Había anochecido el viernes 3 de septiembre de 1982 en Palermo, la capital de Sicilia, cuando el general Carlo Alberto dalla Chiesa y su joven esposa, la enfermera de la Cruz Roja Emanuela Setti Carrano, de 32 años, atravesaban el centro de la ciudad para dirigirse a su residencia de Villa Paiano, seguidos por un vehículo de escolta.
La inminencia del fin de semana no significaba descanso para el general de 61 años. Antiguo jefe de los servicios antiterroristas italianos, destacado en la lucha contra el accionar de las Brigadas Rojas en sus momentos más altos, legalista acérrimo que había rechazado la tortura como método para obtener información, desde hacía pocos meses dalla Chiesa enfrentaba un nuevo desafío, quizás el más difícil de su carrera: luchar contra la mafia en todo el territorio italiano.
Para eso se había instalado en Palermo, donde el gobierno lo había nombrado prefecto. Histórico bastión de la mafia, escenario de las más crueles guerras entre las diferentes familias, bastión de capos, en Sicilia estaba el epicentro de la batalla.
Su objetivo era pacificar la isla y poner fin a la violencia desatada por las guerras entre los clanes mafiosos. Nombres como los de los capos Salvattore Riina, Luigi y Carmine Giuliano o Salvattore Lo Russo se escribían con la sangre de los muertos.
Como de costumbre cuando viajaban juntos, Emanuela conducía el auto mientras dalla Chiesa revisaba informes. Les gustaba volver juntos a la casa, llevaban apenas dos meses de casados.
Entonces los interceptaron. Los atacantes viajaban en tres automóviles, uno de ellos un mini Morris, y dos motos de alta cilindrada. Los disparos – muchos – fueron de fusiles de asalto rusos Kalashnikov y pistolas. Lo demostraría el peritaje de las balas.
Dalla Chiesa intentó proteger con su cuerpo a Emanuela, pero no pudo impedir que las balas la impactaran. La mujer perdió el control del auto, que se estrelló contra un muro. Los asesinos siguieron disparando, no solo contra ellos sino también contra el auto de la custodia, donde mataron al conductor, el policía Domenico Russo, e hirieron al resto de los ocupantes, que intentaron sin éxito repeler el fuego.
El general y su mujer murieron en el acto. Los tres autos de los asesinos fueron encontrados incendiados pocas horas después.
Debieron pasar tres días para que la mafia – sin especificar qué familia, solo mucho después se sabría que la orden la había dado Riina – se adjudicara el atentado con la llamada a un diario palermitano.
La “nueva” mafia
El general había aceptado hacerse cargo de la lucha contra la mafia -y sus ramificaciones en el creciente tráfico de drogas- siempre que pudiera contar con apoyos logísticos no sólo en Palermo, sino en Turín, Bari, Milán y Nápoles.
Su nombramiento había producido inquietud no solamente entre las familias mafiosas sino también en ciertos grupos de poder, políticos y económicos. Porque dalla Chiesa entendía la lucha contra la mafia como una acción integral, en la que la represión policial solo era un aspecto. Estaba dispuesto a investigar sus conexiones políticas, económicas y judiciales. También sus mecanismos de lavado de dinero, que se habían renovado y abarcaban todo tipo de actividades comerciales, inmobiliarias y deportivas.
En este último rubro, las familias mafiosas italianas se habían mostrado creativas e innovadoras, ganando espacio en clubes de fútbol, ideales para blanquear dinero con las compras de jugadores y, también, ganarse las simpatías de los tiffosi. Un método que no demorarían en copiar los cárteles de drogas colombianos y mexicanos en América latina.
El asesinato de dalla Chiesa – mucho más espectacular que la mayoría de los crímenes mafiosos de la época -, además de frenar en su labor, tuvo como objetivo dar un escarmiento que mostrara qué les podía pasar a quienes siguieran su camino.
El general estaba llegando lejos en sus investigaciones: estaba en la pista de grandes fortunas, de funcionarios corruptos y de negociados en el mundo del fútbol.
Diego y el caso Napoli
Las conexiones entre la mafia y el fútbol italiano venían de tiempo atrás, más que nada centradas en el negocio de las apuestas, pero a fines de los ‘70 y principios de los ‘80, el fenómeno de compras y ventas de jugadores por cifras multimillonarias hicieron del “calcio” un mecanismo ideal para el blanqueo de dinero.
El caso del Napoli es, en ese sentido, uno de los más resonantes, tal vez por la identidad de uno de sus involuntarios protagonistas. Diego Armando Maradona, por entonces el indiscutido mejor jugador del mundo.
Al final de la temporada 83/84 el club estaba fuertemente endeudado y había acabado en el undécimo lugar de la tabla. Por eso sorprendió que contratara a Maradona en la transferencia más cara pagada por un jugador hasta ese momento: 10 millones de dólares.
Más allá de la alegría de los hinchas napolitanos, que lo recibieron como un dios que descendía de los cielos, no faltaba quiénes se preguntaban de dónde había sacado semejante cifra un club que estaba al borde de la quiebra.
En la conferencia de prensa montada para su presentación, Diego, flanqueado por el presidente del club, Corrado Ferlaino, fue sorprendido por una pregunta del periodista de la televisión francesa Alain Chaillo.
-¿Usted es consciente de que en la operación financiera de su fichaje puede existir dinero de la Camorra? – le disparó el francés a Maradona.
La pregunta hizo que el aire en la sala de prensa del estadio San Paolo se pudiera cortar con un cuchillo. Más de cien periodistas hicieron silencio esperando la respuesta de diego.
No pudo ser. Ferlaino lo detuvo con un gesto y contestó en su lugar:
-Hemos hecho muchos sacrificios para que ahora se diga esto. Somos gente de Nápoles, honesta y trabajadora. Hemos trabajado bien.
Y después de una pausa, miró fijamente a Chaillo y siguió:
-Su pregunta es ofensiva. Me siento molesto por ella y le ruego que se vaya.
El episodio pasó y las preguntas se centraron en lo deportivo, pero de ahí en más Ferlaino tuvo que enfrentar más de una vez el interrogante sobre el origen del dinero del pase de Diego. Siempre contestó con la misma fórmula:
- Varios bancos que no quieren ser citados.
La amistad con Giuliano
En el plano deportivo, Maradona no tardó en enamorar a los hinchas con sus gambetas, goles y carisma. Para la temporada 86-87, casi dos años después de su llegada, el Napoli se coronó campeón de Italia. Se lo reverenciaba casi como un dios y era una de las figuras más importantes en la ciudad.
Pero además de logros deportivos y buenos negocios, la presencia de Diego se transformó en un fenómeno que, de otra manera, desnudó el papel de la mafia para llevarlo al club.
Carmine Giuliano, jefe del clan más poderoso de la Camorra napolitana, dejó de lado la discreción y empezó a mostrarse con Diego en fiestas, eventos y cuanta oportunidad se le presentara. “El Diez” era un imán muy poderoso.
La relación de Maradona con los mafiosos se convirtió en un hecho incuestionable en Nápoles. Se hizo más pública aún después que, en unos allanamientos realizados en las viviendas de los Giuliano, la policía encontrara varias fotos donde se veía a Diego con Carmine y otros jefes mafiosos.
Una de ellas, la de Maradona en una bañera con forma de concha marina junto a Carmine y Raffaele Giuliano, dio la vuelta al mundo y terminó perjudicando su imagen, ya indisolublemente ligada a la Camorra.
No era para menos: todo el mundo sabía que la familia Giuliano manejaba las apuestas de fútbol, el narcotráfico, el contrabando, la lotería ilegal, la falsificación, la extorsión y los préstamos usureros en la ciudad.
Años después, el propio Diego contó su primer encuentro con los Giuliano, en Forcella, el barrio que era su bastión. “Me subieron a una moto y fuimos hasta Forcella, cuando llegamos estaba ya todo listo para comer. Había hombres armados alrededor de la mesa, como en ‘Los Intocables’”, relató.
Con el tiempo, la relación de los Giuliano y Maradona se deterioró, ya que la policía estaba más alerta de los pasos de la Camorra, y además, muchos miembros del clan se quejaron porque sus jefes habían aparecido en los periódicos. Maradona se fue de Nápoles en 1992, el mismo año que Carmine Giuliano fue arrestado.
“La paradoja es que la relación entre Maradona y los Giuliano causó también un problema para la Camorra, a la que no le gustaba operar bajo la mirada de todo el mundo. Empezaron a sentir el aliento de los investigadores en la nuca y por eso lo dejaron solo, lo dejaron hundirse”, cuenta un periodista italiano en el documental de Asif Kapadia “Diego Maradona”.
Coincidencias
El mismo año que diego Armando Maradona dejó el Napoli y cerró el ciclo más brillante de su carrera futbolística, otros dos crímenes de funcionarios que investigaban a la mafia conmovieron a Italia, los de los jueces Giovanni Falcone y su sustituto Paolo Borsellino, con dos coches bomba.
Como dalla Chiesa diez años antes, los juristas asesinados no abordaron a la mafia como un fenómeno meramente policial sino como una compleja trama que entretejía a los clanes con el poder político, el poder económico, el blanqueo de dinero y la utilización del fútbol para fines criminales.
Quizás por eso, el mismo día del asesinato de dalla Chiessa, su mujer y su chofer, alguien entró en su despacho, violó su caja fuerte e hizo desaparecer para siempre los documentos que había recopilado durante sus cien días en la prefectura de Palermo.
Lo mismo ocurriría luego de las muertes de 1992: desaparecieron los diarios de Falcone que llevaba el primero y la “agenda roja” del segundo, donde anotaba los datos más sensibles de sus investigaciones.
En 1996, El mafioso “arrepentido” Calogero Ganci confesó en prisión ser autor de más de cien asesinatos cometidos durante la guerra de las mafias de los años 80 y haber participado del atentado contra dalla Chiesa.
También dijo quién le dio la orden de matar al general: el capo de la familia Corleonese, Salvattore “Toto” Riina.
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