El día en que se sentó en un bar con el expediente que acababan de conseguirle, Violeta tenía 38 años y una duda clavada en su historia. Ya sabía que no era hija de desaparecidos, incluso sabía que su adopción había sido legal. Todavía, sin embargo, no había logrado encontrar una explicación al sueño que la estaba persiguiendo desde hacía años.
“Soñaba que estaba por dar a luz en un lugar lúgubre, muy oscuro, y que había dos mujeres que me tocaban la panza”, cuenta Violeta Gibaja a Infobae. “Por momentos podía ver el sueño como estando yo embarazada, pero por otros me desdoblaba y veía toda la situación desde afuera”.
Violeta abrió el expediente sobre la mesa del bar y lo que leyó la dejó perpleja. Hoja tras hoja estaban escritos los detalles del allanamiento que la Policía había hecho en el PH donde funcionaba la maternidad clandestina en la que había nacido.
Se trataba de una investigación que había durado nueve meses, que había incluido policías encubiertos y que había terminado con una partera escapando por los techos con dos bebés, uno debajo de cada brazo.
—Bueno, uno de esos bebés era yo— interrumpe.
Un sueño
Que era adoptada nunca fue un secreto en la vida de Violeta. Lo sabían los familiares, los amigos de los padres. De hecho, había otras chicas adoptadas en su escuela con quienes ella, en vez de sentirse un bicho raro, sentía “cierto tipo de hermandad”.
Había nacido en octubre de 1976 y fue recién cuando empezó el CBC, a los 18 años, que unió los puntos y sintió el primer gran cimbronazo: “Había leído la carta abierta que (el poeta) Juan Gelman le había escrito a la nieta o nieto que la dictadura le había robado. Yo había nacido el mismo mes y el mismo año que ese bebé y fue la primera vez que pensé que podía ser hija de desaparecidos”.
Sin embargo la duda quedó ahí, flotando. “Me dio mucho miedo encarar un proceso de búsqueda de identidad y traicionar a mis padres”, recuerda. Violeta tenía 25 años cuando nació Felipe, su primer hijo, y empezó a tener un sentimiento invasivo, algo para lo que no encontraba explicación.
“Era un miedo profundo a que me lo robaran. Era una cosa muy exagerada, cuando salía con él le ponía un arnés de cinco puntos y lo mantenía todo atado”, sigue. La maternidad había comenzado a desenterrar algo aunque todavía faltaba remover mucha tierra. Lo que siguió fue aquella cadena de sueños lúgubres.
Violeta se animó y le preguntó a su papá si había alguna posibilidad de que fuera hija de desaparecidos. Y él le dijo que no. “Me lo contaron así: ‘Nos avisaron que había tres bebés en el Casa Cuna y fuimos. Vos eras pelirroja, nos pareciste muy simpática y por eso te elegimos’”.
Su papá insistió en que había sido todo legal y le dijo que tenía el expediente de adopción por si algún día quería verlo.
Violeta todavía no lo sabía pero aquello de los “tres bebés”, que pareció un dato al pasar, iba a ser una parte central de la trama.
Violeta tuvo tres hijos más y, a pesar del paso de los años, el sueño siguió acosándola. En 2013, finalmente, volvió a terapia y su psicóloga, que llevaba más de una década escuchando el mismo sueño y las mismas dudas, sacó un calendario y le pidió que pusiera una fecha.
Fue así que, en noviembre de ese mismo año, Violeta llegó a Abuelas de Plaza de Mayo.
No y sí
“Me pidieron la partida de nacimiento y enseguida detectaron que había algo raro”, sigue ella, que ahora tiene 46 años. Convencida de que había encontrado una punta en la maraña, pasó los meses que siguieron muy movilizada, especialmente cuando la llamaron de Abuelas y le pidieron adelantar su análisis de ADN.
El resultado, sin embargo, dio negativo.
“Pero yo insistí, sentía que había algo más, tenía que saber más. Entonces fui y me habían preparado un CD y unas hojas de mi expediente de adopción. Lo primero que hice fue salir y sentarme en un bar a leer toda esa información”, sigue ella que, casualidad o no, es licenciada en Ciencias de la Información.
En la carpeta había algunas hojas donde se hablaba de “los tres bebés NN encontrados en el allanamiento de la calle Cádiz al 3900, en Parque Chas”. ¿Qué bebés NN? ¿Por qué esa historia policial era parte de su expediente?
Unos días después le entregaron los tres cuerpos completos del expediente: “Los tres cuerpos del horror”, así los llama. Esto es lo que decían:
“Nueve meses antes de mi nacimiento la jueza Servini de Cubría había empezado una investigación sobre lo que pasaba en el lugar en el que yo nací. Alguien había denunciado que ahí se vendían recién nacidos así que había montado un operativo en el que había policías encubiertos, uno vestido de heladero, otro de diarero, todos observando los movimientos del lugar”.
Durante esos meses entraron al PH decenas de embarazadas, entre ellas, una chica de 19 años: la mamá biológica de Violeta.
“Quería hacerse un aborto y le habían recomendado ir a lo de esta partera, Marta Rosignoli. La partera la revisó y le dijo que ya no se podía, que el embarazo estaba demasiado avanzado. Le hizo el mismo verso que le hacía a todas: decirles que ya no podían abortar y hacerles parir a los bebés prematuramente para venderlos”.
Su mamá biológica “le pagó la mitad en esa primera cita”, sigue. ¿Pagó en vez de cobrar por acordar la entrega de un bebé? “Es que era un doble negocio: pagaban esas mujeres, que en general eran chicas solas, habían sido abusadas o eran de familias muy religiosas, para que les solucionara el problema. Y pagaban también los matrimonios que luego compraban a esos recién nacidos”.
Su mamá biológica volvió a ese consultorio unos tres meses después, el 18 de octubre de 1976, con contracciones. Estaba anocheciendo y el momento del parto estaba cerca, por eso pagó lo que faltaba.
“Esa misma noche, mientras mi mamá biológica estaba adentro en trabajo de parto, la policía detuvo a un matrimonio en el momento en que salía de ese PH con un varón que acababan de comprar”.
La pareja había sido abordada por policías de civil, según consta en el expediente: el bebé era uno de los tres que habían terminado en el Casa Cuna.
“La partera mandó a mi mamá biológica a un cuartito arriba donde tenía a las chicas en trabajo de parto sin ningún tipo de asistencia, ni control. Sé que fue un parto muy violento, lo sé por el expediente penal. Nací a las 7 de la mañana y tuve hipoxia (cuando no llega suficiente oxígeno al cerebro), y a mi mamá biológica la tuvieron que llevar al hospital Ramos Mejía con una hemorragia severa”.
Durante la noche, sin embargo, el matrimonio que había sido detenido e interrogado había dado los datos que faltaban: que habían pagado $270.000 (1.102 dólares) por el recién nacido; también todo lo que habían visto adentro, especialmente que había una recién nacida y otra a punto de nacer.
“Con esa información la policía decidió allanar al día siguiente. Y a eso de las 10 de la mañana, cuando yo tenía 3 horas de vida, tocaron la puerta del PH de la partera y atendió la madre, que se hizo la boba”.
La mujer no los autorizó a entrar. El expediente lo dice así:
“Se escucharon, en ese instante, pasos provenientes de la terraza de la finca, por lo que los investigadores se trasladaron precipitadamente al lugar”. Allí, vieron a la partera “que se desplazaba ligeramente por la terraza de la finca lindera de la calle Cádiz portando dos criaturas de pocos días de vida, una en cada brazo”.
Al momento en que la policía detuvo a la partera, Violeta pesaba 2.200 kg. Era una bebé prematura y tenía tres horas de vida.
Según el expediente, ese día se secuestraron además, 425.000 pesos, la credencial de obstetra de Rosignoli, los diplomas, fichas de las pacientes. Ese mismo día por la tarde llegó, sin saber lo que había pasado, otro matrimonio, que también fue interceptado por la Policía.
La pareja declaró que iba a retirar a una bebé cuya compra había sido pactada varios meses antes por el valor de 80.000 pesos (326 dólares).
Todas quedaron detenidas: la partera y la madre. También la mamá biológica de Violeta, aunque primero fue a recuperarse al hospital. “Así que yo pasé la primera noche de mi vida en la Superintendencia de Policía”, dice Violeta.
Las dos bebés con las que había pretendido huir la partera fueron llevadas al Casa Cuna y se sumaron al varón que había intentado comprar la pareja detenida la noche anterior. Esos fueron los tres recién nacidos que vieron los padres adoptivos de Violeta cuando la eligieron a ella, “la pelirroja simpática”.
La búsqueda
A diferencia de muchos buscadores que, cuando se enteran de que son apropiados pasan sus vidas buscando algún dato, Violeta tenía el nombre de su mamá biológica en el expediente. Por eso, unos meses después, le dejó una carta donde vivía.
“Y nos encontramos. ¿Qué me contó? Me dijo que había ido a hacerse un aborto porque había quedado embarazada de mí por un abuso sexual”, recuerda Violeta.
Le contó que estaba de 4 meses cuando llegó al PH y que la partera le dijo que ya no se podía interrumpir el embarazo, por eso tuvo que seguir adelante. Le confirmó que ella no había cobrado sino que, por el contrario, había pagado, que su hermana la había ayudado a juntar el dinero.
La historia entre Violeta y su madre biológica, sin embargo, no tiene “el final romántico en el que nos abrazamos y nos queremos y recuperamos el tiempo perdido”, advierte.
“Estuve en contacto con ella durante nueve meses. En ese tiempo conoció a mis padres, a mi hermana, a mis hijos pero ella no quería contarle de mi existencia a nadie, ni a su marido. Y yo un poco me cansé, venía a mi casa a tomar el té con mis hijos y, cuando llamaba el marido, se iba al patio a hablar y le mentía. Y un día dije ‘basta, basta de secretos en mi vida”.
Fue en 2014 y su madre biológica -cuenta- no le pidió tiempo, no le dijo que sentía culpa, miedo o vergüenza. “No, dijo que no quería contarlo porque se estaba separando y quería salir bien parada. Quería que el marido le dejara un departamento”.
Violeta vive ahora en Barcelona, España, pero aún forma parte del grupo Víctimas Red de Parteras - Unidos, donde hay muchísimos buscadores agrupados alrededor de, por lo menos, 17 profesionales. Marta Rosignoli es una de ellas.
En aquel momento, la partera “fue sentenciada a 2 años de prisión en suspenso por el delito de suposición de estado civil”, sigue Violeta. “Pero aún con todas estas pruebas no fue a prisión, en 1977 ya estaba activa de nuevo, trabajando. Por eso yo estoy con la hipótesis de Abuelas, que es que ella también trabajaba para el proceso militar”.
Violeta, a diferencia de muchos buscadores, ya conoce su historia, también encontró sus orígenes biológicos. ¿Qué busca entonces? Por un lado, sabe que su historia es una “bisagra”, porque los detalles de su expediente permitieron a muchas personas apropiadas tener información. Mostrarse, entonces, es seguir buscando formas de “hermanarse”.
“Por otro lado, sigo buscando justicia”, se despide. Sabe que ella ya no puede llevar a la partera a juicio porque nadie puede ser juzgado dos veces por el mismo delito. Pero sí pueden hacerlo algunos de sus compañeros de búsqueda. Hay al menos cuatro casos contra esa mujer en la Justicia y uno ya fue elevado a juicio oral, aunque aún no hay fecha de inicio.
Nadie sabe bien dónde vive, si es que vive. Saben, sí, que el tiempo corre: la mujer tenía 32 años el día del allanamiento; de estar viva, está por cumplir 80.
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