Sharon no sabía que su nombre no era su nombre. Tampoco que su vida no era la que debía tener. Era su perverso apropiador quien escribía, día tras día, el libreto de su existencia. En algún momento, ella quiso ser ingeniera aeroespacial e ingresó a la universidad Georgia Tech, pero terminó practicando striptease en un boliche nocturno de mala muerte. Cuando en una oportunidad tuvo la idea de escapar con su hijo de ese siniestro plan que le era ajeno, terminó atropellada en una ruta en las afueras de la ciudad de Oklahoma, Estados Unidos.
Esta es la triste y confusa historia de una joven de veinte años que tenía varios alias y creía llamarse Sharon Marshall.
Un perturbador documental sobre su vida, titulado La niña de la foto, dirigido por Skye Borgman, fue lanzado el pasado 6 de julio en la plataforma de Netflix.
Un cuerpo al costado de la ruta
El hilo de su vida resulta tan enmarañado que no podemos distraernos ni un segundo.
Conocer la verdad llevó décadas. Para relatarla arrancaremos a finales de abril de 1990. Era de noche cuando unos jóvenes que iban en auto por una ruta vieron unos escombros esparcidos. Se detuvieron. Descubren que entre las compras de alimentos de algún supermercado hay un cuerpo de una mujer joven y rubia. Llaman a emergencias y una ambulancia la recoge para llevarla al hospital. Queda en terapia intensiva. Tiene una gravísima herida en la cabeza.
Al día siguiente aparece su marido, Clarence Hughes, quien cuenta que ella se llama Tonya Hughes, que es una stripper de la ciudad de Tulsa y que tienen un hijo de dos años llamado Michael.
Si bien al principio su organismo parece estable, de pronto, cinco días después, su salud se deteriora con rapidez. Tonya muere.
Todo parecía indicar que la joven había sido atropellada cuando caminaba de espalda y que el conductor se había dado a la fuga. Pero cuando los peritos forenses analizaron el cuerpo vieron algo más: tenía moretones y antiguas heridas que no coincidían con un vulgar accidente. Todo indicaba que había existido violencia previa.
Cuando intentaron contactar a otros familiares de Tonya Hughes terminaron hablando con una mujer que dijo: efectivamente, veinte años atrás, ella había tenido una hija con ese nombre, pero la bebé había fallecido con 18 meses de vida. Esto los desconcertó. Tonya no era Tonya. Entonces, ¿quién era esa joven?
Los detectives se dedicaron a examinar la agenda de su teléfono celular. Empezaron a llamar a los conocidos de la víctima. Hallaron a una amiga que quiso hablar: Karen Parsley. Ambas trabajaban en un club de entretenimiento nocturno para adultos llamado Passions y se habían hecho íntimas. Karen les reveló que Tonya amaba a su hijo Michael, pero que sufría porque era dominada por su marido, un sujeto horrible llamado Clarence Hughes. Este hombre tenía 26 años más que ella y la joven vivía aterrorizada por sus amenazas. Él controlaba todo. Karen sospechaba que Clarence le pegaba y era el responsable de todos los moretones que Tonya tenía en la espalda. Además, les dijo que Tonya le había revelado que Clarence había sacado un seguro de vida a su nombre.
La batalla por el hijo
Las autoridades llegaron hasta él, pero la conducta estrafalaria de Clarence hizo que el Departamento de Servicios Sociales enseguida enviara al pequeño Michael Hughes (2) a vivir en un hogar de tránsito. Lo acogieron Merle y Ernest Bean el 1 de mayo de 1990. Un día después de la muerte de Tonya.
La pareja se mostró preocupada por Michael. Les parecía que hablaba muy poco y que presentaba problemas musculares para moverse. Se dedicaron a él y, en poco tiempo, lograron dominar los brotes de histeria del menor y que mejorara muchísimo su estado físico general.
En 1994 los Bean pidieron a la justicia adoptar a Michael. Pero Clarence Hughes, quien todavía tenía derechos parentales para visitas, se oponía. Quería quedarse con su hijo. Batallaba en la justicia alegando que era injusto que se lo quitaran y acusó a los Bean de maltratar a Michael
Los Bean decían todo lo contrario y esgrimían que era Michael quien no quería las visitas de su padre. El pequeño se negaba a verlo: “Cuando tenía que ir a verlo se metía debajo del piano y decía: ‘Ese hombre es malo, es malo’”, contó Merle años después.
El departamento de Servicios Sociales sospechó que algo no estaba bien en el comportamiento de Clarence. Ordenó un ADN. El resultado fue contundente y sorpresivo: demostró que Clarence (quien, además, ya nos enteraremos no se llamaba Clarence) no era el padre de Michael. No había ningún vínculo biológico entre ellos. El hombre perdió el derecho a la patria potestad y se acabaron las visitas.
Esta fue la chispa que encendió el infierno.
Secuestro vengativo
El 12 de septiembre de 1994 Michael estaba en clase, cursando su primer grado en la escuela Indian Meridian en Choctaw, Oklahoma, cuando Clarence Hughes (51 años) entró al edificio. Fue hasta la oficina del director de la escuela, James Davis, y sacando un arma del bolsillo lo obligó a que lo llevara hasta el aula de Michael. “Estoy dispuesto a morir, así que llévame a dónde está mi hijo”, le gritó a Davis quien no tuvo escapatoria al pedido.
Terminó secuestrando a ambos. Los obligó a subir a la camioneta de Davis y lo hizo conducir hasta un bosque donde lo obligó a bajar. Esposó a Davis a un árbol y le colocó cinta adhesiva sobre la boca y los ojos. Luego, volvió al vehículo y siguió camino con Michael… de quien nunca más se supo nada de nada.
Davis fue hallado y el caso estalló porque había un menor secuestrado. El FBI envió a su agente especial Joe Fitzpatrick para manejar la investigación. El detective descubrió que, en 1990, Clarence Hughes había intentado cobrar el seguro de vida de Tonya, su esposa. Lo curioso había sido que el intento lo había hecho con el número de la seguridad social de otra persona llamada Franklin Delano Floyd.
¡Bingo! Ahora tenían un nombre más para tirar del hilo. Debían buscar quién era ese tal Floyd. No encontraron nada bonito sobre él. En 1962 había secuestrado a una menor; en 1963 había asaltado un banco, lo que le había costado nueve años de cárcel; en 1972 había robado una casa y en 1973 se había fugado de la mira de la justicia luego de que lo citaran a declarar sobre el ataque sexual a una mujer.
Clarence Hughes era un fantasma, no existía, pero Floyd parecía ser de carne y hueso y la punta de un iceberg de delitos.
Tonya que es Sharon
Mientras Floyd escapaba de los agentes, la foto de Tonya Hughes salió por televisión. Una cara alegre, ojos azules, pecas y esa sonrisa peculiar… Una compañera de colegio la reconoció: esa chica no se llamaba Tonya Hughes sino Sharon Marshall, su íntima amiga del secundario. Llamó al FBI, se contactó con Joe Fitzpatrick y se lo dijo. Le contó que Sharon era una joven alegre y tan inteligente que había sido aceptada con una beca completa para estudiar ingeniería aeroespacial en la Universidad de Georgia Tech.
Pero contó que la vida de Sharon dentro de su casa era una tortura. Tenía un padre insoportable y controlador llamado Warren Marshall que no la dejaba ni hablar por teléfono. Cuando la policía le mostró la foto de Tonya con su pareja Clarence Hughes (ya sabemos que su verdadera identidad es Floyd) dijo que ese no era el marido... ¡Ese era su odioso padre Warren Marshall! Fueron varios los compañeros del secundario Forest Park Senior High que repitieron esta historia. Todos decían que Sharon era brillante y que integraba el club de ciencias y el programa de los más dotados.
En el anuario de la graduación del secundario su padre Warren había puesto un aviso de página entera felicitándola por el ingreso a la universidad… La foto elegida era demasiado sexy. Sus amigos pensaron que eso era raro proviniendo de un padre tan estricto que la hacía cocinar todas las noches y no la dejaba casi salir.
Un día, poco antes de comenzar sus estudios universitarios, llamó llorando a una de sus amigas. Le contó que estaba embarazada de su novio del momento. Le dijo: “Lo tendré, pero lo daré en adopción. Papá ahora no me dejará ir a la facultad… alguien tiene que ocuparse de papá”. Ese hijo, según las investigaciones posteriores, no lo habría entregado y sería llamado Michael.
Dejó al novio por carta y, luego, Warren y Sharon se mudaron y desaparecieron de escena.
Una de estas amigas fue quien, para el documental, relató el horror que había vivido una noche como invitada en la casa de Sharon. Estaban por dormir cuando su padre Warren entró con un arma, obligó a la invitada a taparse la cara con una almohada y acto seguido procedió a violar su propia hija. Al día siguiente Sharon minimizó las cosas… le dijo que así era su papá. Esta amiga nunca lo había contado antes por el trauma psíquico que la escena le provocó.
El caso era para los agentes mucho más tortuoso de lo que habían esperado.
Cronología para no perderse en el espanto
Franklin Delano Floyd llegó al mundo el 17 de junio de 1943 (hoy tiene 79 años) en Barnesville, Georgia. Durante su vida fue a su antojo Warren Judson Marshall o Clarence Marcus Hughes o Trenton Davis o Preston Morgan o Kingfish Floyd.
Nosotros lo llamaremos de aquí en adelante Floyd, a secas.
Fue el menor de los cinco hijos que tuvieron Thomas y Della Floyd. Cuando tenía poco más de un año su padre alcohólico murió por insuficiencia renal y hepática. Su madre no pudo mantener a los hijos que terminaron repartidos en hogares. En 1946, cuando Floyd tenía solamente tres años, fue a parar al asilo de una Iglesia bautista en Hapeville. Los demás chicos del lugar lo comenzaron a hostigar. Se burlaban de él diciéndole que parecía una mujer. Un día sus compañeros lo atacaron con una escoba y lo sodomizaron. Floyd tenía seis años y juntaba furia.
Una vez, siendo ya un preadolescente, las autoridades escolares lo encontraron masturbándose. El castigo fue que debía sumergir sus manos en agua hirviendo. Las penitencias, golpes en los pies o encierros en un armario, acrecentaban su rabia. Empezó a robar.
En 1959, con 15 años, lo enviaron a vivir con su hermana mayor Dorothy. Ella terminó echándolo de su casa luego de que él le robara a un vecino. Floyd agarró sus pocos petates y viajó a Indianápolis para buscar a su madre. Descubrió que se había vuelto prostituta. Ella fue quien lo ayudó a falsificar la edad en sus documentos para poder ingresar en el ejército norteamericano. Seis meses después los jefes de Floyd descubrieron que era menor y lo dieron de baja. Se volvió un vagabundo. Al tiempo, quiso volver a buscar a su madre, pero ya no la encontró.
El 19 de febrero de 1960, con 16 años, Floyd entró a una tienda Sears, en California, y robó un arma. Cuando arribó la policía, se armó tremendo tiroteo. Él terminó con una bala en el estómago. Una vez recuperado fue enviado a una institución para delincuentes juveniles. Estuvo un año, pero en una de sus salidas violó su libertad condicional y se marchó con un amigo a pescar a Canadá. Nada lo detenía.
En mayo de 1962 volvió a Hapeville,Georgia, y comenzó a trabajar en el Aeropuerto Internacional de Atlanta. Tenía 18 años y estaba al borde de escalar en la gravedad de sus delitos.
En junio de ese mismo año secuestró a una niña de 4 años en un lugar de juegos. La violó en un bosque y la abandonó. Fue atrapado, juzgado y declarado culpable de abuso sexual y secuestro. En unos de los tantos traslados para hacerle pruebas psiquiátricas, en 1963, se fugó y se dirigió a la ciudad de Macón. Allí asaltó una sucursal del banco Citizens & Southern National Bank donde se alzó con seis mil dólares. Otra vez fue a parar a la cárcel y condenado. Luego de otro intento de fuga fue enviado a una prisión con mayor seguridad en Lewisburg, Pensilvania.
Estando preso, el joven convicto de 20 años, fue violado una y otra vez por los demás reclusos. Un día harto se subió a un techo y amenazó con suicidarse. Lo mudaron de institución.
Della, su madre, murió sin volver a ver a su hijo el 2 de julio de 1968 en Illinois.
En 1972 Floyd, con 28 años, consiguió ser liberado. Lo enviaron a un centro de rehabilitación. Pero rehabilitarse era algo que a él no se le pasaba por la cabeza. Solo siete días después de salir de ese centro, más precisamente el 27 de enero de 1973, en una estación de servicio, obligó a una mujer a subirse a su auto. La violó, pero ella logró escapar con vida.
Floyd terminó arrestado y pidió una fianza para esperar el juicio en libertad. La justicia una vez más aflojó y él terminó, como era obvio, huyendo. Es exasperante lo que a veces logran los criminales. Emitieron una orden de arresto contra él, pero a estas alturas Floyd sabía perfectamente cómo evitar las detenciones: cambiaría de identidad cuantas veces fuera necesario.
Me llamo Brandon
Sandi Chipman tenía cuatro hijos de dos parejas distintas. A la mayor, Suzanne, la había parido con 19 años con su marido Cliff Sevakis. Se separó y volvió a casarse con Dennis Brandenburg con quien tuvo tres hijos más: Allison, Amy y Phillip. Se terminó divorciando cuando el bebé Phillip tenía menos de un año.
En 1974 usando el nombre falso de Brandon Williams, Floyd, conoció a Sandi Chipman en una iglesia en el estado de Carolina del Norte.
Se casaron un mes después de conocerse y Floyd la convenció para que se mudara con su hijos a Dallas, Texas.
En 1975 Sandi fue condenada a treinta días de prisión por haber entregado cheques sin fondos. Cuando salió de la cárcel se llevó una sorpresa mayúscula: en su casa no había nadie. Ni su reciente marido ni ninguno de sus cuatro hijos. Empezó a buscarlos, pero solamente halló a las dos hijas del medio abandonadas en un orfanato. Suzanne la mayor no estaba por ningún lado y el bebé Phillip, tampoco. Se los había devorado la tierra. Intentó presentar cargos de secuestro contra su esposo, pero las autoridades locales le dijeron que como su padrastro, Floyd tenía derecho a llevarse a los niños.
Sandi carecía de herramientas y voluntad para luchar. No supo qué más hacer y dejó de buscarlos. Los padres biológicos tampoco hicieron nada por esos chicos.
Hijos entregados y mil nombres
En 1988 Floyd se mudó a Tampa, Florida con la joven Sharon Marshall a quien antes presentaba como su hija. Sharon acababa de tener a su hijo Michael. En 1989, quedó embarazada otra vez. Cuando faltaban seis meses para que naciera la bebé, la pareja se acercó a la oficina de un abogado. Dijeron que no podían mantenerla económicamente. Megan al nacer fue entregada legalmente al matrimonio Dufresne.
Ese mismo año eligieron unos nombres de entre unas lápidas de un cementerio y Floyd hizo que dejaran el apellido Marshall para empezar a ser los Hughes… Clarence, Tonya y Michael. Con estos alias se casaron en Nueva Orleans. El supuesto padre se casó con su supuesta hija.
Luego, se mudaron a Tulsa, Oklahoma, donde explotando la belleza de su mujer/hija la hizo trabajar como bailarina desnudista.
Las amigas de Tonya (o Sharon, como quieran llamarla), dijeron que Clarence (o Floyd, mejor dicho) maltrataba a su esposa y que ellas la alentaron para que lo abandonara y se fuera con su hijo. Ella, envalentonada, cometió el error de amenazar a Floyd: si las cosas seguían así lo abandonaría.
Floyd respondió sin inmutarse que si lo intentaba los mataría a los dos: a ella y al bebé.
Tonya/Sharon no se asustó lo suficiente y planeó un escape. Había conocido a un joven estudiante universitario que le gustaba: Kevin Brown.
Era abril de 1990.
Ya sabemos lo que pasó porque se contó al inicio de la nota: Tonya Hughes fue hallada atropellada entre los restos de sus compras de supermercado y terminó muriendo.
Todo quedó ahí hasta que otros huesos despertaron una vez más a los sabuesos dormidos.
Reconstruyendo los huecos del pasado
Cuando Floyd se hacía llamar Brandon y dejó a su mujer Sandi presa, se llevó con él a la mayor de sus hijas, Suzanne, de cinco años. Primero hizo pasar a la pequeña como su hija y la renombró Sharon mientras él se hacía llamar Warren Marshall. Con el tiempo la convirtió en su amante, abusando de ella, la hizo trabajar y la explotó como bailarina. Cuando la adolescente quedó por primera vez embarazada se la llevó a Tampa, Florida. Se acabaron los sueños de la joven de estudiar ingeniería aeroespacial. Luego la hizo entregar a su segunda hija en adopción. En la nueva vida que Floyd inventó la bautizó Tonya y la hizo trabajar en el local nocturno Mons Venus Strip Club. La joven ofrecía sexo por dinero y seguía las órdenes de su padre/esposo.
La babysitter de Michael contó al ser entrevistada que los Hughes vivían con su hijo Michael en una casa rodante que tenía dos habitaciones y un baño. El bebé no dormía en una cuna sino en un corralito. La pareja no tenía familiares, solo un par de amigos. Eso le resultaba extraño.
Muerta Tonya/Sharon y sin el cuerpo de Michael, el juicio a Floyd no contaba con demasiadas evidencias. Él, por otro lado, se defendía y quería hablar ante el juez a toda costa. Ególatra, sociópata, quería atención. Incluso interrogaba a los testigos. La mujer que había visto cómo había violado a su hija a punta de pistola no se dejó amedrentar por Floyd.
Finalmente, se lo declaró culpable del secuestro de Michael y fue condenado a 52 años de cárcel sin posibilidad de libertad bajo palabra. Pero la sentencia a muerte vendría por otro caso.
La desaparición de una amiga
Una de las mejores amigas de Sharon era otra bella bailarina italiana llamada Cheryl Commesso. Cheryl iba a la casa rodante de Floyd y Sharon entre una y tres veces por semana. Llegaba en un Corvette, espléndidamente vestida. Floyd le había prometido a Cheryl ser modelo de Playboy y pretendía tener sexo con ella. Estaba obsesionado con esa joven.
Un día de 1989 Floyd, discutió violentamente con Cheryl Commesso. En el club nocturno, sus compañeras observaran marcas en su cuello como si hubiese sido estrangulada y un ojo negro. Cheryl no dijo nada, pero nunca nadie la volvió a ver. Una de sus amigas sospechó de Floyd y dijo que él se mostraba obsesivo con Cheryl y la maltrataba.
Poco después de la desaparición de Cheryl, Floyd y Sharon se mudaron a Oklahoma y la casa rodante donde habían vivido ardió completamente. Parecía ser un incendio provocado. Corrían más rápido que la policía.
La desaparición de Cheryl Commesso permaneció sin resolver hasta que sus huesos fueron encontrados por accidente el 29 de marzo de 1995 por alguien que caminaba a la vera de la ruta 275, en Pinellas, en el estado de Florida.
Pasó un año más hasta que un forense pudo rearmar el 90 por ciento de su esqueleto y determinar que esa joven, que había tenido implantes en las lolas y todavía llevaba buena ropa y alhajas puestas, había sido víctima de un homicidio. Su cráneo tenía dos perforaciones de bala y la órbita de una de sus ojos quebrada por un golpe. La cosa se ponía interesante. ¿Quién sería ella?
Un tesoro escondido
Ese mismo año, un poco después, se produjo un hallazgo increíble. Un mecánico de Kansas encontró un gran sobre pegado entre el asiento y la parte superior del tanque de gasolina de una camioneta que acababa de comprar en un remate. Dentro del sobre encontró 97 fotos, incluyendo imágenes de una mujer atada y muy golpeada. Llamó a la policía. La camioneta fue rastreada y se llegó hasta Floyd, quien la había robado en Oklahoma en septiembre de 1994.
El FBI llamó a la policía de Florida y le dijo que tenían unas fotos que querían compararlas con las del cadáver sin nombre hallado en la ruta.
Así fue que llegaron a determinar que los restos eran nada menos que los de Cheryl Commesso. Buceando en su pasado como bailarina desnudista se enteraron de que había sido muy amiga de Floyd y Sharon. Los forenses compararon las heridas que se veían en las fotografías con los pómulos y el cráneo baleado. Coincidían los golpes, coincidía la ropa interior. No tuvieron dudas, era el cuerpo de Cheryl.
Fue en base a la evidencia fotográfica que lograron condenar a Floyd, quien ya estaba preso por el secuestro de Michael, por asesinato premeditado.
La sentencia fue a la pena capital. Floyd ya no podría hacerle daño a nadie.
Pero eso no sería todo. En ese sobre con fotos había pornografía e imágenes de Sharon Marshall de pequeña. Eso demostraba que Floyd había abusado desde siempre de aquella niña… Cambios de roles y de identidad, ¿quién era realmente Sharon Marshall?
Identidad robada
En el año 2002, un periodista llamado Matt Birkbeck llamó al detective del FBI que se había ocupado del caso de Sharon Marshall: le pidió que mirara una foto que estaba en un sitio web de personas desaparecidas. En ella se veía a Floyd de joven, de traje, con una niña de unos 5 o 6 años en la falda. Él era demasiado joven para ser su padre. Los expertos sugirieron que esa chica mostraba el patrón gestual de los pequeños abusados. Si bien se la conocía como Sharon Marshall ¿quién había sido realmente? ¿Dónde estaban sus padres? ¿Nadie la buscaba?
Birkbeck entrevistó a Floyd en la cárcel porque quería escribir la historia. El detenido no quiso hablar de dónde había raptado a Sharon ni qué había hecho con Michael. El libro que escribió Matt Birkbeck se llamó Una bella chica, pero era una historia incompleta..
Tonya Hughes había devenido en Sharon Marshall, pero a su vez Sharon Marshall provenía de otra historia oscura. Con el libro de Birkbeck publicado la intriga por saber quién era esa niña se multiplicó en la red de detectives aficionados a lo largo del mundo…
En 2005 una persona le escribió a Birkbeck: “¿Te ayudaría saber el ADN de la hija de Sharon?”. La pregunta provenía de aquella primogénita dada en adopción por Sharon: Megan Dufresne, su hija biológica. Sabía que era adoptada, que su madre había muerto atropellada y quería saber más.
No fue hasta el año 2014 que se descubrió la verdad. Y se supo quién era la persona de carne y hueso detrás del nombre ficticio de Sharon Marshall.
Fue el mismo preso quien le dijo al FBI que Sharon era la hija mayor de una mujer con la que había estado casado -Sandi Chipman- cuando él se hacía llamar Brandon Cleo Williams. Resumen: Sharon era aquella chica secuestrada a los cinco años cuando Sandi estaba tras las rejas y de la que nunca se había vuelto a saber nada.
Un examen de ADN de sus restos terminó por confirmarlo: el verdadero nombre de Sharon era Suzanne Marie Sevakis. Había nacido en Livonia, Michigan. Ni su madre Sandi (cuyo nombre completo era Sandra Francis Brandenburg) ni su padre biológico (Clifford Ray Sevakis, ex combatiente de Vietnam) quienes todavía viven la habían buscado.
La hija robada había aparecido, pero ya estaba muerta. Mirando la historia tampoco es que les hubiera importado mucho. Era un drama encadenado con otro.
El desamparo había condenado a Suzanne.
En busca de las raíces
Se cree que Suzanne tuvo en realidad tres hijos. Aunque por ahora se tiene constancia de dos: el desaparecido Michael y Megan Dufresne, la beba dada en adopción. Megan, fue criada con amor por Mary y Dean Dufresne. Se amigó con la historia de su madre y le escribió una nueva lápida. Hoy vive en Louisiana, está casada y tiene dos hijos. Al menor, le puso el nombre de su hermano asesinado y desaparecido: Michael.
¿Qué fue realmente lo que pasó con el pequeño Michael Hughes? La hermana de Floyd dijo que una vez él le había asegurado que había ahogado al niño en una bañadera de un motel en Georgia, poco después del secuestro. Pero Floyd se contradijo mil veces: disfrutaba del misterio que generaba. En una época sostuvo que el niño vivía con una persona rica y repetía: “Amo a mi hijo con todo mi corazón”.
El FBI sabía que era un mentiroso consumado. Recién en el año 2014, el condenado, les reveló a los agentes que había asesinado al menor de dos tiros en la nuca el mismo día del rapto para que todo fuera rápido y que había enterrado su cuerpo cerca de la autopista Interestatal 35. Las búsquedas no dieron resultados. La policía está convencida de que el cuerpo fue devorado por jabalíes salvajes.
En 2019 hubo más novedades. Un hombre se presentó diciendo que podría ser Phillip, aquel hermano menor de Suzanne Sevakis… Había sido adoptado por una familia de Carolina del Norte, pero él sospechaba que podía ser ese bebé. El estudio de ADN lo confirmó en el 2020.
Se había acabado el misterio del paradero de los dos hijos de Sandi Chipman.
Floyd sigue esperando su ejecución que no tiene fecha por el asesinato de Cheryl.
Suzanne, por respeto la llamaremos por su verdadero nombre, se fue de este mundo sin saber quién había sido realmente. Había interpretado el papel de la hija de Floyd, el rol de su amante, el de empleada sexual y el de su esposa abnegada. Hubiera podido ser ingeniera y viajar al espacio, pero por mandato de Floyd terminó ejerciendo la prostitución. Un dislate enloquecedor en el que estuvo atrapada durante sus veinte años.
Suzanne Marie Sevakis, nacida el 6 de septiembre de 1969 y fallecida el 30 de abril de 1990, vivió desorientada desde los cinco años. Merecería la oportunidad de una nueva vida con padres amorosos y responsables, con sueños espaciales y una vejez rodeada de afecto. Pero volver el tiempo atrás y cambiar los hechos es algo que solo ocurre en los filmes de ciencia ficción y, lamentablemente, la película de Netflix es un documental y esta nota es periodística.
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