La mayoría de los que vieron las fotos de los meses anteriores o de las conferencias de prensa de presentación pudo haberse sorprendido por el aspecto físico de Brendan Fraser. Se lo ve excedido de peso, lejos de la forma física perfecta de cuando su único vestuario en una película era un taparrabos. A otros también puede haberle llamado la atención tan solo verlo en un gran evento. Su carrera parecía extinguida hacía mucho. Brendan Fraser, el actor de George de la Selva y de la saga La Momia, está de regreso. El domingo, en el festival de Venecia, se presentó The Whale, dirigida por Darren Aronofsky. Fraser interpreta a un profesor de literatura de 270 kilos. Engordó para el papel, aunque la mayoría de la caracterización se trate de prótesis, maquillaje y efectos. La transformación física, según los especialistas que ya la vieron, es asombrosa y se enmarca en una tradición de Hollywood que nutren Robert De Niro, Christian Bale o Daniel Day Lewis. El domingo tras el pase oficial de The Whale, el público se puso de pie y ovacionó durante más de seis minutos al actor. Fraser agradeció y trató de salir de la sala. Los aplausos recrudecieron y lo obligaron a permanecer, a dejarse cubrir por la ovación, a aceptarla. Se emocionó y comenzó a llorar. En esas lágrimas estaba el esfuerzo de esos meses, el orgullo de haber estado a la altura de un papel desafiante, el dolor de todos los fracasos anteriores, la desesperación de más de una década por saberse fuera del juego grande, y la emoción y perplejidad por saber que lo había logrado. Se habla de una candidatura al Oscar, de que va a ser una presencia obligada en la temporada de premios. Brendan Fraser, tras una caída que parecía definitiva, ha regresado.
Parece que por mucho tiempo.
Su primera aparición en cine fue en 1991. Un papel imperceptible en Dogfight, La última Apuesta, con River Phoenix. La suya era una escena colectiva, una pelea de marineros en un bar. Ese debut lo puso muy contento por varios motivos. Estuvo por primera vez en un rodaje, recibió el carnet del Actor´s Guild y, al fin, iba a parecer en una película. Minutos antes de que el director gritara Acción, un asistente se le acercó y le preguntó si permitía ser tirado contra un flipper en medio de la pelea. Iban a filmar ese momento aparte. Brendan aceptó de inmediato. Se sintió una estrella por un rato (no le importaron los golpes por el impacto contra la máquina y la lesión en una de las costillas) y, además, su cheque vino con un plus de 50 dólares porque al bolo se agregó su tarea como doble.
Después vinieron dos proyectos que lo hicieron conocido. Protagonizó Encino Man (dando inicio a una costumbre actoral que lo acompañó durante más de una década: pasar más tiempo con el torso sin ropa que con ella) y School Ties, que significó el lanzamiento de una generación de actores: Matt Damon, Ben Afleck, Chris O´Donnell. Integrar ese elenco puso la atención sobre él pero no tuvo suerte en el reparto posterior: a Brendan no le tocaban los papeles prestigiosos. En ese momento a él no le importaba. Con George de la Jungla tuvo un éxito de taquilla inesperado. Llegaron los millones de dólares, las tapas de revistas, las ofertas para grandes producciones.
La consolidación absoluta fue con La Momia. Un blockbuster que terminó convertido en trilogía. Alternaba estos éxitos con películas comerciales que no lo eran, que terminaban siendo un mal negocio y con proyectos con mayores aspiraciones artísticas como Dioses y Monstruos.
Los roles por los cuales el público pagaba una entrada para verlo eran en los cuales él vivía aventuras y realizaba proezas con su cuerpo. Brendan trabajaba obsesivamente su físico. Para George de la Selva entrenó 8 meses. Alguien dijo que era una película que podía liderar la taquilla pero que nunca iba a ganar un premio. Un crítico respondió: “Al tórax de Brendan Fraser podrían darle el Oscar al mejor maquillaje”. Otro de sus secretos era que él interpretaba cada escena de riesgo, sin necesidad de dobles. El aura del actor que pone el cuerpo creyó que lo beneficiaba. Pero muy pronto comenzaron los dolores, las lesiones, las operaciones para corregir el daño que produjeron las caídas y accidentes de rodaje.
El público asoció a Brendan Fraser con los papeles que interpretaba. Algo ingenuo, cómo venido de otro lugar, alguien a quien constantemente hay que enseñarle las reglas de juego, confiable, siempre perplejo, algo inofensivo y levemente ignorante.
Las comedias en las que intervino fracasaron. No fue mala suerte. Eran proyectos endebles con guiones planos y resoluciones demasiado fáciles, son riesgo alguno. Tal vez, la mirada retrospectiva, debería detenerse en las películas que se convirtieron en un fenómeno de taquilla. Ese éxito es más difícil de explicar que las derrotas posteriores.
Ni siquiera el prestigio lo acompañó cuando actuó en un film que ganó el Oscar a mejor película. Crash es, casi de manera unánime, considerada como la peor de todas las premiadas alguna vez por la Academia. Por otro lado, al tener una estructura coral, la intervención de Brendan fue muy menor.
Los fracasos se fueron acumulando como si el público ya no tuviera interés en verlo, como si lo que ahora valiera la pena fuera presenciar la caída estrepitosa de la estrella improbable.
Después, cómo suele suceder, todo lo referido a Brendan Fraser fue visto en esa clave, en la del fracaso, en la del ángel caído. Fraser, El Desangelado.
Así una risa forzada en una entrega de premios, ante un chiste de Robert De Niro, se convirtió en meme y en motivo de burla global. O una entrevista sin demasiada energía y con respuestas algo erráticas circuló por las redes sociales para terminar de lapidarlo.
Y con el paso de los años, fue también perdiendo la lozanía y el estado físico olímpico. Sumó peso, sus cachetes se inflaron, su aspecto ya no era el de un héroe de acción. Su sonrisa que generaba confianza y ternura pasó a ser considerada bobalicona.
Su vida personal también presentó varios problemas. En 2007 se separó de su esposa Afton Smith, a quien había conocido en 1993 en una fiesta en la casa de Winona Ryder, otra caída del cielo. Tuvieron tres hijos. El mayor, Griffin, está dentro del espectro autista. Brendan habla de él con gran orgullo y siempre remarca lo que día a día le enseña al resto de la familia. El divorcio no sólo lo afectó emocionalmente y lo obligó a lidiar con la soledad. Tuvo su parte de escándalo público cuando Afton reclamó por la suma que el actor le pasaba mensualmente en concepto de alimentos. El arreglo inicial que era de unos 900.000 dólares anuales, según Brendan, era imposible de cumplir para él con su nuevo status de ex estrella. Ya nadie lo llamaba y no entraban más a su cuenta los salarios millonarios por las grandes producciones.
Los dolores físicos lo enloquecían y limitaban sus movimientos. Las rodillas, la cintura, la espalda, la operación para reparar una vértebra dañada. También lo afectó la muerte de su madre: la entrevista que se viralizó en la que se lo ve con la mirada en el suelo, balbuceante y algo descoordinado fue días después de haberla perdido. El duelo y el dolor estaban demasiado presentes aunque el público no lo supiera.
Su reingreso fue módico, paulatino y poco ambicioso. Se puso como prioridad elegir mejor los proyectos, con independencia de la importancia del rol en la trama. Así se sumó a The Affair, la prestigiosa serie televisiva. Ese papel secundario hizo que los críticos y buena parte del público comenzaran a verlo con nuevos ojos. A partir de ese momento acumuló varios roles similares –esporádicos, de una sola temporada, menores, contenidos pero intensos- en series: Trust, Condor, Doom Patrol.
En 2018 en una entrevista con la revista GQ, un gran perfil que mostró otros aspectos del actor, Brendan Fraser narró que en 2003 en un evento, Philip Berk, el presidente de la Asociación de Periodistas Extranjeros de Hollywood, pasó la mano por detrás de su espalda, tocó una de sus nalgas y luego con un dedo frotó reiteradas besos su perineo. Él sólo atinó a sacarle la mano después de unos segundos y salió del lugar sin decir nada. Recién pudo contar esta situación quince años después. Berk negó las acusaciones. Dijo que no ocurrió nada de eso y que sólo había sido una broma. Tiempo después Berk fue expulsado de la Asociación por el contenido racista de unos mails. Brendan culpó a este incidente –que no ha sido confirmado por otras fuentes ni ha tenido recorrido judicial- de su endeblez anímica y de haber sido raleado de ciertos ámbitos de Hollywood durante años, ya que el hombre era muy poderoso. Philip Berk le respondió que si un actor es líder de recaudaciones todo el mundo lo quiere en sus eventos, festejos y entregas de premios, más allá de lo que opine un periodista. Tal vez el motivo por el cual no lo llamaban era que nadie quería salir en las fotos con alguien que ya era el pasado.
Además del estreno de The Whale, a Fraser lo espera Killers of The Flower Moon, la nueva película de Martin Scorsese, entre otros trabajos a los que ya se comprometió. Su teléfono ha vuelto a sonar.
Ahora es el tiempo de las ovaciones. Vendrán las notas laudatorias, los premios, los proyectos que otra vez le reporten millones de dólares en salarios. Ojalá elija los guiones adecuados.
El comeback de Brendan Fraser es otra historia que alguna vez deberá ser filmada. Un ascenso veloz, un auge que parece eterno pero que se deshace demasiado rápido y la caída abrupta, estrepitosa que parece no encontrar fondo. Y luego, claro, el tercer acto, la resurrección de las profundidades, imprevista y luminosa. Su historia seguirá pero en algún lugar, en algún momento hay que terminar las películas. Así que la escena final de su biopic bien podría estar situada en Venecia: la ovación del domingo y sus lágrimas por el regreso del que hasta él mismo dudó.
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