La escena debería tener el silencio melodramático de Hitchcock. La nena tiene seis años y es rubia y angelada, con los ojos claros y redondos como dos preguntas. Abre el regalo con emoción infantil para encontrar dentro del paquete una cajita de madera que parece un ataúd a escala, en cuyo interior descansa, macabra, una muñeca Barbie idéntica a su madre y vestida con el mismo traje verde con el que la vio trabajar todos esos meses.
La nena era Melanie Griffith y era hija de Tippi Hedren. Y quien le mandó esa muñeca no era otro que el director de Los Pájaros (1963). La propia Hedren contó en sus memorias cómo el hombre que la descubrió en un comercial de leche para perros cuando todavía era modelo y usaba su nombre de pila –Nathalie–, para transformarla en su musa y en la protagonista de uno de sus mayores clásicos, fue “demente, cruel y vengativo” y se obsesionó con ella al punto de hacer del set un escenario de horror tan real como los pájaros que la atacaron de verdad en la secuencia más conocida de la película.
Como también se ve en The Girl (2012), Hitchcock acosaba sexual y laboralmente a la actriz en la que creyó encontrar a una nueva Grace Kelly, y su hijita –que iba a debutar en el cine a sus órdenes en Marnie (1964) en un flashback a la niñez del personaje de Hedren– sufrió las consecuencias. Igual que unos años más tarde, cuando la madre se empeñó en que convivieran con leones en su rancho californiano, Griffith aprendió una lección que la marcaría para siempre: los gritos de la ficción deben callarse en la vida porque demostrar el miedo sólo aumenta el peligro.
Nacida como Melanie Richards Griffith el 9 de agosto de 1957 en Nueva York, se mudó con Hedren a Los Angeles a los dos años, tras el divorcio entre la actriz y su padre, el publicista Peter Griffith. Heredó de la madre la mezcla de rasgos nórdicos y teutones y la voz naturalmente rasposa y susurrante que la hacía sonar como una Marilyn precoz, sensual y capaz de erotismo incluso antes de la adolescencia.
Apenas había cumplido catorce cuando conoció a Don Johnson en el rodaje de The Harrad Experiment (1973). El tenía 22 años y hacía un desnudo total como uno de los alumnos de su madre, que protagonizaba el film. Ella hacía de extra y en cuanto lo vio pensó que “era la persona más hermosa que había visto jamás”. Aunque tenían mucho más que la belleza y la actuación en común.
Hijo de padres casi adolescentes, Johnson había tenido una infancia de horror. “Tenía todos los números de la quiniela: abuso, divorcio antes de que yo cumpliera doce, y encima era el más grande –le dijo a The Guardian hace diez años–. Fue una niñez muy triste. Y cuando te vas de tu casa a los 16 y sin planes y te tenés que defender solo hasta en el colegio, eso te forja el carácter”.
Para ella ese carácter era lo más parecido a estar en casa: hacía más de un año se había acostumbrado a dormir con leones en su cuarto, desde que la madre y su padrastro, Noel Marshall –productor ejecutivo de El exorcista (1973)–, se enamoraron de los felinos mientras Hedren filmaba Satan’s Harvest (1971) en Mozambique. Pronto se iban a embarcar en una de las producciones más desastrosas y dilatadas de la historia de Hollywood, Roar (1981), una comedia de aventuras sobre una familia en Africa y su encuentro con esos “gatitos grandes” –como aprendió a llamarlos Melanie–, en donde actuaban ellos mismos y sus tres hijos (además de Griffith, dos de los de él).
Durante la filmación, que tomó en total una década, Melanie fue rasguñada en la cara por un león –en un ataque que se registró en la película– y tuvieron que hacerle una cirugía reconstructiva y darle cincuenta puntos. “Fue una época loca y peligrosa, por la que estoy agradecida, porque me hizo fuerte”, dijo en junio del 2020 la actriz al Daily Mail.
No era extraño que se sintiera inmediatamente atraída por Don Johnson: eran dos animales salvajes. Con 15 años, se mudó al departamento de aquel también precoz objeto sexual casi como si encontrara un refugio, un par. Por entonces no parecía un problema que ella fuera menor; Hedren se resistió un poco, pero terminó por darle permiso: “Era más fácil manejar a los leones que ponerle un límite a mi hija”, describiría muchos años después la matriarca. Cuando por entonces le preguntaron al que sería el galán de Miami Vice por la diferencia de edad, dijo que era “más mujer” que la mayoría de las chicas que conocía. Se comprometieron el día que ella cumplió 18, y se casaron en enero de 1976.
Pero en una relación entre dos salvajes, los daños eran previsibles. La noche antes del casamiento, Don le confesó a Melanie que había estado viéndose con la ex Miss Mundo Marjorie Wallace. Ella lo perdonó del mismo modo que se repuso de la cicatriz en la cara, y se juraron amor eterno en Las Vegas, pero seis meses después se separaron, y en noviembre de 1976 el divorcio estaba firmado.
Entonces, cada uno siguió su camino y ella tuvo un publicitado romance con el actor Ryan O’Neal en donde el alcohol y las drogas –en los que se había iniciado aún antes de conocer a Don–, fueron una constante.
Tatum O’Neill asegura en su autobiografía –A paper life (2004)– que Melanie la indujo a participar de una orgía de sexo y opio cuando sólo tenía doce años. “Eran los ochenta. Había demasiadas fiestas. Demasiada cocaína. Demasiada tentación”, diría Griffith sobre esa época.
Era 1981 cuando fue convocada para la película para televisión She’s in the army now, con Jamie Lee Curtis y Steven Bauer, con quien se casó poco después de terminar el rodaje. De esa relación nació su hijo Alexander. Mientras tanto, Don Johnson había conocido a la modelo de Andy Warhol Patti D’Arbanville, con quien tuvo a su hijo Jesse. Pero los destinos de ambos estaban marcados para volver a cruzarse. Se sabía que los dos luchaban contra sus adicciones cuando Melanie llamó a Johnson en una noche desesperada.
Estaba filmando el papel de su vida, como la secretaria ejecutiva Tess McGill en Working Girl (Secretaria ejecutiva, 1988), y la acosaba el miedo de no estar a la altura. Lejos de la aparente candidez de la protagonista de esa película icónica, llegaba drogada al set y recibía a los dealers en su motorhome. Una tarde se emborrachó en medio de una escena con Alec Baldwin. Para hacer la siguiente se animó con más vodka, pero el resultado fue patético: “Pensé que era gracioso, pero no lo fue para nada –cuenta en el documental homenaje al director Mike Nichols, que padeció los consumos problemáticos de su heroína–. Tenía que bajar unas escaleras con Alec y no podía ni sostenerme en pie”.
El genio detrás de El graduado (1967), La jaula de las locas (1996), y Closer (2004) estaba furioso: “Mike se enojó tanto conmigo, no quería ni hablarme. Su asistente vino y me dijo: ‘Vamos a dejar por hoy, andate a tu casa’, y yo sabía que estaba en problemas. A la mañana siguiente, Nichols me llevó a desayunar y me dijo: ‘Esto es lo que va a pasar: vas a pagar de tu bolsillo por lo de ayer. No te vamos a denunciar con el estudio, pero vas a pagar el costo’, y el costo fue US$80,000. Quería llamarme la atención, y lo hizo. Fue una experiencia humillante, pero aprendí mucho”.
Lloró al teléfono la noche que llamó a Johnson. Quería dejar la cocaína y necesitaba ayuda. Así empezó un largo ida y vuelta de conversaciones telefónicas, primero, como dos que se querían y se conocían profundamente y buscaban darse apoyo en ese momento crucial de sus vidas. Don también era un referente actoral para ella, mucho más que su madre. Vivía con él y no pensaba ser actriz cuando casi por casualidad consiguió su primer rol importante en Night Moves (1975), de Arthur Penn: “Fui a la audición por accidente, pensé que era un trabajo de modelo. Estaba haciendo publicidades porque vivía con Don y estábamos quebrados. Cuando me avisaron que había quedado, dije: ‘Dios, no, no quiero hacer esto’, pero Don trabajó conmigo y gracias a eso lo logré”. Ahora que estaba ante la gran oportunidad de pasar a las grandes ligas, Johnson sería otra vez su gran apoyo.
El papel de Tess McGill quedaría en el recuerdo como una de las primeras versiones realistas de las mujeres trabajadoras de aquella época: las zapatillas blancas en la cartera junto con la ambición –el sueño, decía el soundtrack de Carly Simon– de hacerse un lugar en un mundo de varones donde la competencia femenina podía ser muy desleal justo porque había poco lugar. La necesidad de transformarse para conseguirlo fue un proceso que también atravesó Griffith: su Tess cambiaba de traje y se cortaba el pelo; nunca como en su consagración Melanie fue más parecida a Tippi Hedren.
Don Johnson asegura que Dakota fue concebida durante el rodaje de la película por la que, finalmente, Griffith se redimió ganando un Globo de Oro. Y las fechas no mienten: el 26 de junio de 1989, Melanie y Don se casaron por segunda vez, ella estaba embarazada de su segunda hija. Dakota Johnson cumplió 32 años el 4 de octubre pasado.
Pero cuando en 1992 actuaron juntos en la remake de la comedia romántica Born Yesterday (1993), la crítica destruyó a la pareja. Dijeron que no había química, justo entre ellos. Las drogas volvían a jugar su parte pese a que hicieron todo lo posible por mantenerse sobrios. En marzo 1994 se separaron de nuevo, para volver a reconciliarse a fines de ese año. La fuerza de la atracción entre ellos era demasiado intensa, pero a la vez era un amor descontrolado y tóxico. Se separaron por última vez en mayo del 95 y se divorciaron al año siguiente: Melanie ya había conocido a Antonio Banderas en el set de Too much (1996).
El español también estaba casado, y pensó que lo que sentía por esa rubia deslumbrante era parte de la fiebre de la historia de ficción en la que hacían de amantes. Pronto se dio cuenta de que era mucho más que eso, y de que no podía hacer demasiado para detenerlo: “Fue muy rápido y muy compulsivo. Estábamos atados el uno al otro desde el primer momento. Hicimos todo lo que pudimos para ser respetuosos”.
Mientras la actriz española Ana Leza acusaba a Melanie de “robamaridos” y se vengaba de Banderas con una demanda millonaria, ellos planeaban su casamiento secreto en Londres, a semanas de los divorcios de ambos. La ceremonia, ante poquísimos amigos, fue el 14 de mayo de 1996. Él tenía 35 años, ella le llevaba tres. Ya estaba embarazada de Stella y los amigos dijeron a la prensa que estaban “perdidamente enamorados”, pero no querían hacer “demasiado ruido para no dañar a nadie”. El estaba por viajar a la Argentina para filmar Evita. Ella voló con él. La propia Griffith contó que fue echada del set de Alan Parker por Madonna, que había puesto su interés en el actor de Átame (1989).
Sobrevivieron a la reina del pop y a las continuas recaídas de Melanie por casi dos décadas. La actriz había dejado la cocaína con mucho esfuerzo, pero una lesión en la rodilla la dejó con una nueva adicción a los analgésicos. “Siempre fue extremadamente contenedor conmigo en situaciones en las que otras personas tal vez se hubieran ido corriendo”, diría ella después. Se separaron en buenos términos en 2014, aunque se sabía que hacía años estaban en una crisis que se extendía en medio de los viajes de él para filmar, convertido, al contrario de cuando se conocieron, en una estrella mucho más brillante que su mujer.
Griffith admitiría en entrevistas posteriores que la ruptura le permitió liberarse de la presión y el estrés de tener que impostar un comportamiento acorde con ese nuevo lugar de consorte, y que eso terminó con los ataques de epilepsia que le habían diagnosticado en 2011. Pero, al igual que con Don Johnson, el cariño permanece: “Voy a amar a esa mujer hasta el último día de mi vida”, dijo el actor a quien Dakota Johnson todavía llama “papi”.
Después de tres maridos y cuatro divorcios, Griffith ya no piensa en volver a casarse. “Cuando tenés más de 60 años y cuatro hijos –ella también siente a Jesse Johnson como propio– y por fin estás viviendo la vida que siempre quisiste, ¿por qué casarte? Sí, me encantaría volver a enamorarme y vivir un romance, pero no me pasó. Sigo buscando: tuve varios amantes, pero ninguna relación seria”, le dijo a InStyle hace un par de años.
Ahora que su hija mayor se destaca como la tercera generación de un linaje de actrices por naturaleza, Melanie volvió al cine en películas como The disaster artist (2017) y roles especiales en series. En 2020 tuvo una breve participación en High Note, una comedia indie protagonizada por Dakota. Su personaje en ese breve cameo tenía el mismo nombre que el que la catapultó a la fama: treinta años más tarde, Griffith volvía a ser Tess.
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