23 de julio de 1997. Era una mañana apacible en esa zona de Miami. Se escuchaba el ruido de las olas, algunos pájaros y a lo lejos los motores de los autos. Hasta que un estampido sobresaltó al cuidador del muelle de Collins Avenue. El hombre supo que se había tratado de un disparo. Una rápida inspección le dejó una sola opción. El estallido sólo podía provenir de la casa flotante que estaba a unos metros de distancia. En los últimos días había visto algún movimiento extraño pero no había podido descubrir nada. El hombre llamó a la policía. Al principio no sabían si creerle, si valía la pena llegar hasta el lugar. El ruido podría haber sido cualquier otra cosa. Pero la determinación del cuidador los convenció: había estado en la guerra y sabía cómo sonaba un disparo. Al llegar llamaron a la puerta de la casa pero nadie respondió. Forzaron la puerta. En medio de la oscuridad, esquivando basura acumulada desde hacía días y soportando el hedor, se toparon con un amplio charco de sangre y un cuerpo tirado. Era alguien de unos treinta años. Se había pegado un tiro en la boca. Un arma reposaba al costado de uno de sus brazos inertes.
Los policías supieron de inmediato que se trataba de Andrew Cunanan, alguien que estaba dentro de la lista de los 10 criminales más buscados por el FBI.
Otra escena en la misma ciudad pero 8 días antes. Apenas pasaron unos minutos de las 8 de la mañana. El hombre de 50 años está entrando a su casa. En realidad, para ser precisos, habría que decir a su mansión, la Casa Casuarina. Volvía de desayunar. Todos los días se levantaba de madrugada, hacía llamadas a Europa, arreglaba temas en sus fábricas de Milán, trabajaba unas horas hasta que caminaba tres cuadras, hasta el News Café, su sitio preferido para desayunar. Esa mañana antes de volver a su suntuoso hogar había comprado dos revistas: Vogue y People (aunque algunos dicen que la segunda fue el New Yorker). Subió los cinco escalones de mármol y con su llave se dispuso a abrir la doble puerta mecánica. Un joven se acercó por detrás. Era Andrew Cunanan. Vestía bermudas, un buzo, una gorra le tapaba la cara y llevaba colgada una mochila en su espalda. Cuando estaba a poca distancia, con sigilo, sacó un arma y apuntó a la cabeza. Se cree que la víctima no vio a su agresor. Se cree que no supo quién le disparó. Uno, dos tiros. El primero en la nuca, el segundo en el cuello. El asesino giró salió del lugar caminando con calma, las metidas dentro de los bolsillos del buzo, la cabeza agachada. En la puerta de metal quedó la llave puesta. En el piso, desparramado, estaba muerto Gianni Versace. Tenía 50 años y era el rey del mundo de la moda.
Hace 25 años el asesinato de Gianni Versace provocó una enorme conmoción. Ocupó la tapa de todos los diarios. Los investigadores no tardaron en averiguar que el responsable había sido Andrew Cunanan, un joven de 26 años que en los últimos meses había sido responsable de cuatro asesinatos. Carteles con sus fotos suyas inundaron las calles. Todas las fuerzas policiales del país lo rastreaban.
Cunanan era hijo de un agente de bolsa de origen filipino que luego de una serie de malas apuestas bursátiles tuvo que abandonar a su familia y a Estados Unidos para no terminar preso. Andrew, sus tres hermanos mayores y su madre (que después experimentó problemas mentales) nunca más vieron a su padre. Andrew iba a un colegio privado muy exclusivo. Allí inventaba historias de lujos, de departamentos en la Quinta Avenida, de viajes por Europa. Un mitómano al que todos le reconocían gran capacidad intelectual. Pero el camino del estudio era demasiado trabajoso para sus ansías de dinero y de poder. Con sus historias elucubradas y de fantasía logró acceder a círculos exclusivos. Desde muy joven había vivido abiertamente su homosexualidad. Pero en un momento empezó a vender sus servicios sexuales. Sus clientes eran por lo general hombres mayores y de excelente posición económica. Los utilizaba para acceder a otros de mayores recursos, para viajar, para comer en restaurantes caros, para conseguir algún reloj y buena ropa. Durante cinco años se dedicó a la prostitución. Pero sus mentiras, sus robos y hasta extorsiones lo fueron raleando. Ya todos sabían que el consumo de drogas se había convertido en un problema grave. Estaba excedido de peso y su poder de conquista y de engaño no era el de antes. Cunanan estaba convencido que él estaba para grandes cosas, que merecía disfrutar de una fortuna, de darse la gran vida.
Pero lo que hasta ese momento habían sido mentiras, ventajas y pequeños delitos, en su mente embotada de drogas, distorsiones y resentimiento se transformó en un impresionante raid asesino. Unos meses antes había terminado una relación amorosa con uno de los productores del programa America´s Most Wanted, el show televisivo que recreaba la búsqueda y crímenes de los mayores criminales de su tiempo.
El 27 de abril de 1997 mató a Jeff Trail, un ex militar y antiguo cliente suyo. Hubo una discusión y Cunanan lo asesinó a martillazos: golpeó la cabeza de su víctima una veintena de veces con un martillo, destrozando su cráneo. Luego envolvió el cuerpo dentro de una alfombra y la escondió en un armario de la casa de David Madson, un joven arquitecto que sería su próxima víctima. Lo que sigue no se pudo reconstruir de manera detallada. No se sabe si Madson estuvo secuestrado, amenazado por Cunanan o fue su cómplice. En los seis días siguientes, mientras la policía buscaba a Trail tras las denuncias de desaparición que realizaron sus familiares, se los vio en varios restaurantes y bares. Pero el 3 de mayo, Andrew Cunanan cometió su segundo homicidio. Madson fue encontrado en el Lago Rush de Minnesota con varios disparos de bala. Cuando la policía fue a revisar su casa se encontró con el cadáver de Trail en estado de descomposición escondido en la alfombra. La conexión con ambas muertes fue automática.
Los testimonios de algunos testigos pusieron a Cunanan como uno de los sospechosos. Un día después, Cunanan estaba en Chicago. A la noche fue a la casa de Lee Miglin, un importante agente inmobiliario de 72 años. Del que se supone también fue cliente suyo. Lo inmovilizó, lo enrolló y ató con cinta adhesiva y después le dio más de 20 puñaladas con un destornillador de punta. El dormitorio principal de la casa se llenó de sangre. A la mañana siguiente, el FBI puso a Andrew Cunanan en la lista de los 10 criminales más buscados y peligrosos de Estados Unidos. Carteles con su cara aparecieron en lugares públicos. Espacios publicitarios en la TV y comisarias.
Había fotos de distintas épocas. En alguna tenía la cara más rellena, en otras más chupada o llevaba anteojos.
Cunanan siguió escapando por distintos estados del norte de Estados Unidos. Cinco días después, el 9 de mayo en Nueva Jersey le disparó a William Reese, el cuidador nocturno de un cementerio. Este es el único de sus crímenes con un móvil claro: le robó la camioneta para continuar con su fuga.
Las fuerzas federales ya no tenían dudas de que Cunanan había sido el que asesinó a todos esos hombres. Lo buscaban por todos lados. Él desapareció y logró, por unos meses, calmar su sed homicida. Se dirigió al sur del país. Llegó a Miami y se hospedó en un hotel de mala muerte por el que pagaba 27 dólares por noche. Tiempo después se reconstruyeron esos días de Cunanan. Ejercía la prostitución, se drogaba con crack, robaba en distintos comercios y trataba infructuosamente de reestablecer lazos con algunos poderosos que alguna vez había frecuentado. El 14 de julio ya sin dinero se escapó sin pagar del hotel y pasó toda la noche en la calle.
Llegó temprano a la casa de Gianni Versace y esperó que volviera de tomar su café matutino. Luego lo ejecutó y escapó del lugar caminando con tranquilidad.
Se suicidó ocho días después acorralado por la policía. El arma con la que se disparó fue la misma que utilizó en sus crímenes anteriores. Al día siguiente, el 24 de julio de 1997, Gianni Versace era despedido en Milán en un entierro fastuoso y conmovedor al que acudieron figuras de la moda, de la canción, del espectáculo y de la realeza. Desde Lady Di a Elton John, de Naomi Campbell a Giorgio Armani.
La autoría del crimen del gigante de la moda estaba resuelta. El asesino serial se había suicidado. Lo que desvelaba a los investigadores era descubrir el móvil, dar con los motivos que lo llevó a matar de esa manera y en especial a Versace.
Los investigadores descubrieron que Versace y Cunanan se habían visto con anterioridad. El encuentro que está probado fue unos años antes en una disco gay en San Francisco. Pero también se habló de un contacto inicial en el Lago de Cuomo y otras veladas en Miami. Los investigadores también dieron por probado que Gianni Versace y su novio , Antonio D’Amico (el que en la serie que reconstruye el crimen interpreta Ricky Martin) contrataban cada tanto taxi boys para sus veladas íntimas.
Pero todo fueron rumores, especulaciones y líneas de investigación inconclusas. Se dijo que Cunanan era HIV positivo y que fue buscando y vengándose de las personas que podrían haberlo contagiado. Pero Cunanan había sido taxi boy y sus clientes habían sido, al menos, cientos. Además la autopsia demostró que era HIV negativo. Los familiares de Versace negaron que Giannij tuviera sida.
Otra hipótesis incluyó a la mafia. Cunanan habría actuado como sicario pagado desde Italia por los vínculos del diseñador con la mafia de su país. Se habló de promesas incumplidas, de deudas con la Nandreghetta y de viejos favores. Esta teoría es atractiva pero no parece tener mayor asidero y, además, no explicaría los crímenes anteriores ni cómo los mafiosos pudieron dar con Cunanan y no así el FBI.
Otros sostienen adentrándose en el perfil psicológico del asesino que matar a Versace fue la coronación de su alocada carrera criminal. El acto definitivo, el que le daría la inmortalidad, su consagración. El que posibilitaría que 25 años después se siguiera escribiendo sobre él.
Con la muerte de su creador, el imperio Versace tambaleó. Se habló de la sucesión. Gianni, tiempo antes, había padecido un extraño cáncer en el oído. En esa ocasión había escrito su testamento. A D’Amico, su pareja de 38 años, le había dejado una renta mensual de 28.000 dólares y el uso irrestricto de sus propiedades en las principales ciudades del mundo. La mitad de su emporio se lo dejó a Allegra, su sobrina de por entonces 11 años, hijo de su hermana Donatella. A su sobrino Pablo le dejó su impresionante colección de arte.
El emporio no sólo subsistió bajó el control de los dos hermanos Versace sobrevivientes, sino que su valor siguió creciendo. La Casa casuarina fue vendida y hoy es un hotel boutique de 11 exclusivas habitaciones.
El crimen de Gianni Versace apagó la vida de un creador que se encontraba en la cumbre de su capacidad e influencia. Un revolucionario que entendió que no sólo se trataba de diseños originales, sino de grandes shows, modelos atractivas, inventiva y marketing agresivo. El misterio de los motivos que llevaron al asesino a ejecutarlo no se van a disipar jamás.
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