“13.15. Todos los tripulantes de los compartimentos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas, está muy oscuro para escribir, pero lo intentaré con el tacto”, decía la primera nota, escrita con letra azul sobre una hoja de papel rayado.
La segunda, escrita varias horas después, agregaba en una evidente despedida: “Parece que no hay posibilidades, 10-20%. Esperemos que al menos alguien lea esto. Saludos a todos, no hay necesidad de desesperarse”.
Las dos notas manuscritas encontradas en un bolsillo del uniforme del teniente Dmitri Kolésnikov estaban fechadas el 12 de agosto de 2000, pocas horas después de que el submarino K-141 Kursk se hundiera en el Mar de Barents con sus 118 tripulantes -111 marinos, 5 oficiales de la Séptima División de Submarinos de Misiles y 2 ingenieros de diseño- mientras participaba de maniobras navales destinadas a mostrarle al mundo el poderío de la Armada rusa.
Esas pocas líneas, escritas a ciegas según su autor, fueron halladas el 8 de octubre de 2001, más de un año después del hundimiento del submarino, cuando finalmente los restos del Kursk fueron recuperados del fondo del mar y llevados en una barcaza hasta la base naval de Murmansk.
Y entonces estalló el escándalo con una onda expansiva que superó con creces a la de las explosiones que habían causado el hundimiento del Kursk. Los últimos apuntes del teniente Kolésnikov revelaron lo que la Armada rusa había negado desde el primer momento, cuando demoró las tareas de rescate: que hubiera sobrevivientes cuando la nave tocó el fondo del mar.
“Al gobierno ruso se le criticó mucho su reacción para intentar rescatar a los marinos y las autoridades señalaban, casi como una forma de defensa, que no había sobrevivientes”, explica Mark Kramer, profesor del Centro de Estudios Rusos y de Eurasia de la Universidad de Harvard. “Además –agrega– mostró lo mal preparado que estaban la marina y el gobierno ruso para afrontar una situación como la del hundimiento de un submarino nuclear”.
La investigación de los hechos demostró que, más que un accidente desafortunado, la tragedia del K-141 fue producto de una larga cadena de errores que comenzó con unos torpedos que no debían estar allí y terminó con mentiras y encubrimientos que intentaron ocultar las responsabilidades.
Porque el K-141 Kursk era un submarino “inhundible” que terminó hundido de la peor manera.
Una joya de la marina rusa
El submarino nuclear Kursk, bautizado así en honor de la famosa batalla en la que el Ejército Rojo derrotó a la Alemania Nazi durante la II Guerra Mundial, fue uno de los primeros símbolos del poderío militar ruso en tiempos postsoviéticos.
Con un largo (eslora de 154) metros, un calado de 9 metros y 20.000 toneladas de peso, era el orgullo de la flota militar rusa, y una de las piezas armamentísticas con que el gobierno recientemente iniciado de un joven Vladimir Putin intentaba devolver a Moscú un papel preponderante en un mundo que seguía reconfigurándose luego de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética.
El K-141 Kursk era un submarino de la clase Oscar, considerados “inhundibles” por la ingeniería rusa debido a su doble casco y otras características técnicas, y a la que pertenecía otra decena de naves que habían sido diseñadas durante los últimos años de la URSS.
“Era considerado imposible de hundir porque, si incluso era impactado por un torpedo y éste le causaba daño severo, el Kursk podía llegar a la superficie de nuevo”, en una entrevista con la BBC años después del hundimiento el excapitán Viktor Rozhkov, que conocía la nave a fondo por haber sido comandante del Kursk desde 1991 hasta 1997.
Con la idea de mostrarse como potencia militar, las Fuerzas Armadas rusas decidieron organizar en agosto de 2000 una serie de ejercicios navales en el Mar de Barents, donde además del Kursk, concentraron otros submarinos y embarcaciones navales de todo tipo.
Una explosión inesperada
Los ejercicios navales comenzaron el 11 de agosto de 2000 y entre las maniobras realizadas, el Kursk, al mando del capitán Gennady Lyachin, lanzó varios misiles de salvas para demostrar que contaba con la más avanzada tecnología para realizar esos disparos bajo el agua.
Al día siguiente, a las 9 de la mañana, desde el comando naval se dio la orden a Kursk que disparara otros dos torpedos. Sin embargo, el capitán Lyachin no llegó a dar la orden de “fuego”. Más tarde se descubriría que una fuga de peróxido de hidrógenos en un misil defectuoso había causado un incendio en la sala de torpedos, lo que provocó dos explosiones en un lapso de 2 minutos y 15 segundos
Tal fue su magnitud que fueron registradas por sensores sísmicos de Noriega y los Estados Unidos, que las ubicaron en el Mar de Barents.
La explosión inicial destruyó la sala de torpedos, que se incendió, dañó la sala de control, incapacitando o matando a la tripulación que se encontraba en ella e hizo que el submarino se empezara a hundir. El fuego de la primera explosión desencadenó a su vez la detonación de entre cinco y siete ojivas de torpedo después de que el submarino tocara fondo.
Esta segunda explosión, de una potencia equivalente entre 2 a 3 toneladas de TNT, destrozó los primeros tres compartimentos y todas las cubiertas, hizo un gran agujero en el casco, destruyó los compartimentos cuatro y cinco, y mató a todos los que aún vivían que estaban adelante del reactor nuclear en el quinto compartimento.
Como un gran animal abatido, el K-141 Kursk, el submarino “inhundible”, quedó inmóvil sobre el lecho del mar, a unos cien metros de profundidad.
Negación, retraso y mentiras
Por razones que nunca se explicaron de manera oficial, la marina rusa no suspendió los ejercicios y demoró más de seis horas en iniciar la búsqueda. La boya de emergencia, que debió haber aparecido en la superficie del mar, nunca lo hizo. Después se comprobó que estaba inutilizada. La habían desactivado el verano anterior, por temor a que un despliegue automático de la boya revelara la ubicación del Kursk mientras espiaba a la Sexta Flota americana desplegada en el Adriático, cerca de Kosovo.
Durante cuatro días, la marina rusa utilizó dispositivos sumergibles para intentar acoplarlos a la escotilla de emergencia sin éxito, con procedimientos que luego serían criticados por lentos e ineficientes.
Desde el principio, el gobierno manipuló la información e incluso hizo públicos comunicados en los que informaba que había establecido contacto radial con la nave y que la operación de rescate estaba en marcha. Incluso, rechazó ayuda de gobiernos extranjeros.
Al quinto día, el presidente Vladimir Putin autorizó a la marina que aceptara ofertas de asistencia británica y noruega. Recién siete días después del hundimiento, los buzos noruegos abrieron finalmente la escotilla en el noveno compartimento del submarino, esperando localizar supervivientes, pero lo encontraron inundado.
Fue entonces que el gobierno ruso comunicó oficialmente que no había supervivientes, que toda la tripulación había muerto al hundirse el submarino, por lo que hubiera sido imposible rescatar a alguien con vida.
Agonía debajo del mar
Las anotaciones del teniente Kolésnikov, cuando fueron encontradas, desmintieron de manera concluyente todas las declaraciones oficiales: cuando el K-141 Kursk tocó el fondo del Mar de Barents, había todavía por lo menos 23 tripulantes vivos, que siguieron respirando mientras les duró el oxígeno, un lapso que se calcula entre 6 y 48 horas.
Además de las dos notas, en el bolsillo del uniforme del oficial también se encontró un tercer apunte que reveló que incluso había tenido tiempo de hacer un registro de sobrevivientes. “Aquí está la lista de personal de las otras secciones, que ahora están en el noveno (compartimento) y tratarán de salir. Saludos a todos, no hay necesidad de desesperarse”, decía.
Una investigación posterior presentó la hipótesis que los marineros habrían intentado buscar oxígeno con una maniobra que produjo otro incendio y causó la muerte de algunos de los que estaban en el noveno compartimento. Y que además consumió el oxígeno restante, lo que terminó sofocando a los otros sobrevivientes.
Nadie pudo salir de la nave sumergida. Todos murieron allí, pero no todos instantáneamente, como indicó la primera versión oficial, sino que muchos vivieron una agonía de horas o, tal vez, de días.
“Cuando se supo que había habido sobrevivientes, no solo quedó en evidencia que la Marina rusa había mentido, sino que tampoco habían hecho lo suficiente para rescatarlos vivos”, explica el profesor Kramer en su investigación sobre el hundimiento del Kursk.
“Se notó que las autoridades militares no tenían la suficiente autonomía para ordenar un rescate, lo que dejaba claro que continuaban las viejas prácticas burocráticas soviéticas, que al final, muy posiblemente, les hayan costado la vida a estos marineros”, concluye.
Rescate y reconocimiento
La versión oficial se vino abajo cuando finalmente los restos del Kursk –mejor dicho, buena parte de ellos– fueron recuperados el 8 de octubre de 2001 y se encontraron las notas guardadas en el bolsillo del uniforme del teniente Kolésnikov.
No fue la marina rusa la encargada del rescate, sino dos empresas privadas, las compañías holandesas Smit International y Mammoet, que contaban con la tecnología necesaria para hacerlo. Quizás por esta contingencia es que los papeles del teniente salieron a la luz.
Junto con los restos del submarino “inhundible” se recuperaron 115 cadáveres.
Más de dos años después del hundimiento, el gobierno ruso completó una investigación secreta del desastre. Abarcaba 133 volúmenes, pero sólo se conoció un resumen de cuatro páginas que fue publicado en el periódico oficial Rossíiskaya Gazeta.
En el informe se enumeran como causas del hundimiento la “pasmosa falta de disciplina, el equipamiento obsoleto y mal mantenido” y la “negligencia, incompetencia y mala gestión”.
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