En el mundo de la Moda la llaman “la reina de las cejas”, y está claro por qué. Esas cejas oscuras y pobladas que contrastan con la piel blanquísima y la melena rubia no sólo son su sello distintivo, sino que abrieron camino a una de las tendencias más extendidas de la última década, y todavía hacen escuela. Son las mismas que la acomplejaban de chica, a la edad en la que debutó como modelo por la puerta grande: fotografiada por Bruce Weber para la Vogue italiana.
Era 2002, y Cara Jocelyn Delevingne –nacida el 12 de agosto de 1992 en Hammersmith, Inglaterra– tenía diez años. La había descubierto nada menos que Sarah Doukas, la dueña de la agencia Storm, famosa por haber catapultado a la fama, entre otras, a Kate Moss. Cara iba a arrancar en la Moda con el visto bueno de las dos, casi como una heredera natural de la última gran supermodelo en una era en la que parecían haber pasado de moda, pero para eso faltaba.
Esa primera producción fue casi un juego, las hijas de Doukas eran compañeras de colegio de Delevigne y sus hermanas –Poppy (36) y Chloe (37)– en el tradicional instituto para señoritas Francis Holland, y ella necesitaba una nena linda y expresiva para una nota sobre el sombrerero irlandés Philip Treacy. Poppy ya tenía contrato con Storm, pero aunque las fotos de Weber muestran el don natural para posar de su hermana –con una enorme capelina amarilla y un sombrerito de fieltro rosa con la cara de Liza Minelli, a la que mira seria desde abajo–, Cara no quería saber nada con seguir modelando.
Por el contrario, la hija menor de la it girl de los ochenta Pandora Stevens y el aristócrata y desarrollador inmobiliario Charles Delevingne (se pronuncia De–lavín), prefería vestirse de superhéroe y jugar en el barro. “Era la típica marimacho, muy traviesa. Detestaba el rosa, ¡y aún lo odio! Aprovechaba cuando mi madre no miraba para quitarme la ropa; casi siempre lo hacía en el supermercado y me tenía que perseguir por todos los pasillos para vestirme de nuevo”, le dijo a El País hace una década, cuando sorprendió como la imagen de Burberry y H&M y fue nombrada una de las londinenses más influyentes por el Evening Standard, en la categoría Más Invitada. Seguía finalmente los pasos de su madre y de su madrina, la mítica Alexis Carrington de Dinastía, Joan Collins. Se había resistido toda su vida, pero ella también marcaba tendencia aún sin proponérselo.
Había crecido entre la élite británica, criada en el exclusivo barrio de Belgravia, al suroeste del Palacio de Buckingham. Y los vínculos palaciegos de su familia eran de larga data: su abuela materna fue dama de honor de la princesa Margarita, su bisabuelo paterno era vizconde; la segunda mujer de su abuelo materno –el empresario periodístico Sir Jocelyn Stevens, conocido como ¨la piraña”–, fue la filántropa Vivien Duffield, heredera del imperio del retail Sears –incluyendo a la tienda de lujo Selfridges, donde Pandora fue jefa del departamento de Personal Shopping y contaba entre sus clientas a la Duquesa de York, entre otras socialites–.
Sin embargo, esa cuna de oro no estuvo exenta de zonas oscuras. A fines de los setenta, Pandora –una belleza que explica el ADN de su hija– cayó en la entonces tan dramáticamente instalada adicción a la heroína y fue hospitalizada por su padre que la encontró en Nueva York al borde de la sobredosis. Pasó una temporada en un psiquiátrico en Suiza antes de conocer a Delevingne, y tuvo varias recaídas cuando Cara y sus hermanas eran chicas. Mientras la hoy actriz, modelo y cantante estudiaba en la prestigiosa secundaria Bedales como parte del rito aristocrático para expandir su círculo social, la madre entraba y salía de rehab.
Cara habla poco del tema, pero en 2015 le dijo a la Vogue americana: “Un padre adicto marca la infancia de cualquier niño. Crecés demasiado pronto porque estás haciendo de padre de ellos. Mi mamá es una persona asombrosamente fuerte con un corazón enorme, y la amo. Pero una adicción no es algo de lo que uno se recupere, no lo creo. Sé que hay gente que dejó las drogas y está bien, pero no es el caso. Ella sigue luchando”. Pandora ya estaba escribiendo entonces sus muy comentadas memorias que, sin embargo, no llegó a publicar. El año pasado admitió que el libro estaba listo y en espera, porque pese a las ofertas de varias editoriales, no quería dañar a su familia.
Si sus hermanas mayores se sobreadaptaron al drama familiar para destacarse en el colegio y en los eventos sociales, Cara –seis años menor– fue una niña solitaria y melancólica, que se aburría en las carreras de caballos y no parecía encajar en las convenciones de la clase alta inglesa. En esa entrevista con Vogue, recordó que pasaba mucho tiempo en consultorios de psicopedagogos y neurólogos, que en general terminaban frustrándose con ella. Todo era desconcertante: a los 9 años le dijeron que podía leer como si tuviera 16, pero a los 16 le dijeron que tenía la habilidad lectora de una chiquita de 9. Ella también se frustraba una y otra vez.
Finalmente fue diagnosticada con dispraxia, una patología que genera problemas de coordinación entre el pensamiento y los movimientos. Siempre le costó escribir, los exámenes le provocaban ataques de ansiedad. En realidad, enviarla pupila a Bedales fue parte de la búsqueda de una institución a la que se adaptara mejor: es un colegio elegante, pero orientado al arte. “Totalmente hippie –contó a Vogue sobre esa institución–. Si ibas con una cartera de Chanel, te hacían bullying”. Así empezó a estudiar música y teatro, como una especie de terapia.
Pero para esa adolescente que, según la madre, era “la más loca” y la más parecida a ella de sus hijas, crecer no era fácil pese a todos los recursos socioeconómicos de su familia. “De pronto me golpeó una ola gigante de depresión, ansiedad y odio para conmigo misma. Me sentía tan mal y era tan doloroso, que era capaz de golpearme la cabeza contra un árbol hasta desmayarme. No me cortaba, pero me rascaba hasta sangrar. Quería desaparecer del mundo y que me barrieran”, confió.
“Fumaba mucho porro, pero estaba totalmente fuera de eje, con o sin drogas. Me trataban con un cóctel de medicación más fuerte que el Prozac –dijo en esa entrevista en la que se sinceró por primera vez sobre los trastornos que había padecido–. Pensaba que si quería actuar tenía que terminar el colegio, pero a la mañana no me podía levantar de la cama. Lo peor es que sabía que era una chica privilegiada, entonces el hecho de preferir estar muerta también me hacía sentir culpable. Era un círculo vicioso, ¿cómo me atrevía a sentirme así? Y eso me volvía más autodestructiva”.
Entonces tuvo que dejar el colegio durante seis meses para someterse a un intenso tratamiento psiquiátrico que, asegura, le salvó la vida. Todavía lleva en la piel algunos de esos padecimientos. La modelo británica más popular desde Kate Moss sufre de psoriasis, como si su cuerpo se revelara contra un oficio que la obliga a exponerse. El estrés y la ansiedad se le imprimen en forma de enormes manchas rojas: “Es una enfermedad autoinmune, y yo soy muy sensible”, le dijo hace años a la revista W.
En esa nota contó cómo en una Semana de la Moda fue precisamente Moss la que la apoyó con su problema: “Era, por supuesto, el peor momento del año para estar cubierta de costras. Kate me vio antes de un desfile de Louis Vuitton mientras me maquillaban para tapar las marcas y me dijo ‘Es tremendo, ¿por qué te está pasando eso? Necesito ayudarte’. Esa misma tarde me consiguió turno para ver a un médico. Siempre estuvo cerca para aconsejarme”. Y es que tal vez Moss, más que nadie, podía entender las presiones de la pasarela. Igual que ella, Cara no era ningún modelo, sino una chica vulnerable en la que se vio reflejada. Igual que ella, era exactamente esa vulnerabilidad la que le daba el carácter por el que las grandes marcas pagaban fortunas.
Y de todos modos, para Cara, el modelaje no era un punto de llegada. Después de los contratos millonarios y las tapas de todas las revistas de moda, se dedicó a perseguir su siguiente objetivo: “Ganar un Oscar”. Siempre supo que también como modelo su diferencial era ese. “Al principio, pensaba, ‘¿Cómo hago para distinguirme de las otras chicas?’ ¡Había tantas más altas, más flacas y más lindas que yo! No soy una chica femenina, ¡hasta los 18 era una tabla! No tengo tetas, soy muy petisa… –mide 1,73 m, pero eso era poco para los estándares de pasarela–. Creo que la razón por la que me prestaron atención es que yo actúo. Trato a la cámara como si fuera una persona, la miro. Las fotos son algo chato y necesitás darles vida”.
En 2012 consiguió su primer papel en cine en Ana Karenina, junto a Keira Knightly, y para 2014 tuvo un papel casi protagónico en el thriller psicológico The face of an angel. Había sido nombrada Modelo del Año en los British Fashion Awards, pero volvió a deprimirse y escapó a Los Angeles. Era también una forma de ponerse en la carrera de lo que le interesaba en serio: quería estar en la meca de la industria. Para entonces, tras una breve relación con el cantante folk Jake Bugg, confirmó su noviazgo con la actriz Michelle Rodríguez, que como Cara, tenía un historial de problemas con el alcohol. También como ella, había declarado que le gustaban tanto los varones como las mujeres; la prensa las persiguió a sol y a sombra.
Delevingne ya había dicho que su sexualidad era fluida: “Cuando me di cuenta de que el género es mucho más que masculino o femenino, fue un momento de revelación, como descubrir un secreto, ¿Viste esos cuentos de hadas y comedias románticas con los que nos criaron? No son reales”. Igual que en su carrera, donde además del modelaje y la actuación, toca la guitarra y la batería, siempre le escapó a los encasillamientos. “Odio que me presionen para que me defina. Me quema la cabeza que necesiten ponerle etiquetas a todo. Odio etiquetarme a mí misma –le dijo a Net-a-Porter en 2019, aunque los medios ya hablaban entonces de ella como pansexual–. Fui a tantas comidas en las que la gente me decía, ‘Bueno, pero ¿qué sos? L, G, B, T o Q?’ Y yo, ‘¿En serio vamos a hablar de esto, chicos? Ni idea que soy, cambio todos los días’”.
El romance con Rodríguez no duró mucho. Cara conoció al actor británico Jack O’Connell en el set del drama histórico Tulip Forever, pero la relación tampoco pasó a mayores. En cambio, en 2015 se enamoró de la cantante St. Vincent, por completo y por primera vez, según le dijo entonces a la Vogue británica: “Antes de ella no sabía el significado del verdadero amor. Ahora sé que el significado de la vida es el amor”. Estuvieron juntas un año y medio y la cantante diría después que parte de lo que las separó fue la fama descomunal de su ex: “Yo estoy acostumbrada a eso, pero no a ese nivel”, dijo sobre la actriz y modelo que hoy tiene casi 43 millones de seguidores en Instagram.
Cara dice que, al menos en los primeros años de su carrera, su sexualidad fue un obstáculo. El predador sexual Harvey Weinstein –y muchos anónimos que jugaban con sus reglas– todavía mandaba en Hollywood, y la actriz denunció en octubre de 2017 que el ex productor de Miramax la había acosado. Le exigía, concretamente, que se besara frente a él con otras mujeres. “Una de las primeras cosas que me dijo Weinstein fue ‘Nunca lo vas a lograr nada en esta industria siendo lesbiana: conseguite una pantalla’. Eso me lo decía mucho antes de tratar de tocarme. Y cuando empecé a audicionar para películas, se paraba delante mío y me nombraba a todas mis amigas famosas mientras preguntaba ‘¿Con esta te acostaste?’ Yo me daba cuenta de que era una locura”, le dijo a Net-a-porter. Esas experiencias fueron las que la convirtieron en una activista por los derechos de las personas LGTBIQ+, algo que sumó a su compromiso con el proteccionismo y la lucha contra el cambio climático.
Conoció a Ashley Benson durante el rodaje de Her Smell (2018), con Elisabeth Moss y Amber Heard, y se fueron a vivir juntas durante la cuarentena obligatoria por la pandemia de Covid. Sin embargo, Delevingne dijo que el estrés del aislamiento terminó por desgastar la pareja, y se separaron en 2020.
En 2019 había protagonizado la serie Carnival Row, junto a Orlando Bloom, pero nadie podía prever el éxito rotundo de Only murders in the building, la producción de Hulu con Steve Martin, Selena Gomez y Martin Short que hace unas semanas lanzó su segunda temporada por Star+ y ya anunció que habrá una tercera. Esa comedia de misterio parece el lugar ideal para la reina de las cejas y su mirada gélida.
A los 30, está convencida de que la clave de su carrera fue no hacer nunca lo que se esperaba de ella. “Me pasé la vida evitando hacer lo que los demás querían que hiciera, y creo que hasta acá me fue bastante bien –le dijo a Net-a-Porter–. Puede que tenga un problema con la autoridad, pero creo que la gente pasa demasiado tiempo peinándose las plumas. Y las plumas son para despeinarlas”. Las cejas también, está claro.
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