La Madre Teresa de Calcuta fue presentada en 1985 por el Secretario General de la ONU, Javier Pérez Cuéllar, como “la mujer más potente del mundo”. A la religiosa, de pequeña estatura y vestida con la simpleza de un sari blanco bordado en azul, en cambio le gustaba definirse como “un pequeño lápiz en las manos de Dios”. Si alguien le preguntaba cuál era el secreto de su éxito, simplemente respondía: “Rezo”.
La monja católica fue hasta el día de su muerte, un 5 de septiembre de 1997, un ejemplo de una vida entregada a los pobres, enfermos y los más necesitados nació en el seno de una familia albanesa, en Sckopie- hoy capital de la República de Macedonia-, con el nombre de Gonxha Agnes Bojaxhiu. Sus padres fueron su mayor ejemplo porque la acostumbraron de pequeña a profesar el culto católico, con alabanzas a Jesús y también, algo que la marcaría para siempre, a ayudar a los más necesitados.
A los 12 años ya había descubierto su vocación de monja y con tan solo 18 años decidió convertirse en misionera. De manera que dejó su hogar para ingresar al Instituto de la Beata Virgen María, una orden religiosa fundada en el siglo diecisiete en Dublín, la capital irlandesa, con la excusa de aprender inglés.
Antes de cumplirse un año en ese convento viajó a otro convento, el de Loreto en la ciudad de Darjeeling, en el noroeste de la India cerca de las montañas del Himalaya, donde empezó su noviciado e hizo sus votos de pobreza, castidad y obediencia. Cerca del convento, en la Escuela Santa Teresa empezó a dedicarse a la docencia al mismo tiempo que aprendía la lengua bengalí. Y también fue allí, cuando en mayo de 1924 adoptó el nombre de Teresa, en honor a Thérèse de Lisieux, santa patrona de las misiones. Su renuncia había sido completa. Nunca más se encontraría con su familia.
Su primera estancia en Calcuta data de 1929 para dedicarse a la enseñanza de geografía en un secundario de mujeres. Por esos tiempos, sus calles estaban plagadas de dolor y abandono: leprosos, mendigos y más enfermos morían solos.
Fue un 10 de septiembre de 1946 cuando recibió su “llamada en la llamada”. Fue cuando Jesús le reveló su dolor al ver la indiferencia y desprecio hacia los pobres y le pidió que fuera el rostro de su misericordia. “Ven sé mi luz. No puedo ir solo”, dijo.
Su vocación era ser misionera y su objetivo “cuidar a los más pobres entre los pobres” Así fue como pidió autorización para abandonar su posición para irse a trabajar a Calcuta, donde fundó la congregación Misioneras de la Caridad, a la que se unieron algunas de sus ex alumnas. Enfundada en un sari de la India, comenzó a ocuparse de aquellos que “no son queridos, ni amados, los descuidados”. Desde entonces, se transformó en la madre de los más humildes.
Era una monja católica que vivía en una nación cuyas principales religiones son el hinduismo y el islam, con solo un 2% de cristianos. Ayudaba a todos, independientemente de su credo. Lo importante era recibirlos.
Su labor que fue reconocida en 1950 por el arzobispo de Calcuta y en 1965 por Pablo VI, tomó difusión en todo el mundo, mostrándole el camino a seguir a muchos que abrieron casas como la suya en África, América latina y en países comunistas. El Papa Juan Pablo Segundo que le hizo una visita en su casa de Calcuta, quiso que la congregación tuviese una estructura en el Vaticano, el Don de María.
El 17 octubre de 1979 su labor humanitaria fue reconocida con el Premio Nobel de la Paz. En su discurso histórico en el que cargó fuertemente contra el aborto que generó polémica. “El mayor destructor de la paz es el llanto inocente de un niño no nacido. Si una madre puede matar a su niño ¿Qué nos impide a ti y a mí matarnos el uno al otro? Si una madre olvida a su hijo, yo no lo olvidaré, dice Dios. Porque yo lo he esculpido con las palmas de mis manos. Nosotros combatimos el aborto con la adopción y con la ayuda y bendición de Dios, salvamos miles de niños, y miles de niños encuentran una casa donde son cuidados, deseados y amados. Dale a un niño la oportunidad de amar y de ser amado”.
Así tan amada, no pudo salvarse de los cuestionamientos por sus ideas, fuentes de financiación y vínculos con dictadores en países donde había instalado su fundación. A quienes la atacaron les respondió: “Dejen de escribir y vayan a trabajar a uno de nuestros centros, vayan un poco a la casa de los moribundos”.
Cuando murió en 1997, a los 87 años de un paro cardíaco, su congregación había superado los 4 mil miembros repartidos en 600 casas a lo largo de 122 países. A 19 años de su muerte fue convertida en santa, tras un veloz proceso de canonización. Había sido proclamada beata el 19 de octubre de 2003 en otra ceremonia multitudinaria en el Vaticano. El proceso necesitaba dos milagros aprobados: un para la beatificación y otro para la canonización. Una fue la curación inexplicable de una mujer de 34 años, llamada Mónica Versa, india y de religión animista, que tenía un tumor en el abdomen del que se curó en 1998. El otro fue la curación del brasileño Marcilio Andrino, que tenía una grave infección cerebral en 2008.
El papa Francisco fue quien canonizó a la madre Teresa de Calcuta en una ceremonia en la Plaza de San Pedro a la que asistieron más de 100.000 personas. En la ceremonia Francisco dijo que sería difícil llamarla Santa Teresa porque “fue tan cercana a nosotros, tan tierna y espontánea que se le seguirá llamando madre, madre Teresa”. Y recordó en la manera en que se inclinaba “sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado”.
En esa ceremonia el máximo pontífice dijo algo que a la madre Teresa le gustaba decir: “Tal vez no hablo su idioma, pero puedo sonreír” e invitó a llevar “en el corazón su sonrisa y entreguémosla a todos los que encontremos en nuestro camino, especialmente a los que sufren”.
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