Una pregunta recorre el último capítulo de Better Call Saul, el spin-off del fenómeno Breaking Bad sobre la vida del abogado criminal Saul Goodman que ayer llegó a su fin después de seis temporadas: “¿Que harías si tuvieras la máquina del tiempo?”. Bob Odenkirk, el protagonista que encarna el derrotero delictivo del defensor de narcos, tal vez no dudaría al responder.
Si tuviera la máquina del tiempo, el actor probablemente volvería a la mañana de 2008 en que recibió el llamado de su agente con la propuesta que cambiaría su suerte: “Escuchame: no digas que no. Te ofrecen un papel en Breaking Bad, es un muy buen show y el tipo de personaje por el que la gente gana Emmys”. Hacía dos años que no le hacía asco a ninguna oferta –de escribir pilotos de proyectos que nunca vieron la luz, a rodar comerciales–: estaba quebrado después de volcarse a la dirección tras una larga carrera como guionista y comediante. Sus dos películas –Let’s go to prison (2006) y The brothers Solomon (2007)– habían resultado un fracaso y había tenido que pedir prestados US$900.000 para mantener a su familia a flote, según él mismo contó hace unos meses al conductor radial Howard Stern.
Sin embargo, Odenkirk dudó. Nunca había visto nada de la serie más que en algún anuncio callejero y presentía que tampoco sería un éxito. La creación de Vince Gilligan iba por la segunda temporada y la audiencia no parecía acompañarla demasiado; podía ser cancelada en cualquier momento y sumarse a la lista de sus participaciones fallidas. Todavía le dolía no haber quedado en el casting para hacer de Michael Scott en The Office –el que quedó en su lugar fue Steve Carrell– y el de Saul Goodman estaba lejos de ser un protagónico: apenas tenía pautadas tres participaciones como invitado especial. Además lo de él era la comedia, no el drama.
Llamó a su amigo Reid Harrison, con el que había escrito un piloto sobre una liga inferior de baseball, para pedirle consejo; sobre todo para saber si había visto Breaking Bad y podía ponerlo un poco al día antes de hablar con los productores. “¡Dios mío! –dijo Reid ante ese tono apático del que Odenkirk haría un sello–. ¡Es el mejor programa de televisión de la historia!”. “¿En serio?”, siguió el actor, según él mismo recordó en 2015 en una entrevista con GQ. “Sí, en serio. Es una locura. Lo tenés que hacer. No deberías estar llamándome a mí, ¡llamalo a Gilligan!”, le insistió el amigo.
El showrunner y el guionista y director Peter Gould –años más tarde crearían juntos Better Call Saul– lo habían visto actuar en Mr Show, la comedia surrealista de sketches de culto que escribió y protagonizó con David Cross (Arrested Development), a quien había conocido en el show de otro amigo y ex compañero de oficina en sus tiempos de guionista de Saturday Night Live: Ben Stiller. El programa del actor de Zoolander fue otro fracaso, pero lo acercó a Cross, a quien lo unía su admiración profunda por los Monty Python.
Aunque la comedia que hicieron para HBO nunca terminó de despegar por fuera de su nicho, se sostuvo cuatro temporadas al aire (entre 1995 y 1998) y fue la vidriera en la que desplegó su carácter en parodias como la de un policía malo, un mafioso, senador afecto a la censura, o cantantes de soul o rap que, de tan desafinados, rozaban la genialidad –un particular talento que Odenkirk también desplegaría en Better Call Saul–. La vidriera para que los autores de Breaking Bad descubrieran en él al indicado para ser el abogado de Walter White (Bryan Cranston).
Puede que viajar en el tiempo para corregir la propia historia no tenga sentido. Después de todo, fue la sucesión de frustraciones en su carrera la que llevó a Odenkirk a levantar el teléfono para aceptar finalmente el papel de su vida. “Tu nombre será Saul Goodman”, le dijo entonces Gilligan. El actor volvió a dudar, y hasta le ofreció una salida: “Mirá que no soy judío, está lleno de buenos actores judíos que van a poder hacerlo mejor que yo”. Gilligan insistió: “No es judío, es irlandés. Su verdadero nombre es Jimmy McGill”. Recién ahí Odenkirk se convenció de que podía interpretarlo: “Soy mitad irlandés, puedo hacer eso”.
Y lo hizo por completo. En ese mismo instante –le diría después a GQ– tuvo la idea del peinado elegantemente absurdo –como todo en el look de Saul– del personaje que, a lo largo de los episodios se empeña en pasarse el peine casi en un paso de comedia para tapar su pelada incipiente con un mechón de pelo lacio sobre la frente “como haría un tipo que se engaña a sí mismo y piensa que todavía es joven y atractivo, algo como si dijera ‘Soy un hombre de negocios, pero me divierto; vamos, no todo son trajes y corbatas’”.
Odenkirk voló entonces a Albuquerque desde la casa que compartía en el barrio de clase media Los Feliz –pegado a Hollywood, en Los Ángeles– con su mujer desde hace 25 años, Naomi Yomtov, y sus hijos –Nathan (23) y Erin (21)–, que todavía eran chiquitos. Había conocido a la productora y manager de talentos cuando ella lo fue a ver al stand-up que hizo en una librería de arte y arquitectura, en 1995. Esa noche ella se juró que iba a casarse con ese hombre que la hacía reír como nadie, pese a ser un poco torpe en el campo de la conquista. Ya sabía por su trabajo que él había tenido un padre alcohólico y que su respuesta al trauma era “entre ridícula y patética”, como él mismo escribe en Comedy, Comedy, Comedy, Drama, el bestseller con sus memorias publicado en marzo de este año por Random House.
“No era una stalker, en todo caso fue el destino”, dice el actor, que nació en Berwyn, Illinois, el 22 de octubre de 1962, y creció en Naperville como el segundo de siete hermanos. El padre –casualidades–, también se llamaba Walter; trabajaba en una imprenta. Su madre, Barbara, era católica practicante. Se separaron cuando Bob tenía 13 años, y él creció odiando a ese otro Walter en su biografía tanto como al pueblo en el que vivían y con la decisión firme de evitar el alcohol tanto como pudiera.
Se había graduado a los 16 años por sus notas sobresalientes y prácticamente había escapado a la Universidad de Southern Illinois, donde pronto mostró sus dotes de guionista y comediante en la radio universitaria. Terminó la facultad en el Columbia College de Chicago, a donde se había mudado para estudiar improvisación con el maestro Del Close y en el Players Workshop, que fueron su pasaporte –gracias a su amistad con Robert Smigel– al equipo de SNL.
Naomi también sabía que había hecho papeles menores en El mundo según Wayne II (1993) y la sitcom Roseanne, y que estaba bastante confundido: venía de una breve pero publicitada y fructífera relación con la comediante Jeanine Garofalo. Habían incluso actuado juntos después de la separación. No, no era una stalker –o sí–, pero en todo caso podía disimularlo con su oficio.
En sus memorias, el actor recuerda: “El show de esa noche fue como casi todos los que hice, desprolijo pero divertido. La mejor parte fue descubrir a una mujer joven y brillante que había ido a verme y conseguir su teléfono. Cuando estaba saliendo, le grité: ‘¿Y vos quién sos? Dame tu número’. Lo anoté y esperé un mes para llamarla. Como no atendió, le dejé un mensaje en el contestador, sin darle mi teléfono. Volví a llamarla unas semanas más tarde. Me llevó dos citas saber que había encontrado a mi mejor pareja en la vida. Todavía mejor que David Cross, si eso es posible”.
Se casaron, tal como Yomtov había previsto, dieciocho meses después de aquella noche en la librería, una tarde soleada de 1997. Fue una fiesta épica: Jack Black y Evan Schletter cantaron Have I told you lately that I love you mientras entraba la novia, Cross ofició de maestro de ceremonias. La madre esperó sentada afuera: un cura le había dicho que esa no era una boda aprobada por la Iglesia. El padre había muerto de cáncer en 1986, cuando Bob tenía 21 años, pero para él estaba muerto desde mucho antes: “Era un tipo lejano y jodido, que nunca estuvo presente. Traté de conectarme con él, pero no pude. Tal vez con el tiempo lo hubiera entendido mejor, pero no se dio”, le dijo en 2013 el actor –que exploró algo de esa relación traumática en Nebraska (2014), donde interpreta al hijo de un alcohólico– al Jewish Journal.
Es probable que no haya pensado en nada de eso en el avión camino a Albuquerque. Estaba demasiado concentrado en ponerse al día con la serie: no llegó a terminar un capítulo. Aunque iba a entender rápido que Gould y Gilligan eran de los que no escribían ni una palabra de más en los libretos, tampoco se aprendió su parte; acostumbrado a los guiones de comedia, estaba convencido de que la iban a cortar en cuanto llegara al set. No fue así, pero al fin de cuentas, estaba marcado por la frase sintetizada como un claim en el nombre de su personaje: “It’s all good, man”. Iba a estar todo bien.
Decidido a salir de la bancarrota, puso todo de sí en ese abogado corrupto, pero querible. De los tres episodios iniciales –el primero es el octavo de la segunda temporada de la serie, llamado Better Call Saul por el pegadizo comercial de TV en el que Goodman promociona sus servicios para los marginales de la ley–, pasó a tener una participación permanente en las siguientes temporadas de Breaking Bad, mientras se adentraba cada vez más en el papel.
Lo que pasó después es historia conocida para todos los fanáticos: la serie se convirtió en una de las más aclamadas de todos los tiempos, en el podio con The Sopranos, Game of Thrones, Six Feet Under, Lost, Mad Men, y ahora también con la precuela/secuela que la dupla Gilligan-Gould ideó a continuación. El título sería el mismo que el del primer capítulo en el que apareció; el argumento: contar cómo ese abogado inescrupuloso había perdido sus escrúpulos, su propio camino en eso de abandonar la moral, la génesis de su “breaking bad”.
En el viaje en el tiempo en el que Goodman volvía a presentarse como el antihéroe Jimmy McGill, Odenkirk pudo lucirse más como el comediante con cara de póker del que nunca se entiende del todo si habla en serio o en broma, si todo es un chiste de humor negro o una tragedia de proporciones. Lo cierto es que, como en su libro, hay de todo: desde el joven Slippin’ Jimmy que le roba a su propio padre comerciante cansado de ver cómo le roban los otros, o el que le quita a su hermano enfermo la última dignidad que le queda, hasta el prófugo de indecencia obscena al que uno llega a creer capaz de entregar al amor de su vida para salvarse. Y cuando todo se pierda, como en el juego de palabras que da nombre al capítulo final –Saul Gone (It’s all gone)–, quedará sólo la frase recuperada en el crossover con su cliente más famoso, Walter White: “Entonces, ¿siempre fuiste así?”
Puede que para su personaje, por el que casi deja literalmente la vida en julio del año pasado, cuando sufrió un infarto en pleno rodaje en medio del desierto, todo esté perdido. Pero, tras recuperarse y volver a las grabaciones después de un alto de seis semanas –se salvó gracias a que había un desfibrilador en el set y lo trasladaron de urgencia a un hospital de Albuquerque–, su carrera sólo parece ir en ascenso.
Desde su irrupción con Breaking Bad, todo lo que toca son éxitos: además de haber sido nominado cinco veces al Emmy como anticipó su agente, actuó en la miniserie Fargo (2014, inspirada en la película de los hermanos Coen), en Aquí y Ahora (2013), en uno de los especiales de antología de la serie de comedia negra Tim & Eric Bedtime Stories (2014), en The Post (2017), en The Disaster Artist (2017), en Los Increíbles II (2018) y en la versión de Mujercitas de Greta Gerwig (2019).
También recicló con Cross sus sketches de Mr Show en la producción de Netflix W/ Bob and David (2015), produjo y participó en varios episodios del programa de comedia Birthday Boys (2013) y creó su propia productora –Cal Gold Pictures, con sonido y logo muy parecidos a los de Saul Goodman–, que cerró de inmediato un millonario con Sony. Así logró escribir y protagonizar un proyecto que tenía en mente hacía más de quince años, Girlfriend’s Day (2017, Netflix).
Lejos de la quiebra que lo llevó a ponerse en la piel de Saul Goodman, en 2021 protagonizó el thriller de acción Nobody, que debutó primero en recaudación y fue un éxito de taquilla, además de toda una sorpresa para un improbable héroe de casi 60 años. Con una fortuna estimada en US$16 millones –ganó US$ 200.000 por cada capítulo en BCS–, hace unos años se mudó con su familia a una mansión de estilo colonial en Hollywood Hills valuada en US$3.3 y en abril pasado puso su estrella en el Paseo de la Fama, justo al lado de la de Cranston.
Pero en esto también se diferencia del abogado que lo hizo famoso: para Odenkirk no se trata sólo de plata, y sobre todo después del día en que su corazón se detuvo 18 minutos. La escena en la que sufrió el ataque cardíaco no podría ser otra, y habla de hasta qué punto se involucró con el personaje que le costará dejar tanto como a los fanáticos: según reveló recientemente a Entertainment Weekly, fue mientras filmaba el octavo episodio de la sexta y última temporada –Point and Shoot–, en el que él y su genial pareja de la ficción, Kim Wexler (Rhea Seehorn) son capturados por el temible Lalo Salamanca (Tony Dalton).
Como decía en el tuit en que anunció en septiembre pasado su regreso al set en Nuevo México –convertido en estos años en su segundo hogar, donde compartía casa con Seehorn y Patrick Fabian (Howard Hamlin en la serie)–: “Estoy muy feliz de estar acá y viviendo esta vida en particular rodeado de tan buena gente”. También ayer usó Twitter para despedirse del que fue su alter ego por trece años y agradecerle a sus compañeros y al público por haberlo acompañado: “Todos me preguntan cómo me siento al decirle adiós a Saul Goodman y a Better Call Saul, y no sé cómo responder porque es muy difícil mirar de cerca a la experiencia y al personaje: son demasiadas emociones, y todas encajan de una manera hermosa, y es un misterio para mí cómo pasó eso”, dijo en un video que compartió con sus seguidores.
“Gracias por darnos una oportunidad –siguió como si viajara en el tiempo justo hasta el momento en que decidió tomarla, seguro de que no volvería a dudar–. Salimos de la que quizá sea la serie favorita de mucha gente (Breaking Bad), y podríamos haber sido odiados simplemente por intentar hacer una serie, pero no fue así. Nos dieron una oportunidad, y espero que la hayamos aprovechado al máximo. Gracias por seguir con nosotros: no hice nada para merecer este papel, pero espero habérmelo ganado”.
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