Era enero del 2020 y, para muchos, la idea de una pandemia todavía pertenecía al mundo de la ciencia ficción. Paula, sin embargo, ya se sentía “desesperada”. Hacía varios años que trabajaba jornadas eternas por un sueldo raquítico en un local de hamburguesas rápidas y aunque gozaba de la supuesta dicha de tener un trabajo “en blanco” estaba en una encrucijada.
Como madre soltera y jefa de hogar necesitaba el trabajo para mantener a su hijo pero le exigían tantas horas por día que apenas lo veía.
Cuando un conocido le sugirió la idea de vender fotos en lencería entre sus seguidores de Instagram, Paula dudó. ¿Yo, que trabajo en una cocina, hacer fotos semi desnuda? Después le pareció que no era para tanto y que podía servirle: una changa -en este caso “una changa erótica”- significaba, especialmente, sumarle unos pesos extras a su sueldo.
“¿Pero sabés lo que pasó? La primera semana vendí 6 fotos en ropa interior y gané lo mismo que en dos meses completos trabajando 7, 8, 9 horas por día en el local de hamburguesas”, cuenta ella a Infobae.
Son las 9 de la mañana de un miércoles y Paula Rojas enciende la cámara de su teléfono desde la habitación de un hotel boutique en Bariloche. Tiene 24 años, un buzo rosa chicle con la cara de Minnie y las almohadas blancas de la cama matrimonial sobre la que está recostada se ven suaves como jazmines.
A su lado, desnuda pero cubierta con una bata azul, está Jesy Fux, tal vez la reina madre de las trabajadoras sexuales virtuales. Por su amor por el yoga y la meditación, Jesy Fux es conocida como “Putita espiritual” y es eso lo primero que cuentan cuando aparecen juntas en cámara: se demoraron unos minutos porque estaban haciendo unas respiraciones matinales con el fin de que Paula estuviera “alineada” para contar su historia públicamente por primera vez.
Un trabajo ¿digno?
“Siempre me gustó sacarme fotos, nunca tuve muchos prejuicios en mostrarme en redes”, arranca Paula, que es oriunda de Paso del Rey, Moreno. No habla de redes con tres seguidores locos: sólo entre sus dos cuentas de Instagram y la de Twitter, Paula tiene casi 300.000.
“Pero honestamente, jamás pensé que me iba a dedicar a esto”, sigue. Se refiere a que “la changa erótica” dejó de ser “un kiosquito”, se expandió a su vida entera y hoy ya no trabaja en el local de hamburguesas de Caseros sino que trabaja, en sus palabras, como actriz porno.
No una actriz porno de las de antes, de la que le ponían el cuerpo a las ideas de otros y se llevaban migajas, sino una actriz de películas cortas como los capítulos de una serie que ella misma crea, produce, protagoniza, edita, publica y cobra (en dólares).
Una actriz de porno autogestivo que es, a la vez, mamá de un nene que está por cumplir 9 años.
“Cuando era chica e imaginaba qué quería ser cuando fuera grande obviamente pensaba en tener un trabajo convencional, como me habían dicho mis padres. Pero fui mamá a los 15, me hice cargo sola”, cuenta desde la cama, y un rayo de sol de invierno atraviesa los cerros nevados y entra por la ventana.
“Terminé el colegio un viernes y un sábado nació mi hijo, literal. Después de la licencia volví, terminé el secundario con el mejor promedio y me puse a estudiar auxiliar de farmacia, inglés. Pero me hacía cargo sola, y a la larga tuve que dejar los estudios para trabajar y mantenerlo”.
Paula no eligió de qué quería trabajar sino que agarró lo que había. Primero fue volantera - “bajo la lluvia, bajo el sol, con un montón de peso encima para no tener que volver a buscar más volantes, en el medio de unas peleas callejeras horribles”-. Después fue promotora, y a los 19 años empezó a trabajar como parte del crew (equipo) de una de las famosas cadenas de comidas rápidas.
La palabra en inglés sonaba bien, el trabajo era “en blanco” y, aunque ella la pasara mal, de afuera era vista como una madre que se mataba por su hijo, “lo que corresponde”.
Paula salía de la casa que alquilaba a las 5 de la mañana, dejaba a su hijo dormido en la casa de su madrina, entraba al local a las 7 de la mañana y salía a la tarde. En vez de volver, se ponía a estudiar, “eso me pedían para ascender de puesto”, y lo iba a buscar de noche, ya para darle de cenar.
“Empecé en la cocina, después fui ascendiendo. Pero me exigían tantas horas de trabajo que casi no lo veía. Había semanas que ni francos tenía. Lo veía cada vez más grande y pensaba ‘me estoy perdiendo todo esto por un trabajo digno -dice, y hace comillas con los dedos-, que me da un sueldo que ni siquiera me alcanza”.
Cuando se fue -cuenta- ganaba 13.000 pesos mensuales. La mitad de ese sueldo iba para el alquiler.
Durante un tiempo Paula sostuvo la “changa erótica” y el trabajo “en blanco” en simultáneo. Pero vino la pandemia y su trabajo, como el de muchos otros empleados gastronómicos, quedó en la cuerda floja. Para ese entonces, ya había conocido a Jesy Fux, la chica con la que ahora viajó a Bariloche un poco de vacaciones y otro poco para hacerse fotos desnudas en la nieve y luego venderlas.
Jesy le explicó cómo funcionaban Only Fans y Celeb, dos plataformas que permiten subir contenido sexual explícito, venderlo y cobrar en dólares. La changa se había mudado del erotismo al porno, por lo que habían aparecido nuevos miedos, nuevos prejuicios.
“Empecé a sentirme más juzgada. Tenía ese miedo de no ser lo que la sociedad considera que es ‘la madre ejemplo’, así que empecé a hablarlo mucho en terapia. Una gran parte de mí creía que estaba bien: yo disfrutaba de mi trabajo, me sentía libre, podía mantener a mi hijo, estar con él, irnos de vacaciones juntos. La otra parte de mí pensaba ‘pero está mal porque soy mamá’, ¿qué va a pasar si algún día le dicen ‘tu mamá es una puta’, o algo sobre mí que lo lastime? ¿estoy siendo egoísta?”.
Mientras en su cabeza se daba este debate, su vida había cambiado drásticamente. Se había animado a dejar el trabajo “seguro” y socialmente aceptado para crear videos porno, a veces sola y otras en plan “sexo grupal” junto a otros varones y mujeres del ambiente.
Paula no sólo había dejado de tener jefes, horarios y madrugones sino que su economía era completamente diferente a la de antes. Tres meses después de haber empezado a vender sus contenidos XXX tuvo el dinero para colocarse las siliconas y luego comprarse un auto, dos deseos que siempre había creído “imposibles de concretar”.
Sólo en Only Fans tiene hoy 1.500 suscriptores que pagan 5 dólares mensuales por ver sus contenidos. A eso hay que sumarle lo que cobra por cada video extra que vende (entre 25 y 40 dólares). “Hasta ahora no tuve meses malos. El último mes cerré en 8.700 dólares”, dice.
A eso se suma lo que vende en pesos por otras redes, por lo que hace tiempo que se mudó con su hijo a otra casa y puede mantener incluso a su mamá.
Así y todo, pensó en dejarlo. “Hace poco lo pensé seriamente, cuando ya me iba muy bien”, confiesa. ¿Por qué?
“Me estaba creyendo todos esos prejuicios de afuera, el ‘¿cómo vas a hacer esto vos, que sos mamá?’. Hasta que un día fui a comer a una pizzería con mi hijo, tomamos un helado, fuimos a los juegos y yo veía que él se reía: estaba feliz, le encantaba hacer planes conmigo, algo que antes no podíamos hacer, porque si nos dábamos un gusto yo sabía que no llegábamos a fin de mes. Me dijo ‘mami, la estoy pasando re lindo’. Necesité que me lo dijera para darme cuenta”, cuenta ella y se emociona.
Dice Paula que así decidió hacerse cargo de sus elecciones. “Con este trabajo yo estoy bien, él está bien, el resto es el prejuicio de la sociedad sobre lo que debería o no debería hacer una mujer, más una madre. Así que entendí que mi responsabilidad era criarlo con una mentalidad fuerte para cuando alguien quiera venir a herirlo, porque gente mala leche hay en todos lados”.
El tema divide a la sociedad por los prejuicios morales -“cada mujer puede hacer lo que quiera”/ “buscate un trabajo digno”-, pero también divide a los feminismos, y no sólo en Argentina.
Hay quienes creen que en la prostitución siempre hay explotación y nunca un trabajo, mucho menos “digno”. Y hay quienes, por el contrario, creen que es un trabajo que debería ser reconocido y regulado para que puedan tener derechos laborales (por ejemplo, aportes).
A su hijo Paula le dijo que era modelo y que vendía fotos, “algo apto para la edad que tiene. No le dije que soy panadera y el día de mañana se va a enterar de que soy actriz porno. Le conté que soy actriz, modelo, algún día sabrá de qué estilo”.
Su decisión fue no trabajar para la gran industria del porno, de hecho, sus videos no están en los sitios de porno masivo como Pornhub. Para autogestionarse e igual hacerlos con calidad profesional Paula tiene en su equipo a un realizador audiovisual que los graba, un editor y alguien que los subtitula en inglés (porque Only fans tiene unos 130 millones de usuarios de todo el mundo)
Tiene, además, una community manager que alimenta las redes sociales, aunque ella aprendió a hacer todo para no depender de nadie.
También graba videos con morbos personalizados o hace videollamadas sexuales a pedido. “Mucha gente cree que es algo súper explotado, que si un día no tenés ganas de tener sexo igual estás obligada a hacerlo. Yo si no tengo ganas o no estoy motivada no lo hago. No tengo jefes, si no quiero no me obligo”.
¿Cómo organiza su día? Un poco como todas las madres.
“Trabajo cuando mi hijo está en la escuela. O a la tarde, cuando viene y se pone a jugar yo agarro el teléfono, edito y subo contenidos hasta la noche”. Si toca ir al médico, hacer la tarea o ir a un acto, Paula, ahora sí, se toma el día para estar con él.
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