de bronce de La Madre Alemana por el nacimiento de su quinto hijo, mi abuela la devolvió con una nota: ‘Tengo a mis hijos para Dios y para mi esposo’”.
También circula una frase histórica de Friedrich III sobre Hitler: “Yo mismo le dispararía al bastardo si pudiera acercarme lo suficiente a él”. Y su nieto añade que, ante las presiones que recibía del nazismo, dormía con dos pistolas Luger de 9 mm debajo de la almohada en una habitación diferente del palacio cada noche, y que se iba a descansar luego que se retiraban todos sus sirvientes, para que no pudieran traicionarlo, mientras un guardaespaldas dormía frente al dormitorio armado con un rifle.
En la finca de Brandenburgo, Friederich III cobijó a los conspiradores de la Operación Valquiria para que llevaran adelante la preparación del atentado en el mayor de los secretos. Estaba ubicada a 15 kilómetros del cuartel general de las Fuerzas Armadas, en los suburbios de Berlín. Para cubrirse ante las sospechas, los complotados salían a cabalgar y allí, lejos de posibles micrófonos indiscretos, discutían los pormenores del golpe a Hitler. Los hijos de Friedrich III también montaban a caballo para sumarse a la parodia del paseo, pero se mantenían a una distancia prudente para no oír las conversaciones. En ellas, intentaba convencer al resto de los complotados de instalar una monarquía al estilo británico luego de la caída de Hitler. Además, el príncipe le permitió al almirante Wilhelm Canaris, un exespía y también miembro de la resistencia al Führer dentro de Alemania, ocupar un sector del castillo para instalar una “unidad de sabotaje”. Canaris fue ejecutado en 1945, un par de meses antes del final de la guerra.
Al día siguiente del fracaso del plan, Friedrich III fue capturado en su castillo de Brandenburgo. Encarcelado en la prisión de Albrechtstrasse (conocida como “La Casa del Horror) en Berlín, fue puesto a disposición de Heinrich Himmler, el jefe de la Gestapo. Llamado “el arquitecto del Holocausto”, era un hombre terrible y, en los hechos, el segundo de Hitler. Un nazi fanático pero, a su vez, un hombre práctico y ambicioso, que a esa altura del conflicto, y con los aliados ya desembarcados en Normandía y los soviéticos atacando por el Este, atisbó que la caída del Tercer Reich era cuestión de tiempo. Y todo lo que pudiera robar, bienvenido.
Frederich III fue sometido a espantosas sesiones de tortura durante nueve interminables meses. Cuando ya estaba casi desahuciado, Himmler le ofreció un pacto: dejaría todos sus bienes y propiedades a nombre de un testaferro suyo y él y su familia podrían salir con vida de Alemania. Le advirtió, además, que no negociaría: era eso o nada. Ya hacía un año que Himmler operaba de esta manera con otros empresarios caídos en desgracia. Ni hablar si además eran judíos. Si las tierras eran sólo expropiadas por el Estado, pasarían a formar parte del patrimonio gubernamental. Así, eran suyas.
Friedrich, sin opciones, firmó y marchó al exilio en Namibia con su familia a salvo. Allí había adquirido una finca en la década del 30, aconsejado por Canaris y por su intuición de que Hitler llevaría a su país a la ruina. Fue una forma de, al menos, proteger parte de su patrimonio. No obstante, eso también estaba en peligro, ya que Sudáfrica, como los demás países aliados, comenzó a rematar los bienes de los alemanes, que también sufrían las generalizaciones de la guerra: todos eran considerados nazis. Era imperioso que Friedrich III probara que había combatido a Hitler para conservar esas tierras en África. Y lo logró. Un documento, veremos, atestigua la investigación que hizo el primer ministro sudafricano, el general Jan Smuts, y su conclusión favorable al príncipe.
Es curioso, pero en este punto del derrotero, la historia de la familia Solms-Baruth se cruzó con la de la Reina Sofía de España y la familia real de Grecia. Al término de la Segunda Guerra Mundial estaban exiliados en Sudáfrica y vivían en la finca privada del mismísimo Jan Smuts. Friedrich V le cuenta a Infobae que ni su tío abuelo, el duque de Schleswig-Holstein, ni su abuela, habían podido salir de Alemania hacia 1947: “Ni siquiera le podían enviar una carta al general Smuts para que intercediera. Es entendible: al gobierno alemán de ese momento le preocupaba la huida de los jerarcas nazis. Así que recurrieron al primo directo de mi abuela, el Duque de Hannover y Brunswick, que era alemán pero también príncipe del Reino Unido e Irlanda, por lo que tenía al mismo tiempo esa nacionalidad. Él pudo enviar la carta a la reina Federica de Grecia, madre de la reina Sofía, que a su vez habló con Smuts y así, en forma discreta, el premier sudafricano se enteró que mi abuelo fue un héroe de guerra y consiguió que pudieran salir en forma rápida. De lo contrario, el trámite hubiera demorado cinco años. Poco tiempo después, el general Smuts invitó a mi abuelo a visitarlo a Sudáfrica. Y sucedió algo gracioso: mi abuelo acudió desde Namibia, en tren, con el único uniforme que conservaba, uno de la Primera Guerra Mundial, de invierno, que sus empleados rescataron luego que los nazis dejaron el lugar y antes que llegaran los soviéticos”. Smuts, de todas maneras, no se quedó con esa palabra, y consultó el caso con fuentes de la inteligencia británica, que corroboraron la participación de Friedrich III en el complot contra Hitler.
El príncipe Friedrich III falleció en Windhoek, la capital de Namibia, el 12 de septiembre de 1951. Había quedado muy debilitado por las torturas. Lo heredó su hijo, que pasó a ser Friedrich IV.
Himmler, por su parte, no llegó a disfrutar esa fortuna malhabida. El 20 de abril de 1945 celebró el cumpleaños de Hitler en el búnker debajo de la Cancillería. Pero no se quedó a morir a su lado. Huyó de Berlín. Intentó llegar a un acuerdo con los aliados a espaldas de su jefe, pero fue rechazado. Cuando Hitler se enteró, lo acusó de traición. Fue capturado por los aliados el 21 de mayo cuando intentaba escapar por el norte de Alemania. Supo que era el fin y mientras lo revisaban, se suicidó con una pastilla de cianuro. Murió en quince segundos.
Por desgracia para ellos, cuando terminó la guerra y se partió Alemania, las tierras de la familia Solms-Baruth quedaron del lado Oriental. El partido Comunista de Alemania, bajo la órbita de la Administración Militar Soviética en ese país, decidió adoptar el Decreto sobre la Tierra que promulgó Moscú el 8 de noviembre de 1917. De un plumazo se eliminó la propiedad privada, se expropió la tierra sin ningún tipo de indemnización hacia los terratenientes y se distribuyó entre los campesinos.
Según cuenta Arnd Bauerkämper en su Historia Agraria, “el 22 de agosto de 1945, el Comité Central comunista envió una directiva a las direcciones locales del partido. Las tierras de los criminales de guerra, funcionarios nazis, altos representantes del Tercer Reich y las de quienes tuviesen más de 100 hectáreas serían expropiadas y transferidas a un fondo estatal”. Sin embargo, según Friedrich V, “las autoridades de Alemania Oriental expropiaron las propiedades, tierras y empresas pertenecientes a privados, pero el patrimonio de mi familia había sido traspasado a los nazis y luego a los comunistas como si fuera del estado, no de un privado”.
Por supuesto, pedirle al gobierno de la República Democrática Alemana que restituyera las propiedades de la casa Solms-Baruth era una quimera. La finca de Namibia fue, por años, el emblema de la familia. Y creció hasta convertirse en la segunda en importancia del país africano. Se transformaría en la base económica para el reclamo que vendría años después.
El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín, que dividía a la capital alemana en dos sectores, Occidental y Oriental. En los hechos, significó el fin del comunismo. A 12 mil kilómetros de allí, en su finca de Namibia, el príncipe Friederich IV leyó la noticia del derrumbe de la división entre ambas Alemanias en los periódicos del día siguiente. Terminó su desayuno y ordenó que alistaran su equipaje. Reunió a su familia y le dijo: “Vamos a recuperar lo nuestro”.
Comenzó, en ese momento, una historia real pero con todos los condimentos de una apasionante película de espionaje.
Al llegar, la familia Solms Baruth puso en marcha la batalla legalcon la nueva República Federal de Alemania. Pasaron 77 años del fin de la guerra y la usurpación de tierras a la familia Solms-Baruth y 32 de la reunificación alemana. Y el litigio aún no concluyó. Al principio se llegó a un acuerdo por una pequeña porción de lo reclamado, que excluyó a las tierras. Eso, cuenta Friederich V, sirvió para solventar los altos costos de la demanda judicial. Friederich IV murió en 2006, “sin poder regresar al hogar familiar”, dice su hijo, que tomó la posta del reclamo.
En 2011, la Corte Suprema de Leipzig instruyó a los tribunales que reabrieran el caso.
La familia Solms-Baruth presentó como pruebas una declaración jurada del conde Carl-Hans von Hardenberg, otro de los conspiradores de la Operación Valquiria y el único sobreviviente de los participantes directos que pudo eludir la cacería de los nazis ordenada por Hitler. Fue escrita en 1948, y Friedrich V relata su contenido: “Dijo Von Hardenberg que durante la administración de sus grandes empresas mi abuelo nunca se permitió desviarse del camino que percibía como moral, a pesar de los numerosos obstáculos y dificultades que los nazis enfrentaron, mientras que de hecho rechazó cada una de sus concesiones, protegiendo valientemente a sus empleados cada vez que los nazis los acusaban injustamente”. También sostenía que había sido arrestado por su implicancia en el complot y por eso fue torturado en forma “sádica” -indica- por la Gestapo.
Asimismo, adjuntaron la carta que escribió el primer ministro sudafricano Jan Smuts e incluía un informe de la inteligencia británica fechado en 1947 donde se narraban las relaciones “tensas” entre Friedrich III y los nazis, y se aseguraba que sus propiedades habían sido confiscadas por su participación en el complot del 20 de julio de 1944.
En el año 2014, los tribunales alemanes desestimaron las pruebas presentadas por la familia Solms-Baruth. Para la familia, “tomaron al contrato firmado por el príncipe con Himmler como legal”. Según dicen, “el tribunal se negó a escuchar no solo las pruebas de los historiadores más importantes del mundo, como por ejemplo Sir Antony Beevor, sino también a aceptar los informes de la inteligencia británica, que respaldan el reclamo de restitución al verificar de forma independiente que el Príncipe Friedrich estuvo involucrado con la operación Valquiria, arrestado, torturado y obligado a ceder sus tierras. Los informes fueron descartados como ‘informes de inteligencia de algún país extranjero’, cuando de hecho los Aliados tenían el gobierno sobre Alemania en 1947 en el momento de su emisión, ya que todavía no había gobierno alemán. Por lo tanto, los británicos eran la máxima autoridad objetiva para proporcionar un informe sobre el príncipe Solms-Baruth, ya que había huido a su sector. En los veredictos, los informes se desestimaron como ‘sin pruebas’”.
Los tribunales también adujeron que, para aceptar la restitución, se debía demostrar que las órdenes emanadas por los nazis para quedarse con las tierras del príncipe Friedrich III habían sido emitidas antes de mayo de 1945 y eso, según ellos, no había sucedido. Después de esa fecha, según las normas, no se aplica la Ley de Restitución de Bienes. El problema es que casi toda la documentación que podría haber probado lo que decían los informes de inteligencia había sido destruida por los nazis antes de la llegada del Ejército Rojo. Pero algo quedó.
Vale aclarar que, hasta la década del ‘60, la ley alemana consideraba que las acciones del Estado, aún las que se tomaron dentro del período nazi, estaban a derecho. Eso cambió a partir de la lucha del fiscal Fritz Bauer, judío.
El príncipe Friedrich V no se quedó de brazos cruzados, convocó a un importante grupo de expertos y volvió a la carga con una nueva y, ahora sí, rotunda evidencia. La más importante, un decreto secreto de Himmler, emitido en noviembre de 1943, con instrucciones paso a paso para que las SS y la Gestapo robaran propiedades sin que otros grupos nazis se percataran de ello. Así, lograban mostrar operaciones “legales” contra “enemigos del Estado” y disfrazar que el nuevo dueño sería el propio Himmler.
También, no menos trascendental para su lucha fue el hallazgo de una documentación de la época de Alemania Oriental que acreditó la orden para destruir todas las pruebas que involucraban la transferencia de propiedades a las SS/Gestapo por medio del fuego.
Con el objetivo de demostrar que todo lo pertinente al desfalco de los nazis ocurrió antes de 1945, la familia Solms-Baruth apeló hasta la ciencia. Contrataron al Dr. Erhard Jägers, un químico, que se encargó de analizar la tinta de esos documentos. El 8 de febrero de 2019, en los archivos del Estado de Brandeburgo, en presencia del personal del Archivo Estatal y del abogado de Frederick Solms-Baruth, el Sr. Christian Linde, los peritos compararon la tinta de esos papeles con la de otros, escritos luego de 1945. La conclusión fue que todas las muestras contienen calcio, aluminio y silicio, pero sólo en las fechadas antes de mayo de 1945 se encuentra hierro. Esto, y el cambio de color de negro a negro azulado, decretó que el pedido era anterior al fin del gobierno nazi.
Pero hubo algo más. La familia también requirió los servicios del historiador Nigel West, cuyo verdadero nombre es Rupert Allison y fue un parlamentario británico. El confirmó que el castillo de Frederick III fue el cuartel general de los complotados para la Operación Valquiria.
No sólo eso. Al tener acceso a documentación clasificada, West descubrió la participación del espionaje británico en el complot contra Hitler del 20 de julio, algo que hasta el momento se desconocía. Salió a la luz el nombre de Otto John, un abogado de Lufthansa, que en sus viajes a España y Portugal se reunía con dos enlaces del MI6 inglés, Rita Windsoy y Graham Margot. En la jerga, Otto John se hacía llamar Whisky. Y se vio con ellos 12 veces. Fue así como los británicos conocían la actuación de Frederick III contra Hitler, y a través de ellos, en el informe de 1947, llegó a conocimiento del general sudafricano Jan Smuts. Ahora sí, el círculo estaba completamente cerrado.
En la actualidad, la familia contrató los servicios de Lord Peter Goldsmith, ex procurador general del Reino Unido e Irlanda y socio codirector de la firma Deveboise & Plimpton LLP, que actuó en litigios europeos y asiáticos. Éste apeló ante el Tribunal Administrativo Federal Alemán. Si allí no obtienen respuestas, acudirán al Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
El príncipe Friedrich V es soltero y vive en Mónaco “por cuestiones impositivas”. “Claro que me gustaría casarme y formar una familia, pero por el momento, la restitución de los bienes familiares ocupa todo mi tiempo”, asegura. En el largo peregrinar para retomar la propiedad de las tierras que le pertenecían a su familia, comenzó a mover otras piezas además de las legales. Ya tiene 300 hectáreas en la zona y e instaló alguna industria. “Para brindar empleo a los habitantes de la región, llevaré una compañía de los Estados Unidos que proporcionará 300 puestos de trabajo. Antes de morir, mi padre me dijo que es nuestra responsabilidad cuidar a la gente que vive en nuestra región, como hemos hecho desde hace 500 años”, sostiene.
Sobre el caso y la participación del gobierno alemán, es por demás tajante: “Los nazis orquestaron la mayor cleptocracia de la historia moderna. Encabezados por Heinrich Himmler y su Gestapo/SS, utilizaron el asesinato en masa, la intimidación, la expulsión, el trabajo esclavo y las expropiaciones veladas para hacerlo. Para la República Federal, aferrarse a esta cleptocracia es escandaloso”.
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