Supuestamente estaba en una cárcel de máxima seguridad. Pero esa noche del 21 y madrugada del 22 de julio de 1992, Pablo Escobar Gaviria, el narcotraficante y jefe del cartel más grande y poderoso de Colombia, salió muy fresco, como pancho por su casa, sin que nadie se interpusiera en su camino. Tan solo le dio una patada a un muro trasero de su “celda”, de la cárcel La Catedral, que sus matones la terminaron de tirar abajo, para después, fugarse a pie por Envigado y perdiéndose en medio de la neblina de la montaña selvática antioqueña.
El enemigo número uno reclamado por la justicia de Estados Unidos, a quien se responsabilizaba por cientos de asesinatos, había estado encerrado no en una cárcel de seguridad sino en una “cárcel de máxima comodidad” como la había rebautizado la prensa. Tiempo después se supo en las condiciones en que vivía y que muchos habían decidido mirar para otro lado.
La supuesta prisión le ofrecía las comodidades de un hotel hecho a la medida de sus necesidades, alejado del resto de los reclusos. Tenía habitaciones amplias, cómodas, un bar bien surtido, billar, pool, gimnasio, sauna discoteca, cuadros y muebles importados, una ducha con agua fría y caliente, y una pared oculta en el baño que daba con un espacio privado, para él o su custodia personal.
Con el tiempo también se supo que dentro de esos muros se dieron grandes fiestas, orgías, con música a todo volumen y regadas de alcohol para amigos de la casa, donde no faltaban sicarios, capo mafias y afines. Las fiestas fueron lo de menos. Desde allí Escobar continuó manejando los hilos de su imperio. Los guardias eran matones vestidos de uniforme y los protegía una malla electrificada que interruptor mediante, conectaba diez mil voltios a la habitación de Escobar.
El muro que tiró de tan solo una patada era una inconsistente pared de yeso leve, casi de utilería, camuflada como muro trasero y emplazada para lo que fue usada, casi una puerta giratoria a la calle. Desde allí también podía tener el control a los accesos de la prisión y del helipuerto que recibía visitas importantes. Si no era una salida, Escobar podría haber elegido otra.
En esa cárcel cinco estrellas, Escobar se sentía seguro, porque tenía miedo de que lo mataran. Al fugarse, se convirtió de inmediato en un blanco móvil de sus enemigos, que eran unos cuantos, los del mundo del tráfico de las drogas y las tropas del gobierno del entonces presidente César Gaviria. Con la fuga, la máxima autoridad del gobierno había quedado en ridículo. Fue a los 19 meses de esa simple fuga que el narcotraficante murió en manos de las tropas colombianas.
El 27 de noviembre de 1989, en plena campaña electoral, Gaviria, que era candidato a presidente, estuvo a punto de viajar en el vuelo 203 de Avianca que lo llevaría de Bogotá a Cali. A último momento decidió suspender el viaje gracias a sus consejeros. El vuelo 203 estalló en el aire sobre el municipio de Soacha, por una bomba colocada en la sección trasera del lado derecho, bajo el asiento 14F. El atentado. que fue adjudicado a Pablo Escobar y a los jefes del Cartel de Medellín, se cobró la vida de 101 pasajeros, los seis tripulantes y otras tres personas en tierra.
Estados Unidos exigía por entonces la extradición de los más importantes jefes narcos colombianos, que se unieron, pese a sus diferencias circunstanciales, en una especie de singular sociedad de socorros mutuos y se bautizaron “Los Extraditables”. Enarbolaron un lema que se hizo bandera: “Preferimos una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos”. Aquellos fueron los meses de verdaderas batallas callejeras entre narcos rivales y contra las fuerzas policiales. Por fin, como fruto de un acuerdo con su viejo enemigo, el ahora presidente Gaviria, Escobar aceptó entregarse e ingresar a prisión, con el compromiso presidencial de que nadie fuese extraditado a Estados Unidos. Por las dudas, el narco exigió que esa medida fuese aprobada por la Asamblea Constituyente colombiana. La mañana del miércoles 19 de junio de 1991, Escobar se entregó en la Oficina de Instrucción Criminal de Medellín. Una hora más tarde, la Asamblea Constituyente aprobó la no extradición de colombianos a Estados Unidos.
Como si se tratase de una celebridad, el narcotraficante bajó en helicóptero a La Catedral, al mismo tiempo que ingresaban sus más fieles lugartenientes: Otoniel González, Otto, Carlos Aguilar, Mugre, y John Jairo Velázquez Popeye, el sicario preferido de Escobar. En los días siguientes se entregaron Valentín de Jesús Tabordsa, Roberto Escobar, Osito, Gustavo González, Tavo, Jorge Eduardo Avendaño, Tato, Johnny Rivera, El Palomo, José Fernando Ospina, El Mago, John Jairo Betancur, Icopor, Carlos Díaz, La Garra y Alfonso León Puerta, El Angelito.
Apenas se instaló, Escobar expresó como el político que quiso ser: “Deseo que haya un juicio, con mi presentación y mi sometimiento a la Justicia, deseo rendir también un homenaje a mis padres, a mi irremplazable e inigualable esposa, a mi hijo pacifista de 14 años, a mi pequeña bailarina sin dientes de 7 años y a toda mi familia que tanto quiero. En estos momentos históricos de entrega de armas de los guerrilleros y de pacificación de la patria, no podía permanecer indiferente ante los anhelos de paz de la enorme mayoría del pueblo de Colombia. Pablo Escobar Gaviria. Envigado, Colombia, junio 19 de 1991″.
La puesta en escena duró un año y días. Cuando el presidente Gaviria decidió darse cuenta de la realidad. No solo por los lujos que se daba Escobar, sino por el manejo que, desde La Catedral, hacía del narcotráfico y de la guerra entre los carteles de la droga, decidió trasladar el preso a una verdadera prisión, en la confesión está la prueba, ahora en una base militar.
Informó el traslado al viceministro de Justicia, Eduardo Mendoza, y al Director General de Prisiones del Instituto Penitenciario, Hernando Navas Rubio. Escobar se resistió, expresó que se sentía traicionado por el gobierno de su enemigo Gaviria, que iba a ser extraditado a Estados Unidos en el peor de los casos, o asesinado en su nueva prisión. De manera que secuestró a los dos funcionarios y mantuvo el secuestro en secreto hasta fraguar su fuga con todos sus secuaces, posterior a la patada en el muro que no era muro. Mendoza y Navas Rubio quedaron en poder del resto de los presos de La Catedral, hasta su rescate. Los dos fueron relevados de sus cargos porque al parecer no hubo demasiada certeza de su comportamiento frente al jefe narco y de cuál bando estaban en realidad.
Y llegó el momento de una larga fuga, seguida de una intensa búsqueda, reactivada ahora por el gobierno: en concreto, estalló la guerra total. El gobierno colombiano creó el Bloque de Búsqueda, un cuerpo integrado por la Policía Nacional, el Ejército y los cuerpos antidroga de Estados Unidos. A esa medida le siguieron ataques terroristas del Cartel de Cali y del de Medellín. Los narcos ejecutaron a treinta uniformados y a una jueza, sólo entre septiembre y octubre de 1992, dos meses después de la fuga de Escobar. Las fuerzas de seguridad, por su parte, golpearon duro a las redes de Escobar y mataron a sus principales jefes militares en operaciones especiales.
En febrero de 1993 murieron ejecutados decenas de policías y reaparecieron en las grandes ciudades los atentados indiscriminados con coches bombas que provocan decenas de muertos. Desde el 30 de enero de 1993, el Bloque de búsqueda tenía un nuevo grupo militar liado: Los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar) ocupado en asesinar a testaferros, contadores, abogados y familiares del capo de la droga, y a destruir sus propiedades y sabotear sus finanzas. Desde la fuga de Escobar hasta marzo de 1993, cien sicarios y diez jefes militares del cartel habían sido asesinados por las autoridades. También habían sido apresados mil novecientos sospechosos y se habían entregado dieciocho altos mandos del ala militar del cartel de la droga.
La fuga del gran jefe del narcotráfico llegó a su fin el 2 de diciembre de 1993. Por el rastreo de seis llamados telefónicos a su hijo, fue localizado en una casa del barrio Los Olivos, en Medellín, y murió baleado por el Bloque de Búsqueda sobre las tejas del techo de la casa. La autopsia detectó un balazo debajo de la oreja izquierda lo que alimentó la hipótesis de un suicidio, un disparo de gracia, o un acertado balazo a distancia.
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