La captura y el calvario de Ana Frank: ¿hubo un delator o los nazis la encontraron por azar?

Una reciente investigación sugiere que fue un abogado judío quien delató a Ana Frank y a su familia. El libro que sostenía esa afirmación fue retirado de la venta por la empresa editora neerlandesa que admitió haber sido poco crítica con la teoría expuesta. Ana fue capturada por los nazis y enviada a Auschwitz y a Bergen Belsen, donde murió de tifus poco antes del fin de la Segunda Guerra

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"Cuando acabe la guerra quisiera
"Cuando acabe la guerra quisiera publicar un libro titulado ‘La casa de atrás’; aún está por ver si resulta, pero mi diario podrá servir de base", escribió la adolescente Ana Frank en su diario (Anne Frank house)

De pronto, todo había terminado. El escondite, la clandestinidad, las alertas, los temores, las precauciones, los dos años vividos en ese terror signado por la incertidumbre, la apariencia de una vida normal sin salir a la calle, la esperanza de sobrevivir; todo, estaba ahora depositado en el caño de una pistola, pequeña, que apuntaba a la cabeza de los escondidos como una prolongación del brazo y las intenciones del oficial de las SS Karl Silberbauer.

Los Frank habían sido descubiertos y capturados. Iban a ser deportados y asesinados. Entre ellos, la pequeña Ana, que había pasado de la niñez a la adolescencia metida en ese pozo conocido como “la casa de atrás” donde Otto Frank, su mujer, Edit y sus hijas Margot y Ana, más los tres integrantes de la familia Van Pels, Hermann, su esposa Auguste y su hijo Peter y el dentista Fritz Pfeffe, ocho personas en total, habían creído que era posible burlar la tremenda cacería de judíos desatada por el nazismo, incluso cuando la guerra ya estaba perdida para la Alemania de Adolf Hitler y su imperio que iba a durar mil años. La maquinaria de la muerte, a la que siempre cuesta tanto detener, funcionaba todavía con impecable fiereza.

Uno de los dormitorios en
Uno de los dormitorios en donde los Frank y los van Pels vivieron escondidos en "la casa de atrás" (Anne Frank House)

El 4 de agosto de 1944, los nazis entraron al almacén del 263 de la calle Prinsengracht, en Amsterdam, frente a un melancólico canal. Era un negocio en la planta baja, con oficinas y empleados en la planta alta y nada más. En apariencia. En la parte trasera de la casa, a la que se accedía por una puerta trampa oculta tras una inocente estantería con bisagras, se ocultaban los Frank y los Van Pels. ¿Quién lo sabía? ¿Cómo lo supieron los nazis? ¿Lo sabían los nazis?

La historia de los Frank, fue similar a la de miles de familias judías europeos que sucumbieron a la barbarie. Ana los hizo diferentes. Ana y su diario, que escribió durante el encierro y en el que dejó plasmados sus pensamientos de muchacha, su intimidad, sus interrogantes, sus sueños, sus deseos, sus miedos, esperanzas y alegrías y que aún hoy, a casi ocho décadas, es un formidable alegato acusatorio contra el nazismo. Los Frank eran alemanes, Ana nació el 12 de junio de 1929 en Frankfurt am Main, Hesse. El padre, Otto, había combatido por Alemania durante la Primera Guerra Mundial y cuando nació Ana era un comerciante, un pequeño empresario, dueño de Opekta, una empresa dedicada a elaborar materia prima para la fabricación de dulces y mermeladas.

La familia Frank: Otto, Edit
La familia Frank: Otto, Edit y sus hijas Margot y Ana. Fueron capturados el 4 de agosto de 1944 y enviados todos a Auschwitz. Solo el padre sobrevivió al espanto y se encargó de que el mundo conociera la historia de su hija (Anne Frank House)

La llegada de Hitler al poder en 1933, las primeras leyes raciales del Reich y la violencia contra los judíos, impulsó a Otto a abrir una filial de su empresa en Ámsterdam. El exilio les hizo perder la ciudadanía alemana según las nuevas reglas del Reich. Fue en Holanda donde Ana empezó a escribir en secreto. El 10 de mayo de 1940, cuando a Ana le faltaba un mes para cumplir once años, los alemanes ocuparon Holanda, la reina Guillermina se exilió en Londres y los judíos supieron que les esperaba el mismo destino que a los judíos de Alemania. En Holanda, los nazis aplicaron las mismas leyes raciales, los judíos perdieron sus derechos, fueron apartados de la vida social, de las instituciones públicas y de los cargos oficiales; pronto los obligaron a andar por la calle y per la vida con una estrella de David prendida a sus ropas.

Solían comer todos juntos, con
Solían comer todos juntos, con la radio sintonizada en la BBC de Londres, que daba los últimos partes de la guerra, y podían usar el baño de nuevo (Anne Frank House)

Otto Frank tomó entonces dos decisiones que, pensó, salvarían a su familia: cedió la dirección de su empresa a dos colaboradores no judíos, y armó un escondite secreto en la parte trasera del 263 de la calle Prinsengracht: la “casa de atrás”. Eran tres plantas unidas al edificio principal, con dos habitaciones y baño en la primera planta, cincuenta metros cuadrados unidos al edifico principal, una habitación grande y otra más chica en el piso superior y una buhardilla a la que se llegaba por una escalera de mano. A esa “casa de atrás”, se accedía por la puerta disimulada como una estantería en el edificio principal. El pequeño complejo fue construido en secreto y por si era necesario usarlo alguna vez.

En junio de 1942, Otto tomó otra decisión que, no podía saberlo, iba a tener un alcance impresionante: el día que Ana cumplió trece años, le regaló un cuaderno de tapas rojas y blancas, biseladas con beige, para que usara como diario íntimo: ya no era un secreto para los Frank que Ana quería ser escritora. Semanas después, Margot, tres años mayor que Ana, recibió una citación de la “Unidad central para la emigración judía en Ámsterdam”, que ordenaba su deportación a un campo de trabajo. Otto supo entonces que era el momento de usar la casa de atrás.

Karl Silberbauer, oficial de la
Karl Silberbauer, oficial de la Gestapo que arrestó a Ana Frank

El 6 de julio mudó allí a toda su familia, con la ayuda de dos o tres personas que en los siguientes dos años, les llevaron a diario ropa y comida y arriesgaron sus vidas para salvarlos. Eran Miep Gies, Víctor Kugler y Johannes Kleiman a quienes los Frank llamaron sus “protectores”. Para los protectores, los Frank eran los “escondidos”. Una semana después se unieron a los escondidos los Van Pels, Hermann, Augusta y Peter. Él era un carnicero judío que se había asociado a Frank para montar una pequeña empresa dedicada a la venta de especias. En noviembre, se sumó el dentista Pfeffe. Y basta. Ya no cabía nadie más en aquel escondite.

Ana Frank soñaba con ser
Ana Frank soñaba con ser escritora. Su diario, que sobrevivió a la requisa hecho por los nazis en el escondite donde pasó dos años de su vida.

¿Cómo vivieron los escondidos durante setecientos setenta días? Gracias a una estudiada, cuidadosa, invariable rutina. Amanecían muy temprano, verano e invierno, a las seis cuarenta y cinco. Usaban el baño por turno, pero había que olvidar su uso durante buena parte del día a partir de las ocho y media de la mañana, porque a esa hora entraban a trabajar los dependientes del almacén: el anexo secreto estaba justo arriba del almacén y cualquier ruido, el correr del agua por ejemplo, hubiese despertado curiosidad. A las doce y media, cuando todo el mundo salía a almorzar, los protectores acercaban a las escondidos ropas, comida y lo que hiciese falta. Solían comer todos juntos, con la radio sintonizada en la BBC de Londres, que daba los últimos partes de la guerra, y podían usar el baño de nuevo. Cuando los dependientes volvían del almuerzo, todo volvía a ser secreto y silencio hasta las cinco y media de la tarde. Cuando el almacén quedaba vacío, los Frank, los Van Pels y el dentista Pfeffe ya no tenían obligación de ocultarse en la casa de atrás, pero sí de andar por el edificio con suma discreción: ningún ruido podía salir al exterior de un edificio que se suponía desierto. La cena se unía a los preparativos para regresar a la “casa de atrás” y al sueño vigilante, hasta despertar al otro día, de nuevo a las seis cuarenta y cinco. Así durante dos años y un mes.

Usaban el baño por turno,
Usaban el baño por turno, pero había que olvidar su uso durante buena parte del día a partir de las ocho y media de la mañana, porque a esa hora entraban a trabajar los dependientes del almacén (Anne Frank House)

Y ahora, todo aquel andamiaje que pendía de los caprichosos hilos del azar, se había desmoronado ante la pistola del nazi Silberbauer. ¿Qué había pasado? Los nazis llegaron al almacén de la calle Prinsengracht entre las diez y media y las once de la mañana de aquel 4 de agosto. Encararon al empleado Willem van Maaren que los envió al piso de arriba, para hablar con sus jefes. No hay constancia de que van Maaren haya sabido algo de los escondidos. Los nazis trepan las escaleras. En una oficina trabaja Miep Gies, protectora de los Frank y compañía. “De pronto se abrió la puerta y entró un hombre pequeño, con un revólver en la mano. Me apuntó a la cabeza.” El resto de los oficiales nazis encara en su oficina a Víktor Kugler, es el director de la empresa y otro de los protectores. Le hacen algunas preguntas y recorren el edificio entero con él. “La policía subió al cuarto de almacenamiento, en la casa delantera, y preguntaron qué había en las cajas, bolsas y bolsos acumulados allí. Tuve que abrir todo mientras pensaba, Dios mío, ojalá sea la revisión de la casa y que termine pronto”.

No terminó pronto. La inspección duró casi dos horas, hasta que, no se supo nunca cómo, hallaron la puerta secreta. En ese momento, Otto Frank, el único que sobrevivió a la guerra de los ocho escondidos, estaba en la buhardilla junto a Peter van Pels a quien ayudaba con sus estudios sin escuela. “De repente, alguien subió corriendo las escaleras y cuando se abrió la puerta un hombre estaba parado frente a nosotros, con una pistola en la mano. Abajo estaban todos: mi esposa, mis hijas y los van Pels, todos con las manos en alto.”

En la casa de atrás,
En la casa de atrás, Miep Gies y otro empleado, encuentran el diario de Ana, recogen las páginas dispersas, las ordenan y las llevan a la oficina del almacén. Allí quedaran, librados al azar de la guerra, y les serán entregadas a Otto Frank cuando regrese vivo de los campos nazis de la muerte (Télam)

Los nazis revuelven todo, buscan objetos de valor, el botín de guerra; sacuden bolsos y maletines, de uno de ellos cae al suelo el diario de Ana Frank, el cuaderno rojo y los escritos anexos de aquella muchachita que se asomaba a la vida. Los papeles quedan esparcidos en el piso de madera de la casa de atrás. Se los llevan a todos, escondidos y protectores. Los interrogan en el edificio de la Gestapo, en la calle Euterpestraat. Quieren saber si hay más escondidos y dónde. Kleiman y Kugler no saben nada. Otto Frank dice que ha pasado dos años encerrado y no tiene contacto alguno con amigos o conocidos.

Mientras, en la casa de atrás, Miep Gies y otro empleado Bep Voskuijl, encuentran el diario de Ana, recogen las páginas dispersas, las ordenan y las llevan a la oficina del almacén. Allí quedaran, librados al azar de la guerra, y les serán entregadas a Otto Frank cuando regrese vivo de los campos nazis de la muerte.

La puerta secreta que llevaba
La puerta secreta que llevaba a la "casa de atrás" (Anne Frank House)

Todos los Frank van a parar a Auschwitz después de pasar por el campo de concentración de Westerbork, al noreste de los Países Bajos. Y desde allí, luego de tres días de tren en aquellos vagones de ganado que a los que daba vía libre Adolf Eichmann desde sus oficinas en Berlín, al gran complejo industrial del asesinato en masa. Pero para cuando llegan los Frank a Auschwitz, los nazis ya piensan en desalojar el campo, borrar las huellas, limpiarlo todo, que no queden ni rastros de los millones de muertos, incinerados en sus hornos.

En septiembre de 1944 ya hace tres meses que los aliados marchan hacia Berlín después de entrar al continente por las playas normandas; los rusos, el poderoso Ejército Rojo, avanza por Polonia con los ojos, y las miras de sus armas, fijos también en Berlín: en solo cuatro meses descubrirán los horrores de Auschwitz, al que liberarán el 27 de enero de 1945. Como parte del vaciamiento de Auschwitz, las hermanas Frank son enviadas lejos, al campo de Bergen Belsen, en la baja Sajonia alemana. A las dos muchachas las matará el tifus en marzo de 1945, con la guerra a punto de llegar a su fin.

En febrero pasado, la editorial
En febrero pasado, la editorial nederlandesa Ambo Athos decidió suspender la venta y edición del libro “The betrayal of Anne Frank – La traición de Ana Frank”, de la escritora canadiense Rosemary Sullivan

En febrero pasado, la editorial nederlandesa Ambo Athos decidió suspender la venta y edición del libro “The betrayal of Anne Frank – La traición de Ana Frank”, de la escritora canadiense Rosemary Sullivan. El libro, fruto de una investigación de seis años encarada por una veintena de historiadores, criminólogos, analistas y por un ex agente del FBI, Vince Pankoke, señaló al abogado judío Arnold van den Bergh como al delator de la familia Frank. Según esos investigadores, la delación fue parte de un trato de van den Berh con los nazis para asegurar su propia seguridad y la de su familia. Pero toda la familia de van den Bergh murió en los campos nazis, sólo él sobrevivió y murió en 1950.

La hipótesis de los investigadores, y de Sullivan, es que existió una nota anónima que Otto Frank recibió en 1945 y que indicaba que Van den Bergh los había delatado. Si de verdad existió esa nota anónima, jamás fue vista, no está consignada en ninguno de los documentos que honran a Ana Frank ni en su casa museo de Ámsterdam. Si Otto supo de aquella nota anónima, jamás habló de ella en público. Sin embargo, los investigadores afirmaron estar seguros de su culpabilidad “en un ochenta y cinco por ciento”.

Cientos de mujeres y niños
Cientos de mujeres y niños estuvieron hacinados en Bergen-Belsen conde pasaron hambre, frío y enfermedades. Allí murieron Ana y su hermana Margot de tifus poco antes de que finalizara la guerra (Library of Congress/Corbis/VCG vía Getty Images)

En estos casos, como en muchos otros, lo vital no es el ochenta y cinco por ciento de certeza, sino el quince por ciento de inseguridad. El historiador neerlandés Bart Wallet definió la investigación, y su principal teoría, como “inestable como un castillo de naipes” y su colega Bart van der Boom dijo que el libro de Sullivan contenía teorías “difamatorias”. En verdad, hay algo torvo y siniestro en culpar a un judío del calvario de Ana Frank y su familia y sin evidencias firmes, porque de alguna forma pone a los judíos en el sitio de los ejecutores y deja de lado a los criminales nazis, algo que, de modo directo, admitió la propia editorial al retirar el libro de Sullivan de la venta: “Pedimos disculpas sinceramente a cualquiera que se sienta ofendido por el libro. Somos conscientes de que la publicación internacional ha sido rebatida por argumentos que nos tiran por el suelo, y que aquí hubiera sido posible una postura más crítica antes de señalar a un judío como traidor de una familia judía”.

Mujeres prisioneras y los cadáveres
Mujeres prisioneras y los cadáveres de aquellos que no pudieron sobrevivir al horror de Bergen-Belsen (Bettmann Archive)

Según la investigación, ahora un poco vapuleada, el supuesto delator de los Frank, conocía la “casa de atrás” porque era miembro del Consejo Judío de Ámsterdam. Pero no hay evidencia alguna de que Otto Frank haya dado su dirección al Consejo Judío. ¿Por qué hacer evidente lo que era secreto? Ni siquiera la comunidad judía sabía dónde estaban los judíos escondidos. Tal vez lo supiera la resistencia, que colaboraba en hallarles refugios seguros. No era ese el caso de Ana Frank y su familia: Otto Frank había diseñado y construido él mismo la “casa de atrás”, que muy pocos conocían. Todo esto no descarta la hipótesis de un delator: si en verdad lo hubo, falta descubrir y probar quién lo hizo, cómo y por qué. En el porqué, hay que seguir la pista del dinero: los nazis pagaban muy bien por cada judío delatado.

El campo de concentración de
El campo de concentración de Bergen Belsen estaba ubicado en el norte de Alemania y fue concebido, en una primera etapa, como campo de prisioneros de guerra. Allí falleció Ana

La comida es otro factor a tener en cuenta. En Ámsterdam había unos veintiocho mil judíos escondidos y todos tenían que comer. Conseguir alimentos, que estaban racionados, era una tarea muy difícil para la resistencia, que se encargaba de conseguir cupones auténticos, o de falsificarlos. Una de las teorías que consideró Otto Frank como posibles en la desgracia de su familia, sugería que la Gestapo llegó aquel 4 de agosto al 263 de la calle Prinsengracht en busca de un sitio donde la resistencia falsificaba cupones de racionamiento; tal vez había sido posible que los nazis hubiesen armado en esa zona un operativo rastrillo, casa por casa, y que hubiesen dado por azar con los Frank. No es una teoría desbocada. De haber tenido la certeza de que en aquel almacén se ocultaban ocho judíos, la Gestapo habría actuado de otra forma y no hubiese demorado casi dos horas en dar con los Frank.

Esa es, en parte, la teoría que impulsa la Anne Frank House (Fundación Casa de Ana Frank), que no participó de la investigación que dio origen al libro de la canadiense Sullivan, a la que considera con muchas incoherencias. Los defensores del legado de Ana Frank explican que de los oficiales nazis que llegaron al almacén de la calle Prinsengracht, tres de ellos no estaban enterados de que buscaban judíos escondidos. Y que uno de los que participó en el arresto, Gezinus Gringhuis, dependía del departamento de delitos económicos de la Gestapo. Según los guardianes del legado de Ana Frank, ella y su familia, los Van Pels y el dentista Pfeffe no fueron traicionados, sino descubiertos por la Gestapo que investigaba delitos económicos durante la ocupación.

Ana escribió por última vez
Ana escribió por última vez en su diario el 1 de agosto de 1944, solo tres días antes de ser capturada por los nazis (Anne Frank house)

El 1 de agosto de 1944, Ana Frank escribió la última entrada en su diario, que es ya un fragmento de la historia del siglo XX y un alerta para los años por venir. Tres días después, sus sueños, sus ilusiones, su conmovedora sencillez estaban en manos de los nazis.

La entrada es una carta a Kitty, que es una amiga de Ana, una amiga imaginada con la que sueña patinar en Suiza, porque es un país neutral, o que las dos actúan como figurantes en una película; Kitty es un pedazo de su alma a quien Ana quiere escribirle porque no puede escribirle a nadie, cuando en realidad y sin saberlo, lo hace para millones. Y le dice: “(…) Y me critican cuando estoy de mal humor y ya no lo aguanto: cuando se fijan tanto en mí, primero me pongo arisca, luego triste y, al final, termino volviendo mi corazón con el lado malo hacia afuera y con el lado bueno hacia adentro, buscando siempre la manera de ser como de verdad me gustaría ser y como podría ser… si no hubiera otra gente en este mundo. Tuya, Ana. M. Frank”.

Esa es la luz que todavía ilumina.

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