Para ese portugués que se desnaturalizó luego de romper con su rey, y que rengueaba por una herida que había recibido peleando contra los moros en Azamor, en la costa marroquí del Mediterráneo, 1517 fue un año movido. Hernando de Magallanes, nacido en Oporto, repartía sus energías en arreglar su casamiento con Beatriz de Barbosa y Caldera, hija de un comendador, y en convencer al joven monarca español Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano de reeditar la expedición que había intentado Solís: llegar a las islas Molucas, conocidas como la isla de las Especias. Pero por la ruta opuesta conocida hasta entonces.
Fue clave -para acceder al visto bueno real- el apoyo económico de Cristóbal de Haro, un banquero que había financiado diversas expediciones. El marino, que contaba con algunos mapas del sur de América, dibujados por el cosmógrafo Martín Behaim y el geógrafo y cartógrafo Martin Waldseemüller, había ideado el proyecto junto al astrónomo portugués Ruy Falero. Muy a su disgusto debió quedar en tierra por la disputa entre ellos sobre quien debía ser el capitán general.
Se alistaron cinco naos: Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago. En ellas se repartieron 237 hombres. Zarparon del puerto de San Lúcar de Barrameda y en Tenerife, donde cargaron carne, agua y leña, se sumaron más hombres. En total fueron 265, la tercera parte extranjeros que partieron el 3 de octubre de 1519 desde Canarias, rumbo a los que ellos llamaban la Especiería.
De nada valieron los esfuerzos de los portugueses y su campaña de descrédito por impedir la expedición.
En su viaje hacia la costa africana, fueron días y días en los que no paró de llover. De Sierra Leona tomaron a la “Tierra del Verzín”, lo que hoy es Brasil. Como llegaron un 13 de diciembre, Magallanes llamó al lugar donde desembarcaron Santa Lucía, lo que hoy es Río de Janeiro. Con los indígenas de lugar se dedicaron al intercambio: un anzuelo o un cuchillo por media docena de gallinas; un peine por un par de gansos y por un espejo o tijeras, pescado para una docena de hombres.
Siguiendo hacia el sur, vieron una montaña recortada con forma de sombrero, a la que bautizaron “Monte Vidi”. Al Río de la Plata lo confundieron con el paso hacia el Pacífico, y se adentraron un tramo en el río Uruguay. Con los naturales no pudieron relacionarse por la extrema desconfianza que demostraron.
Bordeando las costas patagónicas, pasaron por Puerto Deseado y hallaron en Puerto San Julián un punto donde pasar el invierno. Allí permanecieron cerca de dos meses. Los españoles se sorprendieron de los indígenas que encontraron: eran muy altos. Un cronista de la expedición, Antonio Pigafetta, que llevó un detallado diario (”Primer viaje alrededor del mundo”), aseguró que “le llegábamos a la cintura” y tenían pies muy grandes. Los llamaron Patagones.
El 1 de abril de 1520 -domingo de ramos- se ofició una misa, que fue la primera en territorio argentino. Luego Magallanes, a sabiendas de que se tramaba una conspiración, invitó a sus capitanes a comer. Tres no concurrieron: Juan de Cartagena -que además era veedor del rey Carlos V-, Luis de Mendoza y Gaspar de Quesada. Los hombres debían soportar a un Magallanes autoritario, que no largaba prenda del derrotero a seguir y que había cambiado el rumbo en más de una oportunidad sin dar explicaciones. Faltaban provisiones, hacía frío y entendían que iban a una muerte segura. Para ellos, la única ruta para llegar al Oriente era por el Cabo de Buena Esperanza. Lo asesinarían.
Magallanes, de una fuerte personalidad, logró sofocar el motín, gracias a un grupo de capitanes fieles, y a una maniobra en la que logró engañar a los complotados. Hubo 40 condenas a muerte que a último momento conmutó. Pero a Luis de Mendoza lo hizo matar y descuartizar por sus hombres; Quesada fue decapitado por su propio sirviente y lo abandonó en tierra a Cartagena junto al cura Pedro Sánchez de Reina. El otro sacerdote de la expedición era Pedro Valderrama.
Entre los perdonados estaba Juan Sebastián Elcano.
A fines de agosto llegó a la desembocadura del río Santa Cruz. La comida escaseaba y mataban el hambre comiendo mejillones. Para beber, derretían la nieve. En la zona perderían a la primera nave, Santiago, cuando chocó contra la costa.
El 21 de octubre descubrieron un cabo al que bautizaron como “De las once mil vírgenes”, donde se abre el estrecho, hoy de Magallanes, que los llevará a la Mar del Sud. El navegante había hallado la forma de llegar a las islas de las especias sin pasar por los dominios portugueses, determinados por el Tratado de Tordesillas.
Magallanes destacó a la San Antonio y Concepción a explorar el estrecho. La tripulación de la primera, al mando de Alvaro de la Mezquita, sobrino del capitán general, se amotinó. El piloto Esteban Gómez odiaba a Magallanes desde que el rey le había dado el apoyo que él le había solicitado antes. Mezquita fue apresado y la nave regresó a España. Se supone que en el viaje de regreso pasó por las islas Malvinas.
El marino no se enteró del motín en el San Antonio e hizo plantar una bandera con una carta indicando el recorrido que tomarían, tal como era la costumbre. Con la San Antonio perdían el barco más grande y el que llevaba más provisiones.
Al estrecho lo llamaron “patagónico”. El 28 de noviembre de 1520 enfilaron hacia el Pacífico. Les llamó la atención la calma de sus aguas y sus vientos. Pero tenían otros temas en los que preocuparse: el hambre y la sed. Hacía tres meses que no contaban con comida fresca. Lo único comestible que tenían era una suerte de galleta, que se había hecho polvo y que estaba agusanada. “La galleta olía a orines de rata”, describió Pigafetta. El agua para beber estaba amarillenta.
Algunos trozos de pieles resecas las ponían en remojo en agua salada cuatro o cinco días y las cocinaban en las brasas. La carne de rata llegó a cotizarse a medio ducado.
Pocos miembros de la expedición estaban sanos. Muchos habían muerto de enfermedades, entre ellos un patagón que habían llevado, y a otros se los veía mal.
Luego de varios días de navegación avistaron dos islotes, pero no pudieron desembarcar porque los indígenas se colaban en el barco y robaban. Se habían llevado el esquife -el bote usado para llegar a la costa- amarrado a popa. Magallanes debió desembarcar con 40 ballesteros, incendiaron casas y canoas, mataron a siete indígenas y recuperaron la embarcación. Los españoles las bautizaron Islas de los Ladrones, hoy Islas Marianas.
Sin embargo, en las que fueron tocando en lo sucesivo, los pobladores se mostraron muy amistosos, y en ese periplo convirtieron al cristianismo a muchos indígenas y pudo acceder a valiosos cargamentos de especias y diversos productos.
El 7 de abril llegaron a Leyte, y el rey de Cebú, si bien en un primer momento se mostró receloso, le dio una cordial bienvenida y hasta accedió a bautizarse. Al enterarse Magallanes que este rey mantenía una disputa con Celapulapu, el rey de Mactam, el portugués decidió someter a éste último.
Realizó el ataque el sábado 27 de abril de 1521. Eligió ese día porque era el del santo de su devoción. Fue a la isla de este rey en tres embarcaciones, con 60 hombres. Desembarcó con 49, mientras que los 11 restantes quedaron al cuidado de los botes. La sorpresa fue grande: lo esperaban cientos de indígenas, armados con flechas y lanzas de caña.
Aún estaban lejos cuando sus hombres comenzaron a tirar con las ballestas, sin resultado. No atendían las órdenes de Magallanes de no disparar. Sobre ellos empezó a caer una lluvia de flechas y lanzas.
Ordenó quemar algunas casas, con el propósito de asustarlos, pero logró enfurecerlos más. Se envalentaron cuando se dieron cuenta de que las ballestas no eran efectivas. Y arremetieron contra los españoles.
Una flecha envenenada traspasó la pierna derecha de Magallanes. Cuando ordenó retirada, sus hombres huyeron en desbandada. Entre seis y ocho quedaron con él.
Los indígenas disparaban sus flechas a las piernas, ya que los españoles no llevaban protección. Magallanes y sus pocos hombres retrocedieron hasta tener el agua a la rodilla. Los indígenas lo habían tomado como objetivo.
Llevaban una hora resistiendo. El yelmo de Magallanes tenía tres perforaciones. Un indígena lo hirió con su lanza en el rostro y él logró matarlo. Luego recibió un lanzazo en el codo y todos se le abalanzaron. Uno, con una especie de cimitarra, lo hirió de gravedad en la pierna izquierda y lo hizo caer boca abajo.
Todos lo lancearon. Él, con la mirada, indicaba a sus hombres que huyesen. Ocho españoles y cuatro indígenas bautizados murieron y 25 resultaron heridos en la que pasó a la historia como la batalla de Mactan. Los españoles reclamaron, sin suerte, el cuerpo de su jefe.
Los españoles nombraron a Duarte Barbosa al frente de la expedición, que cometió el terrible error de aceptar una invitación del rey de Cebú, y fue asesinado junto a sus acompañantes.
A esa altura, la carabela Concepción solo contaba con tres hombres y se la incendió. Se repartió a los hombres entre los dos barcos. Continuaron navegando por diversas islas hasta Borneo. Pero los españoles debieron partir a las apuradas porque el rey pensaba engañarlos y matarlos. Iban secuestrando a indígenas y como rescate exigían paz, alimentos y especias.
El 8 de noviembre de 1521 llegaron al puerto de Tidore en las islas Molucas. Gonzalo Gómez era el capitán general de la expedición, mientras que Juan Sebastián Elcano -que había comenzado como maestre de la Concepción- era el capitán de la Victoria.
Con las bodegas cargadas de especias, el 18 de diciembre partieron rumbo a Europa. Pero la Trinidad, como hacía agua, decidió regresar al Oriente para ser reparada. Caería en manos de los portugueses y la tripulación vivió una terrible odisea.
Mientras tanto, en enero de 1522, Elcano debió sofocar un motín y dos de sus cabecillas huyeron a la isla de Timor. La navegación continuó por el océano Indico y el 16 de mayo doblaron por el Cabo de Buena Esperanza. No tocaron ningún puerto y la gente solo tenía cantidades mínimas de arroz y agua. Murieron entonces unos 25 hombres.
En Cabo Verde, Elcano envió a un grupo a traer provisiones. Cuando los portugueses se enteraron que venían de las Molucas, dominio portugués, no los dejaron regresar. Elcano continuó el viaje con 20 hombres, de los cuales dos morirían. Llegaron a España el 6 de septiembre de 1522, al día siguiente el barco entró a San Lúcar de Barrameda. Remolcado, remontó el Guadalquivir hasta Sevilla. Habían cubierto un trayecto de 14.460 leguas.
Semanas después llegaron los hombres que habían quedado prisioneros en Cabo Verde. Y cinco sobrevivientes de la Trinidad lo hicieron por 1525 ó 1526.
El día de la llegada, la gente se agolpó en el puerto. Elcano y su gente vestían jirones, estaban débiles, tirados sobre cubierta. Al otro día, más repuestos, cumplieron la promesa que habían hecho si llegaban vivos: descalzos, fueron en procesión con velas en sus manos a rezarle a la Virgen Santa María de la Antigua en la Catedral de Sevilla, a darle las gracias por regresar con vida y a contarle que era posible lo imposible, dar la vuelta al mundo.
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